odnatilim Convención Nacional Democrática, Aguascalientes de Guadalupe Tepeyac, Chiapas, agosto de 1994 RICARDO DENEKE Las huelgas de 1958-55 9: una confrontación de clase esalc Edmundo Jardón Arzate Selva Lacandona, Chiapas, 1994 JULIO CANDELARIA 36 militando 37 La historia de los ferrocarriles en México no se resume, aunque sí es un presagio, en aquella concesión de la última etapa de Antonio López de Santa Anna en el poder, consistente en la construcción de un “camino de fierro” que cruzaría el Istmo de Tehuantepec —comunicando el litoral del Golfo de México con el del Pacífico—, bajo el control del ejército de los Estados Unidos de América, cuyas tropas tendrían en todo el tiempo el derecho de transitar la zona. Presagio porque ese “camino de fierro” está dentro de los proyectos de modernización englobados en el Plan Puebla-Panamá que, de materializarse, no sólo partirá a nuestra República en dos, sino que dejará del otro lado —junto con Centroamérica— a un apreciable número de etnias, al Ejército Zapatista de Liberación Nacional o a sus sucesores y, por supuesto, a codiciadas riquezas naturales, como los hidrocarburos, las selvas tropicales, las corrientes fluviales y sus potenciales energéticos, el uranio, etcétera. Los ferrocarriles sirven para transportar mercancías y personas; para abatir la economía de autoconsumo y estimular la economía mercantil; para ir del mercado local al regional y de ahí al nacional; para impulsar la producción manufacturera y ampliarla y para incrementar y diversificar el consumo de bienes o servicios. La construcción y el funcionamiento de los ferrocarriles representaban, al entrar el siglo XX, la generación de la mitad del ingreso per capita de los mexicanos. A todo esto hay que añadir un elemento sin el que todo lo anterior carecería de sentido: los trabajadores. Si de los ferrocarriles hablamos, hablemos de los trabajadores ferrocarrileros. Como otros de su clase —de la hoy desaparecida del lenguaje cotidiano y político-sociológico y filosófico, clase trabajadora, obrera o proletaria—, los ferrocarrileros mexicanos se organizaron en sociedades mutualistas cuya finalidad principal era ahorrar colectivamente para auxiliar individualmente al socio que lo requiriese en casos de enfermedad. Pero la relación originada en el trabajo común conduce a algo más que a la solidaridad elemental; lleva a la identificación de problemas no individuales, sino colectivos, comunes, originados por lo que el patrón, el empresario, el dueño, impone como reglas laborales sin tomar en cuenta a los trabajadores, que son quienes tienen que acatarlas hasta que descubren la trampa y deciden luchar para salirse de ella. Así, se dieron las tempranas huelgas de los ferrocarrileros de la estación de Toluca en 1877 contra los capataces yanquis y la de los rieleros del Ferrocarril Central a los que se obligaba a trabajar después de la hora convenida. Los trabajadores lo entendieron bien: a nuevas condiciones, nuevas organizaciones. De las mutualidades se pasó a las uniones y a los círculos y esa entonces llamada “plebe intelectual” esparció peligrosas ideas contra Porfirio Díaz y sus “científicos”, calificando al régimen de “extranjerismo desmesurado”. El 26 de mayo de 1911 por la noche, acompañado del presidente del Ferrocarril Mexicano, Porfirio Díaz subió al “carro pullman” del tren que los transportó al puerto de Veracruz para abandonar el país. A partir de ese momento, no sería uno, sino muchos quienes viajarían en tren: “los de abajo”, los de “la bola”, “los revoltosos”, “los pelados”, “la plebe”, “los gañanes”, “los payos”, “la indiada”, sin la compañía de ningún presidente de ninguna empresa ferrocarrilera. Y hasta vendría a haberlos quienes dejaron de ser rieleros y decidieron hacer el viaje cono revolucionarios. El más renombrado de entre ellos, el por muchos motivos temible Rodolfo Fierro. Las concesiones a las empresas estadounidenses para que construyesen, manejasen y explotasen los ferrocarriles dejaron secuelas inesperadas. Los ferrocarrileros recibieron la influencia directa de los gringos en dos sentidos: Por un lado estaba la acentuada discriminación en los salarios, en el otorgamiento de viviendas y en los servicios médicos; muy por encima en favor de los extranjeros de los que por esos y otros conceptos se otorgaba a los mexicanos. O, mejor dicho, no les otorgaban porque, aparte de los salarios hasta diez veces inferiores a los percibidos por los extranjeros y del disfrute que tenían ellos de los cargos de mayor responsabilidad administrativa, de manejo de equipos complicados y de conocimientos y responsabilidades tecnológicas, los mexicanos eran relegados al desempeño de labores secundarias, carecían de cualquier prestación. Eso fue un aporte a la actitud en un principio de odnatilim antiextranjerismo, luego de antiyanquismo y, en el extremo, entre quienes recogieron una porción del anarquismo floresmagonista y le adicionaron los elementos de que disponían de socialismo, a una posición antiimperialista. El otro lado fue el reverso de la medalla. Entre los trabajadores gringos había quienes en su país pertenecían a organizaciones sindicales y, aún más, quienes militaban políticamente en el socialismo estadounidense que, influido por las ideas de Marx y Engels, llegó a tener importancia a fines del siglo XIX y principios del XX. De ellos los trabajadores ferrocarrileros mexicanos aprendieron las formas de organización, de agrupamiento, que iban más allá de las mutualidades. En 1912 se creó la Confederación Obrera de Mecánicos; en 1913, la Unión de Conductores, Maquinistas, Garroteros y Fogoneros. Poco más adelante la Confederación de Gremios Mexicanos, un avance hacia la desaparición de los agrupamientos por gremios, tendencia