3.3_Gabo_y_el_alma_colombiana

Anuncio
ASIGNATURA: PSICOLOGIA SOCIAL
PROFESOR: Gabriel Vergara Lara
Semestre: III
GABO Y EL ALMA COLOMBIANA
El siguiente es el texto completo del crudo análisis que sobre el país y sus gentes hizo el Nobel colombiano al
entregar le al presidente el informa de la Comisión de Sabios
Los primeros españoles que vivieron al nuevo mundo vivían aturdidos por el canto de los pájaros, se mareaban
con la pureza de los olores y agotaron en pocos años una especie exquisita de perros mudos que los indígenas
criaban para comer. Muchos de ellos, y otros que llegarían después, eran criminales rasos en libertad
condicional, que no tenían más razones para quedarse,. Menos razones tendrían muy pronto los nativos para
querer que se quedaran.
Cristóbal Colon, respaldado por una carta de los reyes de España para el emperador de China, había descubierto
aquél paraíso por un error geográfico que cambió el rumbo de la historia. La víspera de su llegada, antes de oír el
vuelo de las primeras luces en la oscuridad del océano, había percibido en el viento una fragancia de flores de la
tierra que le pareció la cosa más dulce del mundo. En su diario de a bordo escribió que los nativos los recibieron
en la playa como sus madres los parieron, que eran hermosos y de buena índole. Y tan cándidos de natura , que
cambiaban cuanto tenían por collares de colores y sonajas de latón. Pero su corazón perdió los estribos cuando
descubrió que sus narigueras eran de oro, al igual que las pulseras, los collares, los aretes y las tobilleras: que
tenían campanas de otro para jugar, y que algunos ocultaban sus vergüenzas con una cápsula de oro . Fue aquel
esplendor ornamental, y no sus valores humanos, lo que condenó a los nativos a ser protagonistas del nuevo
Génesis que empezaba aquel día . Mucho de ellos murieron sin saber de dónde habían venido los invasores.
Muchos de estos murieron sin saber dónde estaban. Cinco siglos después, los descendientes de ambos no
acabamos de saber quiénes somos.
Era un mundo más descubierto de lo que se creyó entonces. Los Incas, con 10 millones de habitantes, tenían un
estado legendario bien constituido. Con ciudades monumentales en las cumbres andinas para tocar al dios solar.
Tenían sistemas magistrales de cuenta y razón, y archivos y memorias de uso popular , que sorprendieron a los
matemáticos de Europa. Hay un culto laborioso de las artes públicas, cuya obra magna fue el jardín del palacio
imperial, con árboles y animales de oro y pata en tamaño natural. Los aztecas y los mayas habían plasmado su
conciencia histórica en pirámides sagradas ente volcanes acezantes, y tenían emperadores clarividentes y
artesanos sabios que desconocían el uso industrial de la rueda, pero la utilizaban en los juguetes de los niños.
En la esquina de los dos grandes océanos se extendían 40.000 leguas cuadradas que Colón entrevió apenas en su
cuarto viaje, y que hoy lleva su nombre: Colombia. Lo habitaban desde hacía unos 12.000 años varias
comunidades dispersas de lenguas diferentes y culturas distintas, y con sus identidades propias bien definidas.
No tenían una noción de Estado, ni unidad política entre ellas, pero habían descubierto el prodigio político de
vivir como iguales en las diferencias. Tenían sistemas antiguos de ciencia y educación, y una rica cosmología ya
vinculada a sus obras de orfebres geniales y alfareros inspirados. Su madurez creativa se había propuesto
incorporar el arte a la vida cotidiana – que tal vez sea el destino superior de las artes- y lo constituyeron con
aciertos memorables, tanto en los utensilios domésticos como en el modo de ser. El oro las piedras preciosas no
tenían para ellos un valor de cambio sino un poder cosmológico y artístico, pero los españoles los vieron con los
ojos de Occidente: oro y piedras preciosas de sobra para dejar sin oficio a los alquimistas y empedrar los
caminos del cielo con doblones de a cuatro. Esa fue la razón y la fuerza de la Conquista y la Colonia, y el origen
real de lo que somos.
Tuvo que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran el estado colonial, con un solo nombre, una
sola lengua y un solo dios. Sus límites y su división política de 12 provincias eran semejantes a los de hoy. –Esto
dio por primera vez la noción de un país centralista y burocratizado, y creó la ilusión de una unidad nacional en
el sopor de la Colonia, Ilusión pura, en una sociedad que era un modelo oscurantista de discriminación racial y
violencia larvada, bajo el manto del Santo Oficio. Los tres o cuatro millones de indios que encontraron los
españoles estaban reducidos a un millón por la crueldad de los conquistadores y las enfermedades desconocidas
que trajeron consiguió. Pero el mestizaje era ya una fuerza demográfica incontenible. Los miles de esclavos
africanos , traídos por la fuerza para los trabajos bárbaros de minas y haciendas, habían aportado una tercera
desguindad al caldo criollo, con nuevos rituales de imaginación y nostalgia, y otros dioses remotos. Pero las
leyes de Indias habían impuesto patrones milimétricos de segregación según el grado de sangre blanca dentro e
cada raza: mestizos de distinciones varias, negros esclavos, negros libertos, mulatos de distintas escalas.
