Chopín "Apóstol del Refinamiento" Por W. G. Lyle, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. No ha podido hallarse término más preciso que el de Románticos para comprender con su significación a compositores tan distintos como Mendelssohn, Schumann, Liszt y Chopin. Aun cuando los tres primeros producían diversos géneros de música, incluyendo la sacra, con mayor o menor éxito, solamente Chopin (que hablando en términos musicales era el compositor híbrido con mente polaca y un estilo francés de expresión) se especializó mayormente en producir un raudal de incomparable música para piano, que jamás ha sido igualada o superada. El compositor inglés, Cyril Scott, consideró a Mendelssohn (al igual que a Beethoven) como alguien que infundió simpatía en el alma humana por medio de la música; a Chopin como apóstol del refinamiento; a Schumann como el verdadero poeta del alma del niño. (Music: Its Secret lnfluence Throughout the Ages, Rider & Co., London, New York, Melbourne) Beethoven murió cuando estos cuatro compositores Románticos no habían llegado aún a sus 20 años; Beethoven, a quien Scott describió como: “recto y despiadado, con sus poderes psicoanalíticos liberó del subconsciente una multitud de pasiones reprimidas, pero, a excepción de simpatía, por decirlo así, no dejó nada para sustituirlas, a él correspondió el proceso de vaciar, de extraer, a Chopin le estaba destinado el llenar el vacío así creado." No existe en absoluto duda alguna en cuanto al respeto que Chopin profesaba a Beethoven; pero el hecho, con frecuencia olvidado por los que lo difamaban, es que él fue el heredero natural de Bach y Mozart. No satisfecho con los géneros musicales que encontró en su época, Chopin acudió para la renovación de éstos, a las fuentes naturales de las Danzas Polacas, que existían desde tiempo inmemorial, mostrando toda la gama de las emociones humanas, desde la tragedia inconsolable hasta la vehemente alegría, y extendiéndose en amplio surco entre la mazurca plebeya y la polonesa patricia. Fueron éstos los más fuertes ritmos inyectados a la corriente de música clásica hasta 1850, y los escribió Chopin antes de que ninguna de las obras consideradas hoy como su producción “oficial” fuera publicada. Su vida y su obra mostraban las señales de la soledad que suelen marcar la senda de aquellos que son divinamente inspirados. Hizo inolvidable impresión en sus contemporáneos, siguiendo siempre los impulsos de su conciencia interna, y manifestando en su labor extraordinarias cualidades de precisión, consagración al trabajo y una articulación cada vez más profunda. Sólo nos basta estudiar sus obras en orden cronológico para darnos cuenta de cómo cada una es completa en sí misma, pero es a la vez un punto de partida hacia algo posterior, más completo aún, a manera de una perpetua creación en ciclos que sólo la transición pudo finalmente terminar. Los ejemplos de esto son numerosos, mas solamente dos necesitan citarse: La Grand Fantaisie Op. 13, y el Krakoviak Rondó 0p. 14, ambas obras para piano y orquesta, y ambas conteniendo ideas embrionarias para quizás su mayor triunfo individual: el volumen de veinticuatro Estudios Op. 10 y 25 (*) que constituyen las llaves técnicas que abren las puertas hacia la interpretación de la mayoría de sus obras. La Fantaisie y Krakoviak, señalan, asimismo, la terminación de su primer período, de la primera punta del triángulo de su obra creadora. Fueron también las primeras obras suyas que se publicaron simultáneamente en Alemania, Francia e Inglaterra, lo que indicaba que cuando sólo contaba él dieciocho años, ya su fama se había extendido más allá de Polonia. La promesa de París En 1830 abandonó a Varsovia y pasó a Viena en su viaje rumbo a Francia en busca de reconocimiento y posición profesional. Dejó, pues, tras de sí, para siempre, todo cuanto hasta esa fecha había conocido y amado. Desde entonces vivió en el exilio odiando y temiendo la opresión de su amado país por Rusia, lo mismo que hacen hoy los expatriados polacos. No implica diferencia alguna el que entonces existiera un Zar y hoy una Dictadura Comunista. El estado en que Europa se encontraba entonces, guarda extraordinaria semejanza con el que existía en 1939, y por lo tanto, no es difícil colocarnos en la posición en que se hallaba Chopin, durante los ocho meses en que vagó tristemente por la ciudad de Viena, imposibilitado de seguir adelante o retroceder, y sufriendo continua e intensamente, el dolor de su amada Polonia. Para el estudiante de misticismo, todos los sucesos de los ocho meses de agonía en Viena, coinciden con la experiencia llamada “Noche Obscura." Y, desde lejos, el estudiante contempla maravillado el divino proceso bajo el cual el joven músico fue rápida e involuntariamente preparado para su misión de “apóstol del refinamiento,” como tan acertadamente lo llamó Scott. Casi a mitad de su estancia en Viena cumplió Chopin veintiún años, anunciándose con ello el período de edad creadora, cuando se echan los cimientos del futuro trabajo y posición en la vida. Sólo que en el caso de Chopin la iniciación fue aguda y veloz porque no había tiempo que perder. Cuando la Noche Obscura hubo pasado, Chopin pudo trasladarse a París (entonces la Meca del arte) a