ERNST KÄSEMANN PROCLAMAR LA CRUZ DE CRISTO A UN MUNDO QUE ENGAÑA Desde la vigorosa concentración paulina y luterana en Cristo crucificado, el autor pone de relieve los factores subversivos y antirresignados del mensaje cristiano y presenta a la Cruz como liberación del mal más radical: el engaño sobre nosotros mismos: sobre nuestras posibilidades, pero también sobre nuestras impotencias. Proclaiming the Cross o f Christ in an Age o f Sel f-Deception, The Month, 8 (1975) 4-8 EL ESCÁNDALO DE LA CRUZ DE CRISTO La escena del hombre colgando en el patíbulo resulta monstruosa para el que sea capaz de contemplarla. No hay forma de extraer de ella una pizca de sentido. Ya en el mundo antiguo, se consideró como perverso vincular a tal escena el mensaje de salvación; y, en todas al s épocas, la gente piadosa juzgará blasfemo afirmar que es ahí precisamente donde se revela Dios. Con todo, cerca de dos mil años nos han embotado ante semejantes impresiones. Es manifiesto que podemos llegar a acostumbrarnos a cualquier cosa, como lo demuestra hoy la industria cinematográfica a quienes no aprendieron esa lección en los horrores de la guerra. Sin embargo, si se presenta no ya una atrocidad histórica, sino la salvación del mundo como vinculada con ella, es más difícil comprender que podamos habituarnos a tal escándalo. Y buscando el porqué de nuestro embotamiento entramos directamente en el tema del engaño sobre nosotros mismos. Sin duda es la misma Iglesia quien tiene la responsabilidad principal. Es ya fatal el simple hecho, tan frecuente, de hablar más de la cruz que del Crucificado. Sustituimos la persona de Cristo por un símbolo, y el símbolo va perdiendo su contenido y su impacto imaginativo, de modo que se hace cada vez más fácil eludir completamente su consideración. La cruz ya no nos muestra al hombre que experimentó el sufrimiento. Se convierte en un distintivo sobre las tumbas o las iglesias, y en un adorno para las mujeres, los religiosos o los soldados. El hombre crucificado se transforma primero en una víctima heroica, luego en un objeto de blanda compasión, y finalmente en un objeto cursi o de hipócrita consumo comercial. Todo esto podría parecer inofensivo, pero no faltan motivos para Pensar que se trata de un intento de huir de la realidad del Crucificado, para trasladarnos a nuestro rincón de seguridad, lejos de la zona peligrosa del escándalo. Mentimos al presentar al Crucificado distinto de como en realidad salió a nuestro encuentro de una vez para siempre. Según el Pequeño Catecismo de Lutero, nadie puede ir a Jesús ni creer en él como Señor, sin la ayuda del Espíritu Santo. Esta afirmación, si la tomamos en serio, implica que hay algo de demoníaco en el intento, siempre repetido con métodos nuevos, de domesticar al hombre de Nazaret, para eliminar la condición enervante del Gólgota, que ya intuyó claramente el mundo pagano; y para desviarnos del escándalo fundamental de nuestro mensaje de salvación. Todo queda falsificado, si desvalorizamos aquella escena única del hombre condenado como ateo, impío, blasfemo, y rebelde político, frente a las puertas de la Ciudad Santa, en la tierra de nadie ERNST KÄSEMANN que es este mundo. Los que están sólidamente instalados dentro de los límites de sus tabús y sus posiciones ideológicas tienen que arrastrar a Cristo a su pequeño mundo, y convertirlo en el seguidor de una doctrina, el representante de cierta actitud convencional y la proyección de su propia fantasía. Si a la vista de su muerte en la cruz, ya no nos sentimos atravesados por su mirada, es porque lo hemos arrinconado a la oscuridad. Con lo cua l, nos hacemos reos de una impostura demoníaca, al ocultar su verdad e impedir que llegue al mundo. EL MANDATO POLÍTICO Forma parte de esta misma verdad el hecho de que dos hombres condenados como zelotes, y, por tanto, como delincuentes políticos con motivación religiosa, colgaran a su lado en el Gólgota. Quiero