Nuevas relaciones entre sociedad, estado y educación Integrar equidad y libertad educativas Carlos Horacio Torrendell Para la revista del CONSUDEC, Noviembre de 2011 En esta tarea de desarmar “sentidos comunes educativos” o ideas “políticamente correctas” (visiones ideológicas acríticas) en nuestro país hay una dicotomía u oposición que tiene mas de un siglo y que rejuvenece cada tantos años. Últimamente ha regresado con nuevos bríos y esto se advierte en algunos estudios sobre la justicia educativa en el país, sobre la educación privada y su impacto y también en ensayos o ideas propias del campo de la teoría política de la educación. La dicotomía que abordaré hoy -que se encuentra fuertemente extendida, resulta casi invisible por su reiteración “natural” y seguramente me veré invitado a frecuentarla en numerosas oportunidades- consiste en oponer la igualdad, la justicia o la equidad educativa a la libertad educativa, la libertad de enseñanza o la libertad de elección escolar. En algún escrito de los últimos años, ya directamente -de forma mucho más brutal- se plantea la oposición entre “derecho a la educación” y “libertad de enseñanza”, lo que agrava aún más el problema porque no sólo la libertad de enseñanza parece enfrentar la justicia educativa sino que ahora, en esta nueva escalada conceptual, la libertad de enseñanza se opondría nada más ni nada menos que al mismo derecho a la educación para todos… ¿Y quién va a querer formar parte del bando, valga el término, de la libertad de enseñanza cuando pertenecer a él significa convertirse en adversario del derecho de la educación para todos? Seguramente ni el lector ni yo quisiéramos formar parte ni que nos ubicaran en ese grupo de gente egoísta… Lamentablemente, el problema es que si así fuera nos dejaríamos llevar por estas falsedades ideológicas instaladas y repetidas con buena intención, no tengo por qué pensar lo contrario, pero con muy poca formación. La buena noticia para nosotros es que el derecho a la educación para todos incluye dos dimensiones: la justicia o equidad educativa y la misma libertad de enseñanza o libertad educativa. ¿Por qué? Porque como lo señalan más o menos explícitamente numerosas declaraciones, textos y normas nacionales e internacionales el derecho a la educación no implica solamente el acceso a una oferta educativa homogénea. Requiere para adecuarse a la libertad de conciencia, a las características de cada grupo social -en el marco de la comunidad nacional e internacional- y a la vocación específica de cada persona (a lo largo de su desarrollo) de una variedad de propuestas pedagógicas y curriculares, encuadradas en el bien común educativo. Esta diversidad de propuestas, lo aclaro de entrada, no significa la promoción de la fragmentación social ni de la segmentación ni mucho menos de sistemas pro o de cuasi mercados educativos ni tampoco el diseño de lógicas e incentivos individualistas. Nada más lejos del personalismo educativo. La pluralidad de opciones educativas forma parte intrínseca del derecho a la educación sencillamente, lo remarco, porque no hay ninguna posibilidad de que pueda haber justicia educativa si no se le de a cada uno, en el marco de la sociedad, la educación que le corresponde de acuerdo con su proyecto personal y comunitario de vida. Para ello es necesario, como ya se señaló, que el sistema educativo presente a las distintas comunidades y grupos sociales una variedad integrada de propuestas. Esto es posible si y sólo si (como se expresa en Lógica) la política educativa promociona la diversidad integrada de escuelas, sean estatales, confesionales o laicas. Ellas representan la legítima diversidad cultural de la nación y permiten a todas las familias y comunidades tanto acceder a estas escuelas como organizarlas. 1 Oponer el derecho a la educación a la libertad educativa es manipular el lenguaje y los conceptos para denostar la libertad como un lujo de algunos o como un capricho individualista o de mercado de quienes más tienen (a lo sumo si se adscribe a esta visión individualista de la libertad de enseñanza será un problema de tal o cual ideología pero no de todos los que sostienen esta idea). Es muy lamentable que se proceda así porque, en general, cuando se asumen estos derroteros teóricos lo que termina sucediendo es lo contrario de lo que supuestamente se quiere evitar. ¿Por qué? Porque al plantear esta dicotomía y combatir la libertad educativa, se siguen dos consecuencias prácticas: por un lado, se obtura entre quienes menos tienen las posibilidades de elegir y participar dentro del sistema educativo restringiendo su libertad y, por otro, como quienes tienen más siempre pueden tomar sus decisiones y desarrollarlas, entonces avanzan en la construcción de un sector del sistema educativo privado en el sentido individualista del término… o sea, privado de capacidad de integración. Paradójicamente, el mismo discurso que opone igualdad y libertad -en vez de integrarlos teóricamente- termina causando la capitis deminutio de quienes menos recursos poseen al verse obligados a insertarse en un sistema poco amigable con la libertad y la participación e incentiva, por otra parte, a los que poseen más -y no se sienten representados ni escuchados- a generar a la defensiva sus segmentos educativos desintegrados del resto del sistema. Lo sorprendente de esta constatación sociológica, ya no teórica, es que el discurso de oposición logra generar en los hechos la dicotomía que luego “identifica” y denuncia como un supuesto a priori… Sucede lo que comúnmente se denomina “la profecía autocumplida”: por su enunciación se causa lo que teóricamente iba a acaecer sin ella pero