para ser un jurista - Colegio de Abogados de La Plata

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PARA SER UN JURISTA
Cuando un alumno de la carrera de abogacía no
ha estudiado o no ha comprendido un tema, muchas
veces opta por exponer el sentido que resulta del uso
común –o aproximado- de las palabras que lo
definen.
Así, se ha oído decir que la “plus petitio” tiene
lugar cuando un abogado le pide a un Juez muchas
cosas en un escrito; que la partición hereditaria
ocurre cuando un heredero se pelea con otro y rompe
los muebles que integran el acervo hereditario; que
la representación promiscua está prohibida por la ley
por inmoral; y tantos otros disparates.
Sin embargo, un fenómeno parecido ocurre
cuando el abogado aplica la ley en una forma literal y
aislada; desatendiendo las razones que tuvo el
legislador para sancionarla; fuera del contexto en el
cual está inserta y en contradicción o desatendiendo
principios medulares del Derecho.
Invirtiendo el orden de la antecedente
enumeración –no taxativa, por cierto- es difícil abrirse
camino en los intrincados problemas que el Derecho
plantea si se desconocen sus fundamentos
esenciales.
No me refiero en exclusividad a las claves
técnicas y científicas sin el conocimiento y dominio
de las cuales es imposible aplicar las instituciones
jurídicas. Tampoco al conocimiento sensitivo e
intuitivo que acompaña al conocimiento científico a
medida que éste se amplía y profundiza.
Dejando de lado la consideración abstracta de
los conceptos, en cada caso, el jurista debe saber
¿qué es? ¿cómo funciona? y ¿para qué sirve? ese
“algo” del Derecho con el que está trabajando. Así
cuentan que preguntaba Napoleón a los juristas que
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redactaron el código civil que ha pasado a la Historia
con su nombre y del cual el nuestro es heredero.
Si podemos responder a estas preguntas,
todavía queda por indagar, en el caso concreto, si la
solución que resulta de nuestra interpretación y
aplicación de la ley conduce a una solución justa del
litigio, si logramos “dar a cada uno lo suyo”,
habiendo desentrañado “qué es lo suyo de cada
cual”.
La norma jurídica es un enlace, ya entre
personas, ya entre personas y cosas, ya entre cosas
entre sí; etc.. Este fenómeno no forma parte del
orden de las cosas de la naturaleza en el sentido
biológico de las mismas. Por de pronto no tienen
materialidad en cuanto no podemos verlas ni tocarlas
ni olerlas. Tampoco podemos pesarlas o medirlas y no
nos sirve el método experimental, deductivo o
inductivo, para establecer sus cualidades.
El Derecho es inmaterial y abstracto y sin
embargo constituye un orden normativo cuyo
propósito es reglar la conducta de las personas.
Este orden está presidido por la Justicia en
cuanto bien superior que persigue el bienestar
general.
Según Spengler el derecho aplicado y el derecho
legislado se ha particularizado y pertenece al orden
de la naturaleza en cuanto fenómeno al que la
inteligencia accede por el razonamiento matemático
de la regla y el número, dado que la realidad ha sido
determinada. El derecho que va a aplicarse con un
sentido evolutivo y el que va a sancionarse, se
conocen intuitivamente dado que aún no han sido
concretados y delimitados para integrar el pasado.
Pero, para imaginarlo, es necesaria la base anterior y
plena del conocimiento del derecho existente. Esta
intuición del derecho que se está formando que está
estando sin aún estar, es connatural a las mentes
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predispuestas a la comprensión y aprehensión de lo
jurídico en su más amplia acepción.
En cierto sentido, el derecho puede considerarse
como la música: su ejecución reclama un
conocimiento de la partitura que permita tararearla
de memoria; que reconozcamos el leit motiv o motivo
principal de la sinfonía cada vez que aparece con
mayor o menor intensidad y en distintos tonos de
agudos y de graves; que llevemos el ritmo y sepamos
el momento exacto en que tal o cual instrumento
habrá de sonar contribuyendo al acorde general; que
podamos aislar uno o varios sonidos, pero que la
aprehensión de la melodía solamente sea posible
escuchando y sintiendo el todo.
El Jurista, -como el Director de Orquesta, la
música; como el Magister Ludi, el juego de abalorioscomprende el Derecho más allá de toda regla
interpretativa, “como el tendero conoce la seda al
suave tacto de sus dedos”, me recordaba, hace ya
tiempo, un Maestro, hoy ausente.
Dado que el Derecho se aplica a la vida, el
conocimiento de ésta es imprescindible en el sentido
de experiencia vital, madurez, sufrimiento y goce de
la misma: no podrá sentirlo o aplicarlo quien haya
estado aislado o no haya estado expuesto a los
peligros que ella entraña.
La cultura, en sus diversas manifestaciones,
constituye un patrimonio esencial del jurista: sin ella
es imposible la comprensión del Derecho. No se
puede ser jurista sin ser un hombre culto, en el
sentido que se dé a la expresión en un lugar y
momento determinados.
Si tu alma vibra con alguno de los conceptos
expresados, tal vez –y sólo tal vez- seas un jurista;
porque para serlo, seguramente se necesita todo ello
y mucho más. Desde luego que esto nos enfrenta con
el límite de lo que es posible abarcar y por ello,
volviendo al autor de La decadencia de Occidente,
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les dejo este perfil ahora histórico y determinado de
aquello que con trazo grueso y al correr de la pluma
considero que es necesario para ser un jurista.
La Plata, junio de 2009.-
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