recalcar este aspecto, aunque no es el más importante para mí, porque actualmente se discute mucho sobre la misión política de la comunidad cristiana. En la tierra de nadie de este mundo, donde murió el hombre de Nazaret, todos -quiéranlo o no- están comprometidos en política. Hay que reconocer que en el conflicto de la Iglesia con los nazis, casi todos nosotros fuimos incapaces de ver las cosas con esta perspicacia o, al menos, de sacar las conclusiones que debiéramos sacar. Vivimos en la quimera de que nuestra resistencia podía y debía limitarse a los asuntos eclesiásticos. Sin embargo, ni nuestros adversarios, ni los supuestos observadores neutrales, quedaron convencidos de nuestra posición. Para ellos, o había resistencia política o no la había de ninguna clase; y tal opción es la única que tiene sentido cuando hay que decidirse entre lo humano y lo inhumano. En tal caso, tomar una postura cristiana y eclesiástica es necesariamente un acto político. Quienquiera que niegue esto y prosiga buscando una tercera posibilidad para los cristianos y la Iglesia, está convirtiendo el Evangelio en una invitación a la piedad privada. Tal persona olvida que, incluso el silencio sobre el status quo, y la aceptación acrítica de los convencionalismos tradicionales, tienen efectos políticos. El pecado de un cristianismo burgués Nuestra cristiandad protestante se orienta todavía fuertemente hacia una burguesía que durante siglos ha limitado el campo de la religión a la vida interior, cuando al mismo tiempo predicaba el nacionalismo y lo justificaba en nombre del cuarto mandamiento. El Pietismo, contrariamente a sus orígenes, se convirtió en la defensa de la clase media. Tiende a considerar como tufo del diablo cualquier indicio de cambio en el orden tradicional de cosas, para no hablar de los ataques al patrimonio heredado o a las convenciones morales. La gente estaba dispuesta a dar la cara por su fe; pero cuando se trataba de valentía en asuntos- civiles, preferían arriesgarse por sus negocios que por objetivos políticos. En política, quedaban satisfechos dejando la acción en manos de los profesionales y la protesta en manos de la juventud revoltosa. No pretendo defender que ,Jesús persiguió objetivos políticos. No obstante, la leyenda de la carnicería de inocentes en Belén expresa que, políticamente, fue objeto de sospechas desde el principio. Y llegó a su fin, frente a las puertas de la Ciudad Santa, rechazado por la clase dirigente, la "buena" sociedad. Las ineludibles consecuencias políticas del primer mandamiento no deben ser ignoradas o paliadas por las autoridades eclesiásticas o teológicas. Dios tiene derechos sobre este ERNST KÄSEMANN mundo que ha creado. Requiere que nuestras vidas de cada día estén a su servicio. Nos ordena que nos preocupemos no sólo de nuestras almas, sino también de los cuerpos, del bienestar y la felicidad de quienes nos rodean. No basta responder simplemente con limosnas. Se nos pide que nos entreguemos a nosotros mismos, si otro ser humano sufre o es rechazado. Gracias al creciente flujo de información, podemos ahora saber mucho más acerca de nuestros congéneres de Sudáfrica, Sudamérica, la India y el bloque oriental. Ante ellos, nos formulamos la pregunta: ¿Queremos dar al Creador lo que le corresponde, entregándonos nosotros a la humanidad?, ¿o queremos traicionar al Señor de la creación, traicionando a la humanidad con la excusa de que no tenemos que entrometernos en la providencia de Dios? Desde el suceso del Gólgota, el dilema César o Cristo ha sido uno de los grandes temas de nuestra historia, y una pregunta que se dirige continuamente a los discípulos de Jesús. ¿Estamos dispuestos también a seguir a nuestro Señor hasta fuera de las puertas de Jerusalén, fuera de Babilonia, y -puede llegar el caso fuera de la sociedad capitalista? Quizá no tendremos que pasar por tal situación extrema, aunque en la historia de la Iglesia no faltan