Helena de Troya Director: Robert Wise. 1956 “En 1956, Warner Brothers produjo uno de sus títulos favoritos dentro del género, Helen of Troy [Helena de Troya], una elaborada película. Este espectáculo lleno de color fue la única incursión del director Robert Wise en el cine épico; después dijo que no volvería a hacerlo. No obstante, el resultado tiene sus méritos, sobre todo viéndolo casi medio siglo después de su estreno. El film de Wise hace hincapié en las cualidades amorosas de la heroína, Helena, y no en los rasgos heroicos de hombres como Aquiles, Agamenón y Héctor. Este énfasis en lo romántico oscurece los temas marciales y heroicos inmortalizados en la Ilíada de Homero; tal vez Wise debería haber recordado que la versión del mito transmitida por Homero ha durado milenios. La película se hace bastante tediosa cuando Helena (Rosanna Podesta) y Paris (Jack Sernas) hablan constantemente de amor, comen amor, duermen amor y hacen el amor. Ni la química entre los actores ni el diálogo de Hugh Gray tienen la fuerza suficiente para mantener esas escenas. Aun así, las técnicas de CinemaScope y WarnerColor y las escenas de acción con miles de extras son estupendas, aunque ligeramente anacrónicas. Los griegos, semidesnudos, con sus sólidos escudos redondos, avanzan hacia los poderosos bastiones de Troya protegidos bajo altas torretas de asedio, de madera, y un ariete gigantesco. (Las torretas de asedio no son nada homéricas, pero se utilizaron en otras batallas de la Edad de Bronce). Los troyanos se defienden desesperadamente, con flechas incendiarias. Las torretas de los griegos, de pronto, estallan en llamas, y la larga retirada de éstos hacia las naves es un espectáculo inolvidable. Hugh Gray, que fue el asesor histórico de Quo Vadis? de MGM, proporcionó a Helena de Troya algunos de sus momentos más auténticos. Y algunas de las mejores escenas hay que atribuírselas al propio Homero: Aquiles (Stanley Baker) se arrastra por la tierra mientras llora la muerte de Patroclo. Aquiles tiene una amarga disputa con Agamenón, Aquiles arrastra el cuerpo de Héctor (Harry Andrews) por el polvo y Héctor se despide tiernamente de su esposa y su hijo recién nacido. Grandes cantidades de accesorios y extras aumentan el efecto de la secuencia, en la que los griegos descargan todas las provisiones, el ganado, los carros y los caballos de los numerosos barcos en la playa para preparar el asedio. En la que es, sin duda, la mejor escena de la película, los troyanos introducen el caballo de madera en la ciudad. El enorme animal -uno de los mayores accesorios móviles jamás construidos para una película- estaba hecho de madera de balsa, y los actores debían fingir que era muy pesado. Con el acompañamiento de la música rítmica y marcada de Max Steiner, el fatal regalo pasa lentamente por las murallas de Troya, iluminadas con antorchas. Detrás de él danzan unos bailarines frenéticos. Toda la escena recrea la atmósfera de entusiasmo desbocado que sólo podía producir una paz repentina después de diez años de guerra. En el centro de la ciudad, los soldados beben vino en sus cascos, remolinos de humo rojo ascienden hacia el cielo, hay guirnaldas colgando de todos los lugares posibles, los hombres se pasan a la mujeres sobre las cabezas de la muchedumbre y los soldados hambrientos, de vez en cuando, hacen bajar a alguna de ellas para besarla apasionadamente entre sus senos. ¡Pocas veces se mostró una Cinecittà tan dionisiaca! Algunas caracterizaciones de Helena de Troya resultan muy convincentes. El Aquiles de Stanley Baker presenta una imagen impresionante, homérica, oscura y amenazadora, y tanto el viejo Príamo de sir Cedric Hardwicke como la Casandra orgullosa y profética de Janette Scott concuerdan con las imágenes que tenemos desde hace casi tres milenios. Por el contrario, otros personajes se quedan cortos: Paris está demasiado dispuesto a luchar, es demasiado valiente y demasiado capaz, nada que ver con el cobarde que presenta la Ilíada; Menelao (Niall McGinnis) y Agamenón (Robert Douglas), reyes de Esparta y Argos, son demasiado malvados e innobles; y a Helena le falta la complejidad de la figura homérica, que, en la Ilíada, se siente desgarrada entre el amor que siente por Paris y el que siente por Menelao. Aquí maldice a Menelao a la menor ocasión. Helena de Troya se vio envuelta en una disputa legal y no pudo volver a distribuirse, estrenarse, editarse en vídeo ni mostrarse en televisión hasta 1996. Ahora, los espectadores pueden ver cómo habría sido posible mejorar el film si hubiera tratado el argumento original de Homero con más repeto, si se hubiera alejado de la insulsa historia de amor y hubiera inclinado la balanza hacia un heroísmo complejo. La película ignora el poder fundamental de la Ilíada -la ira compleja y catastrófica de Aquiles- y convierte una epopeya clásica en una bobada romántica típica de los cincuenta. Cualquier obra está presa en el estilo de la era o década en la que se produce, de modo que tal vez tengamos oportunidad de ver otra Ilíada más profunda y menos formulista.” Jon Solomon El mundo antiguo en el cine Alianza Editorial. Madrid. 2002, 119-123