Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento - CODHES Mayo de 2004 Los wayúu vieron la masacre en sus sueños “Encontramos a una de mis hermanas cerca de una cementerio sagrado, la habían degollado y le picaron la cabeza en pedazos, solo le pudimos reconocer una parte de la cara, la otra estaba botada debajo de una ramal, cerca de un carro incinerado, estaba totalmente descuartizada, partida en pedacitos, la reconocimos por el color del esmalte de las uñas, estaba amarrada de manos y pies”. Más adelante Esperanza*, la mujer wuayuu que cuenta esta historia, encontró un carro incinerado, allí solo pudo ver lo que parecía un cuerpo humano y mucho cabello, “encontramos una mano, pero no sabemos de quién, porque como que se achicó del mismo fuego… mi otra hermana y la niña de trece años no han aparecido, yo creo que son ellas”. Eran el medio día de ese fatídico 18 de abril y Bahía Portete era un pueblo totalmente fantasma a la orilla del mar caribe. Con el sol pegando directamente en la playa, las casas del rancherío quedaron desoladas. Son apartes de una historia de horror que se escribió con sangre y fuego hace tan solo un mes, el pasado domingo 18 de abril, pero que el país hasta ahora comienza a conocer en su verdadera magnitud. Cerca de 150 hombres fuertemente armados llegaron a Bahía Portete, en el departamento de la Guajira, al norte de Colombia. Llevaban distintivos de militares y se identificaron como paramilitares. A las 7:30 de la mañana de aquel domingo todos los hombres cerraron la bahía. “Como iban de casa en casa llevándose personas, entonces las mujeres mandaban a los niños para que avisaran en las otras casas que nos iban a matar a todos, por eso hay tanto niño extraviado, aproximadamente unos 20 desaparecidos de 3 a 12 años”. Todavía con miedo y en voz baja, los indígenas que sobrevivieron a la matanza paramilitar cuentan que la gente salió corriendo para proteger sus vidas. Las mujeres y los demás salieron con lo que tenían puesto, con su manta tradicional y muchos de ellos descalzos. Ese domingo no había casi hombres en Portete, solo ancianos, porque la mayoría estaba pescando, pastoreando, o en Maracaibo (Venezuela) trabajando. “Todo mundo se fue desperdigado, buscando protección, unos se botaron al mar o se metieron en los manglares, la gente duro días enteros caminando por el desierto, con hambre y frío". El desplazamiento masivo se empezó a ver en las rancherías de la región y en los municipios. Algunos indígenas llegaron a Uribia, Maicao, Manaure y la gran mayoría, se cruzaron la frontera buscando refugio en Maracaibo, Venezuela. LA TRAGEDIA DE ESPERANZA Esperanza cuenta cómo vivió los hechos: “se bajaron de una camioneta y empezaron casa por casa diciendo quien se iba y quien no, los acompañaba la mujer de Chema Bala y mujeres de los paramilitares, yo estaba en esa lista, pero 1 me avisaron y alcancé a salir corriendo”. Sin embargo, esa misma suerte no la corrieron dos de sus hermanas, una sobrina adulta y una de trece años. Solo tres días después, el 21 de abril, un grupo limitado de personas pudo ingresar a la zona y rescatar algunos cadáveres. Pero no los dejaron enterrar a sus muertos en los territorios sagrados, así mismo, les advirtieron que no podían pasar el mes de duelo, costumbre wayúu, porque todo mundo se tenía que ir de la zona. “A mi me tocó enterrar a mi madre en otro cementerio y ella no va a estar tranquila porque ese no es su cementerio, nos prohibieron llorar y acompañar los muertos como es la tradición”, dijo una sobreviviente. La familia de Esperanza empezó a buscar sus hermanas y fue el visaje de los “chulos” que le avisaron donde había podredumbre. Cuentan, los pocos que han podido volver, que en Portete solo quedaron algunos muebles, vasijas y piezas de ropa, lo de valor se lo llevaron, “las hamacas de la familia, las mochilas, la ropa de mi abuela, los collares, el ganado y los chivos y hasta los contra se los llevaron esos arijunas”. En los sueños de hermanas de Esperanza habían visto la masacre, desde la muerte de los dos hermanos aquellos, la comunidad