ejemplos de ello, dignos de tenerse en cuenta. Si, en lugar de atribuirnos la neutralidad de un espectador, estamos realmente trastornados por la cuestión del Señorío divino sobre el mundo y por la felicidad de nuestro prójimo, entonces tampoco descansaremos políticamente. No es posible que la paz y la tranquilidad se an el primer deber del ciudadano cuando se halla en pie junto al lugar de la crucifixión. El pecado de un cristianismo "religioso" Tenemos que avanzar más. Al morir Jesús como un agitador político, semejante a los que colgaban a su lado, aunque él no era zelote, aparece no solamente en conflicto con los poderes de este mundo, sino también como un Dios a quien éstos pueden despreciar como fracasado. Para nosotros, la opción está entre dar testimonio de Aquel a quien Cristo muriente llama su Padre, o pretender ser los señores de nuestro propio destino, rechazando como sea a un Dios pretendidamente derrotado. Para decirlo con más aspereza, estamos tratando con un mundo que vive, muy a fondo, en rebeldía contra el Dios de Jesús crucificado. No es casualidad que, en cada etapa del progreso de la civilización, este mundo aparezca a los creyentes como una jungla. El Gólgota nos revela la brutalidad de un mundo egoísta suicida, con más acrimonia todavía que los comentarios de los cínicos. Es indiscutible que, por el siglo segundo, ya se había acusado de ateísmo a los cristianos. Habían despojado al mundo de todos los otros dioses, pues el Gólgota y el Olimpo no se pueden acoplar, y el primer mandamiento planta cara a toda mitología. Es extraño que todavía algunos cristianos rechacen el llamamiento de Bultmann a desmitologizar, como si estuvieran tratando con el diablo en persona. A estas alturas, el criticismo histórico de la Biblia ya no tendría que ser considerado como un duende, sino que habría que señalar su sentido positivo. Tal criticismo mantiene despiertos nuestro corazón y nuestra mente para entender que el Dios del Gólgota no solamente desmitologiza los libros religiosos y las intuiciones piadosas, sino también al mundo y a su pueblo, guiándolos desde la falsedad hasta la verdad sobre sí mismos. ERNST KÄSEMANN Por esto hay que dar el alto a los que suspiran por las ollas de Egipto, a los que usan la religión como droga tranquilizante, a fin de no tener que abandonar su falsa imagen de la realidad del mundo. Quieren sustituir el tiempo de vagabundez en el desierto por una vuelta a instalarse en los dominios del orden y en las islas de los bienaventurados, o de los insensibles y despreocupados. Pero el hombre de Nazaret obstruye este camino de retirada. En contraste con la comunidad de Qumrán, él no fundó ningún monasterio cerca del mar Muerto. Más bien dispersa a sus discípulos como ovejas en medio de lobos. Sus promesas no ofrecen ninguna garantía de una vida tranquila, ni de una mera supervivencia, sino sólo aquellas experiencias bíblicas: "Tú preparas un banquete para mí a la vista de mis enemigos" y "si camino por un valle de tinieblas, tú estás a mi lado". LAS LUCHAS DE LA JUNGLA Puede parecer que exagero. Hoy día tenemos que ir con mucho cuidado al usar palabras fuertes, no sea que la retórica disipe los hechos escuetos. Pero ¿acaso no podemos preguntarnos seriamente si el período Nazi- fascista y el terror de los campos de concentración no anuncian una época de barbarie universal, a la cual estamos cada vez más expuestos, en lugar de ser una excepción o un accidente en la ruta de nuestra historia? Los carteles sanguinarios que aparecen en las manifestaciones o en los campus universitarios son signos del embrutecimiento que se ha introducido en la confrontación de las gentes entre- sí. El derrumbe de la sociedad es más espiritual que exterior. Incluso en los asuntos eclesiásticos es demasiado corriente el pensar en términos de amigosenemigos. A pesar de toda nuestra acción social, sigue habiendo marginados en la sociedad. Apenas