el tema de lo especular y de los bordes en la melancolia

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EL TEMA DE LO ESPECULAR Y DE LOS BORDES
EN LA MELANCOLIA1
Marie-Claude Lambotte
Cuando Patrick De Neuter me habló de su temática general, “El cuerpo y el inconsciente”, dudé en un
principio y luego le dije: pero precisamente, el sujeto melancólico se encuentra, si puedo hablar de este modo,
muy alejado de su cuerpo, muy exterior podríamos decir, a su cuerpo. Entonces veamos cómo hablar de este
cuerpo que podríamos calificar de cuerpo evanescente, de cuerpo transparente y precisamente ahí podremos ver
también porqué.
Quizás podríamos delimitar tres aproximaciones acerca del cuerpo del sujeto melancólico. Por un lado,
nuevamente esta interrogante sobre la exterioridad. Y escuchamos frecuentemente el sujeto decir: “Pero, no
tengo cuerpo”. O bien, refiriéndose a si mismo dice “este cuerpo”, arrastro “este cuerpo”, como una especie de
carga que no le pertenecería. También escuchamos decir: “no tengo cuerpo, pero mi cabeza está llena de
pensamientos”; como si hubiera ahí – y eso también forma parte de una suerte de tradición histórica más
francesa que alemana en psiquiatría – una especie de exceso de ideas en menoscabo hasta de las sensaciones
corporales en el sujeto melancólico.
Por otro lado, en relación siempre con esta interrogante sobre el cuerpo, el sentimiento de vacío. El
sentimiento de vacío nos permite diferenciar la depresión en sentido general, de la melancolía; el sentimiento de
vacío del lado del sujeto depresivo se expresa así: “Me siento vacío. No tengo nada que decir. Me siento vacío.
Ya no sé qué hacer, me siento vacío.” Y es un momento particular de la entrevista o de la cura.
Del lado del sujeto melancólico, es: “Estoy vacío. Ya no siento mi cuerpo. Ya no tengo límites. Ya no
tengo espacio. Estoy vacío.” No es “me siento vacío”, sino “estoy vacío”. Y en ese momento, es algo del orden del
errar, del vagar, de la deriva. Pienso en una paciente que era ayudante de laboratorio y que trabajaba la mayor
parte del tiempo en su casa, y quien en cierto momento no podía impedirse salir de su casa y decir: “Yo erro,
necesito errar.” Erraba efectivamente en Paris hasta sentir, hasta el cansancio. Y ella se mejoraba cuando lograba
sentir algo de su cuerpo y entonces ahí entre otros, era el cansancio. Podía errar hasta muy avanzada la noche
para sentir la fatiga y así alcanzar una sensación corporal. Parecido a otra que decía: “Tendrían que pincharme la
mano para que pudiera sentir algo”.
1
Trascripción de una conferencia realizada en Louvain-la-Neuve, el 13 de Enero de 1995 en la UCL; publicado en “Le Bulletin Freudien”
Revista de la Asociación Freudiana de Bélgica, nº27, 1996.
1
Entonces ¿de qué modo podemos hablar del cuerpo si es un cuerpo transparente, si es un cuerpo
habitado por el vacío y si es de alguna manera un cuerpo anestesiado? Todas estas preguntas se relacionan, están
ligados a un tema recurrente en el discurso de los melancólicos, el de la imagen – y este será el tercer argumento
relativo al cuerpo –, los melancólicos no hablan de imagen, sino hablan de mirada, de mirada y de espejo, y
precisamente de una imagen que ellos no ven. Al igual que el cuerpo, no lo sienten, la imagen es como si no la
vieran.
O como si se vieran a sí mismos con otros ojos, como si se vieran con otra mirada. Pero es algo de lo cual
no han logrado, a priori, apropiarse: en otros términos, algo a lo cual no han logrado tampoco identificarse. En
esto consiste un poco el argumento de la exposición.
Para mantenerse en este discurso que he nombrado “discurso melancólico”, es también el titulo de mi
libro, porque justamente me pareció poder aislar dentro del amplio cuadro de las depresiones, un cierto tipo de
discurso que me pareció – pero en un efecto posterior – calificable de melancólico. En un efecto posterior,
porque es después de la experiencia, es posteriormente al trabajo terapéutico que me parece posible distinguir,
entre las depresiones consideradas en general, un discurso que se mantendría del lado de la neurosis, de la
neurosis de transferencia aunque sea un discurso de tipo depresivo, y también otro discurso que me pareció
resultar más de un lado melancólico, no necesariamente sicótico – es por eso que no quiero ordenar la
melancolía entre las psicosis así nomás, sin más reflexión, sin más trabajo – no es tampoco la psicosis maniacodepresiva, y podrán ver en el discurso que voy a tratar de mostrar, que no es un discurso delirante, es un discurso
absolutamente particular.
