SER PROFETA EN SU PROPIA TIERRA Ezequiel 2, 2-5 2 Corintios 12, 7b-10 Marcos 6. 1-6 P. Gerardo Cote, s.m.e, Pastoral de Comunicación Social Vicariato Apostólico de Pucallpa En la vida cotidiana es normal que tengamos más confianza en los miembros de la familia, demás familiares, vecinos y amigos conocidos. No nos cuesta creer en lo que nos cuentan, pero si nos encontramos con personas desconocidas que nos anuncian algo extraño, las dudas nos pueden mover el corazón. Jesús tuvo que enfrentar la misma prueba en medio de sus paisanos. “¿No es éste el hijo de carpintero?... ¿de dónde le viene todo lo que dice y hace?” Lo habían visto crecer en medio de ellos. Eran sus vecinos, compartían sus juegos, los paseos por la campiña; lo habían visto trabajar con José en el taller de carpintería y traer troncos de madera del bosque vecino; lo habían visto sentado a los pies de María que le enseñaba las cosas buenas de la vida; lo habían visto en el templo escuchando la Palabra de Dios. No era diferente de sus paisanos, sólo que era conciente de ser el Hijo de Dios, aunque todavía no lo expresaba. Sin embargo, el Espíritu del Padre estaba en él y le hacía experimentar la presencia de Dios en todas las cosas de la vida, en la amistad con los compañeros, en la convivencia con los vecinos, en el rechazo y la marginación que sufría su pueblo de Galilea de parte de las otras provincias, más privilegiadas y cultas. Y como dice san Lucas, “mientras tanto Jesús iba creciendo en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lucas 2, 40). “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?” murmuraba la gente, escéptica. Su manifestación como Mesías e Hijo de Dios les sorprende. Resulta difícil a un pueblo marginado y de baja autoestima aceptar que en medio de ellos pueda salir uno de los suyos con dones y capacidades que creen reservadas a gente de una clase social que ven superiora a la suya. Por lo tanto muchos no creían en él. Tal desconfianza entristece a Jesús, pero no lo detiene en su misión. Recordando la experiencia de profetas, como Isaías, Jeremías, Amos, reconoce que “a un profeta lo desprecian en su tierra, en su parentela y en su familia... y se admiraba de verlos tan ajenos a la fe.” Los enviados del Señor ya están advertidos que en el curso de su misión van a encontrar oposición y rechazo, como los encontró Jesús. Pero, ¿quiénes son los enviados del Señor hoy? ¿Quiénes son los que hablan en su nombre en medio de nuestra sociedad? Por supuesto, pensamos enseguida en los agentes pastorales, sacerdotes, monjas, cristianos y cristianas, y no nos falta la razón. Pero no nos olvidemos que Dios no tiene las manos atadas y se manifiesta a través de personas que no necesariamente pertenecen a nuestra Iglesia. Por otro lado, cabe preguntarse: ¿quién de nosotros reconoce la voz del Señor en los pobres de nuestro pueblo? Sí, los pobres evangelizan, aunque a muchos les cuesta creerlo. Evangelizan por su sola presencia que echa a la vista de nuestras sociedades modernas su pobreza y el abandono que sufren. Pero esta voz profética de los pobres no es siempre escuchada y choca con intereses egoístas que merecen la llamada de atención de Dios como lo expresa el profeta Ezequiel: “Tienen ojos para ver y no ven, tienen oídos para oír y no oyen”. No nos olvidemos que Jesús no se detuvo cuando sus propios paisanos no creían en él y muchos lo rechazaron, siguió con su misión. Par continuar con nuestra misión de anunciar el evangelio en la vida cotidiana, Jesús es nuestro guía y siempre nos lleva y nos llevará por los caminos de la justicia, el amor y la paz. …------------------------------------------------- Creer para seguir caminando Hacia adelante