“Aprendiendo a caminar juntos” Esto no es un cuento de pan y

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“Aprendiendo a caminar juntos”
Esto no es un cuento de pan y pimiento, sino un relato sencillo que narra las sensaciones de la maternidad y paternidad, en conjunción con la lactancia, desde los ojos de mi hija Alba (que ahora tiene 3 años).
“Después de 9 meses de arrullo oscuro y calentito decidí que ya era hora de explorar otros mundos. El camino hacia la luz no fue fácil; mi cabeza se quedó atascada al final de un túnel y sentí que algo me succionaba … pero el dolor pasó enseguida porque alguien llamada Granada me llevó con mami (ella me leyó el pensamiento...era lo que estaba deseando, y fue como mi ángel de la guarda en mi aventura al nuevo mundo), aún podía sentir mi barriguita unida a la cueva mientras los brazos de mami me arropaban y las manos de papi me acariciaban. Luego vino lo peor, porque yo pensé que ya no me separaría de ella, pero ahí fue donde me di cuenta de que el mundo exterior es contradictorio. Nos pasamos meses escuchando que una vez que saliera al exterior mamá y yo no nos separaríamos...pero debe ser que no hay consenso todavía en el mundo de enfermeras, y mamá y yo no nos volvimos a ver hasta dos horas más tarde. Yo lloraba y ella lloraba porque yo lloraba... qué pronto aprendes lo dura que puede ser la vida. Me llamaron Alba, porque, aunque nací al anochecer, para papá y mamá mi llegada fue un nuevo y especial amanecer en sus vidas. Y, después de esas dos horas de soledad, de repente un montón de ojos curiosos se asomaron para verme... echaba de menos mi cueva... tan calentita... tan tranquila... , pero mami tenía algo especial , algo que me haría sentir el calor de mi mundo anterior y el descubrir los sentidos en mi nuevo mundo; mi alimento. La verdad es que todo fue fácil al principio, la “teti” (que así la llamábamos) saciaba mi apetito y me ayudaba a estar más tranquila , aunque tengo que decir que nunca he sido una glotona. A mami le salieron unas pupas los primeros días, pero se ponía gotitas de su leche y lanolina y se curó muy pronto. Papi me cambiaba y me mecía cuando terminaba de comer y no podía dormir... no nos perdimos ni una competición nocturna de los Juegos Olímpicos del 2008… y eso ayudaba a mami a descansar. Éramos un gran equipo. Hasta los cuatro meses me mantuve más o menos gordita con la “teti”. ¡Claro que tuvimos nuestras crisis!; sé que los bebés somos muy cabezones y nos acogemos a eso que llaman demanda para poder comer a nuestro antojo, y entiendo que mami y papi, a veces, quisieran un manual de instrucciones independiente del libro de Carlos González... o un Carlos González al lado de la cunita... luego que si la crisis de los tres meses... ¡en fin!, aunque leímos mucho durante los nueve meses anteriores, la realidad siempre sorprende y lo más fiable era nuestro instinto y seguir conociéndonos, porque, como dice Serrat “Se hace camino al andar”. Al llegar al cuarto mes, eso que llaman la curva de percentil, empezó a descender. Y Paco, que es mi pediatra, tuvo mucha paciencia y agotamos tiempo, gramos y posibilidades hasta decidir que debíamos probar la lactancia mixta. Mami se hizo de un nuevo amiguito, del que tuve algo de celos, el sacaleches; pero pronto entendí que él nunca ocuparía mi lugar y que solo era una ayuda. De hecho, muchas veces mamá necesitaba pensar en mí para que le leche saliera más rápido. Como a mí me gustaba más la leche de mami, siempre intentábamos que si tomaba algún pipe (biberón), fuera de su leche. Y en las tomas que estaba desganada, el sacaleches actuaba por mí y así manteníamos el nivel; cuidando siempre mis necesidades del tipo de leche que no había tomado para compensarla en la toma siguiente. Pero no era fácil, porque “galapaguito” (que era como me llamaban entonces) no ponía demasiado peso. Así que Paco me previno que podía ser intolerante a la proteína de la leche de vaca... y así fue... empecé a
tomar leche especial de fórmula y mami dejó de comer muchos alimentos que contenían la proteína para seguir con la teti. Aquello empezó a funcionar, así que empezamos a encontrar un equilibrio nutricional en nuestras vidas. Yo intentaba tomar la leche de mami lo más posible, equilibrándola con alguna toma de fórmula para que mi barriguita no se descompusiera... y así fueron pasando los meses... no recuerdo en qué momento también empezó a afectarme la lactosa... ¡pobre mami!, ¡casi no podía comer de nada! y... ¡pobre papi!, que siempre apoyó a mami y ¡comía lo mismo!. Cuando llegamos a los seis meses, con la introducción de la alimentación complementaria seguí con la “teti” como primer plato, para que mami pudiera mantener su nivel de producción, porque ya os he dicho que nunca fui una glotona y no me llamaba la atención el alimento. Y así fuimos caminando juntos en cada etapa. Para mamá fue mucho más fácil mantener la lactancia a partir de los seis meses; incluso incorporándose al trabajo. Ya teníamos una cierta regularidad en las tomas fuertes, que eran la mañana, mediodía y noche, y si surgía un imprevisto fuera del horario de trabajo y tenía que marchar, la seguía su fiel amigo, el sacaleches. A ella le daba seguridad el hecho de saber que en cualquier momento podía calmarme la sed, el apetito o simplemente mimarme un poco en un viaje, en el coche, en la calle... pero llegó un momento que casi lo hacía más por ella que por mí. Siempre pensó que era otra forma de transmitirme lo mucho que me quiere. Yo sé que se ponía triste si yo no quería “kiki” (que así la llamaba cuando empecé a hablar) y que a los dos años y algunos meses, que fue cuando yo empecé a independizarme de la “teti” y a mamá tampoco le quedaba más remedio que dejarme con mi independencia por problemas hormonales, ella sintió que “galapaguito” ya empezaba a ser una niña, o como decía nuestro Paco: llegaba mi primera adolescencia...
Estas han sido mis aventuras y desventuras con la lactancia... y al fin y al cabo de mis primeros años de vida. Sin mami, sin su constancia, está claro que otro rumbo hubiera tomado, no sabemos si bueno o malo...sólo diferente.
Pero hay alguien que siempre permanece en la sombra de todo este puzzle de la lactancia, que es el soporte silencioso y paciente de un amalgama de sentimientos y sensaciones que la mamá sufre y que, en determinados momentos, pueden resultar locos para los ojos ajenos. Ese alguien del que una vez mamá dijo que era su cafeína cuando sus ojos se cerraban y la manzanilla que le calmaba el dolor, y que nunca ha dejado de creer en ella. Esa persona es mi papá.
Bueno, está claro que somos un pequeño “Tótem” : mamá, papá y Alba y que éste solo es un capítulo de nuestras vidas. Y, como terminan los buenos relatos... ”Colorín, colorado, este cuento se ha acabado”
Alba
Éste es mi pequeño homenaje , dentro de los avatares de la lactancia y maternidad, al padre de mi hija, a mi compañero silencioso de aventuras y desventuras, a mi amor. Como también dije una vez, sin él las hadas no existirían, aunque ahora debo rectificar: sin ellos, Alba y Antonio, las hadas no existirían.
Ana
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