que se reforzó en la década de los 20, a raíz de la huelga de 1926-27, encabezada por Hernán Laborde, quien logró la incorporación de los rieleros del Ferrocarril del Sudpacífico a esa huelga y a la Confederación de Transportes y Comunicaciones. Detenido en Altamira, Tamaulipas, Laborde fue traído a la prisión de Santiago Tlatelolco como paso previo a la aplicación de la "ley fuga" contra él. Pero se declaró en huelga de hambre, lo que suscitó el reforzamiento de las movilizaciones populares e intervenciones de Adalberto Tejeda, Lázaro Cárdenas, Heriberto Jara y Francisco J. Múgica ante Emilio Portes Gil, intervenciones que sirvieron para que éste convenciera al presidente Plutarco Elías Calles para que renunciara al turbio plan de matar a Laborde. Una vez libre, el mismo año de 1928, Laborde ganó la diputación federal por el distrito de Jalapa, Veracruz, postulado y apoyado por el Partido Ferrocarrilero Unitario y por una fracción del Partido Laborista. Después, sería desaforado por haber mostrado desde la tribuna de la Cámara la bandera que César Augusto Sandino envió con un mensaje escrito en la misma exaltando al Partido Comunista, y porque se opuso a la visita a México del entonces presidente electo de Estados Unidos de América, Herbert Hoover. En 1933, los ferrocarrileros constituían el estamento más numeroso entre los de carácter industrial de toda la República y su radio de influencia se dejaba sentir en todo el movimiento obrero. Entre 1932 y 1933, se celebró el IV Congreso Nacional Ferrocarrilero, y en febrero de ese último año se fundó el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana que tuvo como secretario general a Elías Terán Gómez, un comunista. Luego, el primer acto de nacionalización en gran escala y en el área industrial realizado por el gobierno de Lázaro Cárdenas fue el de la nacionalización de todas las líneas ferroviarias existentes en el país en 1937, encomendando la administración de las mismas a Margarito Ramírez, el maquinista que ayudó a escapar a Álvaro Obregón, disfrazado de fogonero, de la Ciudad de México, cuando los carrancistas se le venían encima en 1920. Con la creación del sindicato ferroviario, las tendencias socialistas proliferaron causando alarma en los centros del poder económico y político de Estados Unidos y en los que tenían como capitán indiscutible en lo político a Plutarco Elías Calles, y en lo económico al “grupo Monterrey”, con los Garza Sada, los Elizondo, los Lagüera, los Salinas, los Prieto, etcétera. Y, en estante aparte, a los concesionarios anglo-holandeses-estadounidenses del petróleo y a los accionistas de los fundos mineros. Pero los tiempos cambiaron con la decisión de Lázaro Cárdenas de nombrar como su sucesor a Manuel Ávila Camacho y el giro a la derecha llegó al extremo cuando, en 1948, el gobierno de Miguel Alemán decidió deshacerse de los dirigentes nacionales del sindicato ferroviario, que habían promovido diversas acciones apoyando a los sectores populares que luchaban contra la carestía de la vida. Arbitrariamente, y con la intervención de contingentes policíacos, fueron expulsados de sus oficinas sindicales en la Avenida Hidalgo 59 de la Ciudad de México, Rogelio Flores Zaragoza y Emilio Pineda, así como decenas de dirigentes en todas las secciones del país. Jesús Díaz de León, dueño de un rancho de cría de caballos de raza, de donde le venía el apodo de “el charro”, queda al frente de la secretaría general, sujeto a la “asesoría” de Alfredo Navarrete, un 38 militando instrumento de la presidencia de la República que, en tiempos de Cárdenas, fue uno de los que encabezaron las luchas contra los empresarios y contra Calles. Ese año de 1948 todavía no se creaba el Partido Obrero Campesino Mexicano (POCM), pero su núcleo representativo ya existía integrado por Hernán Laborde, Miguel Ángel Velasco, Valentín Campa, Consuelo Uranga, Máximo Correa, Pedro Reséndiz, Juan Gallardo, Francisco Sánchez, Guadalupe López, Vicente Ojeda, Ricardo Guerra, Miguel Miriedas, Luciano Cedillo, Francisco Leal Zamora, Rogelio Flores Zaragoza, Emilio Pineda, Amós Salinas, Manuel Martínez, Luis Chávez Orozco, Alberto Bremaunz, Demetrio La Realidad, Chiapas, octubre de 1995 39 Vallejo y el autor de estas líneas, todos ellos miembros del Comité Central de Acción Socialista Unificada. Mientras tanto, el régimen alemanista reformó el artículo 27 Constitucional, ampliando los límites de la “pequeña propiedad” para encubrir latifundios y creando el “amparo agrario” para que los latifundistas tuvieran más armas legales para evitar ser afectados. Fue una contrarreforma agraria que luego sería imitada y llevada a su clímax con las nuevas “reformas” constitucionales impuestas por el señor Salinas de Gortari. Lombardo Toledano, Enrique Ramírez y Ramírez, Rafael Carrillo, Luis Torres, al lado de Dionisio Encinas, Jorge Fernández Anaya, Carlos Sánchez Cárdenas y Fernando Granados Cortés (los cuatro últimos del Partido Comunista), asumieron la defensa de esos actos del gobierno de Miguel Alemán, aduciendo que se creaban nuevas condiciones legales para impulsar la reforma agraria y que interrumpir la producción de cualquiera de las ramas de la industria petrolera equivalía a ayudar a desbrozar el camino para el retorno de las empresas imperialistas. Las reformas al artículo 27 pronto presionaron y en todas direcciones a la economía nacional. La imposición de Fernando Amilpa en la Secretaría General de la CTM, condujo a la separación del sindicato ferrocarrilero de esa central y a la creación de la Central Única de Trabajadores (CUT). La intervención del ejército contra los petroleros en Azcapozalco presentó como “normal” —con los medios periodísticos justificando el suceso— el “charrazo” del 24 de octubre