¿En qué se distingue del discurso depresivo? Bueno, por un lado, porque pareciera que el sujeto
melancólico no puede a su mal, a su depresión, a su anestesia psíquica, encontrar un origen. Un depresivo le
dirá: “desde que me pasó esto, estoy así: ya no tengo interés en nada, no puedo hacer nada más, todo eso sirve
para nada, etc.” Pero igual con algo referido al origen, es decir: “desde que me pasó eso…” incluso si este punto
de origen es reconstruido, fantasioso, etc. Al contrario: eso significa que ahí existe imaginario, que algo del
ámbito de la metaforización posible todavía funciona. Darle un punto de origen, aunque sea fantasioso, permite
al sujeto depresivo construir un relato: “Desde que me ocurrió eso, estoy así” y eso forma parte de una historia,
de una historia que él se apropia a través del origen, por este punto de origen por fantasioso como sea.
Del lado del sujeto melancólico, parece que no hay algo así desde el principio, si puedo decir, en la
manera en que se presenta, no parece poder descubrirse un punto de origen. Es al contrario: “Siempre he sido
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así. No le puedo decir nada más.” En la medida en que no hay un origen histórico reconstruido desde el punto
de vista de la fantasía, entonces no se puede decir nada más, no se pueden hacer más metáforas: “Siempre he
sido así. No cambia. Nací bajo una mala estrella. Es el destino. Yo heredé eso. Además, no va a cambiar.” Luego
de eso, al sujeto melancólico le resulta bastante difícil construir un relato: son pedazos de historia que podemos
escuchar, fragmentos sin más relación unos a otros, sin más enlaces los unos con los otros y con una gran
dificultad por supuesto para asociar.
Entonces, es nuevamente en un momento posterior que me pareció necesario separar estos dos tipos de
discursos; a su vez me pareció percibir que resultaban de dos organizaciones psíquicas diferentes: tanto el
primero, el depresivo, encubría algo que todavía lo mantenía en un vinculo erótico con el objeto, es decir algo
del orden de las neurosis de transferencia, tanto por el lado del sujeto melancólico se trataba de una organización
particular. Con la presencia, por supuesto de una demanda, no se diría de ayuda, seguramente que no, más bien
una demanda de entrevista, tampoco se puede decir análisis, pero sí muy distinto al depresivo. El sujeto
depresivo es: “Saque me de aquí para terminar con eso al fin”. El sujeto melancólico, para nada. Le sucede que lo
obligan a ver un terapeuta, a venir a ver un analista, iba a decir escoltado, llevado con firmeza porque se vuelve
insoportable para sus familiares. Es un especie de negativista permanente. Su demanda, o lo que se desliza como
pudiendo ser objeto de una demanda, se expresa de esta manera: “Bueno, lo vengo a ver pero me forzaron. De
todas maneras, será igual. Todo lo que podrá decir estará bien, será justo. Pero funcionará con otros. Para los
demás puede que sea muy bueno, pero conmigo no podrá funcionar. Conmigo no va.” También puede expresar
grandes verdades, verdades un poco pseudo-filosóficas: “De todas maneras, no hay nada que podamos entender
realmente. No podemos estar seguros de nada. No existe la verdad, no hay sentido, entonces para qué hacer las
cosas.” Etc.
Lo que a pesar de todo, a pesar de este negativismo declarado también muy particular en el sujeto
melancólico, lo que hace que algo se mantenga, es precisamente este especie de “discurso circular”, como algo
que se cierra: “Vengo a verlo, pero estoy obligado a venir a verlo; lo que usted dirá estará bien, pero para mi no
podrá funcionar, así que quedaré en el mismo punto.” Y se cierra en eso. Sin embargo, él vino a verlo. Eso es un
primer punto. Además hay algo en esta demostración negativista que es del orden de una relación, de un punto
de contacto, porque su discurso podría continuar así: “Le digo todo eso, todos estamos en este punto. Usted
seguramente estará de acuerdo.” Esto, él no lo dice, pero lo presenta como tal; porque estas verdades, estas
grandes verdades eternas pseudo-filosóficas, es cierto que dentro de nosotros mismos, no podemos estar en
desacuerdo. Dice cosas más bien acertadas y esto se liga un poco a lo que dice Freud en Duelo y melancolía: el
melancólico ha rozado y acercado la verdad de una manera bastante más cercana que nosotros, que los
neuróticos, hasta el punto de enfermarse.
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¿Qué hizo precisamente esa verdad para que lo haya acercado demasiado a punto de ponerse enfermo?
Es esto que de partida, parece ser hablado por el sujeto melancólico, esto que contiene a la vez el punto de
contacto y la trampa a nombre del analista: “Mire, no hay nada que hacer, está usted de acuerdo.” Entonces, es
cierto que en el fuero interno, tenemos ganas de estar de acuerdo, pero entrar en algo que podría con mucha
certeza ser algo un poco fantasioso, un poco afectivo, entrar en esta historia cerraría definitivamente la apertura,
la pequeña apertura que presenta el sujeto melancólico. Por eso, es un hacerse cargo bastante particular, que
nada tiene que ver con el hacerse cargo del sujeto depresivo que dice: “Desde que me pasó eso, estoy así”. Ahí,
hay algo transferencial a priori, muy transferencial si puedo decir. Pero del lado del sujeto melancólico, se trata
de esta pequeña apertura que hay que cuidar de mantener abierto ya que es algo que seguramente no está muy
lejos tampoco de la “relación terapéutica negativa” del cual habla Freud en Le Moi et le Ça, con esta cierta
voluntad y casi satisfacción a no considerar un tratamiento posible, una mejoría o una elaboración posibles.
