En la Argentina que crece, los indios se mueren

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En la Argentina que crece, los indios se mueren de hambre
Pese a las “tasas chinas”, al récord de ventas de cero kilómetro, a las exportaciones,
al boom turístico, en el norte argentino, en la provincia de Salta, los niños de
comunidades aborígenes se mueren de desnutrición o, lo que es lo mismo, de
hambre. PERFIL recorrió las zonas más golpeadas por la miseria y la discriminación.
Compatriotas que no son escuchados. Funcionarios que atribuyen las denuncias a
“operaciones mediáticas”. Y las increíbles internas entre jurisdicciones que bloquean
la inauguración de un hospital ya construido, imprescindible para combatir este
flagelo.
Por Robustiano Pinedo Diario Perfil, Edición Impresa 19 de Febrero
La tumba de Marlen Ubaldina, una de las víctimas de la desnutrición, que murió con seis
meses de edad en Tartagal.
El cacique de la etnia guaraní apretó fuerte los ojos. La cara se le llenó de surcos y de arrugas.
Inclinó un poco su cabeza y largó un llanto mudo. “Hace años vengo luchando y seguiré
haciéndolo, pero todavía tengo que pedir que nos reconozcan como argentinos”, dijo. Mario Fiorito,
cacique de la comunidad de Villa Rallé, al costado de la Ruta Nacional 34, en la localidad de
Pichanal, llora cuando habla del hambre. Fiorito es la voz de una de las cientos de comunidades
aborígenes del chaco salteño, en donde más se palpa la crisis alimenticia que sufre la provincia. En
lo que va del año, nueve chicos menores de tres años perdieron la vida en Salta por causas
asociadas a la desnutrición. PERFIL recorrió algunas de las zonas más críticas de esta realidad
dolorosa.
Según el gobernador, Juan Manuel Urtubey “son más de 100 mil los niños que se encuentran bajo
control de los planes nutricionales del Gobierno: Plan Alimentario Nutricional, Nutrivida,
Nutrivínculo y Tarjeta Social”. Al reflejar los medios las primeras muertes, el joven mandatario
justicialista había argumentado que todo se trataba de una “operación mediática”, pero días
después montó un operativo sanitario con más de cien agentes en las regiones más afectadas.
También dispuso el traslado, dos veces en una semana, de su gabinete a la ciudad de Tartagal, de
donde eran oriundos cuatro de los niños muertos. El ex director del hospital de esa localidad,
Rubén Tapia, les dijo a medios locales que en Tartagal no hubo, “en lo que va del año,
fallecimiento por desnutrición, pero sí por deshidratación”. Tres días después renunció a su cargo.
Consultado, el director del Centro Nacional de Investigaciones Nutricionales y ex ministro de Salud
durante la gobernación de Juan Carlos Romero, Carlos Ubeira, opinó que “la deshidratación está
vinculada a la desnutrición”. Según Ubeira, “si querés tapar los índices de desnutrición, lo mejor es
decir que murieron por deshidratación”. Tres de los cuatro gerentes de los hospitales más
importantes de la zona confirmaron a PERFIL que “hay desnutrición” y marcaron “carencias en el
sistema de atención primario de la Provincia”. Según Julio Moreno, el director del hospital de Orán,
la segunda ciudad más poblada de Salta, “el 5% de los chicos internados tiene problemas de
desnutrición”.
Esta semana arribaron dos pediatras, dos nutricionistas y un licenciado en enfermería provenientes
del Hospital Garrahan de Buenos Aires y se entregaron mercaderías en comedores a los que
asisten más de 1.700 niños de entre 2 y 5 años. Como ejemplo, el hospital de Morillo, en el
departamento de Rivadavia Banda Norte, tiene un área de cobertura de 12.500 kilómetros
cuadrados. Sus seis médicos y 26 enfermeros asisten a una población de más de 10 mil
habitantes.
Pichanal desnudó la trama. La muerte de la aborigen wichi Teresa Ortiz, de 40 años, oriunda de
la localidad de Dragones, encendió en diciembre la primera alarma. El acta de defunción hablaba
de “paro cardio-respiratorio por desnutrición”. Semanas más tarde se supo que en una de las
localidades más pobres de Salta, como es Pichanal, en el departamento de Orán, a 255 kilómetros
de la capital salteña, se habían atendido cuarenta casos de desnutrición en enero de este año. Es
época de lluvias. A unos kilómetros de Pichanal, el río Bermejo corre cargado y marrón: “Viene de
banda a banda”. Ya pasaron las flores de los lapachos y los palos borrachos y llegó la temporada
de mosquitos. Las temperaturas pueden superar los 50 grados y los caminos se cortan por las
lluvias. Así es el chaco salteño.
La gerenta del hospital de Pichanal, Judith Toro Torres contó que “de los cuarenta casos, sólo dos
chicos tuvieron que ser internados”. Sin embargo, el cacique guaraní, Mario Fiorito, cuya
comunidad está formada por 480 familias, y el gerente del hospital de Orán, Julio Moreno,
confirmaron que hay “al menos cinco internaciones de menores de Pichanal”.