de 1948, con militares disfrazados de civiles y con decenas de auténticos agentes policíacos. La ofensiva contra los “conspiradores comunisYURIRIA PANTOJA MILLÁN tas” iba en serio. Se trataba de expulsarlos de todos los sindicatos y de todas las centrales de trabajadores, ferrocarrileros por delante. Y siguieron mineros, petroleros, telefonistas, electricistas, azucareros, etcétera, quedando pequeños núcleos en la industria hulera, ya fundado el Partido Obrero-Campesino; en la de textiles del DF y en Veracruz junto a los estibadores incorporados al recién fundado Partido Popular, el de “nuevo tipo” anunciado por Lombardo, cuya organización quedó a cargo de cuadros del Partido Comunista que nunca retornaron al grupo dirigido por Encinas, lo mismo que los del odnatilim noroeste de la República en los estados de Nayareconsideración entre los maestros de las escuerit y Sonora, con notable ascendiente entre peolas primarias y secundarias, militantes del PCM, nes agrícolas y cañeros. De pilón, apenas en de los planteamientos de Lombardo avalados por proceso de formación el partido de “nuevo tipo”, la dirección encabezada por Dionisio Encinas. Lombardo fue expulsado de la CTM y, aunque Con Othón Salazar como su líder, poco a poco se nunca se oficializó, del PRI. Tenía que rectificar fue gestando en el magisterio un movimiento en y aceptar, como siempre a regañadientes, algún demanda de mejores salarios y una inevitable entendimiento con los comunistas. No con los del confrontación con los líderes oficiales. Partido Comunista que lo seguían, sino con los El “tortuguismo” comunistas de Acción Socialista Unificada — cuando la Mesa Redonda de Marxistas— y, en 1949, del Partido Obrero-Campesino. Lo hizo Y entre los ferrocarrileros las cosas también se tangencialmente. Fue a la prisión de Lecumberri iban moviendo, cambiando. En el auge de la consa visitar a Luis Gómez Z., —secretario general trucción de vías férreas, durante la dictadura de de la CUT, cuyo sindicato más importante era el Porfirio Díaz, se expidió un reglamento destinado de los ferrocarrileros, y contra el que se centraba la ofensiva gubernamental— preso junto con Valentín Campa. Tangencialmente, pues, la visita a Gómez Z. fue entendida por quienes tenían como secretario general a Hernán Laborde, como una propuesta de alianza opuesta a los ya para entonces conocidos como “líderes charros”, por la generalización del apodo de Jesús Díaz de León, conservado por el sistema como secretario general ferrocarrilero. Siguieron seis años de Selva Lacandona, Chiapas, insurgentes zapatistas, 1994 CECILIA CANDELARIA “charrismo”, de dóciles y bien retribuidos dirigentes sindicales que se apresuraron a “cerrar filas” en a regular los desplazamientos de los trenes en apoyo al gobierno de Adolfo Ruiz Cortines. camino, según fuesen de pasajeros o de carga e, Pero otros fenómenos se iban gestando. La igualmente, para su manejo en los patios adjuntos dura experiencia de los mineros de Nueva Rosita, a las estaciones más importantes de la red, mismas Cloete y Barroterán, todavía en la etapa de que aumentaron en la medida en que el medio de Miguel Alemán; la liberación de Gómez Z. a un transporte más avanzado de la época adquiría preaño de su encarcelamiento; la prolongación del ponderancia en la vida económica del país. En ese proceso y de la privación de la libertad de reglamento se disponía que los desplazamientos Valentín Campa, junto con el encarcelamiento de las locomotoras de camino o de patio, así como de Carlos Sánchez Cárdenas, del POCM, y de los convoyes o trenes, no debían rebasar la velociMario Rivera, del PCM, tras la agresión militardad de 10 kilómetros por hora dentro de las áreas policíaca del 1 de mayo de 1952, condujeron a la de los patios. 40 militando 41 Nadie se acordaba de ese reglamento y en la práctica, las mejores técnicas tanto en carros de pasajeros y de carga, lo mismo que en las locomotoras, condujeron a acelerar el manejo del equipo, tal vez desde que el pueblo en armas se percató de la utilidad de los ferrocarriles. Nadie, no. En las reuniones de activistas y dirigentes del POCM, Luciano Cedillo, trenista de Torreón, mostró un ejemplar del reglamento y, puesto que seguía estando en vigor, lo único que había que hacer era respetarlo tal cual como un arma de lucha que por delante planteaba un aumento en los salarios, pero que tenía como objetivos principales probar el grado de aceptación que se tenía entre todos los trabajadores del gremio, o, visto desde otro ángulo, el desgaste de los dirigentes “charros”. Fue el “tortuguismo”. Simultáneamente, en Monterrey y en Torreón, los trabajadores de patio, peones de vía, guardacruceros, garroteros, maquinistas, comenzaron a seguir el reglamento. Y en una hora, los patios estaban congestionados no sólo por la inmovilidad de locomotoras y convoyes, sino porque los tapones impidieron la entrada y salida de trenes de pasajeros y de carga. A esas plazas se incorporaron en las siguientes horas las estaciones de México, Querétaro, Morelia, Guadalajara, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, etc. En 24 horas todo el sistema ferroviario del país estaba paralizado, sin que en las gerencias, ni en el sindicato, ni en la Secretaría del Trabajo, ni en la presidencia de la República se supiera qué hacer. Menos todavía desde que se hizo saber al encargado del poder ejecutivo federal que los “agitadores”, soliviantaron a los trabajadores usando un reglamento de la época de Porfirio Díaz. Los informes del espionaje policíaco no servían para entender el porqué de esa sorpresiva y generalizada paralización. Los ferrocarrileros quedaron incluidos entre los millones de trabajadores que recibieron un aumento de 10 por ciento en sus salarios, al que