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Adicciones Newsweek: ¿la era de la voluntad en comprimidos?
Revista Microscopía nº 73 – Junio del 2008.
Fátima Alemán
El 8 de Mayo del año 2008, la revista Newsweek Argentina publicó como nota de tapa
La ciencia ataca a las adiccionesi, escrita por la periodista norteamericana
especializada en ciencia, Jeneen Interlandi. En la misma se anunciaba con bombos y
platillos el nuevo logro de las neurociencias: ya existen en el mercado medicamentos y
vacunas que prometen tratar eficazmente las adicciones, bloqueando el deseo
compulsivo. ¿Ciencia-ficción o ciencia-realidad? ¿El deseo es efecto de los
neurotransmisores?
Desde hace unos años se viene anunciando la panacea bioquímica para el tratamiento
de las adicciones, ya sea la adicción a la cocaína, al alcohol o al tabaco. Leemos en el
artículo: “En los laboratorios manejados y administrados con fondos del Instituto sobre
Abuso de Drogas de EEUU (NIDA), estudios como la resonancia magnética y ciertas
tomografías modernas (como la por emisión de positrones) están forzando al cerebro
adicto a develar sus secretos. Los genetistas encontraron las primeras de muchas
variantes genéticas que predisponen a la adicción, lo que ayuda a explicar por qué en
promedio solo una de cada diez personas que prueban una droga adictiva queda
enganchada”.
Es decir, estamos parados frente al gran puzzle cerebral que promete revelar los
misterios de una de las enfermedades más difíciles de remover. Que la adicción sea
considerada una enfermedad, fue todo un logro en la década del ’60. Que haya sido
considerada como un “trastorno bio-psico-socio-espiritual”, es parte de la historia y del
desarrollo de los centros de rehabilitación promotores de diferentes modelos: el
modelo de los doce pasos que inauguró Alcohólicos Anónimos (tratamiento basado en
el despertar espiritual), el modelo de las etapas de cambio (negación, contemplación,
preparación, acción, mantenimiento y recaída) o el modelo para la reducción de daños
(tratamientos de sustitución, programas de desintoxicación, información sobre
riesgos). Pero que hoy en día que las adicciones puedan ser erradicadas por
completo, gracias a los desarrollos actuales de la biotecnología, parece casi un
milagro. Se trata, según sus promotores, de un cambio del panorama terapéutico al
incidir directamente sobre “la parte del cerebro relacionada con el autocontrol y la
habilidad para calcular la consecuencia de los comportamientos”. Por ejemplo: el ácido
gamma-amino-butírico (o GABA) tiene un efecto inhibitorio sobre las neuronas,
ordenándoles que se detengan en vez de arrancar. Al parecer, los cerebros de los
adictos tienen una carencia de GABA, de modo que el tratamiento con una droga para
la epilepsia llamada vigabatrin, puede permitir su producción (la droga pasó su primer
estudio doble ciego con placebo controlado). Otro medicamento como el acamprosato
inhibe la producción del ácido glutámico (un neurotransmisor que aviva la búsqueda
compulsiva de drogas) permitiendo reducir la ansiedad por consumir y ayudando a
evitar recaídas durante la recuperación. Pero el medicamento más asombroso (y
ominoso también) para el tratamiento de las adicciones es el Vivitrol (naltrexona), una
inyección mensual que anula el efecto embriagador del alcohol y evita que los
pacientes beban. ¿Cómo sucede esto? Al parecer esta droga no mejora el autocontrol
ni detiene la ansiedad de ingerir alcohol, pero bloquea los efectos de las mismas: si el
paciente olvida la medicación, los tormentos más terribles se hacen sentir sobre el
cuerpo (edemas, sudores, vómitos, etc.).
La lista podría continuar, pero mi interés al comentar esta nota no es informar sobre la
avanzada biotecnológica en el tratamiento de las adicciones, sino advertir sobre la
lógica que la comanda y la ficción discursiva que se intentar imponer como verdad.
Que la hipótesis que sirva como montaje de la maquinaria famaco-terapeútica sea
afirmar que el tipo de autocontrol que falla en personas que abusan de las drogas es la
“acción intencional” (habilidad de detener un comportamiento que se hizo automático),
y que dicha inercia sea consecuencia de una actividad reducida de la corteza
frontomedial, es suponer que la intención o el deseo son engranajes aptos al modelo
estímulo-respuesta. ¿Qué hay de una intención dicha pero no cumplida? ¿Qué hay de
un deseo por consumir excesivamente alcohol cuando se sabe de los efectos
adversos que produce? ¿Qué hay de la conducta compulsiva regida por el “no puedo
dejar de hacerlo” aunque se esté al tanto de la marginación social que ella conlleva?
Nadie niega los efectos bioquímicos de los fármacos sobre el cuerpo. Nadie niega los
beneficios que suponen para calmar la angustia o aliviar momentáneamente la
abstinencia. Pero introducir la idea salvadora del “autocontrol en comprimidos” es
parte de la falacia que comanda la promoción de un objeto sustituto (el medicamento)
acompañado de la insignia científica cuya neutralidad parece no cuestionarse. ¿Por
qué no pensar –como ya lo propuso Freud en el pasaje de un Proyecto de psicología
para neurólogos a la fundación del Psicoanálisis como un campo nuevo de saber- que
las emociones y los pensamientos son comandados por una zona del cerebro que no
existe sino es impulsada por el aparato del lenguaje que en su funcionamiento
comporta también una satisfacción paradójica que se expresa en el cuerpo? Claro que
admitir que la adaptación a las buenas costumbres puede no ser la norma para todos y
que el autocontrol no es más que el subsidiario de una biopolítica consensuada, sería
pensar una terapéutica de las adicciones donde la singularidad de un modo de gozar
inconsciente pueda ser la palanca para una modificación posible.
De esta forma, la biotecnología y su terapéutica hacen a un nuevo gusto social que no
desconoce en absoluto el uso hipno-sugestivo de los nuevos medicamentos.
i
Remedios para viajar de vuelta, revista Newsweek Argentina, Mayo 2008.
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