La manera en que se presenta el sujeto melancólico, nuevamente deducida en forma posterior a la
experiencia, vuelve muy difícil precisamente el hecho mismo de referirse a la cuestión del cuerpo, ya que es su
tema. El cuerpo esta puesto en veilleuse2, el cuerpo no es un cuerpo hablado en cuanto tal, aparte en términos
negativos de “no siento mi cuerpo”, “este cuerpo”, resultando ser algo muy exterior.
Entonces, ahí me parece que un fragmento del discurso de uno de mis pacientes…, es evidente la
dificultad de citar así fragmentos de los discursos de los pacientes, es la misma que encontramos al referirnos a la
clínica y la experiencia, la de no retraducir directamente algo que hemos escuchado, es sin duda un problema de
deontología, intentar retraducir la lógica, la lógica misma del discurso. Cito el pasaje de un discurso, llamémoslo
igual así, el fragmento de una paciente que me parece resumir de entrada toda esta dificultad de acercamiento y
de instauración de la relación transferencial, que podemos sentir con el sujeto melancólico. Esta paciente dice lo
siguiente; ella llama momentos de deriva eso que la obliga a salir de su casa y a errar hasta que vuelve, según su
expresión: “muerta de cansancio”. “En estos momentos, dice ella, no puedo hacer más nada, no puedo fijarme en
nada. No puedo siquiera abrir un libro: todo resbala, todo me aburre y nada me detiene. Trato de agarrar
poemas”- es una persona que escribe poemas – “pero inmediatamente borro todo o lo escribo de tal manera que
no se vea nada. Por eso me ensucio las manos porque borro la tinta con los dedos. Entonces utilizo cualquier
trapo para limpiarme las manos, aunque sea un trapo sucio para el aseo botado por ahí.” Ella escribe con un lápiz
de tinta y a veces también escribe con una pluma que queda grabado más profundamente en el papel que el
lápiz. Pero necesariamente tiene tinta sobre los dedos; hay algo que resbala, algo que escurre. “Y me viene la
tentación de limpiar también el papel. Mojo un poco el trapo y froto el papel hasta que se vuelve tan delgado y
2
El cuerpo está puesto en “stand by”, al cuerpo le “bajaron el volumen”, ya no se lo escucha, ya no ocupa espacio; N.d.T.
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tan frágil que ya no se le puede tocar sin desgarrarlo. Me gusta3 estar en este límite que hace que un nada puede
comprometerlo todo. El papel se vuelve casi transparente. Pero incluso en estos momentos, no me puedo quedar
quieta. Subo a mi pieza, bajo, vuelvo a subir y vuelvo a bajar hasta que salgo y alcanzo el muelle. Ahí, camino a
lo largo de la Seina hasta la noche. Y cuando llego a mi casa, por el cansancio siento por fin mi propio cuerpo.
Sino, es como si no tuviera. No lo siento, ya no tengo ni límite en el espacio, solo me puedo empujar en el
espacio: Empujo este cuerpo, eso es todo.
Es un fragmento denso algo resumido que muestra en conjunto estos momentos de vagabundeo, de
obligación a deambular y de acarrear este cuerpo, el estar dentro de algo que no tiene límites, que tiene tan
pocos limites que ella necesita sentir la fatiga; son cosas muy sensoriales, muy sensitivos para lograr ganar algo
del ámbito corporal. Es también “agarrar cualquier trapo”, es decir algo bastante asqueroso en realidad – ella lo
expresaba de esta manera – cualquier cosa para justamente borrar lo que había hecho, es decir suprimir su propia
producción. Estamos en algo que va a indicar también la autodestrucción; así ella borra y lo dice ella misma,
eventualmente comprometerlo todo, es decir llegar hasta cerca de romper el papel, no completamente, pero casi.
Su expresión era: “poner las cosas en peligro”, poner el papel en peligro, poner la escritura en peligro, poner las
cosas en peligro. Pero de todas maneras, ella recupera al último momento, en el límite de… Aquí también es de
alguna manera insertar en la realidad la cuestión de los límites, hasta que se pueda eventualmente romper, pero
no se rompe. De ahí el trapo, cualquier cosa sucia para arruinar su producción. La cuestión de los límites.
Cuando el papel está seco, entonces aparecen sobre él, iba a decir momentos, pero no son momentos, más bien
manchas de transparencia. Manchas de transparencia es paradojal, porque una mancha es más bien opaca, es
algo que por el contrario, viene a borrar. Pero ahí, son manchas de transparencia, es decir que el papel se afinó
tanto que efectivamente podemos ver algo detrás, es decir una transparencia que vendría de atrás del papel, de
atrás de la escritura. Igual, ahí también algo sigue delimitado, definido, puesto que es una mancha de
transparencia.
