El índice de libros prohibidos

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El índice de libros prohibidos
Otro gesto significativo de la renovada mentalidad
de la Iglesia es el reciente decreto por el cual la Sant;i
Sede pone punto final al índice u caiálugo de libros
prohibidos. Se ha cambiado —comenta el cardenal Ottaviani— la antigua y vilipendiada postura de policía y
juez de una Iglesia excesivamente celosa y preocupada
de la unidad y solidez de su doctrina, por la benevolente
actitud del padre que trata de corregir con espíritu de
caridad.
Porque hubo una etapa, felizmente superada, durante
la cual, declararse disconforme o contrario a la doctrina
y normas de la fe católica era lo mismo que echarse
encima una sentencia de muerte. Lo libertad de conciencia de quu hoy día disfrutamos, era entonces apenas
una tentación cuyos riesgos quitaban el sueño a los más
audaces, pues las mazmorras y tribunales del Santo Oficio utilizaban métodos bastante convincentes para rastrear las conciencias de los sospechados de herejías. (Con
todo, no pueden compararse con los modernos y exquisitos recursos para "confesar la verdad" de naciones
civilizadas y "democráticas" que especulan hoy din con
el horror y oscurantismo de antaño).
Un poco de historia
Según el Derecho Canónico, el índice es el catálogo
de libros cuya edición, venta, traducción y préstamo
prohibe la Iglesia como nocivos a la integridad de la
fe y de las costumbres, y que tos fieles —so pena de
excomunión— no pueden leer sin autorización regular,
ni guardar sin causa justa y razonable.
Desde su creación hasta nuestros días, más de 6
mil obras de los más variados temas y autores (sin que
(alte más de algún fraile o dignidad eclesiástica) han
ido configurando este vistosa mosaico que es el índice.
Según veremos, inicialmente un criterio demasiado estricto al respecto, infló (y desacreditó) desmesuradamente la lista. Las novelas y romances, por el sólo hecho
de serlo, y casi toda la literatura clásica pagana cayeron
en masa dentro del catálogo y, según anoto el Time
(29 de abril) en forma no del todo descabellado, en el
siglo XVÍir todo autor que se respetara aspiraba a inmortalizar su nombre en la célebre lista.
Durante los quince primeros siglos de su existencia,
la Iglesia, aunque ejerció cierto control de los escritos
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peligrosos, no se preocupó de confeccionar una lisLa de
la escasa literatura nociva que pudiera inquietar la conciencia de sus fieles. Pero en el siglo XVI, el impacto
de la explosión publicitaria provocado por la imprenta,
obügó a una vigilancia más estrecha. Asi, los doctores de
las universidades de Lovaina, Venecia y París esbozaron
entre los añas 1540 y 1551 las primeras listas de libros
prohibidos.
Sin embargo, el primer Indica oficial se debió a
la iniciativa y solicitud pastoral de Paulo IV en 1557.
Allí encontramos condenadus libros, autores y hasta 62
imprentas cuya producción debía ser considerada en bloque como sospechosa de herejía. Huelga decir que este
primer catálogo, en su afán inmoderado de olfatear herejes hasta en ios últimos rincones, los encontró incluso
en ios conventos y englobó en una común reprobación
obras del todo inofensivas o piíil ilaciones auténticamente católicas con los escritos impíos de los más irreductibles herejes.
Posteriormente, en 1562 el Concilio de Trenlo encomendó al mismo Paulo IV una refundición completa de
la legislación suhre libros prohibidos. Dos años más
tarde, la bula Dominici grugis promulgaba el nuevo Índice Tridctttino en vigencia hasta fines del siglo XIX.
Viejo de 300 años, debió ser rejuvenecido, reorganizado
y readaptado por León XIII (índice Leonino) en el ocaso
de 1900. Reeditado 31 veces, sus principios y normas
prevalecieron hasta nuestros días.
Son archisabidas las objeciones más corrientes con
que aún católicos inconsecuentes han fustigado y desconocido el derecho de la Iglesia, anejo a su divina misión,
de velar y proteger la pureza de la fe y de tas costumbres cristianas. En efeclo, estas "medidas estrechas, de
otra época, que entraban el progreso de la ciencia y sofocan la libertad de conciencia" si las desprendemos del
contorno histórico que las explica, nos parecen demasiado
chocantes e incomprensibles. El Santo Oficio, la Inquisición y el índice obedecen a medidas disciplinarias
coherentes con las necesidades pastorales concretas de
circunstancias históricas bien determinadas. El pueblo
cristiano no había alcanzado todavía el grado de madurez y de cultura requerido para la aplicación de una
pedagogía más adulta. El hecho mismo de las reformas,
adaptaciones y supresiones que estas instituciones han
ido experimentando de acuerdo a las mutables exigencias
de todos los tiempos, demuestran la fundamental buena
fe de la Iglesia que las inspira, a pesar de los inevitables
errores e injusticias que ella misma reconoce y deplora.
