"Comieron todos hasta quedar satisfechos” San Mateo 14,13-21: Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds Lectio Divina JEREMÍAS HABLA DE VERDADEROS Y FALSOS PROFETAS. Dado que todos debemos ser profetas verdaderos, puesto que todos pertenecemos a un pueblo profético, ¿cómo hemos de proceder para llegar a ser verdaderos profetas? No resulta fácil, en efecto, ser profetas verdaderos, entre otras cosas porque es preciso decir no las palabras que agradan, sino las palabras que salvan. Y las palabras que salvan pueden molestar, ser consideradas como anacrónicas o apocalípticas, inoportunas o exageradas u otras cosas, de suerte que, por lo general, son descalificadas en virtud de un mecanismo instintivo de defensa. El verdadero profeta es una persona libre, interiormente libre. Es una persona a la que no le preocupan las audiencias, sino la fidelidad a Dios. Es una persona que se construye a diario sobre Dios, que se compara de manera prioritaria con su Palabra y está preocupada por no traicionarla. El profeta -y todo cristiano lo es- se va construyendo lentamente, porque él mismo debe pasar de los condicionamientos de este mundo a la fidelidad a Dios. Debe realizar en sí mismo ese trabajoso camino que le lleva a ver las cosas con los ojos de Dios. Siempre «con gran temor y temblor», porque sabe que su manera de pensar puede sobreponerse o hacer de pantalla al modo de pensar de Dios. Con todo, Dios necesita un pueblo profético para hacer oír su Palabra en la historia siempre complicada de este mundo, atareado en perderse por senderos que no llevan a ninguna parte. ORACION ¡Cuántas palabras, Dios mío! Me quedo trastornado en medio de tanto rebote de voces que me alcanzan e intentan imponerse. A veces ni siquiera consigo distinguir las palabras llenas de significado de las que están vacías, envolturas aparentes de la nada. ¿Cómo reconocer las palabras que engendran vida y cómo distinguirlas con claridad de aquellas que la extinguen? Dentro de m í mismo, Señor, tu Palabra se me presenta como una entre tantas, y la confundo, y no capto su sonido y su eco profundo... ¿Qué palabras digo, entonces, Dios mío? Jirones de «cosas ya oídas». Y llego a sentirme sólo un repetidor de cosas que se dan por descontado, de frases hechas, según lo que esté de moda. Me detengo un momento, Señor: tú me hablas para que yo hable de ti. Tú te hiciste Palabra por nosotros y yo estoy llamado a hacerme palabra por los otros: no una palabra-conjuntode-sonidos, sino una palabra-vida, una palabra-persona, una palabra-entrega-de-sí-mismo. Que yo obtenga de ti el coraje de ser para mis hermanos, para mis hermanas, esa palabra que los alimenta, que sacia su deseo de verdad y de sentido.