Motivos tras las movilizaciones sociales: Descontento

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Análisis Político
Motivos tras las movilizaciones sociales: Descontento
social, crisis económica y su impacto en la política
Melissa Navarro Ángeles(*)
Resumen Ejecutivo
En los últimos meses, hemos sido testigos de numerosas marchas, protestas y movilizaciones sociales en general en distintas partes del
mundo -incluido nuestro país-, que tienen como común denominador un descontento de la ciudadanía con el status quo vigente y la
clase política en su conjunto.
Ya sea que estemos ante gobiernos democráticos, no democráticos, economías de libre mercado o de corte socialista, queda claro que
los ciudadanos están adquiriendo una participación más activa en los asuntos de gobierno (algunos mejor que otros); participación que,
dicho sea de paso, ha sido canalizada de una manera bastante abrupta, debido a la crisis financiera internacional, ausencia de puestos
de trabajo, pérdidas de beneficios sociales, entre otros.
En el presente artículo se hace un análisis comparativo de la coyuntura política y social de países que cuentan con una tradición democrática que no ha respondido a las expectativas de la ciudadanía, como Estados Unidos y los países de la zona Euro, y de aquellos que
se encuentran en un proceso de transición hacia ésta después de años de dictadura, como Egipto y Libia.
D
––––––––––––
(*) Titulada en Ciencias Políticas y Gobierno por la
Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP),
mediante sustentación de tesis. Diploma en
Marketing Político por la Escuela Electoral
del Jurado Nacional de Elecciones y el Instituto
Universitario de Investigación José Ortega y
Gasset. Ex becaria Erasmus en la Universidad
de Turku y la Universidad de Abo Akademy
en Finlandia. Miembro de la International
Association of Political Science Students y de
la International Political Science Association.
Actualmente, labora en el área acádemica de
la especialidad de Ciencia Política de la PUCP y
realiza consultorías e investigaciones en temas
de gestión pública.
onde veamos, sean noticias internacionales o nacionales, nos encontramos con contenidos que explican el alto
descontento e indignación ciudadana, ya
explícitas en constantes manifestaciones y
movilizaciones sociales. Estos contextos nos
plantean diversas preguntas y escenarios respecto a qué es lo que ocurre en el mundo y
en nuestro país, cuáles son las causas de estas
llamadas de atención y pedidos de modificaciones al status quo, el cual parece no satisfacer a la gran mayoría de la población.
Sin duda, un gran conjunto de la población no se siente beneficiada por un sistema
económico dirigido por pocos, que además
tiene, a su parecer, como principal premisa,
satisfacer los intereses de aquellos, quienes son protegidos por un Estado que se
preocupa por blindar y dejar impune a este
sistema. Bajo esta perspectiva, y a través
del uso legítimo de la fuerza, este Estado se
ha visto en la encrucijada de elegir entre la
prevalencia del orden y el principio de autoridad o la importancia del sentimiento de
ciudadanía y el ejercicio del mismo y de la
libertad de expresión, ambas características
necesarias de los gobiernos democráticos.
Dentro de la serie de manifestaciones
sociales encontramos dos patrones: uno caracterizado por manifestantes y rebeldes de
países de oriente que desean insertar sistemas de gobierno democráticos así como un
segundo grupo de países cuya sociedad ci-
vil –en su mayoría– se encuentra organizada, decepcionada y movilizada en contra de
una democracia que no ha cumplido con la
promesa de satisfacer sus necesidades. En
el segundo caso, el problema deriva de malos manejos económicos ante la deuda y la
inflación, ambos debido a medias negligentes realizadas por los actores políticos. Bajo
estos argumentos, el principal afectado parece ser el sistema democrático.
Lo que sigue a continuación es un paralelo entre la búsqueda de la promesa de
las democracias, con instituciones de la sociedad civil fortalecidas y representativas
en algunos países de oriente, en contraposición con un grupo proveniente de aquel
sistema prometido, en occidente, particularmente en la Eurozona y Estados Unidos,
donde la principal cantidad de “indignados” se agrupan y se movilizan. Es como un
encuentro del pasado con el futuro, ambos
casos disconformes con su status quo, mal
representado por las instituciones vigentes
- los partidos políticos y organizaciones de
la sociedad civil- y con altas probabilidades
de radicalizar sus medidas de fuerza de
modo que puedan canalizar sus demandas.
