El teatro anterior a 1939: tendencias, autores y obras principales (Introducción) Antes de iniciar el análisis del teatro español anterior a la Guerra Civil, conviene tener presentes algunas circunstancias específicas de este género literario: • A diferencia de otros géneros, destinados inicialmente a la lectura individual, el teatro ha sido concebido para la representación sobre el escenario; sólo así cumple su verdadera esencia comunicativa. Muchas de las obras más significativas de este periodo, por diversas circunstancias, no llegaron estrenarse, quedaron sólo como textos, sin representarse ante el público. Ni los espectadores de la época, ni otros autores teatrales contemporáneos recibir su influjo. En cierto modo, el teatro que no se representa “no existe” porque es poco frecuente el lector de textos teatrales. • Además, el teatro depende mucho más que otros géneros literarios del circuito comercial: una obra de teatro puede no ser representada no porque carezca de méritos literarios, sino simple y llanamente porque no sea rentable económicamente como espectáculo. Se valora en muchas ocasiones, por encima de la innovación de la obra, el que pueda recibir el favor del público y logre el éxito. Lo “nuevo” a veces recibe, sin embargo, el rechazo del público. • Por último, el espectáculo dramático, por su índole audiovisual y su recepción colectiva, es mucho más eficaz y rápido que la novela o la poesía para la transmisión de ideas. Ello determinará que la censura se cebe especialmente en el teatro en épocas de autoritarismo político, como la dictadura de Primo de Rivera o el régimen de Franco. A finales del siglo XIX, el teatro español estaba dominado por el drama realista y las obras de Echegaray, producto de un Romanticismo exagerado, que creaba situaciones y conflictos extremos y se representaba con un lenguaje y una gestualidad efectista, exagerada. Además, como se ha dicho, el conservadurismo del público, la escasa predisposición de los empresarios a arriesgarse con experimentos de éxito dudoso y la vigilancia de los censores ante cualquier audacia política o religiosa, explican —entre otros factores— la escasa originalidad del teatro español del primer tercio de siglo; baste recordar que las mejores obras dramáticas de Valle-Inclán no subieron a los escenarios hasta los años 60, o que Miguel Mihura hubo de esperar hasta 1952 para ver estrenada Tres sombreros de copa, escrita nada menos que en 1932. (Desarrollo) Las tendencias teatrales dominantes en aquellos años son las siguientes: 1)El teatro con éxito comercial o el teatro que triunfa: Tres corrientes monopolizaron el gusto del público: la comedia burguesa, el teatro poético y el teatro cómico. a) La comedia burguesa: también llamada comedia benaventina, por ser su autor más representativo Jacinto Benavente, dramaturgo que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1922. Este autor elaboró un tipo de teatro a la medida de la burguesía de su tiempo. La comedia burguesa estaba protagonizada por personajes de clase alta; plantea conflictos típicos de ese grupo social —infidelidades conyugales, desamor, hipocresía y murmuración— con un desarrollo dramático lleno de habilidad y un lenguaje agudo e inteligente, no exento de ironía, aunque nunca llegue a criticarse radicalmente el orden social establecido. El valor de su teatro en aquel momento fue eliminar los restos del drama posromántico de Echegaray, evitando en las obras la grandilocuencia y el efectismo exagerado. Los intereses creados es una de sus obras más conocidas: dos pícaros utilizan en su beneficio los intereses, el afán por el dinero, que marcan la vida de una comunidad. b) El teatro poético: llamado también teatro histórico-modernista o teatro en verso; supuso la irrupción del Modernismo en la escena: versos variados y de gran musicalidad, lenguaje sonoro, ambientes exóticos —la Edad Media, Hispanoamérica, la Granada musulmana—, personajes carentes de naturalidad, escenografía que trata de reproducir fielmente los ambientes históricos en los que se desarrolla la acción. Desde el punto de vista ideológico, este teatro supone una reacción contra el espíritu noventayochista y su visión crítica de la Historia española y, en lugar de someterla a crítica y a revisión, la idealiza y la exalta exageradamente. Los autores —en especial Eduardo Marquina y Francisco Villaespesa, de ideas conservadoras— miran con nostalgia el pasado imperial en obras protagonizadas por el Cid Campeador (Las hijas del Cid), los Reyes Católicos, el Gran Capitán o los tercios de Flandes (En Flandes se ha puesto el sol). A este teatro de tono lírico pertenecen también las obras teatrales que juntos escribieron los hermanos Machado. c) El teatro cómico: representaba la modalidad escénica preferida por las clases populares; bajo este rótulo se agrupaban espectáculos muy diversos, acompañados de música, canto y baile a veces, entre los que se incluía la zarzuela, el