Por lo tanto me parece, pero una vez más ha sido luego de retomar todos los discursos, todas las
modalidades de expresión, que me apareció que en este fragmento se encuentran casi todos los elementos
esenciales que se refieren al cuerpo: Esta transparencia, esta falta de límites, este cuerpo exterior y finalmente un
desecho, un desperdicio que podemos borrar con el primer trapo sucio. Y ella insistía en eso, el trapo para
muebles, cualquier cosa con la cual ella borraba el papel y también limpiaba sus manos.
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Dentro del negativismo del melancólico, es un gran indicio que el paciente precise donde está ligado el amor. Ella está hipersensible a
su no-existencia. La mancha en el papel se hace tan delgado que al igual que ella, casi no existe, existe “justo”, un poco más y ya no
existiría.
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Utilicé este ejemplo porque me pareció totalmente paradigmático. Volvía a encontrar, en el discurso de la
patología de estas mujeres melancólicas, siempre una suerte de temor, de miedo a las formas, de horror de las
formas y en particular de las formas femeninas. Detrás de esto se perfilaba la imagen maternal de una mujer al
contrario fuerte e invasora. Es en esto que radicaría un primer núcleo, quizás metapsicológico de esta
exterioridad del cuerpo, al menos en la mujer melancólica a saber, la relación del sujeto con el horror de las
formas o el horror de las formas invasivas, algo de este ámbito y la imposibilidad del sujeto precisamente de
percibir los límites de su propio cuerpo4. Es lo que llamaré los contornos, las líneas del propio cuerpo, del
espacio externo, algo que permite apropiarse de algo que llamamos un espacio propio, como el espacio que
manipulamos nosotros mismos.
Cada uno tenemos un espacio propio, que ocupamos de una manera muy particular, es algo que se ubica
entre las líneas del propio cuerpo y del espacio externo. Existe una práctica del espacio, una práctica muy
personal. Nos apropiamos el espacio de una manera original y el sujeto melancólico se enfrenta ahí a estas
formas casi terroríficas, casi ogresas de una imagen materna, en todo caso de una imagen ideal, de algo a la vez
arcaico e ideal, que lo ubica siempre a punto de estar invadido por estas formas. Entonces, localicé en los
diferentes discursos de las pacientes esta postura de fragilidad con respecto, para la mayoría, al modelo materno.
Es un primer núcleo metapsicológico; debemos por supuesto, ir todavía más lejos. El modelo materno, en tanto
está tomado en la realidad a través del discurso de la paciente, remite a algo que podríamos llamar una instancia
ideal que sería más bien del ideal del Yo – tanto en Freud como en Lacan por lo demás.
Esta paciente se encontraba casada, con dos pequeños niños y decía: “Pero no puedo ver mi madre, ella
parece invadir todo el espacio. Así que le dejo todo. El almuerzo a preparar, los niños, etc. Le dejo todo. Yo no
puedo hacer nada.” Era algo que resultaba de una fantasía, esta madre invasiva que llegaba a invadir el espacio
pero al mismo tiempo apropiarse de la cocina, los niños, etc. Otra paciente, en un sueño, se veía o se revivía en
el día de su boda, no tenía “nada que ponerse”, como se dice en términos de moda, “no tengo nada que
ponerme” – cuando queremos comprar cosas, es una solución algo fácil. Y bueno, esta era la expresión que le
volvía en el sueño: “No tenía nada que ponerme el día de mi boda. Pero mi madre, ella tenía un muy lindo traje.
Y yo le decía, en el sueño:”Pero mamá, soy yo la que se casa” “Sí, pero tú no importas”, le habría dicho su madre,
en el sueño. En el primer relato del sueño, algo que viene recubrir la imagen de la paciente y la llega a
aterrorizar.
No parece que se tratara de una valorización o de una desvalorización de la imagen, como podemos
entenderlo desde el punto de vista del sujeto depresivo, en el sentido de “soy realmente fea, no me siento bien”.
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Es decir, percibir la propia forma; N.d.T.
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No se trata tanto de eso en el sujeto melancólico, de la imagen, el melancólico no habla o lo habla como
soñando. Porque no la tiene o porque no se lo ha apropiado aún de manera suficientemente estable, lo
suficientemente referencial. Por el contrario sí habla del espejo y la mirada en el sentido de: “No quiero mirarme
en un espejo porque veo la cara de mi madre. No quiero mirarme en el espejo porque no es mi mirada, es la
mirada de mi madre o la mirada de otra persona.”