Llegaron a distinguirse hasta 18 grados de mestizos, y los mismos blancos españoles segregaron a sus propios
hijos como blancos criollos.
Los mestizos estaban descalificados para ciertos cargos de mando y gobierno y otros oficios públicos , o para
ingresar en colegios y seminarios. Los negros carecían de todo. Inclusive de un alma: no tenían derecho a entrar
en el cielo ni en el infierno, y sus sangre se consideraba impura hasta que fuera decantada por cuatro
generaciones de blancos. Semejantes leyes no pudieron aplicarse con demasiado rigor por la dificultad de
distinguir las intrincadas fronteras de las razas , y por la misma dinámica social del mestizaje, pero de todos
modos aumentaron las tensiones y la violencia raciales. Hasta hace pocos años no se aceptaban todavía en los
colegios de Colombia a los hijos de uniones libres. Los negros , iguales en la ley, padecen todavía de muchas
discriminaciones, además de las propias de la pobreza.
La generación de la Independencia perdieron la primera oportunidad de liquidar esa herencia abominable,..
Aquella pléyade de jóvenes románticos, inspirados en las luces de la Revolución Francesa, instauró una
república moderna de buenas intenciones. Pero no logró eliminar los residuos de la Colonia. Ellos mismo son
estuvieron a salvo de su hados maléficos, Simón Bolívar, a los 35 años había dado la orden de ejecutar 800
prisioneros españoles , inclusive a los enfermos de un hospital. Francisco de Paula Santander, a los 28, hizo
fusilar a los prisioneros de la batalla de Boyacá, inclusive a su comandante, Algunos de los buenos propósitos de
la república propiciaron de soslayo nuevas tensiones sociales de pobres y ricos, obreros y artesanos y otros
grupos marginales. La ferocidad de las guerras civiles del siglo XIX no fue ajena a esas desigualdades, como no
lo fueron las numerosas conmociones políticas y civiles que han dejado un rastro de sangre a lo largo de nuestra
historia. Dos dones naturales nos han ayudado a sortear ese sino funesto, a suplir los vacíos de nuestra condición
cultural y social, y a buscar a tientas nuestra identidad. Uno es el don de la creatividad, expresión superior de la
inteligencia humana. El otro es una arrasadora determinación de ascenso personal. Ambos , ayudados por una
astucia casi sobrenatural , y tan útil para el bien como para el mal, fueron un recurso providencial de los
indígenas contra los españoles desde el día mismo del desembarco. Para quitárselos de encima, mandaron a
Colón de isla en isla, siempre a la isla siguiente, en busca de un rey vestido de oro que no había existido nunca.
A los conquistadores convencidos por las novelas de caballería los engatusaron con descripciones de ciudades
fantásticas construidas en oro puro. A todos los descaminaron con la fábula de El Dorado mítico que una vez al
año se sumergía en su laguna sagrada con el cuerpo empolvado de oro. Tres obras maestras de una epopeya
nacional. Utilizadas por los indígenas como un instrumento para sobrevivir. Tal vez de esos talentos
precolombinos nos vienen también una plasticidad extraordinaria par asimilarnos con rapidez a cualquier medio
y aprender sin dolor los oficios más disímiles: fakires en la India, camelleros en el Sahara o maestro de Ingles en
Nueva York.
Del lado hispánico, en cambio, tal vez nos venga el ser emigrantes congénitos con un espíritu de aventura que no
elude los riesgos. Todo lo contrario: los buscamos. De unos cinco millones de colombianos que viven en el
exterior, la inmensa mayoría se fue a buscar fortuna sin más recursos que la temeridad, y hoy están en todas
partes, por las buenas o por las malas razones, haciendo lo mejor o lo peor. Pero nunca inadvertidos. La cualidad
con que se les distingue en el folclor del mundo entero, es que ningún colombiano se deja morir de hambre. Sin
embargo, la virtud que más se les nota es que nunca fueron tan colombianos como al sentirse lejos de Colombia.
