El Seder Pascual. El hombre es un ser ritual. Vive de representar vivencialmente cada cosa que hace en relación con lo sagrado. Se anticipa el futuro, rememora el pasado y vive de él. Según la magnitud del acontecimiento así será lo vívido del recuerdo que se hace presente en su memorial. Cristo está viviendo la pascua con sus discípulos. Una copa de más, muy especial, en una mesa donde todos tienen su copa y su plato, que los exegetas no sabían cómo interpretar preside la celebración el cenáculo: La Kidush. Casel, Bouyer, no albergan dudas: están celebrando la pascua judía. “Alzaré la copa de la bendición”. Están todos los signos: el pan ácimo –el pan de la prisa que no da tiempo a fermentar porque hay que escapar de las garras del faraón-, las hierbas amargas –como amarga es la esclavitud-, las aroset –una pasta rojiza hecha de almendras y miel que recuerda el rojo de los ladrillos de Egipto- , el cordero, un huevo duro. Una noche de cantos y bendiciones a YHVH por los bienes que ha concedido a su pueblo y por la gracia de los acontecimientos purificadores que le han liberado. La tensión se masca en el ambiente. La sangre del cordero ha tintado los jambas de las puertas, todos tiene los lomos ceñidos listos para partir, comen abundantemente para tener reservas para el largo camino que van a iniciar. El evangelista obvia detenerse en detalles: todo judío lector entenderá de inmediato qué se está celebrando ahí. Si yo tuviera que contarle en una carta a un pariente cercano que he estado rezando el rosario toda la noche con unos amigos no le trascribiría una por una las oraciones que lo componen: resumiría diciendo “rezando el rosario”. Cristo sigue la pauta de un buen maestro de ceremonias, pero él sabe que esa Pascua no es una Pascua normal, es Su Pascua… porque él es el cordero que va a ser inmolado. Pero le bastan dos gestos para simbolizar el inmemorial renovado, siempre actualizado. Tuve la suerte de participar de joven en una pascua judía en Londres hace muchos años: aún recuerdo la tensión del padre de familia explicándole a los hijos que esa pascua era la misma que la pueblo hebreo en Egipto, y la misma que celebraron él y sus padres en los campos de la muerte… El día anterior al Sabbath de los Sabbath ya todo es agitación, trabajo, preparación. La madre ha dejado alguna pelusa por algún rincón (búsqueda de los hamed) para que luego el niño pequeño la encuentre con alegría y la puedan quemar, porque nada viejo puede haber en el hogar donde se va a celebrar la novedad radical: la irrupción del Mesías en la historia. No faltaba un detalle del ritual de Pesaj y todo era explicado profusamente: la pasta rojiza eran los ladrillos que amasaban nuestros padres cuando eran esclavos en Egipto; el huevo duro era el símbolo del pueblo que se endurece más cuanto mas lo hierven, cuanto más lo hacen sufrir; la amargura que experimentaron estaba representada en esas hierbas que él mojaba en vinagre y daba a morder a cada uno; el pan ácimo les tenía que recordar que siempre tienen que estar preparados para partir, porque es el pan de la esclavitud y en ella no se vive bien, no se puede estar para siempre; el vino es el signo gozoso de las uvas de la tierra prometida, su primer fruto a la vista de los exploradores de Josué. La puerta de la casa tiene que estar abierta y en la mesa un plato vacío porque en una noche como esa, del 14 de Nissan, con la luna llena, después de una noche en vela, la espera dará su fruto: llegará el Mesías. Se vive la tensión. Por eso, se narra la historia del pueblo (haggadá) y se canta, se da gracias a YHVH (hallaká). Se somete a los niños a preguntas, se les provoca, uno está preparado para hacer de necio y ser corregido: tiene que preguntar “¿por qué estáis celebrando esta pascua?” Y el padre le reprenderá severa y teatralmente: “si viene esta noche santa, a ti no te llevará el Mesías porque te has excluido”. Cuando se habla del Egipto de cada familia se tapa el vino, cuando se habla del Canaán de cada familia se tapa el pan… Se canta, se baila entorno a la mesa. Es la fiesta de las fiestas. Jesús es un judío cumplidor. Ese momento en el que la eternidad de la shekiná -presencia gloriosa de Dios- penetra en la vida cotidiana, contamina de eternidad lo profano, lo hace liturgia de santidad. Dios en la tierra. Eso es pesaj. Cristo está celebrando los ritos de su pueblo con sus discípulos, como con 12 años va a al templo, como cumple los votos, según Juan nos dice en su evangelio. Quiere mostrarles una tierra nueva, ha visto que la Ley no ha salvado a su pueblo –pues era Vida- sino que la ha pervertido en favor de una autojustificación hipócrita. Sigue en la esclavitud, ya no del faraón, sino de una Ley externa. Él viene a traer una forma de liberación, distinta de la Moisés: el es el Mesías que con su paso lleva a su pueblo de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. Por eso Él es la plenitud de los signos que simbolizaban el descenso de Dios a la historia, la presencia de su gloria – Él es la shekiná-. En Él se reasumen todas las cosas: Él –su cuerpo- es el ácimo de la prisa del hombre por salir de la muerte, Él se come la amargura de la hiel y el vinagre, él es el vino de la nueva alianza, la nueva tierra prometida, él es la Pascua viva. Por eso es fácil hacer la transición que realiza la pascua en cada eucaristía. “Este es mi cuerpo, esta es mi sangre”. YO soy el que Soy o seré se transforma en el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, es el que ES. Ya no se trata de un pasaje en el devenir de la historia, o una iniciación ritual simbólica, de una liberación social o política, es la carne convertida en un pan y un pan que da vida, unas uvas que son vino pero que ya es fuente perenne de vida eterna. Lo que se come y se bebe se hace Uno con el cuerpo que lo recibe. El paso de Yhvh por Egipto ya no es un paso: se ha quedado entre nosotros.