Ahora nuevamente, hablaré de un ejemplo que parece salir de un libro, pero que he realmente oído de
una paciente de unos treinta años que soñaba con un espejo que le daba miedo, no quería mirarse en el espejo. Y
esta paciente guardaba a pesar de su edad un rostro extremadamente joven, eso en realidad no podía pasar
desapercibido. Una cara muy joven, todo el mundo se lo decía por lo demás. Y le habían repetido desde pequeña
que se parecía “como dos gotas de agua” a su madre. Lo cual sin dudas estaba ligado al hecho de no querer
mirarse al espejo. Y después de un tiempo, volvió; era una paciente en frente-a-frente – en las historias de espejo
muchas veces los pacientes se quedan ahí, en cara-a-cara. Ella me decía: Pero envejecí. He cambiado. Me parece
que he envejecido.” Eso es algo que pueden experimentar, un momento en la cura analítica o durante la
entrevista terapéutica, en el cual la persona le dice a usted: “he cambiado de cara. He recuperado o he tomado
una nueva cara.” Y es una cara que muchas veces, efectivamente “envejece”, es una cara que muestra el tiempo
pasar a través de ella. Yo creo que es muy importante para la melancolía, este tiempo suspendido, ese tiempo
fijo, algo que ya no tiene futuro porque no hay proyecto y algo que perdura desde el pasado. “Es siempre así, y
será siempre así, y siempre ha sido así”. Por lo tanto hay aquí una especie de suspensión del tiempo. Yo creo que
es absolutamente interesante e importante anotar el momento en el cual el paciente le dice, “mi cara ha
envejecido”. La mayoría de las veces, es así como lo dice y después de todo, no es tan malo que una cara
envejezca y deje al tiempo marcar su paso.
Luego, dos sesiones después, la paciente vuelve y me dice: “Si, he cambiado. Todo el mundo lo ha
notado. Y ahora todos dicen que me parezco a mi prima.” Había realmente algo que impedía, la paciente
realmente tenía dificultades para apropiarse de una cara. Realmente le costaba apropiarse de una imagen sin que
inmediatamente otra cara u otra mirada viniera a recubrir la suya. ¿Por qué? Hay ahí toda una constelación
familiar y transgeneracional.
Todo esto, todas estas descripciones corresponden ya a teorizaciones propias de la psiquiatría y
particularmente, a la psiquiatría alemana más que a la psiquiatría francesa, a partir del final del s.XIX hasta el
principio del s.XX. Por supuesto también a todo lo que aborda la cuestión de la adquisición de la imagen
especular bajo la forma de la identificación, es decir, de la imagen del espejo. Se ha señalado o al menos se ha
insistido sobre la idea de vacilación de la imagen de sí en el sujeto melancólico.
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Un medico como Cotard – por lo tanto esta vez del lado de la psiquiatría francesa – trabajó sobre la
cuestión de la negación de órgano, a la cual se puede ligar la perdida de la visión mental. Es en un artículo de
1884 que podemos leer sobre la imposibilidad para el paciente de representarse aquello de lo cual está hablando,
a partir del momento en que las personas, los recuerdos que evoca, su propia casa, etc. están ausentes: si no se
encuentra frente a su casa, si no se está frente a las personas que refiere, le es imposible representárselos. Está
también este médico que trabajó en la relación entre la melancolía y el dinero –yo no he trabajado mucho ese
tema del dinero sino interesándome en los sociólogos alemanes como G.Simmel – es Jean Guyotat que se
interesó mucho al dinero y la melancolía en el sentido que el melancólico dice: “Soy nada. No solamente soy
nada sino además estoy arruinado. Jean Guyotat habla de esta pérdida de la visión propia refiriéndose al sujeto
melancólico calificándola de pérdida de la erotización de la mirada, como si la mirada se encontraría limitada a
su sola visión funcional: es decir no está la mirada, simplemente queda la visión.
Habría que recordar a los fenomenólogos que inspiraron ampliamente a Lacan, en particular a Sartre y
Merleau-Ponty, que distinguen precisamente el ojo de la mirada, es decir la visión estrictamente funcional, de la
mirada que por definición está animada de intención. Que hacemos sino comunicar por un cambio de miradas,
intercambio que hace que la mirada quede siempre un poco “de lado”. Al mirar alguien, no miramos tanto sus
ojos, más bien somos catados por su mirada. Si vemos los ojos, escapamos a la mirada. De alguna manera la
visión en el sentido estrictamente funcional y el ojo, no pueden ir juntos con la mirada, el mirar que pasa un
poco por el lado y que busca otra cosa. Lacan se inspiró ampliamente de los estudios fenomenológicos, ya que
para él, la intención de los fenomenólogos al tratar la mirada estaba evidentemente puesto en el velo, dicho de
otra manera cuando miramos, sea un paisaje, sea el otro, es lo que está escondido atrás que nos gustaría ver. Es
siempre algo que está detrás de una pantalla - de ahí la cuestión del phallus en Lacan - pero que siempre está
escondido. Evocando la anécdota que encontramos en Pline (XXV, 65) acerca de los dos pintores Zeuxis y
Parrhasios, que rivalizaban en la técnica del trompe-oeil, que competían en su pintura acerca de la realidad
misma de su pintura, determinando cuál de los dos podría pintar de una manera tal que se casi se pudiera
confundir la pintura con la realidad. Yo creo que Zeuxis pintó uvas de una manera realista y tan realista que los
pájaros venían a picotear. Y Parrhasios pinta también y luego muestra su tela a Zeuxis que dice: “Si, pero ahora
retira el velo para que pueda ver tu pintura.” Y por supuesto el velo era el cuadro de Parrhasios, era un velo
pintado, tan bien pintado que Zeuxis le preguntó: “Para que pueda ver tu pintura, retira pues este vuelo”.