María Camacho tiene un chico desnutrido de 15 meses. “Me preocupé porque veía que no
engordaba”, dice. Vive en Villa Rallé, a unos metros de la Ruta Nacional 34. El barrio no tiene
cloacas. Las instalaciones de agua y luz son caseras. Las casas tienen piso de tierra, paredes de
madera y lona. El barro cubre las calles en esta época del año. La comunidad, además, está
asentada sobre un gasoducto. Camacho, que tiene nueve hijos, es una de las miles de mujeres
salteñas que recibe 50 pesos mensuales en tickets de alimentos. El “ticket”, como le dicen, indica
que en esa familia hay un chico con bajo peso. Su marido trabaja en una finca en la localidad
vecina de Embarcación, en donde cobra 40 pesos por día. “Desde que nació que tenía problemas,
por eso voy todos los jueves a la salita de primeros auxilios”. Ahí, una vez por mes le entregan un
kilo de leche en polvo.
El llanto del cacique. Un camión del Ministerio de Salud de la Nación, equipado con consultorios,
remedios y profesionales, estuvo dos días recibiendo gente en Villa Rallé. Aunque no cuentan con
pediatra, los cuatro psicólogos, dos médicos clínicos y dos enfermeros pesaron y registraron a
todos los que se acercaron. “Pichanal, con casi 30 mil habitantes, tiene un sólo psicólogo”, contó
uno de ellos. Según explicaron, “hay mucha demanda de las madres y nosotros tratamos de
enseñarles cuales son sus derechos y los de su hijo”. Los profesionales se negaron a informar el
número de niños con bajo peso que habían registrado: “Eso pedíselo al ministerio”. El cacique
Fiorito se acercó a controlar la tarea de los médicos. A sus 70 años, dice que es la “primera vez”
que ve “tanto dotor junto”. Fiorito dice que hay seis chicos internados por desnutrición que
pertenecen a su comunidad. “Las madres en esta época se van a sembrar tomates y los chicos
quedan abandonados. Siempre pedimos una guardería, pero no tuvimos suerte”, cuenta. Según
Fiorito, “en Villa Rallé viven hasta siete familias por lote”. Una empresa que transporta gas está
construyendo el Barrio Nueva Jerusalén para mudar a los vecinos que están instalados sobre un
gasoducto. “El problema es que somos 480 familias y van a hacer 400 casas y eso que nosotros
les entregamos nuestros terrenos”. Mientras recordaba la historia de su comunidad y los
carnavales de antaño en donde se lucía como bailarín de Pin Pin, el cacique se quiebra. “Seguimos
esperando que nos reconozcan como argentinos”, dijo.
Seis médicos, 10 mil personas. El pueblo de Coronel Juan Sola, en el departamento de
Rivadavia Banda Norte, queda a casi 400 kilómetros de Salta capital. Está sobre la Ruta Nacional
81, asfaltada hace tan sólo tres años, que une Salta con Formosa. La población, en su mayoría es
de la etnia wichi. Este año tres chicos de ahí perdieron la vida a causa de la desnutrición y dos
chiquitos se encuentraban en la terapia intensiva del hospital de Orán hasta el cierre de esta
edición.
Morillo, como le dicen al pueblo por el nombre que tenía la estación de un tren que no pasa hace
más de 25 años, está en el corazón del chaco salteño.
En el monte chato donde todavía reinan unos solitarios quebrachos viven 19 comunidades
aborígenes. El hospital de Morillo tiene un área de cobertura de 12.500 kilómetros cuadrados. Bajo
su cargo está el centro de salud de la localidad vecina de Los Blancos, donde hace dos años se
registraron gran cantidad de casos de dengue, y seis puestos sanitarios. Las 118 personas del
hospital, de los cuales seis son médicos y 26 enfermeros, asisten a una población de más de 10
mil habitantes. Tienen dos motos para recorrer los puestos y cuatro ambulancias, de las cuales dos
están en reparación.
La gerenta, Fernanda Siuffi, estima que desde enero hasta la fecha llevan atendidos más de 150
niños con algún tipo de déficit nutricional. “La diarrea es la patología que se espera en esta época
del año. Es normal. Pero hoy atendí cuatro casos de diarrea y ninguno estaba desnutrido”, dice. A
pesar de eso, la doctora reconoce que “hay una emergencia” y ve con buenos ojos la próxima
llegada del operativo que montó la provincia con más de cien agentes sanitarios. “Viene muy bien
este plan porque las áreas operativas quedan chicas para la cantidad de habitantes”, remarca.
María Nélida Paz, aborigen wichi de la misión La Cortada, vive en Morillo y ve caer la lluvia desde
el piso de una galería. Tiene 10 hijos y cobra el plan nacional que se les da a las madres con más
de siete chicos. Su hija de 18 años, Griselda Albornoz, tiene una beba de un año con desnutrición.