queda proletariado alemán, pero las familias de inmigrantes han ocupado su lugar. Todavía causan sensación ciertos actos de terrorismo, como asaltar bancos y apresar rehenes. Pero el deseo de posesionarse de los resortes del poder y de aferrarse a ellos es una característica de nuestra sociedad. En la danza alrededor del becerro de oro está permitido prácticamente todo. Contra toda imagen mítica del mundo La desmitologización del mundo nos vuelve al tema de nuestra responsabilidad política. Si no vemos el mundo en su situación real, como una jungla en que se lucha por el poder, el placer y la supervivencia, se debe en gran parte a que tenemos una imagen mítica del hombre. Hablar hoy día del pecado original se considera generalmente como cosa asada de moda o propia de mentes estrechas. Ciertamente, el término es infeliz, sobre todo por la manera como la primitiva cristiandad lo vinculó a la biología y a la sexualidad. Con todo, es importante hablar sin ambigüedades de la maraña universal de complicaciones entre los hombres, provocadas por el pecado. Las Iglesias no deben tener reparo en profesar descaradamente un dogma que las obliga. Una desmitologización que nos llevara a aguar las cosas y (en el curso de la así llamada "Segunda Ilustración") a volver a la convicción de que el hombre es básicamente bueno, aunque deteriorado por las circunstancias, estaría en contradicción directa con el Evangelio. Y esta especie de superstición llega incluso a tergiversar la responsabilidad política de los cristianos. ERNST KÄSEMANN En la agitada vida de la Iglesia es increíble cómo no nos percatamos de aquellas cosas que no encajan con nuestra imagen previa, aun cuando nos dan en los ojos y puede verlas todo el mundo. Uno puede hacerse ciego e insensible ante la injusticia, ante el comportamiento criminal y ante la miseria. Esto sucede hoy día en todas partes, no menos de lo que sucedió bajo los nazis. Esto llama a la conversión, sobre todo a los que han acaparado este mundo para sí mismos. El Hombre de la cruz se apunta su primera victoria al romper la niebla piadosa que nos protege de la realidad del mundo. No solamente nos abre los corazones, sino también los ojos, los oídos y la mente. Nos libra de aquella atrofia espiritual que encuentra hermanos solamente entre nuestros compañeros de sociedad; que tolera una lucha brutal por el poder, con la única condición de que no sea descubierta, pero que se pone agresiva contra el movimiento ecuménico cuando éste se interesa efectivamente por los movimientos de liberación, por los que se resisten a ser explotados en nombre de una "ley" impuesta por los violentos. La cruz como ruptura La diakonia de la Iglesia ¿se extiende sólo a los individuos física y mentalmente necesitados? Si éste es nuestro distintivo, el hecho del Gólgota podía no haber sucedido nunca. Esa diakonia y la enseñanza religiosa se daban ya con profusión en Israel en tiempos de Jesús. Si El hubiese permanecido dentro de este sistema, habría sido uno de tantos, sin llegar a convertirse en un escándalo. Su característica especial fue que -en nombre de Dios que quiere que todas sus criaturas sepan de su misericordia -El se hizo amigo de los pecador, recaudadores de impuestos y zelotes. Rompió con la comunidad de los piadosos, con los tabús de la moralidad convencional y de la tradición sagrada. Esto le condujo a un conflicto moral con el poder eclesiástico y político. La díakonia, en sentido tradicional, es necesaria en cantidades sin limite. Pero deberíamos preguntarnos si el Cristianismo no está traicionando continuamente a su Señor, pasándose al campo enemigo, cuando gasta la mayor parte de su tiempo contemplándose teológicamente el ombligo y preocupándose solamente de los que, acosados por la necesidad, buscan integrarse en la sociedad respetable. ¿Quién no recuerda que esto es precisamente lo que los nazis nos decían que teníamos que hacer para que nos dejaran