escogidos - El Mercurio

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O Í D O AT E N T O
Ryan Adams y Counting Crows: hermosos perdedores
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Ryan Adams - “Ryan Adams”
El temperamental Ryan Adams, rutilante
héroe del country alternativo, hace un
trabajo impecable convenciendo al mundo
de que es un hermoso perdedor, aunque
compone canciones que gigantes de la talla
de Joan Baez y Bono han interpretado gustosos, y se despierta en las mañanas al lado
de una ex figura del pop juvenil,
Mandy Moore. Pero nunca
había sido tan convincente en
aquel personaje como en el
decimocuarto disco de su
magazinesco y voluminoso
catálogo solista: las emociones
sin pasteurizar que se articulan
en “Ryan Adams” son corrosivas, tóxicas, lacerantes.
Trémulo y resuelto a la vez,
POR ANDRÉS PANES
Counting Crows - “Somewhere Under Wonderland”
pide que echen abajo sus muros personales
en “My wrecking ball”. La bola de demolición, en este caso, es una mujer que ya no
está, y la manida metáfora se vuelve más
rica en la vulnerable voz de Adams que en
las de usuarios recientes como Miley Cyrus
o incluso Bruce Springsteen. A
lo largo del disco, va revelándose el profesorado detrás de
las canciones, desde The
Replacements (“Kim”) hasta
Billy Bragg (“I just might”),
pasando por Tom Petty
(“Tired of giving up”) y
U2 (“Shadows”). Suficiente para sacar un
diploma en la provocación de escalofríos.
“El amor es como el polvo de ángel”, dice
Adam Duritz en los instantes iniciales del
séptimo disco de los Counting Crows, una
descomunal canción de ocho minutos y pico
llamada “Palisades park”. Sus palabras
suenan lindas al oído incauto, pero se refieren al PCP, una de las drogas de moda
cuando el ahora cincuentón vocalista
era un mozalbete. Sus recuerdos de andanzas, amistades y
amores de juventud llenan el
nostálgico “Somewhere under
Wonderland”.
Con la facundia del que está en
confianza, Duritz comanda al
grupo en una travesía eminentemente norteamericana en la que
Fred Astaire es verbo, no sustantivo
ES C O GI DOS
va@mercurio.cl
(“John appleseed’s lament”), y el rock sureño
es plagado de vívidas imágenes entre la que
se menciona a Memphis o Rolls Royce (“Scarecrow”). Aunque la melancolía toma asiento
en pasajes semi alegres (“Earthquake driver”,
“Elvis went to Hollywood”), es ama y
señora, al punto de que “God of
ocean tides” fácilmente podría
confundirse con “Dust in the
wind” de Kansas. “Somewhere
Under Wonderland” es lo
mejor que edita Counting
Crows desde su debut, el
menospreciado “August and
Everything After”. Qué
injusticia que su nombre
pertenezca al listado de las
one hit wonders de los 90.
SÁBADO 27 DE SEPTIEMBRE DE 2014
Magda Olivero, eterna:
“Toda mi carrera fue de sufrimiento”
POR JUAN ANTONIO MUÑOZ H.
Parecía que nunca iba a morir. Pero la
noticia llegó.
El 8 de septiembre, en Milán, “ascendió” Magda Olivero. Había cumplido
104 años el 25 de marzo pasado.
Fue una de las más grandes sopranos
del siglo XX. En sus inicios, algunos
maestros encontraron problemas en su
voz, pero su tenacidad la llevó al aula de
Luigi Gerussi y a tomar clases alternadas
con el maestro Alfredo Simonetto y con
el compositor Giorgio Federico Ghedini,
que además la inició en los estudios teóricos musicales y de dirección. Su principal maestro vocal fue Luigi Ricci. Debutó en Radio Turín en 1932, con el oratorio
“I misteri dolorosi”, de Cattozzo. Al escucharla, el maestro Tulio Serafin le
aconsejó —curiosamente— estudiar roles belcantistas como Amina (“La sonámbula”) y Adina (“El elixir de amor”),
pero ella dio la espalda a este consejo y
comenzó a abordar otro tipo de roles como Manon (“Manon Lescaut”), Mimi
(“La bohème”), Liú (“Turandot”) e incluso Elsa (“Lohengrin”), con los que debutó en la temporada 1936-37. A ellos siguieron Violetta (“La traviata”) en Reggio Emilia, y Cio-Cio-San (“Madama
Butterfly”) en Módena y Nápoles.
Cantó por toda Italia, pero se casó en
1941 y se retiró. Diez años después, volvió a escena a pedido del compositor
Francesco Cilea, que quería que ella
cantara su “Adriana Lecouvreur”.
Desde entonces hizo historia como
“Adriana”, “Fedora” (Giordano),
“Francesca da Rimini”(Zandonai), “La
Wally” (Catalani) y “Tosca” (Puccini),
entre muchos otros personajes. Incluso
cantó “Medea” (Cherubini) en Dallas
en 1967. Recién debutó en el Metropolitan neoyorquino en 1975: su “Tosca”,
a los 65 años de edad, recibió una ovación de 20 minutos.
Magda Olivero y Verónica Villarroel.
Juntas trabajaron el rol de Violetta en “La
Traviata” (Verdi), para el debut en este rol
de la cantante chilena en Barcelona.
Su voz, de gran fuerza expresiva, solo
comparable con la de figuras como Maria Callas y Leyla Gencer, se puede apreciar en muchas grabaciones en vivo. En
YouTube está disponible una aparición
suya a los 99, erguida y hablando ante el
público para explicar por qué estaba allí.