empezó a sentir el malestar de los espíritus, “las cosas no andaban bien, unos lo siente, pero la terquedad de quedarse en sus tierra no nos dejó salir y mire, ahí mismo murió toda la familia”. Para la etnia Wayúu, los sueños indican un acontecimiento venidero, malestares de los muertos, algo de reflexión. “Vimos muerte en los sueños, pero la verdad, nosotros no pensamos que iba haber tanta sevicia contra nuestro pueblo, fue una masacre dirigida hacia las mujeres y los niños". LA LLEGADA ‘PARA’ Todo empezó unas semanas antes del aquel 18 de abril, cuando ‘alias’ Chema Bala, indígena de la familia careruro, le pidió a Jacho autoridad tradicional de los wayúu, en Bahía Portete, y hombre sabio en sus procederes, que le diera permiso para desembarcar mercancía en la bahía. Bahía Portete, una pequeña comunidad que apenas sobrepasa los 500 habitantes y que está anclada sobre el mar caribe, en el norte de Colombia, en límites con Venezuela, es testigo de la entrada de mercancías de contrabando que vienen de Panamá, Aruba y Curazao; también por allí sale la droga para centro y sur América. Pero los paramilitares habían entrado a esa zona desde hace dos años. Desde entonces, la familia de Chema Bala y otra más, empezaron tratos con los paramilitares, “esos, los paracos, son arijunas (blancos) y desde esa época tienen un campamento en la zona”, contó Rafael, un sobreviviente de la masacre. El grupo armado empezó a meterse con la comunidad. A los comerciantes le exigían 50 millones por desembarco y semanalmente hay entre dos o tres. Cuentan que los alzados en armas empezaron a extorsionar los almacenes de víveres, entraban a las tiendas, consumían, no pagaban y se apropiaban del ganado y los chivos de los lugareños. En una ocasión, Gilberto y su hermano denunciaron ante la policía de Urbilla la pérdida de un ganado. Por esto los paramilitares los sentenciaron a muerte, “les dieron un balazo en el pecho y otro en la cara y amenazaron a la mamá de estos 2 muchachos para que no denunciara, todos vimos que fueron los paramilitares, ahí empezaron los sueños de terror y muerte”, contó otro de los sobrevivientes. El 26 de abril de 2003 aparecieron muertos en Portete dos policías, al parecer, estaban involucrados con los el negocio de la droga, según testimonio de los indígenas, “seguramente no les gustó a los policías como se estaba repartiendo el dinero de la droga y los paras los mataron, ese fue el comentario en la bahía, porque finalmente nunca se aclaro nada”, dijo uno de los miembros de la comunidad. Sin embargo, hubo dos testigos de este homicidio. Dos muchachos que observaron cuando los paramilitares descargaron sus pistolas contra los policías. El grupo armado se enteró de quiénes eran los dos testigos del asesinato y empezaron las amenazas de muerte contra los muchachos y sus familiares. “Les mandaron a decir que si ellos abrían la boca y contaban lo de la muerte de los policías, también los mataban”, afirmó un familiar de las víctimas. El 1 de febrero de este año, los asesinaron, uno tenía 18 años y el otro 24, este último lo mataron en frente de su mamá. Y aunque ella denunció los hechos, ni en Uribia, ni en Puerto Bolívar le respondieron por lo ocurrido. “La situación ya estaba bien delicada, la autoridad tradicional estaba tratando de tener acercamientos con Chema Bala para arreglar por la buenas con él, pero no hubo tiempo, se vino la masacre”. "Si nos dan la oportunidad nosotros nos vamos a la guerra con la gente de Chema Bala, pero en igual condiciones, con flechas envenenadas, como los antepasados, con contras, pero no peleando contra los paramilitares que tienen armas sofisticadas, además ellos no son indígenas, sino arijunas. Uno pelea por el territorio, pero con iguales de su raza, mientras, no vale la pena volver, porque nos terminan de matar". “Queremos volver pero para cerrar las casas, eso quedaron muchas penas sueltas y la muerte debe andar por ahí, porque con tanta matanza los espíritus de los difuntos no están en paz, ni nosotros tampoco”. *Por seguridad, los nombres de las víctimas fueron cambiados. 3