LA CRUZ DE LAS ÁNIMAS Cerca de la aldea de Villares, en término municipal de Elche de la Sierra, existe una solitaria cruz de piedra; al pie de la cruz, crecía una frondosa retama y a su alrededor se formó una agorera tradición de aparecidos. Cuenta la leyenda, que allá en los lejanos tiempos hubo en Elche un bravo mozo, juneal y temerario, y en Villares una gentil muchacha, garrida y hermosa como un amanecer de Mayo. Había en Villares un señor, de negra historia, cuya tiranía también fue proverbial en todo el contorno. Cacique poderoso, acorría a los miserables, en sus horas de angustia suprema, prestando a horribles precios de interés que cobraba implacable siempre en ruinas, honra y sangre. Y hubo una hora negra, de dolorosa angustia, en la que el padre de aquella gentil muchacha, ante el trágico dolor de un hijo moribundo, hipotecó al tirano su escaso caudal poniendo como garantía y precio la honra de la gentil, que despertaba, desde hacía tiempo, los apetitos brutales de aquel libidinoso viejo. Desde larga fecha, la moza abrileña y el bravo mozo sostenían amores que en mutuo convenio debían llevarlos al altar en la época fatídica en que vencía precisamente el inicuo préstamo. Sordas tempestades tenebrosas, sostenidas en la ruindad de aquel espíritu, forjaron el plan inicuo, que los celos inspiraban. Llegó fatal el vencimiento implacable de la hipoteca ruin, los bienes del viejo pasaron al dominio del tirano: más quedaba por cumplir aquella clausula, la más cruel del contrato infame: Para la falta de cumplimiento de la hipoteca usuraria, el pobre labrador había firmado, entregándola al cacique, una declaración de suicidio; podía pues ser muerto impunemente y para conservar la vida se le imponía la condición de entregar la florida virginidad de su hija, aquella moza garrida y gentil cuya hermosura fue proverbial en todo el contorno de Villares. __________ ¿Cómo se desarrolló la tragedia? Todo el mundo le ignora; un buen amanecer, en aquella senda de arriería, apareció el cadáver del mozo, apuñalado al pie de una retama: la indignación popular, marcó con el estigma de su murmuración al cacique desalmado, avariento y celoso, como autor de la muerte; pero en vano un leve murmullo cobarde atribuyó el asesinato a la joven enamorada, que puesta en el horrible dilema de la muerte de su padre y su deshonra, en un rasgo de infernal desesperación, mató al amado con el propósito salvador de suicidarse luego; faltó sin duda a la desesperada temple de espíritu para soportar la prueba horrenda y enloqueció por el choque brutal de tan rudas impresiones. Es lo cierto que desde aquel día, el viejo tirano se recluyó en la sórdida miseria de una torre solitaria de la señorial mansión; mientras una pobre loca, vagaba por los campos, noche y día, bajo el sol quemante, sobre la blanca nieve, reposando febril sobre aquella cruz de piedra que la piedad de las gentes levantó en el mismo lugar trágico del asesino aleve. Y es lo cierto, que abrazada a aquella cruz piadosa, rindió a Dios el último aliento la pobre loca que envejecida tempranamente, paseó por los bosques de aquella serranía su inhumana desventura. Cuenta la leyenda, que en las noches agoreras del aniversario de aquella muerte airada, el alma del malogrado mozo, cuya vida fue truncada en plena juventud y en plena ilusión, aparecía blanca y funeral, postrada al pie de la cruz y llamando con voz sorda a la amada, cuya posesión triunfal estorbó una mano aleve en plena ilusión pasional. Y un buen día, muerta la joven doncella, desapareció para siempre la visión macabra. Solo el terror y la superstición popular siguió viendo al pie de aquella Cruz la sombra funeral del alma en pena: Y la superstición campesina estableció la piadosa práctica de rezar una oración fervorosa por las almas de los desventurados amantes, anudando a cada oración las hojas de la retama frondosa, a cuyo pie corrió la sangre de la víctima, y la que hasta hace poco tendría su sombra agorera sobre aquella Cruz que la espontaneidad de las gentes denominó <<La Cruz de las Ánimas>>. M. C. Calvo.