EL VALOR DE LA DEPORTIVIDAD Saber perder, saber ganar A propósito del Open de tenis de Australia “Después de unos minutos sentado en el banquillo mirando al vacío, Roger Federer tuvo que hacer frente al trámite de recoger el trofeo de subcampeón del Abierto de Australia. Las lágrimas obligaron al suizo a interrumpir su discurso. Detrás de él, Rafael Nadal mostró un respeto sólo comparable al nivel de una final inolvidable…” (Elmundo.com, 1 febrero 2009). Tras lo ocurrido en el Open de Australia de 2009, donde el joven deportista español se proclamó campeón ante Roger Federer, es obligado insistir en que la grandeza humana de Nadal –no es poca también la de su contrincante- cobra aún más relieve cuando demuestra, como muy pocos, que no sólo sabe cómo se ganan los partidos, sino que sabe ganarlos, ante todo, como un gran caballero, como una admirable persona: respetando y alabando al rival, reconociendo también su grandeza y recordando que la vida sigue y que hay que seguir trabajando para dar lo mejor de uno mismo. Merece la pena volver sobre el temple moral de Rafa Nadal y sobre su actitud dentro y fuera de las pistas deportivas. Estamos ante un campeón que todos los niños y jóvenes -sin duda también los adultos, claro- debieran tener como referente educativo, porque él y Federer supieron escribir el 1 de febrero una hermosa página del mejor deporte durante la entrega de trofeos el campeonato. Es duro, muy duro… Cuando un niño acaba de perder un partido de fútbol con sus amigos y llega enfadado a casa sus padres le tranquilizan y le dicen: "Tranquilo, lo importante es participar". Qué bien suena, pero ¡qué difícil de llevar a la práctica! "Esto me está matando...", murmuró Federer ante los micrófonos de Melbourne Park mientras el público le aplaudía, agradecido por el gran esfuerzo realizado durante todo el torneo y por los años en los que fue él el que se llevaba la copa de campeón. Incapaz de articular palabra, el suizo se retiró unos segundos, se abrazó con un también emocionando Nadal y regresó para hablar antes que el español, ya que no quería tener él "la última palabra", algo que corresponde sólo al vencedor. "Al principio estás disgustado, sorprendido y triste, son muchos sentimientos los que tienes. El problema es que no puedes irte al vestuario y darte una ducha fría. Tienes que salir fuera. Y ése es el peor momento. Es duro, muy duro". Recuperado y ya algo más entero, el suizo mostró su talla de campeón y de persona: "Nadal ha jugado un partido fantástico y le felicito por ello". Federer se despidió mostrando sus respetos al público australiano y prometió regresar la temporada que viene para levantar su cuarto título en Melbourne. No es fácil saber perder con elegancia, felicitar y agradecer al vencedor el tiempo que nos ha dedicado. El respeto y la alabanza al contrario ponen de relieve un corazón generoso, grande en los momentos grandes y en los amargos. A menudo nos encontramos niños –y no tan niños- que si sospechan que van a perder ni siquiera empiezan a jugar, otros abandonan a mitad de juego. Otros no admiten que la causa de su derrota sea una equivocación suya, una falta de esfuerzo o que el otro ha sido mejor. Buscan alguna excusa que justifique esa situación o culpan a alguien de lo que ha pasado (es muy habitual oír a los niños "me han suspendido" en vez de "he suspendido") y se pillan un enfado un tanto desproporcionado. En esta sociedad tan competitiva –y el deporte no es una excepción-, no es raro que todos intenten destacar. Está configurado en nuestras mentes que hay que ser los mejores, y vivimos constantemente comparándonos con otros en diversos ámbitos y áreas de nuestro quehacer. Pero no se puede olvidar la importancia de saber perder y aceptar, que en ocasiones, no siempre todo saldrá bien. Caballeros en el deporte y en la vida En parte por la misma razón, es habitual que en el otro extremo nos encontremos niños –y grandes- que ganan y humillan a su adversario, o que van fanfarroneando por ahí con sus éxitos. Ni lo uno ni lo otro. Saber ganar también tiene sus reglas. Igualmente insufrible que un mal perdedor es un vencedor presuntuoso. Lo primero que ha de hacer un vencedor es dirigirse a su adversario deportivo y valorar su juego. Hay que enseñar a los niños que lo importante es participar, prepararse y esforzarse en dar lo mejor de sí mismo. El 1 de febrero, en las pistas del Open de Australia, pese a que todas la miradas estaban puestas en él, el gran triunfador del día, las primeras palabras de Rafa Nadal fueron de ánimo (e incluso de disculpa) para su rival, Roger Federer: "Sé realmente lo que se siente y lo duro que es," dijo el manacorí, "lo siento por lo de hoy, pero eres un gran campeón, uno de los mejores de la historia y vas a llegar a los 14 y mejorar esa marca", aseguró dirigiéndose al suizo. "Me encanta jugar contra ti y te deseo lo mejor para el resto de la temporada", añadió