Así es. Han asimilado las costumbres y las lenguas de otros como las propias, pero nunca han podido sacudirse
del corazón las cenizas de la nostalgia, y no pierden ocasión de expresarlo con toda clase de actos patrióticos
para exaltar lo que añoran de la tierra distante, inclusive sus defectos. En las ciudades menos pensadas de
cualquier país puede encontrarse a la vuelta de una esquina la reproducción en vivo de una calle cualquiera de
Colombia: las casas de colores intensos, la fonda con el nombre de la ciudad amada, el salón de cine en español,
la escuela 20 de julio junto a la cantina 7 de agosto con sus chorros de músicas enloquecidas, la plaza de árboles
polvorientos todavía con las guirnalda s de papel del último viernes fragoroso.
La paradoja es que estos conquistadores nostálgicos, como sus antepasados, nacieron en un país de puertas
cerradas. Los libertadores trataron de abrirlas a los nuevos vientos de Inglaterra y Francia. A las doctrinas
jurídicas y éticas de Benthamn , a la educación de Lancaster, al aprendizaje de las lenguas, a la popularización de
las ciencias y las artes. Para borrar los vicios de una España más papista que el papa y todavía escaldada por el
acoso financiero de los judíos y por 800 años de ocupación islámica. Los radicales del siglo XIX, y más tarde la
Generación del Centenario, volvieron a proponérselo con políticas de inmigraciones masivas para enriquecer la
cultura del mestizaje, pero unas y otras se frustración por un temor casi teológico de los demonios exteriores.
Aun hoy estamos lejos de imaginar cuánto dependemos del vasto mundo que ignoramos.
Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las
causas se eternizan,.. Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para
esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales , se ganan batallas que nunca se dieron y se
sacralizan glorias que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se parezca a
la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por parecerse a su historia escrita.
Por lo mismo, nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que los niños se adapten por la
fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner el país al alcance de ellos para que lo
transformen y engrandezcan. Semejante despropósito restringe la creatividad y al intuición congénitas , y
contraría la imaginación , la clarividencia precoz y la sabiduría del corazón . hasta que los niños olviden lo que
sin duda saben de nacimiento : que la realidad no termina donde dicen los textos, que su concepción del mundo
es más acorde con la naturaleza que la de los adultos, y que la vida sería más larga y feliz si cada quien pudiera
trabajar en lo que le gusta, y sólo en eso
Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida
de la realidad. Nuestra insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y en el odio, en el
júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota. Destruimos a los ídolos con la misma pasión con que los
creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece
la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido
histórico. Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo.
Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre
la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos su amor casi irracional por la vida. Pero nos matamos
unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de los crímenes más terrible lo pierde una debilidad sentimental. De
otro modo: al colombiano sin corazón lo pierde el corazón.
Pues somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Aunque somos precursores de las ciencias
en América, seguimos viendo a los científicos en su estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan
muy pocas cosas en la vida diaria que no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la
manera más arbitraria, la justicia y la impunidad: somos fanáticos del legalismo. Pero llevamos bien despierto en
el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a
los perros, tapizamos de rosas el mundo. Morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis
especies animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y
nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen
del país en el exterior, pero no nos atrevemos a admitir que la realidad es peor. Somos capaces de los actos más
nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas
mortales. No porque unos seamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos,.
Llegado el caso – y Dios nos libre- todos somos capaces de todo.
Tal vez una reflexión más profunda nos permitiría establecer hasta qué punto este modo de ser nos viene de que
seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente, formalista y ensimismada de la Colonia. Tal vez una
más serena nos permitiría descubrir que nuestra violencia histórica es la dinámica sobrante de nuestra guerra
eterna contra la adversidad. Tal vez estemos pervertidos por un sistema que nos incita a vivir como ricos
mientras el 40 por ciento de la población malvive en la miseria,, y nos ha fomentado una noción instantánea y
resbaladiza de la felicidad: queremos siempre un poco más de lo que ya tenemos , más y más de lo que parecía
imposible , mucho más de lo que cabe dentro de la ley, y lo conseguimos como sea: aun contra la ley.
Conscientes de que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por ser incrédulos,
abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo solitario por el que cada uno de nosotros piensa que sólo
depende de sí mismo. Razones de sobra para seguir preguntándonos quienes somos, y cuál es la cara con que
queremos ser reconocidos en el tercer milenio.
La misión de Ciencia, Educación y Desarrollo no ha pretendido una respuesta, pero ha querido diseñar una carta
de navegación que tal vez ayude a encontrarla. Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el
cambio social. Y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba,
inconforme reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quienes somos en una
sociedad que se quiera más a sí misma Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una
ética –y tal vez una estética- para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las
ciencias y las artes a la canasta familiar. De acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que
pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa
energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la
segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aurelia no Buendía. Por el
país próspero y justo que soñamos : al alcance de los niños.
Revista Semana. VIII de 1994
Descargar