Tienen en común estos movimientos
dos cosas: la primera, es la falencia de
mecanismos de representación y de mediación a través de instituciones estatales
o de organizaciones políticas legitimadas
–ya sea en la transición hacia la demo-
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cracia de oriente como en la crisis de la
democracia en occidente–; la segunda,
es la poco pensada estrategia del Estado
de elegir por la prevalencia del orden y
el principio de autoridad sobre la importancia de promover el sentimiento natural
de ciudadanía y el ejercicio del mismo a
través de las diversas manifestaciones originalmente pacíficas realizadas en ambos
contextos. En ambos casos, se está dando un momento de reacercamiento de la
ciudadanía con la política, ante la falta de
instituciones intermedias que constituyan
espacios públicos de deliberación ciudadana y de control del poder.
¿Qué es lo que esperábamos los
ciudadanos de la democracia?
Recordando un poco la teoría, una
democracia sólida necesita de procedimientos claros y de instituciones fuertes,
pero también requiere de ciudadanos
comprometidos con los asuntos públicos. Efectivamente, si lo que caracteriza
al sistema democrático es la vocación
por evitar la concentración del poder y
garantizar las libertades básicas de las
personas, entonces resulta imprescindible contar con un marco legal que cuente con el consenso de los ciudadanos y
ofrezca garantías para la protección de
los individuos en cuanto a su integridad
física, libertad, propiedad y diseño de sus
proyectos personales de vida.
Asimismo, necesita instituciones políticas y sociales que constituyan instancias de
mediación, discusión y eventual contención
de las decisiones gubernamentales y defensa de derechos ciudadanos. Sin embargo, una democracia no funciona realmente
si sus usuarios no comparten un sentido
fuerte de ciudadanía.
El sistema liberal de derechos y el sistema de representación no son autosuficientes; necesitan de ciudadanos dispuestos a
organizarse para prevenir cualquier forma
de abuso de poder o restricción ilegítima
de las libertades. Tocqueville advirtió agudamente en La democracia en América
cómo –en el seno de las repúblicas modernas– la desidia de los ciudadanos ante
las exigencias de la vida pública generaba
formas de tutelaje político.
En la medida en que los individuos
concentraban su interés en las actividades propias de la vida privada (el trabajo,
las relaciones familiares, etc.), la retirada
de la vida cívica tenía como consecuencia
que las autoridades políticas concentraran el poder sin resistencia alguna(1). El
pensador francés sostuvo que la única
forma de combatir eficazmente esta forma de “despotismo blando” consistía en
promover la creación de ‘instituciones
intermedias’ que constituyan espacios
públicos de deliberación ciudadana y de
control del poder. De este modo, se podría recuperar el horizonte de las libertades políticas y promover formas de intervención directa en la cosa pública.
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Resulta fundamental preguntarse con
qué espacios de participación cuentan hoy
las democracias modernas para potenciar
el tipo de acción política que recomendaba
asumir Tocqueville, con el fin de conjurar el
surgimiento de cualquier forma de aventura autoritaria al interior de nuestras repúblicas. Uno de estos espacios corresponde
a los partidos políticos, organizaciones que
convocan a los ciudadanos en torno a un
ideario y a una visión de la sociedad, con
el objetivo de convertirse en una alternativa de gobierno o de fiscalización parlamentaria. Los partidos aspiran a convertir
sus idearios en un programa político que
configure las líneas maestras de la conducción del Estado. La difusión del discurso
y la mística de la organización constituyen
elementos esenciales de la vida del partido
y una de las razones por las cuales interviene en la arena política.
Por otro lado, también existen en democracias las organizaciones de la sociedad
civil –Iglesias, Organismos no Gubernamentales, escuelas, etc.– las cuales tienen una
naturaleza diferente y cumplen una función
distinta que los partidos políticos al interior
de las democracias modernas. Se trata de
un conjunto de asociaciones que median
entre los individuos y el Estado, y que buscan convertirse en escenarios de discusión
cívica sobre asuntos de interés común con
el fin de incorporar en la agenda pública las
preocupaciones del ciudadano y de generar formas de vigilancia política.