café teatro o el sainete, que alcanzó con Carlos Arniches amplio desarrollo. Este autor recuperó la tradición de las piezas breves del Siglo de Oro o del XVIII para presentar una galería de personajes pintorescos madrileños, con sus problemas cotidianos y su forma de hablar característica, achulada y castiza, llena de vulgarismos y tipismos. En esta línea costumbrista hay que mencionar a los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, que llevaron a los escenarios una Andalucía llena de tópicos y superficial, que recoge también los modismos del andaluz en la expresión de sus personajes. Dentro del teatro cómico cabe destacar las “tragedias grotescas”, en las que, sin abandonar por completo ciertos rasgos humorísticos, Arniches plantea con crudeza aspectos de la sociedad española ya tratados por los autores del 98: la cerrada mentalidad de provincias, el caciquismo, la inmoralidad de las clases dirigentes o la injusticia social, en títulos como La señorita de Trevélez (Bardem hizo una versión cinematográfica de esta obra con el título de Calle Mayor, 1956). La acción se desarrolla en una ciudad provinciana, donde unos señoritos, para entretener su aburrimiento, deciden gastarle una broma a uno de ellos firmando con su nombre una declaración amorosa dedicada a solterona de la localidad. Menos interés conserva hoy el “astracán”, subgénero cómico basado en burdos juegos de palabras, equívocos fáciles y parodia de diversos recursos teatrales. Su representante máximo fue Pedro Muñoz Seca, autor de La venganza de don Mendo, obra que parodia humorísticamente los dramas históricos del Romanticismo y del Modernismo. 2) El teatro innovador A lo largo de este período no escasearon los intentos de experimentación dramática a cargo de autores de sucesivas generaciones, aunque sólo dos de ellos alcanzarán justo y universal reconocimiento al cabo de los años: el “esperpento” de Valle-Inclán y la “tragedia poética” de Lorca. Antes hubo otros intentos de renovación en el panorama teatral de esta época: • Dentro de la llamada Generación del 98, Unamuno trató de plasmar en las tablas las ideas que expresaba en ensayos y novelas. Eran obras de extrema desnudez argumental y escenográfica (“teatro desnudo”, que suprime todo aquello que no dependa de la palabra; la acción dramática apenas existe), en las que los personajes se limitan a expresar las inquietudes intelectuales, filosóficas, del autor. El teatro, para Unamuno, es un medio para revelar la interioridad del individuo, es un método de conocimiento. También Azorín buscó la renovación de la escena nacional. Él recurrió a un teatro lleno de recursos irreales y simbólicos, que incluía lo inconsciente, lo onírico y lo maravilloso (“teatro antirrealista”) para tratar temas como el paso del tiempo, la muerte, y la búsqueda de la felicidad, a través de un diálogo demasiado literario en ocasiones. • Entre los novecentistas, cabe destacar el intento de renovación de Ramón Gómez de la Serna, el gran animador de las Vanguardias en España. Ramón escribió numerosas piezas teatrales, de las cuales la más conocida fue Los medios seres, cuyo tema es el vacío en la búsqueda de la propia identidad y que, al parecer, en su estreno fue un verdadero fracaso, porque el público recibió ofendido las pretendidas audacias de la obra. Según el autor, él hacía un teatro para “el que no quiere ir al teatro”, era un “”anfiteatro”, que más que el agrado del público buscaba la provocación y el juego. Además de Lorca, otros autores de la Generación del 27 probaron fortuna en este género: Rafael Alberti escribió un teatro de intención política, que hacía propaganda de las ideas de izquierdas (Fermín Galán, Noche de guerra en el Museo del Prado);Miguel Hernández, llevado por su compromiso político durante la Guerra Civil, escribió su “teatro de guerra”, piezas breves destinadas a representarse en el frente de batalla: Pedro Salinas cultiva la obra corta con tono de farsa y sainete; más relevantes fueron las creaciones de Max Aub porque concilió el compromiso histórico con la preocupación fundamental por acercarse al interior del ser humano por encima de condicionamientos políticos. Los rasgos que el teatro del 27 tienen en común son la incorporación de los hallazgos en materia teatral de las Vanguardias y el propósito de acercar el teatro al pueblo. Otros dramaturgos procedentes de la G. del 27, como Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura, no se mencionan aquí, porque la mayor parte de su teatro se desarrolla durante la posguerra. En la actualidad se considera a Valle-Inclán como el más importante dramaturgo español del siglo XX y uno de los grandes renovadores del teatro contemporáneo. Ello se debe a la creación de una nueva forma de reflejar la realidad, denominada “esperpento”. Valle intentó la estética teatral de su época y los convencionalismos burgueses, tanto en lo referente al lenguaje como a la acción dramática. La originalidad