Lacan retoma este tema en Los cuatros conceptos fundamentales del psicoanálisis para justamente testimoniar
de esta intención que anima la mirada: Estamos siempre tratando de ver qué hay detrás del velo.
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La visión, puramente funcional, viene a plegarse encima de la mirada. Somos capaces de no ver nuestra
propia imagen en la medida en que esta se encuentra recubierta por este tipo de modelo todo-poderoso que, en
la realidad muchas veces, se ofrece como un modelo materno, como algo que puede haberse erotizado. Y la
primera de las figuras que debería encontrarse erotizado es algo del orden a la vez de la mirada del otro y
necesariamente de su propia mirada, es decir su propia mirada en el espejo.
La cuestión de la experiencia del espejo, habría que verla, digamos, pensando en dos identificaciones
sincrónicas: algo desde ya de identificación con el otro, es decir con el rostro del otro, puesto que la experiencia
del espejo en Lacan no se concibe sin la presencia del otro participante de la experiencia, participando en la fase
del espejo, y la identificación con el reflejo en el espejo. El espejo descansa sobre tres polos: por supuesto el niño,
el infans, que todavía no utiliza el lenguaje ni el espejo, su reflejo, pero también el otro que participa del espejo,
que participa de la experiencia y hacia quien el niño se dirige como para pedirle que de cierta manera juegue con
este reflejo en el espejo. Esto incide más en lo estructural que en lo genético. Es evidente que no se trata de
preguntar a los pacientes: “¿A ver, qué te pasó entre los seis meses y medio y dieciocho meses?” Pero
encontraremos en el seno mismo de los discursos, la configuración del espejo. Y es lo que me hizo pensar en
hacer jugar esta experiencia como tal, como el recubrimiento de la imagen especular, del reflejo de espejo, algo
del índole del yo ideal, por este modelo externo todo-poderoso, esta primera identificación como dice Lacan con
la cara del otro, que da precisamente este marco familiar que Lacan liga al ámbito de la especie misma, al
interior del cual la propia imagen del sujeto debería dibujarse. Hay una identificación con la especie, una
identificación a la cuestión misma del ámbito y de la forma.
Es lo que Winnicot a su vez, pero de una forma más sencilla denomina “la identificación con el rostro
materno” como un primer espejo. Winnicot dice por lo demás, en su último artículo de Juego y Realidad, que
Lacan olvidó, en su estadio del espejo, insistir sobre el hecho que el rostro de la madre ya es, un primer espejo
para el niño. Yo no pienso que lo haya olvidado, simplemente ya lo formalizó sin decir que se trata de la madre
propiamente tal. Es ese adulto – él habla de adulto en el estadio del espejo - que participa de la experiencia y que
el niño hace participar, que el niño integra en la experiencia. Entonces, es cierto que existe una doble
identificación al rostro, al representante de la especie y una identificación por supuesto al reflejo en el espejo, es
decir al Yo ideal, a su propia imagen, pero autorizado, realizable por la cuestión del marco de la especie, algo
más bien genérico.
Pareciera que en lo relativo al sujeto melancólico, esta identificación al reflejo especular fuera realmente
tan desfalleciente que precisamente en lo que expresan estos sujetos, en lo que dicen, simplemente hacen
referencia a un modelo ideal, más del lado del ideal del Yo, de alguna modo todo-poderoso, aterrorizante casi
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siempre, al cual se enganchan, porque a pesar de todo es lo que los sostiene, lo cual permite que no estemos
hablando de una imagen fragmentada como la de los esquizofrénicos. No se trata de eso en el sujeto
melancólico, más bien de una “insuficiencia especular”.
Podemos observar en Duelo y melancolía de 1917, una interrogación sobre la cual Freud nos deja en
suspenso, una interrogante algo sorprendente relativa a la paradoja de lo que vincula el sujeto melancólico al
otro, cuando este se vuelve objeto de amor. Es cierto que un sujeto melancólico es alguien que se mantiene
bastante aislado, replegado sobre sí mismo en una especie de anestesia psíquica, etc., en una inhibición
generalizada. Sin embargo existen y Freud también lo subraya, momentos de “flechazo”, es decir momentos en
los cuales de repente, un otro – prefiero decir un otro más que el Otro – se encuentra, alzado sobre un pedestal
en una clase de relación que aparentemente podríamos calificar de relación amorosa. Freud evocó la pasión
amorosa como un modelo patológico en Tótem y Tabú, marcándolo como el prototipo normal de la psicosis.