que en realidad es su efecto. Al perseguir o se maltratar la libertad de enseñanza, aquellos que tienen posibilidades pueden sentirse impelidos y -casi podríamos decirobligados a segregarse y a crear un sistema corporativo egoísta. Es cierto que en la sociedad puede haber tendencias centrífugas y atomistas. Pero estas teorías que combaten y no integran la libertad no hacen más que potenciarlas en los hechos, con sus supuestas denuncias, y no mitigarlas. Algo de esto pasó históricamente en el desarrollo del sector de educación privada en nuestro país. ¡Notable dinámica de relación entre teoría y práctica social! Este juego es realmente muy interesante de profundizar, cosa que quedará para otra oportunidad, y evidencia el poder de la teoría, en este caso negativo, sobre la subjetividad social. Por eso es importante, aunque para algunos pueda parecer un lujo, plantear una teoría política de la integración social porque permite un despliegue de la sociedad muy distinto. Por supuesto que no se evitan los conflictos y egoísmos que siempre existirán pero al menos no se promueven nuevos, fruto de oposiciones arbitrarias que colocan a las personas en condiciones de enemistad social. En síntesis, plantear que el derecho a la educación se puede oponer a la libertad de enseñanza es como plantear que el derecho a la educación se puede oponer a una dimensión propia que le resulta inseparable. ¿Cómo es posible esto? ¿Por qué se realizan estos planteas contradictorios? El problema radica en que las bases colectivistas o individualistas de estas teorías impiden comprender la integración y no oposición de lo particular y lo general, de la persona y la comunidad. Esto ya lo he tratado en un artículo anterior “Publificar la educación privada” al referirme a quienes oponen bien educativo particular y común. Los fundamentos dialécticos de estas teorías impiden comprender como dimensiones del derecho universal a la educación lo que se plantea como opuestos infranqueables. ¿Cuál es entonces el camino teórico y práctico de un derecho a la educación concebido desde el personalismo educativo? Este derecho contiene en sí la necesidad de promover políticas que apunten a dos objetivos complementarios. Tan complementarios que en realidad el uno no puede desarrollarse sin el otro y se incluyen mutuamente. Nunca 2 habrá plenitud de equidad educativa sin libertad de enseñanza y nunca habrá libertad sin equidad. ¿Qué significa esto? Que el Estado para garantizar la educación para todos (y con todos), a través de las instituciones creadas por la sociedad o a través de las propias, tiene que generar mecanismos que promuevan una dinámica doble. Por una parte, crear condiciones efectivas para que cada persona, en el marco de sus comunidades de pertenencia, pueda acceder a una educación de calidad. Este objetivo se ha perseguido históricamente a través del discurso de la igualdad de oportunidades educativas o, con un lenguaje más actual, de la equidad o justicia educacional. Por otra parte, el Estado debe promover la libertad de participación, de enseñanza y de elección educativa de tal forma que las personas accedan y protagonicen aquella educación que evalúan adecuada para su proyecto o el de sus hijos. Por eso no se habla aquí sólo de elección sino también de participación: no hay libertad educativa tampoco sin participación comunitaria y personal en el desarrollo del proyecto educativo, sea en una institución estatal, de la Iglesia o de la sociedad. Como puede apreciarse, es imposible dar a cada uno lo suyo en materia educativa sin promover una dinámica escolar creativa y libre. Porque si sólo se “redistribuyen” -en términos de Nancy Fraser- condiciones socioeconómicas e institucionales para que los que menos tienen puedan acceder a la educación pero en esa redistribución no se diseñan políticas de “reconocimiento” e inclusión de la diversidad entonces es imposible que se consolide la equidad educativa. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que sin incluir pedagógicamente las identidades de todas las comunidades legítimas no se le puede “dar a cada uno lo suyo”. Lo que sucederá en la práctica es que, como en la novela de George Orwell Rebelión en la granja, algunos serán “más iguales que otros”: aquellas comunidades que se sientan más alineadas con el proyecto hegemónico serán tratadas con justicia. Pero aquellas comunidades que no se identifiquen con ese proyecto, serán marginadas y se sentirán excluidas e injustamente tratadas. Esta descripción ha formado parte de la historia de nuestros sistemas educativos. Muchas colectividades de inmigrantes, comunidades de pueblos originarios o sectores religiosos enfrentados con el laicismo integrista han sido permanentemente menospreciados o marginados del sistema. ¿Esto es sólo un problema de libertad? Por supuesto que no y ello es evidente para el que lo piense al menos un instante. Es un problema de justicia porque aquellos que pudieron tuvieron que costear, más que otros, sus proyectos educativos (pero no por razones de redistribución, lo que sería legítimo, sino por injusticia cultural) y los que menos recursos tuvieron vieron relegada su cultura educativa a la informalidad o a la desaparición. Por esto es que, en definitiva, oponer el derecho a la educación a la libertad de enseñanza es altamente contradictorio y contra fáctico. Plenitud del derecho a la educación para todos siempre significa justicia educativa y libertad de enseñanza en forma conjunta. Son dos caras de la misma moneda. Y, como se sabe, una moneda- por más que todo pueda sostenerse en la teoría o en un papel o ahora en la realidad virtual- siempre tiene dos caras. 3