Las compañías de P.M.E. de la retaguardia En realidad no se puede emplear el término «retaguardia» durante la breve batalla de Francia. Es más exacto decir que hubo compañías de P.M.E. que no se encontraban en la zona de operaciones de los ejércitos antes del 10 de mayo de 1940. Según las cifras dadas por Arturo Escoriguel, unos 8.000 españoles estaban afectados a estas formaciones. Una de las agrupaciones de P.M.E. más importantes de esta zona fue la de Saint Medard-en-Jalles, acantonada en un bosque próximo a la Fábrica de Pólvora y Explosivos en construcción a 12 kilómetros de Burdeos. El historial de esta formación - que el autor conoce perfectamente - es interesante por haber sido quizás la última en pasar la línea de demarcación, todavía teórica en aquellas fechas, y porque en sus filas hubo bastantes españoles que ocuparon más tarde puestos de gran responsabilidad en la Resistencia española en Francia. En los últimos días de diciembre de 1939, el número de españoles válidos del Campo de Argelés-sur-Mer era muy reducido. Después de haber organizado la 210.a Compañía de P.M.E., el mando militar hizo salir del recinto exterior, llamado «Campo de castigo», a la mayoría de los internados para completar los efectivos de la 211.a Compañía. Estos refugiados se encontraban en tan siniestro lugar solamente por el hecho de haber pasado la frontera después del mes de abril de 1939. Dos tenientes de Ingenieros y varios suboficiales escoltaron al convoy hasta su llegada a la estación de Saint Medard-en-Jalles. La intendencia militar había aprovechado los viejos «stocks» de la guerra del 14-18 para equipar a estas compañías con los uniformes azul-horizonte, tan célebres en la pasada contienda mundial, y en todas las estaciones donde se paraba el tren para que la Cruz Roja sirviera el «vino caliente a los soldados» esta pintoresca indumentaria tenía tanto éxito que los viajeros aplaudían a aquellos nuevos «poilus» que parecían salir de ultratumba. Cuando la 210.a y la 211.a Compañías llegaron al acantonamiento ya había cuatro unidades de P.M.E. y el mando estaba centralizado. El comandante Laurensant era el jefe de la Agrupación y su plana mayor estaba constituida por tres capitanes, cuatro tenientes, un médico militar y numerosos suboficiales. Una sección de la territorial aseguraba la guardia del campo. Las compañías perdieron su momenclatura primitiva y fueron numeradas por el orden de llegada al acantonamiento. La 210. a y 211.a fueron la 5.a y la 6.a, mandadas respectivamente por el capitán López y por el autor. La 3.a (llamada «la de los vascos» por haber salido del Campo de Gurs) tenía como jefe español un capitán de aviación. No me acuerdo de los mandos españoles d e l a l . a ,2 . a y4 . a Compañías. La 7.a y la 8.a llegaron un mes más tarde bajo el mando de Guardia, que había sido jefe de Brigada en España, y de un comandante procedente del cuerpo de suboficiales. Como siempre suele suceder, los últimos fueron los primeros y los mejor servidos. Las primeras compañías que salieron de los campos de concentración fueron enviadas al frente para efectuar trabajos de fortificación delante de la línea Maginot, cobrando 50 céntimos y los paquetes de tabaco reglamentarios, como los soldados franceses. Las compañías de la Agrupación de Saint Medard-en-Jalles, además del mísero sueldo militar estaban pagadas por las empresas particulares que construían la fábrica subterránea. Una parte de ese salario era confiscado por el mando para mejorar el rancho que, a pesar de los inconvenientes de las grandes cocinas colectivas, era excelente. El mayor inconveniente de la vida de la Agrupación era un control policíaco muy mal intencionado, ejercido por los comisarios de «Renseignements Généraux» (Informaciones Generales) de la Prefectura de Burdeos. Lo que más les interesaba era descubrir a los oficiales españoles que habían ejercido cargos y empleos importantes durante la guerra de España en unidades mandadas por jefes notoriamente comunistas, y si había una organización política dentro del acantonamiento. Desde luego, la había y funcionaba muy bien debido al gran número de cuadros que se encontraban en las diversas compañías. Para no hacer una lista interminable, sólo citaré algunos camaradas que más tarde se distinguieron en la Resistencia, como Pelayo Tortajada, comisario de la 34.a División y del 20.