UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE LETRAS HISPÁNICAS OLIVERIO GIRONDO, UNA POÉTICA DE VIDA POR LAURA I. ZÚÑIGA CONZÁLEZ MÉXICO, 2004 OLIVERIO GIRONDO, UNA POÉTICA DE VIDA Es de mi parecer que uno de los principales objetos de la poesía es el placer del impacto conmocional en su lectura, logrando ésta con sensibilidad creativa y perfección estética. Cotidianamente me enfrento a posturas diversas a cerca del carácter e intención de éste género literario; por un lado la que afirma que el elemento de mayor consideración en la poesía es lo que quiere decirse, aun cuando la forma de hacerlo no sea precisamente la más poética; y la que sostienen poetas en su búsqueda por devaluar éste concepto heredero del Romanticismo, los segundos se desviven en empresas estructurales y terminan por hacer del poema una cáscara de palabras y desmetáforas que, lejos de emocionar, lo más que logran es un profundo asombro del espectador ante la sarta de maniobras y el barroquismo abstracto que ostentan sus trabajos. Entre aberración y aberración, cursilería y academicismo, las letras chorrean sin que las posturas puedan conciliarse. Mi encuentro con la poesía de Oliverio Girondo reveló una poética de la sinceridad, en el marco de una conciliación estética y sentimental de la que carecen gran parte de los poetas. El estudio parte de una emoción profunda después de la contemplación de sus palabras, palabra cuya colocación y repetición adquieren una dimensión infinita dentro de sí mismas y un espacio contemplado en las inmediaciones de la nada. El poemario de mi estudio es Persuasión de los días que logra su unidad creativa a través de la sensación de hastío del tiempo que sus tres partes proyectan. En poemas como “arena”, en que la totalidad del sentido se concentra en el tiempo, puede apreciarse una progresión métrica que logra un efecto sonoro en la duración: ARENA y más arena, y nada más que arena. Párrafo de tres, cinco y siete sílabas, al que sigue otro de seis líneas completamente de heptasílabos que regula y da un efecto de estancamiento temporal, para que el siguiente párrafo asuma la función de clímax con sus catorce sílabas en dos hemistiquios que parecen alargarlo todo: Arena de los ojos con pupilas de arena. Arena de las bocas con los labios de arena. Arena de la sangre de las venas de arena. Finalmente, otras dos líneas de heptasílabos y una línea final entre signos de exclamación: ¡Nada más que de arena! Así la sensación de lentitud por medio de un recurso de ritmo y el hastío por el de la reduplicación de la palabra arena con su presencia interminable, además de su connotación semántica de desolación, efecto que se magnifica con: El cansancio de arena. Persuasión de los días hace evidente el transcurrir del tiempo, siendo éste un hecho más perceptible en condiciones adversas como los ambientes en que la poesía de Girondo se desarrolla: olores de pestilencia, escenarios de muerte y vaciedad. La unidad de su espacio sucede con un elemento tan recurrente como la rebeldía de sus letras: el silencio: “ruido muerto”, “rumores cansados”, “oquedad insonora”, “inaudible distancia”, “silencio muerto”. De ésta manera versos como “Todo lo que allana la acritud de las horas”, “Todo lo que alivia la angustia de los días” toman una dimensión que en otro contexto sonarían a lugar común. Entonces es posible saber que tipo de tiempo pasa, uno similar al de la “asfixia del pez recién pescado”. Para dar cuenta de que tan insufrible puede ser la presencia de un elemento escatológico en el poeta, basta con decir que la escoria, la baba, la nada y la ausencia se tornan corpóreos, bostezan y sudan: la negra baba rancia que babea esta especie babosa d alimañas por sus rumiantes labios carcomidos, por sus pupilas de ostra putrefacta, por sus turbias vejigas empedradas de cálculos, por sus viejos ombligos de regatón gastado, por sus jorobas llenas de intereses compuestos, Girondo es un poeta cuya sensibilidad más fina radica en lo grotesco, en el manejo de los planos habituales contrarios: las dimensiones existenciales imperceptibles –el dentro de la piedra, de las horas, el fuera, el más allá— y las atrocidades devastadoramente perceptibles como la guerra, el materialismo humano y la suciedad derivada de ello. Es decir, la sencillez de la naturaleza con todos sus componentes sensoriales contrasta de manera violenta con sus desechos más fétidos y horrorosos; al leerlo, somos