accedieron empresarios y gobernantes que, aunque no compensaba la depreciación de los sueldos reales originada por la inflación particularmente aguda en los precios de los artículos alimenticios populares, se esperaba sirviera para menguar el efecto de la devaluación monetaria. Tras la devaluación y los estira y afloja en los meses de mayo, junio y julio, el secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos, tuvo que vérselas con una inconformidad que amenazaba con romper el control ejercido sobre los trabajadores urbanos y rurales pues, con todo y el mismo, hubo 32 mil emplazamientos a huelga en todo el país, aunque nada más estallaron 160, los de mayor trascendencia en las industrias textil y cinematográfica y, en el área rural, superando las objeciones de Lombardo Toledano, trabajadores de la Unión General de Obreros y Campesinos, dirigida por Jacinto López y Lázaro Rubio Félix, afín al Partido Popular, ocuparon miles de hectáreas de tierras en poder de los latifundistas de Sinaloa y Sonora. Todo eso lo entendían y pudieron dominarlo, cada cual en su ámbito de acción: el presidente de la República, sus colaboradores y achichincles en los sindicatos, igual que los empresarios, pero el “tortuguismo” legal de los ferrocarrileros era un problema que se salía del marco. Se le vio como extemporáneo, ya que se inició en septiembre, cuando quedaban atrás las marejadas de la inconformidad y los dirigentes “charros”, para alivio del gobierno y de la iniciativa privada, habían podido reunir a más de 250 mil trabajadores en torno al Monumento a la Revolución, en respaldo a la política del presidente Ruiz Cortines. Tampoco era suficiente para desentrañar su propósito real, el pliego de demandas hecho llegar al gerente de los Ferrocarriles Nacionales, Roberto Amorós, al margen de la dirección sindical oficialista, en el que incluían el pago de jubilaciones con salario completo, aumento del 30 por ciento al salario de los operadores de máquinas diesel, pago de gastos de camino y semana laboral inglesa (con dos días de descanso). Añadido a la “actitud nociva” que el gerente Amorós, en nombre del gobierno, y con el respaldo de la iniciativa privada para “proteger la economía nacional y el orden”, y como respuesta al reglamento que legitimaba el “tortuguismo”, se agregaron apresuradamente a las cláusulas del contrato colectivo de trabajo dos en las que aparecía la palabra “tortuguismo”, considerándolo como “causa de cese definitivo” al trabajador que se valiera de él por “ocasionar intencionalmente perjuicios materiales a la empresa”. odnatilim Y aunque, en efecto, no se acudió a la fuerza pública para someter a los participantes en el movimiento inmovilizador, los dirigentes del mismo se equivocaron al suponer que el gobierno no estaría en condiciones de echar mano de las represalias. Uno de los líderes en Guadalajara, José Natividad Pérez Reza, maquinista jubilado, fue sancionado cancelándosele la pensión y otros cuatro fueron encarcelados, aún cuando después quedaron en libertad por “desvanecimiento de datos”. Con la misma facilidad con que habían congestionado toda la red ferroviaria del país, con esa misma facilidad los mismos autores del “desaguisado” la despejaron sin renunciar a su pliego de demandas. La causa de fondo de su actitud, no desentrañada por sus enemigos, quedaba clara para los promotores: el “charrismo” dentro del Sindicato Ferrocarrilero se resquebrajaba y crecía la influencia de quienes lo combatían: los “agitadores comunistas”, en términos comunes al gobierno y a la iniciativa privada. En lo sucesivo, además de las demandas inmediatas, debería insistirse en la reconquista de la democracia sindical como arma ofensiva y defensiva de los trabajadores, y como fortaleza de la soberanía nacional. Si en 1954 una indiscutible mayoría de los ferrocarrileros optaron por el “tortuguismo”, en 1955 la empresa y la dirección “charra”, a su vez, pusieron a prueba a los “agitadores comunistas”, al convenir que para el bienio 1955-1957, quedaran congelados los salarios. La réplica no se hizo esperar, más tal vez no en la dimensión esperada por los firmantes del nuevo contrato colectivo de trabajo, pese a que se organizaron brigadas de choque que auxiliaron a las corporaciones policíacas en los enfrentamientos que se sucedieron en diversas poblaciones del país, siendo los más violentos los habidos en la Ciudad de México, donde los enfrentamientos a balazos dejaron como saldo una decena de heridos; la consignación de varios supuestos “agitadores” y el despido de doce trabajadores en distintos sitios de la República. El gerente Roberto Amorós declaró que la actitud de la empresa fue “aceptada por los trabajadores en lo general” porque los sancionados se hicieron acreedores de los Guadalupe Tepeyac, agosto 1994 JUAN RAMÓN MARTÍNEZ LEÓN castigos por su “mala conducta”. Valentín Campa, recién excarcelado, fue señalado como el “principal instigador” de los enfrentamientos y, a juzgar por los informes obtenidos por la dirección del Partido Obrero-Campesino, hubo la idea del gobierno de volverlo a encarcelar, pero la falla en los cálculos oficiales para desatar una represión en gran escala sirvió a Campa quien, de todos modos, aguardaba tranquilo con su compañera María en el sitio donde residía: el departamento número dos de la calle de República de Chile 38, alquilado por Luz Ofelia Guardiola y quien esto escribe. El repliegue fue táctico Empresa y dirigentes “charros”, incluyendo entre estos a los amontonados en el Bloque de Unidad Obrera pastoreado por Fidel Velázquez, esperaban que los comunistas y sus seguidores o aliados, como era el caso de Luis Gómez Z., arrojaran toda la carne al asador, pero las observaciones de los 42 militando Guadalupe