Además, a diferencia de los partidos
políticos, no constituyen espacios de representación ni pugnan por construir programas de gobierno, sino buscan convocar
al ciudadano independiente en formas de
movilización que reivindican derechos fundamentales o intentan supervisar la corrección de la gestión de quienes conducen el
Estado. La lógica a la que responden es la
de la participación directa de los agentes
en el espacio público.
Ambos actores, los partidos políticos
y las instituciones de la sociedad civil, son
fundamentales para asegurar la continuidad
de la democracia al ejercer las funciones de
gobernar o fiscalizar, en el caso de los primeros; y en el caso de los segundos, con
las funciones de mediar, movilizar y generar debates respecto a lo que los primeros
hacen. Sin duda, la democracia es pensable
y viable gracias a dichos mecanismos que
promueven la participación directa de los
interesados, es decir, de los ciudadanos.
Transiciones democráticas en
oriente en paralelo con crisis económicas y de legitimidad en occidente
Si bien es difícil generalizar entre casos
tan diversos, el descontento es global y no
sólo es en democracias con economías de
libre mercado, sino también muchos autoritarismos que se han mantenido entre 20
y 30 años –como son los casos de Egipto y
de Libia–, que por fin concluyeron gracias a
revoluciones ciudadanas constantes y ma-
sivas decididas a conseguir un viraje hacia
la promesa democrática. El caso de Egipto
en particular plantea brindarle el poder a
las autoridades civiles democráticamente
elegidas para el año 2013; de esta manera,
los egipcios irán a las urnas en las primeras
elecciones libres en su historia.
Aunque el llamado a elecciones esta
hecho, la ciudadanía parece no estar contenta con el gobierno militar transitorio, el
Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas,
quienes quieren ser protagonistas del diseño de la nueva Carta Magna. La iniciativa
de las movilizaciones en Tahrir comenzó
con demostraciones islamistas de descontento; sin embargo, en la última semana las
muestras de descontento se han diversificado, siendo diferentes sectores de la ciudadanía quienes no confían en la capacidad del Consejo de gobernar y de planificar
elecciones transparentes que aseguren un
viraje real a la democracia.
Estas manifestaciones violentas entre
las fuerzas del gobierno de facto de Marshal Tantawi y los golpistas y revolucionarios
agrupados en la Coalición de los Jóvenes
de la Revolución no tienen cuando parar
e incluso se están volviendo más radicales
conforme pasan los días.(2) Sin duda, en
este caso la transición está en crisis, debido a la alta desconfianza hacia el actual
gobierno transitorio y las opciones políticas
posibles para gobernar –izquierdistas, islamistas y liberales–, quienes se han mostrado incapaces de canalizar las demandas de
acelerar el proceso electoral para el 2012 y
no para el 2013.
Otros actores fallidos han sido los partidos políticos vigentes. Su fracaso como canales de participación y representación de
las demandas ciudadanas permite prever
una futura democracia precaria o caracterizada por la violencia, siendo fundamental
que una instancia de mediación que no sea
necesariamente una institución extranjera
plantee un punto medio a las dos visiones
en disputa, o que por el contrario logre una
situación que permita canalizar este sentido fuerte de ciudadanía y sus demandas de
modo que no se radicalicen más.
Por lo pronto, los partidos están reaccionando y se han comunicado a favor de
adelantar las elecciones y de culminar con
el gobierno de facto, de modo que se pueda elegir a un nuevo Ejecutivo y a un Legislativo que fiscalice, legisle y represente tanto a rebeldes como al resto de las opciones
políticas. Sin embargo, esta transición en
crisis demuestra una vez más el abuso del
principio de autoridad de parte del gobierno de turno, a través de represiones a los
manifestantes quienes alguna vez comenzaron con protestas pacíficas.
La gran pregunta en este caso es cómo
canalizar los procesos de transición democrática de modo que no degeneren en nuevas formas de autoritarismo y que no se caractericen por prácticas abusivas del Estado
en contra de los descontentos ciudadanos.