Conocemos la pasión amorosa y la cuestión de la hipnosis en Psicología colectiva y análisis del Yo, etc. Luego en
Duelo y Melancolía se pregunta ¿qué hace que estas investiduras del sujeto melancólico sean compuestas a la vez
o se hallan sostenidos por una especie de elección de un objeto absoluto y de sentimiento de absoluto, masivo y
que el apego al objeto sea tan frágil, es decir tan lábil? Puesto que el objeto está puesto en una posición ideal, sin
duda en la posición y lugar del ideal del Yo – así define Freud la pasión amorosa - en cuanto algo no funciona,
en cuanto aparece un detalle complicado, un solo detalle, todo se desmorona. Todo se desmorona con la rapidez
misma que el establecimiento de la relación amorosa; con la misma velocidad esta se rompe; y vuelve el
melancólico diciendo: “Yo lo sabía. Solo podía terminar de esta manera. De nuevo fui traicionado. Es siempre la
misma cosa. Etc.”
Es un tema, dice Freud, aquello de la fuerte fijación al objeto de amor y la débil resistencia de la
investidura del objeto. Situación muy paradojal. Explica aquello diciendo: La elección de objeto se establece
sobre una base narcisista. Y habla sobre la identificación narcisista y la relación amorosa. Es cierto que la parte
de identificación narcisista está siempre presente, pero ¿se trataría de una identificación narcisista, en el sentido
cabalístico del término, en el sentido de devorar o sería algo de la instauración de una relación amorosa? Para
Freud, el melancólico es una historia de identificación narcisista, una devoración de objeto y no una relación a
otro en una diferenciación posible o en un vínculo a base de algún atisbo de diferencia posible.
Podríamos vislumbrar aquello como la posibilidad para el sujeto melancólico que en un momento dado el
otro pudiera encarnar estas características del ideal del Yo, los rasgos de ese modelo, de ese modelo
absolutamente implacable, rígido, única manera para el sujeto melancólico de establecer una relación con el otro,
un especie de relación absoluta que esclarecería la metapsicología del flechazo que no está lejos. Por supuesto, el
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otro se encuentra en la imposibilidad total de soportar una tal referencia absoluta y solo puede ser el traicionero,
el impostor para el sujeto melancólico.
Todo esto para confirmar un poco esta utilización del modelo teórico que es el tema de lo especular en
Lacan; utilización que todavía se confirma por una referencia a Otto Rank que hace Freud en el artículo de 1914
sobre el narcisismo. Por ende, me remití al primer artículo sobre el narcisismo aparecido en 1911, Contribución
al narcisismo. En este artículo, Otto Rank analiza el sueño de una de sus pacientes, en el cual la paciente sueña
con su retrato, con un cuadro que representa su retrato. Este está fotografiado y las fotos le son enviadas en tres
sobres distintos. De esta manera hay una recorrido desde la carta, a la foto y al cuadro. Sueño bastante
enmarcado, se podría decir. Y O. Rank aprovecha para analizarlo de una manera bastante original, puntuando la
diferencia entre el marco y el cuadro. Para él, el marco del sueño (der Rahmen) estaría constituido por los
pensamientos del sueño y las fantasías. Mientras que el marco (das Bild) que a su vez puede ser la imagen, sería
la escena narcisista, sería la proyección; cito Otto Rank: “Sería la proyección del estado interno de la paciente,
fuera de su inconsciente.”
Voy a tratar de concluir la relación del marco y de los bordes con los sueños, lo cual solamente he
escuchado – quizás ustedes tendrán esta experiencia en otros lugares y otras circunstancias – en el ámbito de la
cura, en la dinámica misma del trabajo de curación. Son sueños que me parecieron bastante particular de los
sujetos melancólicos y que he llamado “sueños de estupefacción”. Los pacientes lo expresan así: “No estoy dentro
de mi sueño. Soñando, veo mi sueño. Siempre está enmarcado, siempre está delimitado. Se trata de una escena –
aquí me estoy refiriendo al sueño de un paciente – que cuenta: es como una tarjeta postal, una vieja postal
amarillenta; es un paisaje. Hay una casa. Es un pueblo en la campiña. Hay carros con caballos. Y es
completamente inmóvil. Frente a la casa hay un viejo, seguramente ciego, la boca abierta. Y el único motor en el
sueño, es la llegada de un coche a caballo en algún momento, con un cartero que entrega una carta en la mano al
viejo. Esta carta para el paciente está destinada a un joven que se encuentra al interior de la casa pero quien no
vemos, debe estar ocupado en alguna cosa. Es algo que está pasando de uno al otro, es una carta que crea un
vínculo, que pasa de uno al otro algo que se puede decir a alguien que no vemos. Y el que podemos ver en el
sueño, está justamente ciego. Pero esto nos puede llevar muy lejos, podría analizar este sueño, nos demoraríamos
demasiado y llegaríamos a cosas particulares sin relación a lo que estamos diciendo.
Lo importante es la inmovilidad del sueño y el sentimiento de extrañeza que parecía sentir en ese
momento el paciente diciendo: “Esto no pertenece a algo de la vida. No es un sueño normal tampoco. Es como
si fuera un cuadro vivo.” Y un cuadro vivo es precisamente cuando vemos teatro, cuando miramos un ballet, es
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en un momento dado personajes que paran de moverse5, personajes que están vivos pero que hacen como si no
lo estuvieran. Por lo tanto algo en los sueños le hace decir después al paciente – que estaba congelado, fijado –
pero también le hace decir que ya no sabe si estaba muerto o vivo. Es precisamente en la Inquietante extrañeza
que Freud cita un autor que se llama Jentsch. Jentsch dice justamente que aquel sentimiento viene seguramente
del hecho que no podamos distinguir en un personaje si se encuentra muerto o vivo. Como los autómatas, como
las muñecas de cera, etc.; como la muñeca Olimpia del hombre de la arena del cuento de Hoffman.