de Valle radica en la forma de concebir a sus personajes; a este respecto vale la pena citar las afirmaciones que realizó en la entrevista que le hizo Martínez Sierra para el diario ABC: [...] hay tres modos de ver el mundo artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire. [La cita completa está en la guía de lectura de Luces de bohemia] [se puede incluir ahora una definición más completa de esperpento, su intención, sus recursos... tal como se ha visto al analizar la obra Luces de bohemia] [Recuerda también la definición del esperpento en la escena XII de la misma obra]. Entre los temas del esperpento destaca la parodia de modelos literarios anteriores; en el caso de Luces de bohemia, el Infierno de la Divina Comedia. Abunda la crítica a clases sociales e instituciones como la aristocracia, los militares, la alta burguesía o la monarquía. Son habituales las alusiones políticas tanto al presente (Maura, Primo de Rivera, los muchachos de Acción Española), como a ciertos antecedentes históricos (las guerras carlistas, la corte de Isabel II, la revolución de 1868). En cuanto al estilo, el esperpento permite que se manifieste en toda su plenitud la extraordinaria capacidad expresiva de Valle-Inclán. Hay una amplia variedad de registros lingüísticos (habla vulgar, coloquial, lenguaje administrativo, etc.); a veces el lenguaje cosifica a los seres humanos, los animaliza y degrada a través de términos vulgares y despectivos; predomina el humor cruel y violento y el sarcasmo; de esta manera, los personajes aparecen animalizados o convertidos en peleles y fantoches, sometidos a una degradación grotesca. Federico García Lorca se interesó por el teatro desde sus primeros pasos en la literatura: su modelo inicialmente fue el “teatro poético” que cultivaba el Modernismo. Sin embargo, al regreso de Nueva York (1931) manifestó su intención de emprender una profunda renovación teatral en España. Para ello contaba con el precedente de Valle-Inclán, cuyos esperpentos Lorca admiraba. Consideraba Lorca que el teatro podía “educar al pueblo” y ofrecerle un contacto con la cultura que los caminos oficiales le negaban normalmente. Por eso, constituyó una compañía teatral denominada “La barraca” y con un grupo de actores se dedicó a viajar por los pueblos de España representando obras teatrales de autores clásicos españoles. Este proyecto estaba refrendado por un plan más ambicioso del gobierno republicano llamado “Misiones Pedagógicas” y que pretendía sacar de la ignorancia sobre todo a la población rural, mayoritariamente analfabeta y pobre. A partir de entonces su producción dramática se orienta hacia el subgénero de la tragedia rural, caracterizada por los siguientes rasgos: • Búsqueda del espectáculo total, en el que se combinan verso y prosa, elementos cultos y folclóricos, la música y los elementos visuales se ponen al servicio de la expresión de los sentimientos humanos. • Acercamiento a un público de origen popular; Lorca dirigió durante los años de la República –como se ha dichoel grupo teatral universitario La Barraca, con el que difundió por los pueblos la comedia clásica de Lope y Calderón. También su propio teatro se impregnaría de elementos populares. • Protagonistas femeninas a las que se impide desarrollar sus sentimientos esenciales, como son el amor (Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba) o la maternidad (Yerma). • Lenguaje sencillo, directo, pero dotado de incomparable tono poético, que se manifiesta a través de diálogos llenos de imágenes, símbolos y metáforas. Tras el viaje a Nueva York, Lorca concibe obras de carácter experimental e influidas por el Surrealismo, cuya radical innovación las ha mantenido sólo hasta hace unos años alejadas de los escenarios; es el caso de Así que pasen cinco años y El público. La casa de Bernarda Alba, escrita en junio de 1936, poco antes de su muerte, es la obra que mejor refleja las enormes posibilidades del teatro de Lorca. Se subtitula «Drama de mujeres en los pueblos de España»: la obra refleja el enfrentamiento entre el autoritarismo extremado de Bernarda, y el deseo de libertad de las hijas, condenadas a forzado encierro para guardar luto tras la muerte del padre. (Conclusión) La Guerra Civil Española truncó las iniciativas más innovadoras del panorama teatral, cuyas figuras más importantes habían sido Valle-Inclán y Lorca. Aunque estos autores estuvieron olvidados y prohibidos por la censura franquista, la “transición” y la democracia favorecieron la recuperación de estos autores que en la literatura española se consideran actualmente “clásicos”, con el valor y autoridad que este término posee, y, aunque con retraso, muchas de sus obras han sido representadas, sobre todo por iniciativa pública y el proyecto del Centro Dramático Nacional que ha intentado recuperar los textos y autores más representativos de nuestro pasado inmediato (el siglo XX) o más remoto (los autores del siglo XVI y XVII).