En momentos claves como las transiciones
hacia democracias, caracterizadas por una
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crisis de la autoridad estatal, es necesario
evitar que ante este sentido de pérdida de
dicho principio no se de un uso desesperado del ejercicio del monopolio legítimo de
la fuerza que posee el Estado. Ello puede
degenerar en la deslegitimización del mismo, mediante la creación y el ejercicio de
fuerzas paramilitares por parte de ambos
bandos, prefiriendo el abuso de la fuerza
en lugar de la promoción del diálogo y la
búsqueda de concesiones.
En estos escenarios será clave la capacidad de las nuevas autoridades de generar
mecanismos que enseñen sobre la importancia y las oportunidades de la participación y de accountability de la ciudadanía
como pilar principal para el correcto funcionamiento del nuevo sistema de gobierno. Sin ellos, la democracia no sólo será
inviable sino insostenible a largo plazo.
La capacidad de legitimar el sistema
democrático y basarlo en el apoyo ciudadano es fundamental para los próximos civiles que gobiernen, de modo que no generen decepciones semejantes a las de la
actual Junta Militar en el poder. Ejemplos
de estas transiciones pueden ser percibidos de los procesos de democratización
vividos por diversos países latinoamericanos- como el Perú, Chile y Brasil- que
salieron de dictaduras militares para reinsertar sistemas democráticos, los cuáles
sobreviven hasta hoy.
Sin embargo, y a diferencia de los casos latinoamericanos, lo interesante de estos virajes autoritarios a democráticos es
que éstos se realizan en paralelo con un
escenario en occidente donde una serie de
cuestionamientos son planteados al sistema democrático actual, el cual se ha venido desarrollando con economías de libre
mercado sin correctas políticas sociales
redistributivas. Asimismo, a esta crítica se
le une argumentos en contra del mal manejo de la deuda de muchos países de la
Zona Euro y de Estados Unidos, el cual ha
generado inflación y, en países como España, ha resultado en un 21% de la población desempleada –en su mayoría jóvenes
quienes han comenzado a movilizarse– y,
por lo tanto, disconforme.
La crisis económica de la Zona
Euro y su impacto político
La crisis, los recortes y la inflación no
han afectado sólo en el aspecto económico
sino también ha significado un fuerte impacto negativo a la política y al sistema que
ella pregona, la democracia. De este modo,
se culpa hoy en occidente a los políticos de
que la democracia no haya previsto soluciones para la crisis económica, condenada
a ser vista ahora como corrupta, ineficiente
y desinteresada en la gran mayoría.
De esta manera, la situación actual
de crisis económica e inacción política ha
deslegitimado a gobiernos democráticos
miembros de la Euro Zona como el griego, el italiano, el irlandés y el español, así
como a su clase gobernante. Debido a la
ineficiencia para reaccionar con políticas
económicas a tiempo ante la deuda, la situación actual es de crisis, de manifestaciones, de violencia y de un regreso del ciudadano a la esfera política, ante un Estado
incapaz de responder con mecanismos de
mediación.
Por ello, no sorprende la falta de confianza del ciudadano para con la política,
quienes no han dudado en retomar su
poder legítimo sobre la cosa pública mediante manifestaciones. Resultado implícito
de ello es el malestar en las calles y que se
catalogue como principales culpables a la
élite política, actores con falta de voluntad
e ineficientes, según los manifestantes.
Esto derivará inminentemente en la
desconfianza hacia los partidos políticos y
las instituciones de la sociedad civil, siendo
más tácito en el momento que toque elecciones donde probablemente opciones radicales - o más conservadoras- serán consideradas por los ciudadanos. En algunos
casos como en España, la crisis económica
ha afectado a un partido altamente institucionalizado que falló en vencer al fantasma
de la crisis como es el Partido Socialista
Obrero Español -PSOE-, el cual no pudo
dar respuesta a la problemática económica
convocando a elecciones adelantadas.