en paz? Si nos desentendemos del mundo de los maltratados y oprimidos, si los dejamos en manos de los que empuñan el poder, si buscamos una dicha terrestre y celestial que no sea interrumpida por los gritos de las víctimas, estamos pervirtiendo el evangelio en que creemos y estamos abusando del evangelio que proclamamos. Blasfemamos contra el nombre del Padre de Jesús, y separamos a Dios de sus criaturas, si no ayudamos sin vacilar a los que han caído en manos de ladrones. Yo no quiero alinearme con los hipócritas, fariseos y levitas, y hacer que mi aboyo dependa del buen comportamiento de la víctima, de que ella aguante la violencia que le hacen y prometa no resistir tampoco en el futuro. Las normas que rigen la lucha en la jungla han sido implantadas por los tiranos, para que las observen los sometidos a ellos. Una cristiandad que defiende tales reglas, o permanece callada acerca de ellas, está haciendo el juego a los usureros. No merece ninguna consideración. Quien rehúye todo compromiso personal, quien pretende guardar limpias sus manos y protegerse cobardemente de todo lo desagradable, no puede ser ni guardián de su hermano, ni defensor de la humanidad, ni siervo del Señor crucificado. ERNST KÄSEMANN LA OBSESIÓN La desmitificación del hombre es también un manotazo asestado contra cierto "fervor de la Ilustración", que está ganando terreno por medio de reclamos tan difundidos como la era futura del hombre", "la autonomía", "la emancipación" y otros parecidos. No pretendo contraponer la fe y la razón. Quizá pocas veces como ahora ha tenido la fe cristiana tantos motivos para alinearse junto a la razón, y junto a la conciencia que la acompaña, para contribuir a la fraternidad humana o, si queréis, a la humanización de la humanidad. Digo esto polémicamente porque parece que en todas partes falta la razón, a pesar de los estusiasmos por la Ilustración. La razón podría aceptar como buena y provechosa compañera a una fe centrada auténticamente en el Nazareno crucificado. Y un motivo para ello es que esta fe nos protege de la obsesión. Somos presa de nuestros propios intereses y, a la vez, somos manipulados por fuerzas exteriores a nosotros. El fenómeno de la obsesión era ya algo real y apremiante en tiempos de Hitler. Y desde entonces se ha extendido a escala mundial. Se caracteriza por la entrega de la persona a una sola función, abandonando todas las demás relaciones. Es decir, la persona responde exclusivamente a una determinada visión utópica o a la ansiedad de la existencia. Deja de experimentar la comunidad, a no ser como una especie de club de drogadictos o como un sometimiento que tiende a la uniformidad. De este modo, en lugar de crecimiento hay entropía, la repetición constante de un papel determinado que transforma al hombre en un autómata. La política, los negocios, la ciencia, el trastorno dé la relación entre generaciones, ofrecen ejemplos en abundancia. La obsesión es la repercusión antropológica de un mundo arrojado de nuevo a la jungla. En ella aparece bien dibujado lo que llamamos el pecado original. El Crucificado nos libera de la obsesión También se ve cómo Jesús crucificado es capaz de sanarlo. Transgredimos el primer mandamiento, por jactancia o por desesperación, cuando a veces tenemos y a veces confiamos demasiado. Afectados por la obsesión, somos incapaces de amar a Dios "sobre todas las cosas". Este "sobre todas las cosas" es precisamente el secreto de Jesús de Nazaret, lo que nos permite llamarlo el Hijo de Dios y caer en la cuenta de su carácter único y perfecto. Porque ama al Padre y lo reverencia como Creador, Jesús alinea tras sí a quienes encuentra, y no lo hace por una escala de valores dictada por las fuerzas y circunstancias del momento, sino "sobre todas las cosas", por encima incluso de lo que somos capaces o incapaces de realizar. De este modo, él nos saca de la jungla donde sólo sobreviven los más dotados, para enseñarnos