° Cuerpo de Ejército en España y uno de los fundadores del Partido Comunista de España en Francia, que morirá trágicamente en España en el año 1943. Peydró, uno de los mejores cuadros de la Juventud Socialista Unificada, que será encarcelado, internado y logrará evadirse en el camino de la deportación e incorporarse a las guerrillas. Guardia, jefe español de la 7.a Compañía, uno de los jefes de las primeras guerrillas españolas, encarcelado en la Prisión Central de Eysses (Lot-et-Garonne), donde fue jefe de los españoles durante la insurrección de los detenidos resistentes, y deportado al campo de exterminación de Dachau. Velilla, comisario de la Juventud Socialista Unificada, que morirá en la terrible base de Brest. Jorge Pérez Troya, guerrillero en los primeros grupos armados FTP-MOI de Burdeos y París, que será encarcelado, torturado y deportado al campo "de Mauthausen. Núñez, jefe de batallón de la 68.a Brigada en España y oficial de la Resistencia en los grupos de la MOI de Lyon... y el autor de esta obra, que también luchó contra los alemanes durante la ocupación ejerciendo mandos importantes en las guerrillas... La Policía empleó sus métodos clásicos utilizando algunos «chivatos» para facilitar sus trabajos de «identificación». Un buen día visitó el campo un pintoresco personaje que hablaba cuatro o cinco idiomas y perfectamente el castellano. Según me dijo un oficial francés era un antiguo voluntario de las Brigadas Internacionales, y al verle muy bien vestido y entrando y saliendo del acantonamiento como Pedro por su casa, a pesar de estar prohibida la entrada a la población civil, me supuse inmediatamente lo que hacía. Efectivamente, la Policía le había sacado del Campo de Gurs para utiliza en el deshonroso oficio de «indicador». La Prefectura había establecido su servicio burocrático fuera acantonamiento, en la barraca de Correos, para facilitar la censura. Lo que no sabía la Policía es que allí teníamos trabajando camaradas seguros. Después de la visita del célebre «políglota», uno de nuestros: empleados de Correos pudo sacar durante la noche una copia de lista de «sospechosos» que había logrado encontrar en la oficina ciña. El primer nombre de la lista era el mío y para que no tuviera dudas de dónde procedía la información decía al margen: jefe de Estado Mayor de las Brigadas Internacionales. Mientras tanto, los alemanes avanzaban a marchas forzadas y golpe y porrazo nos encontramos en la zona de operaciones. Mi amigo Álvarez, que había sido el último jefe de Estado Mayor de la 34.a División en España, y estaba también en la célebre lista, me trajo un periódico en el que se publicaba una última disposición ministerial permitiendo que los extranjeros pudieran incorporarse a unidades combatientes regulares del Ejército. Las noticias del frente eran alarmantes y bien frescas para nosotros: a las 6 de la mañana aquel mismo día había llegado a nuestro acantonamiento una Compañía de P.M.E. replegada precipitadamente de La Rochelle. Después de cambiar impresiones sobre esta nueva situación pedimos por teléfono una audiencia al comandante Laurensant el cual nos recibió inmediatamente. Le presentamos el periódico para que leyese la última disposición ministerial y le dijimos que si hasta entonces no habíamos querido alistarnos en la Legión Extranjera, por una cuestión de principios, desearíamos en esos momentos tan graves ir frente en una unidad de infantería como simples soldados. El viejo comandante que había hecho la guerra del 14-18, nos abrazó y nos dijo llorando: «Cuando los franceses tiran los fusiles, dos oficiales españoles quieren ir al frente para salvar el honor de nuestra patria...». Esta reacción del comandante cambió nuestra precaria situación. Desde entonces éramos «invulnerables» y cuando llego manos del comandante la célebre lista, los gritos se oían a varios metros a la redonda, mientras que un hombre vestido de paisano salía precipitadamente del Puesto de Mando...