En todo caso, la economía ha fallado, y
con ella el daño e impacto negativo al sistema democrático es importante y podría significar virajes o el surgimiento de opciones
radicales al mediano plazo. Sin duda, no ha
fallado tanto la derecha o la izquierda, sino
los representantes políticos vigentes, y por
ello la ciudadanía ha retomado una actitud
activa ante la política, la cual deberá buscar
opciones y ofertas políticas que satisfagan
sus quejas y reclamos, así como soluciones
a sus problemas cuando bajen los niveles
de movilización actuales.
Preocupa en estas situaciones de crisis
el tipo de oferta política que se genera –la
cual suele radicalizarse– o las acciones que
pueda tomar el gobierno de turno en contra
de la ciudadanía, de modo que se preserve
el principio de autoridad, incluso sobre las
libertades fundamentales. No se puede en
todo caso subestimar el descontento social
con el status quo y la clase política, así como
no se debe minorizar los escenarios posibles
según la radicalización del discurso.
En situaciones de crisis estatales donde las seguridades –económicas, laborales,
entre otras– de los individuos se vean afectadas directamente, la oferta política de la
mano de una ciudadanía disconforme puede dirigirse hacia nuevas formas de autoritarismos, populismos o una temporada de
gobiernos con inestabilidad democrática,
como ocurrió en Ecuador y Bolivia cuando tuvieron una serie de golpes de Estado.
Asimismo, ante la posibilidad de pérdida
del principio de autoridad, pueden comenzar –tanto el Estado como los manifestantes– prácticas violentas a través de grupos
paramilitares o terroristas.
Una opción viable para que no se lleguen a estos extremos puede ser darles
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un espacio de reformulación a los diversos
partidos políticos vigentes mientras un grupo de tecnócratas - o en otras oportunidades militares- asume el poder, a la espera
de nuevas elecciones. Ello ha ocurrido en
los casos de Italia y Grecia, donde la clase
política se encuentra en stand by mientras
los tecnócratas asumen el poder y toman
medidas draconianas para poder viabilizar
la economía y estabilizar la deuda.
Por un lado, en Italia la salida de Silvio
Berlusconi fue ampliamente aplaudida,
tanto por los mismos italianos como por
la comunidad internacional. La llegada de
un reconocido economista, tecnócrata y
académico como es Mario Monti ha logrado calmar a las manifestaciones, así
como le ha devuelto la fe a una ciudadanía agitada. Asimismo, en Grecia salió un
no menos impopular Giorgios Papandreu,
dando paso al comienzo de la transición
con Lucas Papademos, quien ha buscado
el consenso político entre varios partidos,
desde la izquierda radical hasta la derecha conservadora.
Conclusiones
Se respira una inestabilidad severa con
esta crisis en lo económico, mientras que
el costo e impacto de la crisis en lo político
puede llevar a medidas violentas de la ciudadanía descontenta, así como de la oferta
política que puede extremar su discurso
ante estos contextos. En el primer caso,
pueden ser medidas y manifestaciones que
encuentren en la violencia una vía de escape y una forma de comunicar su descontento ante los altos niveles de desempleo,
las medidas de austeridad y las políticas
económicas severas y draconianas.
Si es que las autoridades electas –y en
el caso de Grecia e Italia los tecnócratas de
la transición– no logran una solución viable
que brinde estabilidad económica, podría
ocurrir, como ha pasado en otros momentos de crisis, que estas manifestaciones violentas encuentren una oferta política extremista que canalice su descontento.
Ejemplos de ellos podrían ser movimientos nacionalistas que vean en los
extranjeros al principal motivo de la crisis
–como ha venido ocurriendo en algunos
estados de Estados Unidos y con algunos
candidatos Republicanos– o puede que,
ante la crisis y la incapacidad de brindar
soluciones, la estrategia política sea encontrar un enemigo común en quien volcar ese descontento social de modo que
no repercuta en el gobierno, llevando a
potenciales escenarios de conflictos entre naciones.
NOTAS:---------------(1) Tocqueville, Alexis de, La democracia en
América Madrid, Guadarrama 1969.p.259.
(2) Hasta el día 21 de noviembre ya habían
25 fallecidos y cerca de mil heridos por los
enfrentamientos.
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