Tepeyac, agosto 1994 43 JUAN RAMÓN MARTÍNEZ LEÓN líderes del movimiento opositor, aunadas a las aportaciones hechas por las direcciones del Partido Obrero-Campesino y del Partido Comunista, detuvieron la proporción de la respuesta por dos razones en concreto: porque no se contaba con la seguridad de que el grupo de Gómez Z. estuviera dispuesto y en condiciones de ir al desafío final contra los “charros”, y porque entre todos los ferrocarrileros no existía aún el suficiente conocimiento de la situación salarial comparada con las otras ramas industriales. Y tampoco tenían claridad en cuanto a la importancia de los ferrocarriles en el conjunto de la economía nacional. Acerca de esto último, se intensificó la divulgación del volumen de mercancías transportadas por la red ferroviaria y en referencia a los salarios, en comparación con los trabajadores de la construcción, los textileros, los petroleros, los electricistas, los de las fábricas de papel y las huleras, los ferrocarrileros aparecían como los más rezagados porcentualmente en las tasas anuales de incrementos entre 1952 y 1957, lo mismo que en las prestaciones sociales durante igual periodo. En enero de 1957, apenas electos “por unanimidad” como secretario general Samuel Ortega y como suplente Salvador Quesada, aquel llamó en su discurso de toma de posesión a “mantener incólume la unidad que prevalece dentro del gremio ferrocarrilero, eliminando el trato y la palabra enemigo”, en un intento por atraerse o llegar a un acuerdo con el grupo de Gómez Z. Un año después el “espíritu de concordia” de Ortega giró hacia “la empresa y sus trabajadores”, coincidiendo con el acuerdo aprobado en asamblea de la sección 15 (del Distrito Federal), pidiendo al Comité Ejecutivo del Sindicato negociar con la empresa una elevación de salarios, llamando al resto de las secciones a apoyar dicha petición. En refuerzo de la iniciativa, la sección 27 en Torreón, Coahuila, propuso la creación de una Gran Comisión Pro Aumento de salarios, integrada por un representante de cada una de las secciones, encontrando el pronto rechazo de los componentes de los Comités Locales afines a Ortega. Sin embargo, la presión desde la base de los trabajadores obligó a Ortega a aceptar la iniciativa. En la sección 13 de Matías Romero, Oaxaca, se nombró representante a Demetrio Vallejo. Los trabajos de la Gran Comisión se iniciaron en la Ciudad de México el 2 de mayo de 1958. Demetrio Vallejo era conocido dentro del gremio y fuera de él. Ingresó al Departamento de Express en 1934 y en 1936 se incorporó al Partido Comunista. Comisionado por la jefatura de su departamento en Coatzacoalcos, Veracruz, junto con otros comunistas colaboró en la creación del Sindicato Nacional de Petroleros y en la formación de la Federación de Trabajadores de la Región Sur con ferrocarrileros y petroleros. En 1940, a raíz de las expulsiones del Partido Comunista de Hernán Laborde y Valentín Campa, se separó de esa organización y en 1944, al fundarse Acción Socialista Unificada, antecedente del Partido Obrero-Campesino, participa en el proceso, asistiendo al congreso fundacional del segundo, donde se le nombra miembro del Comité Central y responsable de la conducción del trabajo político entre los ferrocarrileros de Oaxaca, Chiapas y la zona sur de Veracruz. odnatilim Roberto Amorós gerente de los ferrocarriles, por instrucciones del presidente Adolfo Ruiz Cortines, se dio prisa tratando de cubrir el vacío que se hacía notar en la falta de una auténtica dirección sindical. Paralela a los trabajos de la Gran Comisión, inició una gira por el norte de la República, concediendo a los rieleros de Tampico un aumento extraordinario a los salarios “por tratarse de una zona cara”. En Monterrey prometió la construcción de casas para los trabajadores y el remozamiento técnico de instalaciones tales como las “casas redondas”, sin olvidarse de adquirir un compromiso para elevar salarios y en Torreón habló de eso “teniendo en cuenta los plazos que marcan las leyes y el Contrato Colectivo de Trabajo”. De regreso en la Ciudad de México, en declaraciones de prensa, insistió en “mejorar el nivel de vida de los trabajadores del sistema en lo referente a salarios y otras prestaciones”. Los “agitadores” interpretaron los decires de Amorós como una maniobra que tendía a apaciguar a los trabajadores restando importancia a los trabajos de la Gran Comisión, presentándola como innecesaria. A Samuel Ortega y a los comités seccionales con los que contaba se les encomendó ocultar o no proporcionar la información necesaria para la elaboración del estudio socio-económico que sustentara las demandas que llegaran a presentarse a la gerencia. Ortega llevó la obstrucción hasta el intento de disolver la Gran Comisión, sustituyéndola por una reunión de los secretarios generales de las secciones. No obstante, con la colaboración de especialistas militantes de los partidos Obrero-Campesino, Comunista y Popular —éste último recién incorporado a la alianza, aún con escasos afiliados entre los ferrocarrileros—, el estudio pudo concluirse con abundancia de datos sólidos e irrefutables. La Gran Comisión concluyó su tarea el 9 de mayo. La demanda concreta fue de un aumento de 350 pesos mensuales para todos los rieleros, haciendo a un lado las categorías laborales. Entre las estimaciones que se incluyeron en el estudio, se destacaba que había una diferencia de 60 por ciento entre los salarios generales en vigor y el costo de la vida. Que en tratándose de los ferrocarrileros, el promedio del salario mensual era de 583.83 pesos por trabajador en 1948 y de 916 pesos en 1958. Que en esos 10 años el costo de la vida se elevó en 150 por ciento, por lo que el salario mensual promedio debería ser de mil 259 pesos con 83 