a contar con un Dios que tiene misericordia de los pobres. Cuando esto sucede, incluso la razón encuentra desahogo, fuerza y ayuda para actuar. Donde Dios se humaniza, también nosotros podemos y debemos humanizarnos. No hay que suprimir en la historia de la Iglesia, tan llena de cosas desagradables, aquella nube de testigos que Hebreos 11 nos menciona brillantemente; aquel cortejo multicolor de individuos que no encajan en ningún modelo determinado, que siempre caen en el desierto y son resucitados milagrosamente como comunidad de santos. Incluso un protestante debería saber algo acerca de ellos. Son los que captan en Jesús la voz del Padre que dice "Yo soy el Señor tu Dios", y corresponden a El "sobre todas las ERNST KÄSEMANN cosas". Así hemos de plantar cara a los otros dioses, a las ideologías producidas por los hombres, a los tentadores y déspotas, descubiertos o disimulados, a los deseos antojadizos de nuestros volubles corazones. Dime a quién escuchas y te diré a quién perteneces. Toda existencia humana depende de aquel a quien reconocemos la última palabra como influjo determinante sobre nuestra humanidad, y sobre nuestra relación con los poderes terrenos y trascend entes. Esto significa lo contrario de todo intento piadoso de amoldar la comunidad cristiana a la hechura de ciertos patriarcas vivos o muertos, o de entregarla a la tendencia de un grupo o a las reglas de una determinada confesión. Así como nadie tiene el derecho de modelar a Dios según su imagen, tampoco nadie tiene que hacer lo mismo con su hermano, y menos aún si se trata de sus propios hijos. Esto es lo que distingue a nuestro Dios de los demás dioses, como podemos verlo en la conducta de Jesús. El aceptó a cada persona con su propia individualidad, y todos -cada uno a su manera- pudieron participar en su obra. Además, Jesús no se conforma con ninguno de nuestros planes o esquemas. El nos saca de la estrechez de toda ideología, para llevarnos a una vida más rica, más estimulante y más llena de aventura. Si tenemos que hallar nuestro propio camino sin apartarnos de la comunidad, si el aprendizaje de discípulo carece de un simple programa de ejercicios, no podremos evitar muchos desaciertos y experiencias amargas. Pero solamente así nos hacemos capaces de representarle. El hombre de Nazaret nos hace parecidos a él: humanos y humanos-con- los-demás. Este es el camino cansado y doloroso que ha tenido que seguirse desde la expulsión del paraíso. Hay que correr el riesgo de ser mal comprendido y lastimado, incluso de sufrir y morir rechazado, como le sucedió a él. Pero, por otro lado, al abrirse un hombre hacia los demás, algo revive que nos recuerda el estado de la creación antes de la caída y que nos anticipa la perfección final. Estar presente en el desierto v en la jungla del mundo, por el Señor y sus hermanos, es hallarse en el punto donde termina la obsesión v donde empieza la vida. Al pedirnos que seamos sus representantes sobre la tierra, el Crucificado nos levanta como signos de su victoria, pero no nos hace unos superhombres como prometen los ídolos de este mundo. Nos enseña la primera bienaventuranza y nos hace descubrir, en el amor y en el juego de la imaginación, nuestro talento específico enterrado. Se entienden mal las narraciones milagrosas de la Biblia, si no se ven en la perspectiva de la cruz. El signo del Crucificado es la única medida de la vida para el creyente, y una promesa para el mundo. Si nos percatamos de nuestras propias quimeras, advertiremos seguramente las de nuestros contemporáneos. No olvidemos que al Salvador del mundo le costó la vida desenmascarar la idolatría de los escribas -, fariseos, detrás del engaño en que incurrían sobre sí mismos. Y que, para llevar adelante su obra por medio de sus discípulos, necesita que la fuerza de su juicio caiga sobre el engaño -piadoso o ateo- en que incurrimos sobre nosotros mismos. Tradujo y condensó: AURELIO BOIX