partícipes de largas listas de adjetivos -repartidos con cuidadosas pausas que aumentan su impacto de asco y terror— de estructuras poéticas con pocos verbos, porque éstos, en general, se refieren a acciones de la afección más intensa como: impregnar, intoxicar, insuflar, surgir, infectar, brotar, arrancar, aglutinar, abrir, penetrar, tornar, allanar, etcétera. Las unidades semánticas en un poema son pocas, pero bastante largas, se componen de una frase nominal que, generalmente, comienzan con el artículo determinado “éste”, de tal forma que sitúan al lector en plano de recepción más cercano; a ésta categoría siguen sustantivos plagados de modificadores y calificativos de la misma intensidad que los verbos con complementos del predicado tan numerosos como los adjetivos: Éste miasma corrupto que insufla nuestros poros apetencias de pulpo, deseos de vinchuca, no surge, ni ha surgido de estos conglomerados de sucia hemoglobina. cal viva, soda cáustica, hidrógeno, pis úrico, que infectan los colchones, los techos, las veredas, con sus almas cariadas, con sus gestos leprosos. Es en la sección de “Nocturnos” donde la poesía funciona como posibilidad extrahumana de fuga, de transgresión mundana, de ruptura de límites corporales. “La noche que obscuramente muge como una vaca enferma” alberga poemas cuya profesión ideológica es la libertad: DEMASIADO corpóreo, limitado, compacto. Tendré que abrir los poros y disgregarme un poco. No digo demasiado. Y hablo de libertad porque, al igual que los místicos, para Girondo las limitaciones corporales se viven como cárceles: aquí, adentro de lo hueco, donde estoy confinado, por ello, uno de sus recursos literarios es el uso del concepto de ausencia y el desfasamiento material de lo corpóreo, pero ubicado en un plano interior. Abundan los poemas que utilizan un yo que mira a otro yo que realiza todas las acciones humanas, mientras una parte no corpórea emprende la necesaria tarea de una vida lejos de la prisión de venas y huesos: No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas Es, el argentino, un poeta de la extralimitación. El poema empieza después del asco y el hastío, siempre en el más allá de todo. Al límite de la palabra su obra es evidencia de la maleabilidad y elasticidad del lenguaje. Cuando parece que cansancio, llanto, vómito, derrumbe o gratitud lo dicen todo, la sucesión de complementos circunstanciales de modo, compañía y finalidad ocupan el espacio junto con sus “rítmicas goteras” de gerundios, hasta que el concepto se ha interiorizado: Me quedaban las nubes, pero también partieron. (“Deserción”) La nada estaba ausente (“Vuelo sin orillas”) Hay un más allá siempre, de la resignación, de la vida vegetal, cuando despierta el hombre para vivir: Pero escuchó ese grillo, esa brizna de noche, de vida enloquecida. Ahora es cuando canta. Ahora y no mañana. La poesía Girondina es siempre una poética, tiene su esencia en la vida. En pie de lucha contra los “poetas de moco enternecido”, contra la confusión de la poesía con “la congoja acidulada”, su trabajo funciona como laxante literario, es un poeta de la purificación y el saneamiento, revela la tesis de lo esencial, después del llanto y el vómito, después del coraje y el renacimiento, luego de la noche. Así “Rebelión de vocablos” es una red de cultismos y tipos de palabras que pueden utilizarse para rellenar patrones gramaticales y crean el efecto del sinsentido, todo en un ritmo monocorde. La primera frase: De pronto, sin motivo: Todo lo demás es la burla de las estructuras vacías, la mente ejecuta analogías de los cuerpos humanos sólo dotados de materia; y cuando la lista de palabras colma nuestra paciencia, Girondo lanza un grito: ... ¡no quiero! Me resisto. Me niego. Los que sigan viniendo han de quedarse adentro. Es cierto que hasta los poetas sienten tanta asfixia de las palabras que en últimas fechas se privilegia la poesía que respeta el silencio y evita el ruido de los adjetivos, los gerundios y los adverbios; pero adjetivar significa juzgar el mundo en que se vive y para ese objeto es necesario un autor que –en un proceso inverso al de la intromisión que utiliza el silencio para crear un eco dentro de su propio espacio, lejos de la asfixia del mundo—sea un autor del estruendo e interiorice las cosas del mundo en sí mismo para sufrir el daño al árbol o la soledad de la piedra y desautomatice la existencia de quienes no saben que viven; es decir, Oliverio Girondo