centavos. En contraste, la productividad promedio por trabajador había aumentado en 80 por ciento. Así, el aumento de 350 pesos resultaba moderado y en nada “repercutiría en la economía de la empresa”, como lo afirmó Samuel Ortega que, por su lado, tratando de distraer la atención de los trabajadores, sólo solicitó un aumento de 150 pesos mensuales. Aquí empezaba la prueba de fuerzas llevada no al terreno escogido por la empresa y los líderes “charros” en 1957, sino en el señalado y delimitado por los “agitadores comunistas” a los que de plano se alió Luis Gómez Z. y su grupo, muy poderoso en el Distrito Federal, en Jalisco, Sonora, Querétaro y en Aguascalientes. A la invocación de que “todos somos parte de un solo movimiento social: la Revolución”, el gerente Roberto Amorós asistió a una reunión con Samuel Ortega y el resto de “dirigentes” nacionales y seccionales y recibió formalmente la petición de aumento de 150 pesos mensuales, aprovechando el receso acordado por los miembros de la Gran Comisión, sin que estuviese claro si Amorós y Ortega lo hacían para pulsar la reacción ante una y otra proposición entre el conjunto de los trabajadores, o para dar largas al problema en medio de una campaña electoral por la presidencia de la República y de la renovación del Congreso de la Unión. Peras o manzanas, pero todas las mañanas; melón o sandía, te lo dije el otro día, en Tonalá, Chiapas, Federico Villalobos esbozó lo que vendría a ser el Plan del Sureste, en el que se rechazaba el aumento propuesto por Ortega y el plazo de 60 días “propuesto” por la empresa para estudiar la petición y se planteaba deponer a todos los comités ejecutivos seccionales y exigir a la dirección nacional el reconocimiento de las nuevas direcciones locales. Sin más, y llevando a vías de hechos el Plan del Sureste, los trabajadores de la sección 13 de Matías Romero, Oaxaca, destituyeron a los incondicionales de Ortega y eligieron un nuevo comité encabezado por Demetrio Vallejo. 44 militando El 11 de junio, en asamblea de su sección, Vallejo propuso dar un plazo de 10 días a la gerencia y a los “charros” del comité nacional para resolver el asunto del aumento de salarios y el reconocimiento de la nueva directiva de la sección 13. Plazo del 16 al 25 de junio y, de no haber respuesta positiva, abrir el día 26 una serie escalonada de paros. El primero de 2 horas, agregando 2 cada día hasta tener la respuesta demandada. El acuerdo se telegrafió por la red de despachadores La Realidad, Chiapas, agosto 1999 45 a toda la República y se convirtió en una demanda nacional. Amorós o el presidente Ruiz Cortines, o ambos, no prestaron mayor atención a ese acuerdo ni tampoco Ortega y sus asociados, aferrándose al mutuo compromiso de tener una resolución a la cuestión de los salarios hasta el 22 de julio, es decir, pasadas las elecciones federales. Vallejo y otros delegados recorrieron distintas partes del país sin romper todavía de lleno con la empresa ni con Ortega, pero sin renunciar al acuerdo de los paros escalonados. A las 10 de la mañana del día 26 de junio, ni un minuto más ni uno menos, conforme a los husos horarios que regulan el paso del sol en la República, se inició el paro. Duró exactamente 2 horas y fue acatado lo mismo en talleres, en patios, en estaciones, en trenes en los caminos y en oficinas. El enojo alteró en esas dos horas el estado de ánimo de empresarios, gobernantes y líderes oficialistas. El día 27 se cumplió el segundo paro. Esta vez de 4 horas. Y el enojo se trastocó a su vez en ira y en desesperación. Salvo aguja en un pajar, las noticias y los comentarios periodísticos expresaron la ira de los empresarios contra los “rojillos”, los “comunistas”, los “intransigentes del trastorno del orden público”. En el gobierno, la actitud de Amorós reflejó la desesperación y el debilitamiento. Citó a los miembros de la Gran Comisión e hizo asistir a la reunión a Samuel Ortega y a Guillermo Velasco. El gerente propuso un aumento de 180 pesos en los salarios, respaldado por Ortega y Velasco. Los miembros de la Gran Comisión, en boca de Demetrio Vallejo, reviraron con una propuesta de 250 pesos. Y allí se quedaron; las demás peticiones ni siquiera se mencionaron TIM RUSSO porque Amorós hizo saber a los de la Gran Comisión que el presidente Ruiz Cortines deseaba entrevistarse con ellos antes de la realización de las elecciones federales del 4 de julio. El 28 de junio, mientras transcurría el paro con duración de 6 horas, miles de ferrocarrileros, acompañados de maestros del Movimiento Revolucionario del Magisterio encabezados por Othón Salazar, por petroleros, tranviarios y estudiantes intentaron marchar de Buenavista al Zócalo, pero fueron interceptados por contingentes policíacos, produciéndose feroces enfrentamientos. El doble juego: pláticas-represión comenzaba a ser puesto en práctica por el gobierno, según lo habían previsto los dirigentes sindicales y políticos del movimiento. Ningún medio de comunicación informó del zafarrancho. El 29 de junio ocho; el 30, diez horas de paro. Itinerarios y horarios de trenes de pasajeros y de odnatilim carga se trastornaban y el congestionamiento de mercancías en los andenes correspondientes, impelía a subir el tono de voz y las exigencias de los empresarios que, telefónica o directamente, demandaban a Amorós “la aplicación de la ley sin contemplaciones”. El gerente ordenó suspender los pagos de la segunda quincena de junio para que “se respete el principio de autoridad”. En su despacho de Palacio Nacional, el presidente Ruiz Cortines recibió a los miembros de la Gran Comisión y les propuso un aumento de 215 pesos; la media entre los 250 de aquellos y los 180 de la gerencia. La proposición fue aceptada y el paro del día 1 de julio ya no fue