Es su segundo bebé. “Está enfermita hace seis meses y pesa 7,4 kilos desde entonces”, cuenta a
PERFIL. Griselda no recibe el “ticket” de 50 pesos. “Es difícil sacar turno. Hay días que dan diez
números por médico. Recién cuando se está muriendo te atienden”, explica María Nélida.
Al cacique de la misión La Cortada, Hugo Jaime, le gustaría saber cuál es la causa de la diarrea.
“Sabemos que les agarra diarrea y se mueren, pero no sabemos por qué y nadie nos sabe decir si
es el agua o qué”, relata al cubierto de la lluvia en la cocinita que montó con cuatro postes y una
lona. Dos perros flacos se acurrucan al lado de un fuego que calienta una pava negra. “Derivan
muy tarde, ya a última hora”, explica. Jaime piensa que “ayudaría mucho tener un auxiliar bilingüe
en el hospital” para que ayude a interpretar a los médicos lo que sienten los aborígenes. “Es bien
difícil el castellano para nuestras mujeres. Será por timidez o porque les cuesta ¿Qué será?”
“Estamos olvidados.” Cuatro de los nueve chicos muertos por desnutrición en Salta eran de
Tartagal. PERFIL estuvo en la comunidad wichi Lapacho 2, a unos pocos kilómetros del pueblo. Su
cacique, Alejandra Morales, está dirigiendo una obra que le dará agua a la misión después de tres
meses. “La Municipalidad puso la manguera y nosotros hacemos los pozos”, dice. El operativo
provincial que dispone de cien agentes sanitarios pasó cerca de Lapacho 2, pero no llegó. “Están
repartiendo sales hidratantes pero nadie sabe cómo usarlas”, dice. Para Morales “el hospital queda
lejos y es muy difícil conseguir turno”. Por eso pide que “un pediatra, un ginecólogo y un médico
clínico se instalen en la salita de primeros auxilios que tenemos acá”.
A unos metros de ahí existe un hospital nuevo construido por la Fundación Madres de Plaza de
Mayo, que fue terminado hace un año, pero que por una disputa entre la provincia y el municipio
sigue sin estrenarse. “Encima el año pasado el agente sanitario no apareció por cuatro meses”,
cuenta Morales. El maestro auxiliar bilingüe de la comunidad, Manuel Pereyra, denuncia que “a los
aborígenes no les hacen estudios, les dan una aspirina o inyección y los mandan derecho a la
casa”. Según Pereyra será fundamental implementar un auxiliar bilingüe.
La joven Paula Marlen Díaz es la madre de una de las chiquitas muertas por desnutrición. Salió de
una toldería sin paredes y se perdió rápido entre un grupo de mujeres wichis que estaban sentadas
en ronda. “No habla bien el castellano”, explica su tío Marcelino Pérez, que es agente sanitario en
otra comunidad aborigen de la zona. Según Pérez, a la beba de seis meses “le dieron paracetamol
y jarabe para la tos. Después le dijeron que se podía ir sin hacerle ningún estudio y al otro día se
murió”. La cacique Morales apuntó que “en el hospital las enfermeras se tapan la nariz cuando
atienden a un aborigen”. Pérez afirma que es cierto y agrega que “los wichis no se pueden
defender porque no tienen educación”. Pérez hace una pausa y después concluye: “Nos tienen
olvidados y no quieren que podamos aprender por nuestra cuenta”.
Caciques preocupados. El martes pasado, el presidente del Instituto Provincial de Pueblos
Indígenas de Salta (Ippis) Indalecio Calermo, se juntó con Urtubey y le reclamó “la incorporación de
enfermeras aborígenes en los hospitales; aumentar el suministro de medicamentos ambulatorios;
otorgar al Ippis la distribución de un cupo de viviendas y la construcción de un espacio adecuado
para el desarrollo y comercialización de artesanías”.
El dirigente wichi había intentado ver a Urtubey en Tartagal el día que el mandatario convocó de
urgencia allí a todo su Gabinete, pero el personal de seguridad y de ceremonial le impidió el
ingreso al recinto donde se encontraban los funcionarios. Calermo dice sentirse “totalmente
discriminado; no me permiten el ingreso a esa reunión donde se están tratando temas relacionados
con los aborígenes simplemente porque soy indio”.
Calermo lleva más de treinta años en el Ippis y fue reelecto en diciembre, en medio de denuncias
de “irregularidades” por parte de su principal contrincante, Pablo Solís. Los caciques de las
comunidades de Villa Rallé, en Pichanal; La Cortada, en Morillo y Lapacho II, en Tartagal
coincidieron en criticar a Calermo. “No consulta a los demás caciques y decide sólo con el
gobernador”, dice Alejandra Morales, la cacique wichi de Lapacho II. En la misma línea, Mario
Fiorito critica que “Calermo todavía no pasó a ver que estaba pasando con los chicos desnutridos”.
Por Robustiano Pinedo Diario Perfil, Edición Impresa 19 de Febrero
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