Rafa ante las lágrimas de su rival. El español también señaló que son dos jugadores que se conocen a la perfección. "Ya llevamos muchos partidos encima", recordó Nadal, que definió a Federer como "un fenómeno fuera y dentro de la pista". Ya en un análisis más detallado ante la prensa, el número uno reconoció que las lágrimas de Federer hicieron que él disfrutase "un poco menos de la victoria". "Ver a un gran campeón como Federer cómo expresa sus sentimientos hace grande este deporte y demuestra lo humano que es, sin miedo a llorar. Cuando ves al rival así, a un compañero, disfrutas un poco menos de la victoria", dijo Nadal. "Él estaba destrozado y para mí era complicado, porque tengo una excelente relación con él. Os prometo que le deseo toda la suerte del mundo para que consiga igualar y superar el récord de Sampras porque creo que se lo merece. Es un gran campeón y lo ha demostrado siempre fuera y dentro de la pista. Él ha hecho grande nuestro deporte", reiteró. "Son momentos emocionantes", comentó sobre la entrega de trofeos, y confesó: "Yo, entre la victoria y ver así a Roger, también he estado muy cerca de llorar". Educar en la elegancia moral Este aprendizaje de la elegancia moral no se improvisa; ha de iniciarse desde muy pequeño, cuando el niño empieza a jugar con sus padres. En muchas ocasiones éstos le dejan ganar para que el niño no se frustre y se sienta bien. Esto no está mal, a veces hay que dejarle ganar para que el niño tenga interés en mejorar, pero también hay que dejar que pierda para que no se crea que él lo puede todo, y luego se lleve un chasco con otros que no le van a dejar ganar. No vale decirle al niño que no pasa nada por perder, que lo importante es participar, y luego cuando el papá ve en la tele que su equipo de fútbol va perdiendo no se cansa de soltar improperios y descalificativos. El niño se siente engañado. El hecho de que el niño se enfade cuando pierde es una reacción normal. A nadie le gusta perder, y menos a un niño. Ellos lo viven como un fracaso, y como viven en el presente, el futuro les queda muy lejos, y por tanto les cuesta darse cuenta de que perder una batalla no significa perder la guerra. Como padres/educadores podemos tener en cuenta una serie de aspectos: • Hay que ser consecuentes entre lo que decimos y hacemos. Tenemos que aprender también nosotros a perder y a medir nuestras reacciones. En el día a día hay que reconocer el mérito del que se esfuerza, del que mejora y no solamente del que gana (p. ej. hemos perdido el partido pero los jugadores han luchado muy bien). • Cuando el adulto gane o pierda con el niño o con otros, debe mostrarles consideración (p. ej. "He ganado, pero no ha sido fácil, tirabas los balones con mucha fuerza", o "Felicidades, has ganado. Te has portado como un gran jugador"). • Es normal que tras perder uno se sienta un poco triste y decepcionado, pero no se deben permitir reacciones desproporcionadas (agresiones verbales, físicas o contra el material). Si se producen hay que dejar muy claro al niño que en esas condiciones no puede jugar y se quedará fuera del grupo hasta que se calme. • Se gane o se pierda hay que felicitar o solidarizarse con el adversario ("Lo has hecho muy bien", o "lo siento. Ha sido un placer jugar contigo"). • Tanto los padres como los hijos tienen que aprender a hacer examen de su conducta para saber en qué aspectos tiene que mejorar. Es más fácil criticar al otro que a uno mismo. Cuando el niño esté triste porque ha perdido, ayudadle a analizar el partido y hacedle preguntas sobre qué se podría haber evitado o qué se puede cambiar para la próxima vez, en función de su edad. Para poder hablar de la derrota a veces hay que esperar a que el niño se calme un poco y lo pueda ver con un poco de distancia. En el momento de la frustración es difícil dialogar y ver las cosas. Esto no vale sólo para el deporte, sino también para los fallos de comportamiento que haya podido tener en general. • Se le debe enseñar a jugar limpio. Establecidas unas reglas, hay que respetarlas. Si los niños son pequeños no debe haber muchas. Además, éstas no se pueden cambiar cuando a uno le interesa. Conviene acostumbrarse a no protestar ni quejarse, sino a aceptar las decisiones del árbitro, los fallos de los compañeros o los propios, y seguir luchando por la victoria con ilusión y honestidad, aprendiendo de los errores. A ningún padre le gusta ver sufrir a su hijo, y a todos les gustaría que su hijo fuese el mejor, pero no siempre puede ser. La vida no es un camino de rosas y por tanto los niños tienen que aprender a tolerar la frustración y a sobreponerse de ella. Además, tienen que saber asumir la victoria, y que no se crean más de lo que son. No debemos dejar de mostrarles esos raros ejemplos de grandeza humana, la que normalmente acompaña a los deportistas generosos, humildes y tenaces, como Rafael Nadal. Y hay otros muchos. J. Miguel Lolek