necesario. Así, por una parte, el movimiento alcanzaba un indiscutible éxito al lograr un reconocimiento tácito del gobierno, desplazando a la dirección “charra”. Y, por otra, el gobierno podía esperar el 4 de julio con tranquilidad en el frente, aunque otra forma de hacer política estaba por venir. Suponiendo que quie- La Trinitaria, Chiapas, 1994 nes ocupaban cargos de representación popular hubiesen sido elegidos democráticamente, la democracia, en el mejor de los casos, se quedaba en su ejercicio formal. Si se quería hacerla progresar más allá, era necesario establecer o restablecer plenamente la democracia en las organizaciones sindicales, en todas las agrupaciones de trabajadores urbanos y rurales y, dentro de éstas, las instituciones indígenas. Una democratización concebida, generada, formada y practicada por y desde la base. Con dirigentes supeditados a la base y no con la base sometida a los dirigentes. En síntesis, de esa manera se vio la cuestión del desplazamiento de los líderes “charros” en el Sindicato Ferrocarrilero, al quedar a la vista esa posibilidad, en el análisis hecho por los cuadros sindicales y los miembros del Comité Central del Partido Obrero Campesino Mexicano. El 6 de julio, Demetrio Vallejo declaró que la Gran Comisión había acordado realizar una convención para proceder a la reorganización del sindicato, incluyéndose la celebración de elecciones. Ortega y sus socios acusaron el golpe y denunciaron que “un grupo de agitadores asesorado por elementos de reconocida extracción comunista” estaba “agrediendo a los legítimos representantes del gremio” como parte de “un plan de subversión nacional”. VÍCTOR MENDIOLA Ante el inalterado acuerdo de la Gran Convención convocando a la Convención Nacional que se inició el 12 de julio, el presidente Ruiz Cortines dio instrucciones a Roberto Amorós para ordenarle a Samuel Ortega que renunciara a la secretaría general del sindicato, cosa que hizo el día 13, quedando en su lugar Salvador Quesada Cortés. El presidente se daba tiempo a sí mismo. Quería probar si con el reemplazo y recogiendo las peticiones de la Gran Comisión, como la reducción de las cuotas sindicales, programa de construcción de viviendas, incremento en los seguros de previsión obrera y desaparición del grupo de pistoleros del “14 de octubre”, Quesada podía restar seguidores e impulso al movimiento opositor. No hubo tal. La afirmación de Demetrio Vallejo de “estar en pie de lucha hasta lograr la auténtica depuración sindical”, hecha durante el 46 militando 47 discurso de apertura de la convención nacional, estaba en marcha, sin que tampoco sirvieran las histéricas denuncias contra los “conciliábulos subversivos” sostenidos por los dirigentes de la oposición ferrocarrilera y los de las direcciones de los partidos Obrero-Campesino, Comunista y Popular. Inútil también fue la convención paralela citada por Quesada. El día 23 se emplazó a la empresa para que reconociera a la dirección elegida en la Convención Nacional promovida por la Gran Comisión o, de lo contrario, se reanudarían los paros. Sin respuesta, el 26 hubo un paro de 2 horas e inmediatamente el secretario de gobernación, Gustavo Carvajal, llamó a los disidentes a sostener “pláticas en privado”, pero acompañó la invitación con una orden de disolución de todo mitin público. Otro fracaso y nuevo paro de 3 horas el 1 de agosto. Al día siguiente, suspendidas las labores, el presidente ordenó que contingentes del ejército ocuparan todas las instalaciones ferroviarias y la empresa advirtió que los paristas serían consignados y, por supuesto, despedidos definitivamente; los que reanudaran labores recibirían protección policíaca y militar. La mayoría de los integrantes de la Gran Comisión, entre ellos Gilberto Rojo, Antonio Sánchez, Tomás Correa, Amós Salinas y Roberto Godínez, fueron detenidos. Pero los paros dejaron de ser escalonados. La inmovilización devino en indefinida. Sin que le conviniera el cierre, en peligro de que le ahorcaran la mula de “seises” y con la perspectiva de perder el juego, el presidente, tan hábil en el dominó, prefirió perder puntos, una mano. Ordenó a Amorós que se reuniera con Vallejo y demás miembros de la Gran Comisión que estaban libres. En tres sesiones secretas en las que estuve presente, dos en el domicilio de Elías Terán Gómez, primer secretario general del sindicato, y la última en la camioneta de Amorós estacionada en la esquina que forman las calles de Basilio Vadillo y Colón, se acordó que fueran retirados los militares y policías de todas las instalaciones ferroviarias; que quedaran en libertad y sin ninguna acusación penal o civil todos los detenidos; que se levantaría lo que ya no era paro, sino huelga; que quedaba sin efecto la objeción de Amorós, externada en la segunda reunión, en el sentido de que Vallejo no podía ser candidato a la secretaría general, ni a ningún otro cargo sindical, “por ser comunista”; y que las elecciones generales tendrían lugar dentro de un plazo de 15 días a contar del 4 de agosto. El 5 se empezó a normalizar el servicio y el 7 estaba completamente restablecido, tras 96 horas de inactividad. En un proceso que hasta El Nacional, en aquel entonces órgano oficial del gobierno de la República, describió como ejemplar por la “pureza de las elecciones”, entre el 7 y el 22 de agosto se escogió a los directivos de todas las secciones y del Comité Ejecutivo Nacional, triunfando como secretario general Demetrio Vallejo con 59 mil 759 votos contra 9 de José María Lara y 6 mil abstenciones. El 27 de agosto tomaron posesión los nuevos dirigentes. La confrontación política, de clase a clase, entre el poder ejecutivo representativo de la gran empresa nacional y extranjera y los dirigentes sindicales y de partidos