Rescates, Quiebras y Sutilezas Jurídicas Fernando Mínguez Cuatrecasasblog.com, 03/04/2013 Seamos precisos. Un expolio es siempre un expolio, pero te pueden expoliar por distintos conceptos. Si en un lugar hipotético, pongamos una isla del Mediterráneo, se declara una crisis bancaria y los depositantes son obligados a transferir parte de sus recursos a los bancos (a participar del bail-in, como se dice ahora) se habría producido, efectivamente, una quiebra del sacrosanto principio de intangibilidad de los depósitos, además de un contradiós mercantil si los depositantes contribuyen en la misma o mayor medida que quienes les preceden naturalmente en el orden de recibir quebrantos (se llama “prelación”), es decir, acreedores subordinados y accionistas. El seguro de depósitos habría resultado ineficaz. Si esa ineficacia se debe a una decisión de quien, en suma, otorga al seguro de depósitos su eficacia disuasoria –ya se sabe que los seguros de depósitos son como las armas atómicas, es su mera existencia la que garantiza su eficacia- o sea el estado, además, resulta que esa ineficacia no es antijurídica, no se puede reclamar, al menos conforme al Derecho del estado de marras. Con suerte, se puede intentar acabar en el Tribunal de Luxemburgo, por aquello de que el derecho a la propiedad –al producto del trabajo de unotambién es un derecho humano aunque no nos engañemos, no goza del predicamento de otros derechos algo más vitales. Pero no es esto lo que podría haber sucedido, si es que no llega a suceder definitivamente, en la concreta isla del Mediterráneo que todos tenemos en mente. Si la detracción de patrimonio ya no se dirige directamente al banco depositario sino al estado –aunque éste vaya a utilizar los recursos para rescatar al banco en cuestión- entonces ya no hay bail-in que valga, salvo el del estado mismo. Eso, en toda tierra de cristianos, católicos y ortodoxos, es un tributo. Es verdad que este tipo de exacciones resultan un poco violentas porque desde la Revolución Gloriosa y la independencia de las Trece Colonias nos hemos acostumbrado a aquello del no taxation without representation y, como somos más ceremoniosos, se suele requerir un cierto aparataje jurídico-formal antes de establecer contribuciones personales, pero en la edad media este tipo de cosas eran frecuentes. Al seguro de depósitos no le ha pasado nada. Simplemente, el estado, en un acto de soberanía, se queda con parte del patrimonio de sus ciudadanos (¿súbditos?) Insisto, se llama impuesto y en este caso, no merece la pena ni el intento de ir a Luxemburgo, que está lejos del Mediterráneo. Ya digo que causa cierto escándalo porque varios siglos de prácticas más suaves hacen olvidar que los zurriagazos del Leviatán pueden ser dañinos pero, salvadas todas las diferencias técnicas, no estamos ante algo sustancialmente diferente de otras decisiones que también pueden tomar los gobiernos de las islas (y penínsulas) mediterráneas como elevar los impuestos sobre otros conceptos (renta, transmisiones…), crear un impuesto nuevo o recortar prestaciones de todo tipo. Ya digo, está claro que se trata de medidas distintas en el detalle, pero todas tienen el denominador común de la apropiación de recursos por parte del estado. Lo que ambas medidas tienen en común es una ruptura patente de la seguridad jurídica. Es llamativo que, a menudo, estas medidas se planteen como una alternativa a la “quiebra del estado”. Sin duda, la noción de “quiebra” se toma ahí en un concepto muy básico o demasiado estrecho. Se dice que el estado “quiebra” cuando impaga su deuda por una vía u otra, es decir, cuando la repudia, la reestructura o emplea otros medios más finos como alterar el patrón monetario (el abandono de una divisa, su devaluación o la aceptación de una inflación muy elevada). Pero a nadie parece importarle una posible quiebra en un sentido más profundo, jurídico-político: la del estado en su capacidad de proveer los bienes esenciales que son su razón de ser, empezando por el más básico de todos, que es la seguridad jurídica, de la que es componente esencial un marco legal que cambia por cauces transparentes y predecibles. Cuando el ciudadano ha dejado de serlo porque siente que carece de control sobre su propio destino, entonces no hay que engañarse, el estado ya ha quebrado. Los anglosajones, siempre tan sutiles, en contexto de insolvencia, distinguen al deudor que existe antes del concurso –persona jurídica con plena capacidad- del estate, de la masa de activos y pasivos en que se convierte inmediatamente después. Parece igual, pero no es lo mismo. Un estado es un estado y una isla es una isla. El caso islandés nos enseña cómo un estado puede quebrar económicamente manteniéndose muy vivo jurídica y políticamente. ¿Islandia quebró? En cierto sentido sí, en otros no. Entiéndaseme bien, no pretendo afirmar que los islandeses acertaran en sus decisiones, puede que erraran muy gravemente, pero lo que es cierto es que esas decisiones fueron suyas. Sutilezas jurídicas menores, supongo, ante otros imperativos.