Magda Olivero relata entonces que durante tres noches soñó que una voz le decía “Debbi farlo”, “Riccordati, debbi farlo”. Al tercer día, el sueño le mostró la
frase “Paolo, datemi pace” de “Francesca
da Rimini”. Y sintió el imperioso mandato de cantarla ante el público otra vez. El
público, que repletaba la sala, llora cuando ella termina su breve intervención.
La soprano Verónica Villarroel conoció a Magda Olivero en 1992. La chilena
fue invitada por el Liceu de Barcelona
para cantar “La traviata” (Verdi) y, para
ayudarla, la dirección artística llevó allí
a Olivero. “Juntas repasamos la obra de
cabo a rabo. Me enseñó detalles de dic-
ción, de acentos, de respiración,
pero también muchas lecciones de
vida”, recordó la artista en la revista
“Ópera Actual” (marzo 2010). En declaraciones a “El Mercurio” en 1992,
Verónica contaba: “La gran maestra
Magda Olivero decía: ‘Todo aquello que
es hermoso es la excepción; todo el resto
es la regla’. Y es así, sin duda. Siempre hablan a tus espaldas y así como escuchas cosas hermosas, también dicen de ti cosas horribles. Nunca vi en mi vida una mujer más
elegante que Magda Olivero. Siempre perfecta. Esa mujer de 83 años capaz de conmover con su voz tremenda y sus ojos. Ella me
enseñó cosas profundas sobre Violetta. Puntos vitales. Además, pude palpar su generosidad; nunca fue egoísta para darme sus conocimientos. Y yo me preguntaba si estaría tomando todo lo que ella me ofrecía”.
La última ópera completa de Magda Olivero
fue “La voz humana” (Poulenc) en 1981, que ya
había cantado en Nueva York en 1970. Católica
estricta, siempre cantó música religiosa y abogaba por la reimplantación de la liturgia latina. En ese sentido, es interesante lo que opinaba de un personaje como Floria Tosca:
“Canté todas las óperas de Puccini, la última
fue Tosca, pues me costó mucho comprenderla. El carácter de esa mujer estaba muy
lejos de mí, no podía entender sus sentimientos, su amor, su pasión, su hipocresía religiosa, hasta que un día todo se
aclaró e iluminó. Aunque hay diferencias en nuestros caracteres, ella
no era sincera religiosamente. Yo
tengo mucha fe, puedo amar y
sufrir como ella, pues toda mi
carrera fue de sufrimiento”.
El pasado día 8 en el
Teatro alla Scala de Milán se guardó un minuto de silencio
antes de comenzar la
función.
TV DE CALIDAD...
Miss Fisher: una detective nada común
Las pantallas de la televisión de pago están
colmadas de series policiales crueles y sangrientas que —aparentemente contra lo que
esperaría el sentido común— reciben, sin
embargo, una significativa preferencia del
público televidente.
Por otra parte, y ahora en el mundo de lo
real y lo presente —más allá de la llamada
“fiction”— todos los noticiarios de los canales
abiertos —al unísono— se encargan de dar
cuenta en sus noticias de apertura, y sin mayores “tapujos”, de las últimas violaciones, homicidios, asaltos a mano armada, accidentes
de tránsito con muertos y heridos, estafas,
clonaciones, chantajes, tráfico de drogas, maltrato intrafamiliar e infantil, trata de blancas
—en fin— la más amplia muestra de las atrocidades que ha inventado la “bestia humana”
a lo largo de su extensa y accidentada existencia sobre la tierra.
En síntesis, pareciera que “el
morbo” —en
cualquiera de sus
modalidades—
acarrea innumerables seguidores
al “rating” televisivo, a despecho
de alguna cuota
de cierto deseable
equilibro, moderación y buen gusto.
En medio de aquel bosque salvaje, y no
obstante su carácter eminentemente policial
—con todo lo que ello implica en cuanto a
violencia, maldad y muerte— sobresale por su
particular refinamiento (al igual que las de la
BBC), una serie de origen australiano que, bajo
el nombre de “Miss Fisher’s Murder Mysteries”, presenta a una detective privada muy
singular, mezcla de notable talento y extrema
coquetería, características que la llevan a obtener frecuentes aciertos en la resolución de
graves delitos, de la mano de una ambigua y
graciosa relación semiprofesional con el jefe
de la oficina de policía, el inspector Jack Robinson (Nathan Page).
Phryne Fisher (Essie Davis) es una mujer
elegante, muy rica y sorprendentemente inteligente que recorre sin miedo alguno —en los
ya lejanos años 20— barrios, clubes y suburbios de la ciudad de Melbourne, para desentrañar misteriosos homicidios en paralelo con
el trabajo oficial de la policía que —a menudo— se incomoda con sus intromisiones poco
ortodoxas que —finalmente— terminan siendo aceptadas gracias al uso oportuno y eficaz
de su infinita coquetería y capacidad de seducción, a las que el inspector Robinson no es en
absoluto inerme.
Por ello es que miss Fisher no necesita de las
artes marciales ni se inmiscuye en tiroteos y
refriegas de ninguna suerte. Tampoco utiliza
mucho su hermosa pistola de oro que lleva
siempre en su fina y muy femenina cartera, y
que reserva para ocasiones muy excepcionales, dejando siempre a Jack Robinson y a su
ayudante —el joven e inexperto oficial Collins— los eventos de fuerza bruta.
Miss Fisher es puro cerebro, elegancia
y galantería, ingredientes que le bastan
para desarrollar inmejorablemente el papel
principal de una serie policial diferente,
entretenida y liviana.
Canal F&A de VTR, varios días con muchas
repeticiones.
POR RODRIGO SERRANO B.
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