no sometidos al sistema, concluía en su fase de demandas inmediatas y de orden salarial y prestaciones sociales y, aunque éstas seguirían presentes como avanzada de ambas partes, lo que se dirimiría a continuación eran dos concepciones ideológicas de proyección histórica. O, siguiendo a Gramsci, la hegemonía histórica, cosa nunca antes habida en la vida de México. Los planteamientos de los nuevos dirigentes ferrocarrileros se acompañaban de observaciones de rechazo a los cimientos de la política económica y social del gobierno, aunque no se desechasen procesos e instituciones vistos como creaciones surgidas de causas nacionales, la soberanía estaba por delante como garante de lo nacional y de la nación en sí. Si se quería que los ferrocarriles sirviesen a ese fin superior, debían ser modernizados totalmente. Electrificarlos de todo a todo; construir aquí locomotoras, carros, góndolas, cajas, fabricar los rieles, dejar de importar durmientes, etcétera. Si debían servir al desarrollo de la nación, lo que iba de la mano con el mejoramiento ininterrumpido de la calidad de vida de todos los mexicanos y no de parcelas sobrepuestas, urgía fijar tarifas de arrastre y traslado de mercancías a pagar por comerciantes, industriales y especuladores, que odnatilim compensasen los costos del servicio, dejasen ganancia a la red y no como ocurría subsidiando a esos sectores en perjuicio, entre otros, de millones de campesinos en un extremo y de millones de consumidores urbanos en el otro. Las tarifas fijadas para minerales y metaloides también deberían ser revisadas, pues prácticamente, si los concesionarios de las minas en su mayoría extranjeros explotaban de muy diversas maneras a los trabajadores, empezando por los salarios, también explotaban a los ferrocarrileros aprovechando las líneas ferroviarias como si fueran de su propiedad, porque lo que pagaban por el servicio era un regalo. Argumentos como esos molestaban lo mismo a los gobernantes que a la llamada iniciativa privada. Vino el error Quizá exactamente dónde y por qué, ni gobierno ni empresa sabrían decirlo, pero en los dos últimos meses de 1958 y los dos primeros de 1959, se “respiraba” la inestabilidad política amenazadoramente. Fidel Velázquez, dirigente principal de la CTM y el BUO, entró al quite y se puso al frente de una demanda por aumento de salarios. No se deseaba que los dirigentes ferrocarrileros encabezaran un llamamiento que de seguro podía rebasar a Velázquez y a todos los “buistas”. En postrer arreglo, el presidente Ruiz Cortines concilió la demanda enarbolada por Fidel Velázquez con el capricho de los empresarios y se evitó que la nueva corriente sindical democrática entrase en acción, pero no impidió que ésta, apenas rindió protesta como presidente de la República Adolfo López Mateos, plantease una nueva revisión de los contratos colectivos de trabajo, teniendo en la gerencia de los Ferrocarriles Nacionales de México a Benjamín Méndez. La demanda consistía en un incremento del 16.6 por ciento a los salarios acordados en 1958. Las negociaciones, iniciadas a fines de enero, se prolongaron hasta la madrugada del 25 de febrero, llegándose a un acuerdo en el que se aceptaba el porcentaje propuesto por el sindicato, pero quedaron fuera los trabajadores de las líneas del Pacífico, Mexicano y Terminal de Veracruz. Vino el error. El gobierno carecía de argumentos para negar el aumento a esos trabajadores, puesto que lo había aceptado para todos los demás. A trabajo igual, salario igual. Así de sencillo. Pero la dirección del sindicato aparentemente perdió el control. Mientras se negociaba un arreglo, los trabajadores de esas líneas y los del Ferrocarril del Sureste se fueron a la huelga el 25 de marzo. Las pláticas se prolongaron estérilmente hasta el día 28 y entonces, en todo el país, entró en acción el ejército. Los primeros en ser detenidos fueron Demetrio Vallejo y Hugo Ponce de León. Siguieron cientos, miles, hasta sumar 25 mil. El paro, la huelga generalizada fue declarada ese día 28 y continuó hasta el 13 de abril en que se levantó, atendiendo a un llamado de Gilberto Rojo, secretario de organización que había eludido la persecución policíaca escondiéndose en el domicilio de Luz Ofelia Guardiola y el autor de este escrito en la calle del Apartado número 33. Su llamado se hizo público tras una reunión con dirigentes de los partidos Obrero-Campesino y Comunista. El Popular se marginó, se puede decir que a tiempo para él. En el trasfondo de ese movimiento, de los paros, de las huelgas, quedaba la idea que permeó la conducta de los dirigentes ferrocarrileros militantes del Partido Obrero-Campesino y de los dirigentes de esa agrupación: desarrollar entre los trabajadores una conciencia de lucha por el poder. De algún modo, Adolfo López Mateos dijo la verdad cuando le planteó a Jacinto López el 30 de marzo: “Lo que Vallejo, Campa y los demás quieren, es destituirme, acabar con mi gobierno”. No tan pronto, tal vez no era a él. Pero el propósito era llegar al poder. Lograr que los trabajadores se hicieran del poder. Nota: Edmundo Jardón Arzate fue dirigente de Acción Socialista Unificada y del Partido Obrero Campesino Mexicano (POCM). Militó luego en el Partido Comunista, en el Movimiento de Acción y Unidad Socialista y en el Partido Socialista Unificado de México, por el cual fue diputado federal. Fue director del periódico Noviembre, del POCM. Dio a conocer en la prensa, para obligar al gobierno a cumplir lo pactado, la plática secreta entre Demetrio Vallejo y el gerente de los ferrocarriles, Roberto Amorós. Reportero y artículista en diarios y revistas, fue el primer director de la agencia de noticias Prensa Latina en México entre 1959 y 1966 y el último de la revista Política en 1967. 48