El Santo Oficio
La supresión del índice y el cambio de nombre del
Santo Oficio se encuadran en la reforma general de los
diversas organismos gubernamentales de la Curia Ramana. La reestructuración del Santo Oficio fue planteada
en forma dramática por el arzobispo de Colonia, cardenal
Frings, en el transcurso de la segunda sesión del Concilio Vaticano II. A su juicio, los métodos caducos de
este organismo simbolizaban el anacronismo de toda la
Curia Romana cuya reorganización se hacia cada vez
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más imperiosa. Sus formas judiciales c inapelables, pasadas de moda, no parecían alentar ese clima de confianza v libertad indispensables para el acercamiento y
el diálogo con lodos los hombres.
Inspirado en el espíritu de una Iglesia renovada y
tomando en cuenta las insinuaciones de numerosos Padres conci.iares, el Papa Paulo VI publicó en diciembre
del año pasada el "muLu proprio" Integran servitndae por
el cual cambió el nombre y renovó ei espíritu y la estructura del antiguo Santo Oficio.
El objeto y significado de ¡a flamante "Congregación
para la Doctrina de la Fe" están determinados en el primer párrafo del citado documento: "tutelar en el mundo
católico la doctrina sobre la fe y !as costumbres..."
pero — explica el card. Ottaviani Que preside la nueva
Congregación— sin el carácter inquisitorial y represivo
que caracterizaba a la anterior. Se mantiene la misma
tarca de vigilante protección, pero se le asigna una finalidad más positiva y pastoral moderando su añejo
rigor jurídico. Al respecto, la Constitución dogmática
Üci Verbum sobre la Revelación Divina señala el nuevo
clima propicio para conservar la fe: "se defiende mejor
la fe desalojando el temor (Juan IV, 18) y promoviendo
la doclrina".
Es luiva de la nueva Congregación promover esludios, discusiones y obras de cultura a propósüo de la
doctrina católica. Sus nuevas funciones, esencialmente
positivas, contrastan tavorablemcnle con las negativas
de antes. Ahora nadie podrá ser reprobado secreta, unilateral e inapelablemente. No parece ya pedagógico ni
cristiano esgrimir las censuras canónicas como granadas
de mano contra los contumaces o reincidentes. La discusión, el diálogo amistoso y abierto pondrán en evidencia las razones objetivas por las cuales la ortodoxia
de un autor es puesta en lela de juicio. Este a su vez
podrá descargar sus argumentos y defender sus puntos
de vista. La amonestación fraterna y un lapso prudente
para la enmienda precederá a cualquier medida extrema
en su contra.
Histórica deceso
Obviamente, siendo el índice parte integral de la
estructura del Santo Oficio, ]a reforma de éste debía
alcanzar también, mortalmente, a aquél. Durante más
de cuatro siglos había sido el Índice el instrumento de
cuninj] y protección contra los errores difundidos generosamente por l.i imprenta. Su el ¡vacia, discutida incluso
cuando era físicamente Factible un control suficiente de
l.i producción lituraria, n<] parecía justificar actualmente
su exigencia. Fuera de esto, las sorprendentes modalidades de la vida moderna ofrecían absurdos como éste:
e! leer, retener o prestar un libru prohibido era, hasta
hace poco, motivo de excomunión. En cambio, disfrutar
cómodamente instalado frente a un televisor de un drama de Sartre u otro autor condenado, no lo era, porque
el indiscreto aparatito y todos los pelos v señales que
pueda proyectarnos, no está contemplado en el vetusto
canon del derecho de la Iglesia . . .
Pur eso, más que .suprimido, el índice ha caducado y
perdido su eficacia y razón de ser.
Era entonces necesario upelar a nuevos criterios pastorales para preservar la integridad Ue la conciencia
cristiana de los peligros de una producción literaria incontrolable. Con este fin, la novel Congregación para la
Doctrina de la Fe promulgó a mediados de junio la Notificación que insertamos en el recuadro adjunto.
De acuerdo a las nuevas orientaciones, el Índice ha
perdido .su valor jurídico de ley eclesiástica. En adelante, por consiguiente, quedan sin valor las penas canónicas anexas a quienes editan, distribuyen, leen y retienen
libros incluidos en este ahora histórico calálofo. Es necesario, sin embargo, advertir que esto no significa que
la disposición pontificia haya hecho tabla rasa del índice
de libros prohibidos y que ahora cada cual puede leer
a destajo 1o frue encuentre a mano. La notificación ponlilicia sólo nos libera de lo pena canónica o excomunión
anexu a la lectura de este tipo de libros. Como lo señala sabiamente el propio documento, subsiste en píeno
vigor el dictado insubornahle de la ley natural (Índice
natural) que mis impone el deber de abstenemos de cualquier peligro para la integridad de nuestra conciencia
cristiana. La Iglesia confía en la madurez y responsabilidad personal de sus hijos I lectores, autores, editores,
educadores, etc.) más que en la eficacia de cualquier
aparato jurídico o coercitivo.
En la práctica, para orientar positivamente el criterio de los fieles un estas materias, las conferencias episcopales de cada país publicarán periódicamente listas de
libros desaconsejables, a la manera de la censura cinematográfica.
Creemos que esta apertura y sensibilidad de la Iglesia, sintonizada con la mentalidad del hombre moderna,
será la mejor garantía de la eficacia y del éxito de su
misión pastoral.
F. J. C.
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