Este tipo de sueños confirman nuevamente esta historia de lo especular en la medida en que si el
paciente se encuentra fuera del sueño mirándolo, de cierta manera esta inmovilidad, esta fijación de la escena
puede encontrarse a la inversa, es decir puede haber algo que se quedó mirando el paciente, captándolo, para
hundirlo a él, en una especie de apabullamiento y fijación. Podemos también interpretar el sueño al revés.
Similar al hombre de los lobos. El hombre de los lobos, es un sueño encuadrado: Ve el lobo a través de la
ventana tanto como los lobos lo miran fijamente a él. Así el paciente se encuentra fuera del la escena, fuera del
sueño.
Esto de nuevo confirmaría esta tendencia de los bordes a imponerse, este marco que se impone a
expensas del contenido de la escena. Esto se confirmaría también en la metapsicología, siguiendo con lo del
cuerpo – pero el cuerpo se resuelve en lo especular en esta metapsicología de la melancolía – los marcos
exteriores que se imponen al paciente y que cumplen una función dentro de esta estructura absolutamente
particular que no es de la psicosis en el sentido habitual y tampoco es de la neurosis; es por eso que mantengo la
categoría de la neurosis narcisista de Freud. Así, estos marcos, estos bordes, si no cumplieran su función,
inducirían de alguna manera el paciente a buscar su referencia de uno y de otro lado, pasando a través del marco,
es decir acercándose a este especie de verdad o de luz que se encuentra detrás de las cosas, retomando el ejemplo
de la paciente que escribe y busca dejar filtrarse la luz desde atrás de la hoja: la misma cuestión de la
transparencia. Si la transparencia no está enmarcada – o circunscrito – por bordes, es probable que induzca o
podría inducir al paciente a buscar lo que está detrás y a asimilar, o identificarse en la realidad misma de pasar al
acto, al hecho que no hay nada detrás – tal como lo decíamos por el cuadro antes – a algo que es precisamente
una caída. La función de los bordes, en una estructura, es muy particular y presenta una primer acercamiento
metapsicológico a la melancolía. Pero esta vez pasamos del cuerpo a los bordes del cuerpo y necesariamente al
tema mismo de lo especular.
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que suspenden el movimiento, N.d.T.
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Stade du miroir: Phase décrit par A. Gesell aux Etats-Unis et H. Wallon en France, où l’enfant se reconnaît dans le
miroir alors qu’il prenait jusque-là son image spéculaire pour un autre enfant. J. Lacan, en 1936, a repris cette observation
en insistant sur les caractères d’assomption triomphante, de mimique jubilatoire et de complaisance ludique, qu’il
interprète comme des manifestations de l’identification narcissique á l’œuvre. Cette identification est jubilatoire, car elle
apporte à l’enfant la preuve de son unité corporelle et elle signe son triomphe sur ses angoisses primitives de
morcellement. Mais elle est en même temps aliénante, le moi se constituant dans une tension agressive comme étant un
autre. La reconnaissance de son image spéculaire fonderait, toujours selon J. Lacan, la relation duelle, la dimension de
l’imaginaire, et le moi idéal. D. Winnicott a donné une extension plus générale et un rôle plus positif á cette expérience :
la mère et l’environnement maternant primaire renvoient en miroir (ou ne renvoient pas) à l’enfant une image de lui à
laquelle il peut (ou ne peut pas) s’identifier.
Estadio del espejo: Fase descrita por A. Gesell en Estados-Unidos y H. Wallon en Francia, en la cual el niño se
reconoce en el espejo, cuando antes consideraba su imagen especular como otro niño. J. Lacan, en 1936 retomó esta
observación insistiendo sobre los caracteres de exaltación triunfante, de mímica jovial y de complacencia lúdica, que
interpreta como manifestaciones de la identificación narcisista en obra. Esta identificación es regocijadora, puesto que
aporta al niño la prueba de su unidad corporal y sella su triunfo sobre las angustias primitivas de fragmentación. Pero es
al mismo tiempo alienante, el Yo constituyéndose en una tensión agresiva como siendo otro. El reconocimiento de la
imagen especular sería el fundamento, según J. Lacan, de la relación dual, de la dimensión de lo imaginario y del Yo
ideal. D. Winnicott ha dado una extensión más general y un rol más positivo a esta experiencia. La madre y el entorno
maternal primario reflejan en espejo (o no reflejan) al niño una imagen de sí mismo con la cual puede (o no puede)
identificarse.
Extracto de :

Dictionnaire de Psychologie, R. Doron, F. Parot ; Editions Presses Universitaires de France, 1991.
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