asumir su misión. Allí se estableció el curso de su segundo período tomando una forma relativamente sencilla. Adquirió la singular posición de maestro, ejecutante y compositor, una persona muy procurada por la sociedad. No obstante, siempre fue una característica señalada de su evolución, la soledad. Ningún otro compositor pudo influir en él, ni para bien ni de ningún otro modo. Conoció a Mendelssohn, Schumann, Liszt, y los calificó más o menos en igual forma que la que el mundo los considera hoy. Para él, Bach y Mozart eran supremos. No le faltaron discípulos Nunca le faltaron discípulos, por medio de los cuales se proporcionaba su sustento. Mas como casi todos procedían de familias acaudaladas de la alta sociedad, nunca estableció una escuela para el estudio de piano, como lo hicieron Liszt y Weimar. Manifestábase su amor a la soledad, en el hecho de que le desagradaba, y de hecho evitaba, el aparecer en público. Sin embargo, su reputación como pianista no fue superada por nadie, ni aún por Liszt. Al rendir homenaje a su maestría en el teclado algunos de sus contemporáneos hicieron resaltar la admirable independencia e interdependencia de sus dedos. Gracias a esta facilidad en su ejecución, Chopin fue el primer compositor de obras para piano que escribiera música en la cual la mano izquierda era algo más que un mero acompañamiento armónico, con la repetición, como variación, de frases musicales oídas por primera vez en octavas altas o en unisonancia. No puede considerarse un fiel y elevado exponente de Chopin ningún ejecutante cuya mano izquierda sea inferior técnicamente a la derecha. En Chopin, la mano izquierda tiene una vida suya propia, clara y distinguible, que la enlaza con las altas octavas de la música a las que pertenece como un todo indisoluble. Cuando en raras ocasiones, como sucede en el último movimiento de su Marcha Fúnebre, Sonata Op. 35, llegan a encontrarse al unísono ambas manos, el resultado es algo sin igual, electrizante. Joseph, hermano mayor de Karl Filtsch, y quien generalmente se reconoce como el discípulo más brillante y talentoso de Chopin, escribió a sus padres en mayo de 1842 como sigue: "Es maravilloso oír a Chopin componer en esta forma: Su inspiración es tan perfecta y espontánea que siempre toca sin duda ni vacilación alguna, como si debiera ser así. Mas, cuando se trata de escribir y de captar nuevamente la impresión original en todos sus detalles, pasa días en gran tensión nerviosa y en aterradora desesperación. Altera, re-toca incesantemente la misma frase, y va y viene caminando como un loco. ¡Qué raro e insondable ser! ¡Qué poeta más elocuente; noble en su más mínima expresión! ¡Qué incansable y paciente maestro, cuando el discípulo le interesa!" De un estudio de todos los hechos disponibles, tal parece, que sus composiciones del primer período fueron escritas rápida y fácilmente. Las obras positivamente reflejan la transparencia en la ordenación característica de Mozart, así como su propia y juvenil individualidad. Además de las Polonesas y Mazurcas, sus manos ejecutaban determinadas formas de música, como variaciones, rondós y sonatas, todas comunes a Beethoven y Mozart, y aún escribió valses antes de haber visto a Viena. El Nocturno lo tomó de Field, y cuando produjo su cuarta obra en este género, según dijera en cierta ocasión Ernest Newman, ya había superado al propio Field. Desde entonces, el Nocturno vino a ser algo propio de Chopin, convirtiéndose en un género especial de música capaz de entrañar gran expresión, belleza y poder. Las primeras variaciones cristalizaron algunos años más tarde, en la singular y sutil entidad titulada Berceuse 0p. 57, que ciertamente, en palabras de Jacob Boehme: “es uno de los milagros de las maravillas de Dios.” La Polonesa fue ganando gradualmente mayor potencia y vigor; mayor gloria y esplendor hasta culminar en el acabado y supremo ejemplo de su Op. 53. De esta obra en adelante, la forma restringió sus potencialidades como vehículo de inspiración; de ahí, la Polonesa Fantaisie Op. 61 que, después de habitar en un raro mundo de sombras y medias luces. Al llegar a la última página, rompe finalmente en plena gloria de su sereno y heroico tono de LA Bemol, como hiciera cinco años antes en la tercera Ballade Op. 47. Pero la Polonesa no podía realmente contener todo el calor y toda la nobleza de un ser de tan alta inclinación mística. Y así, allá lejos, en su agonía en Viena pueden encontrarse los simultáneos principios del primer Scherzo y la primera Ballade que no recibieron su forma final hasta años más tarde. La apasionada agonía del Scherzo, es la propia agonía de Chopin. No se había oído antes en el piano mayor grito de dolor que el de los acordes iniciales del Scherzo, ni aún en Beethoven. Son el terrible grito de sufrimiento de toda la humanidad, y no de un polaco en exilio. El segundo período de Chopin le llevó hasta la edad de treinta y cinco años y a la segunda punta del triángulo de su obra creadora, extendiéndose entre los años de 1831 a 1845. Las obras producidas en los siete años comprendidos entre 1838 y 1845, son un perfecto ejemplo del "estado preliminar del triunfo tanto psíquico como mundano," cuando los hombres y las mujeres "llegan en verdad a la cumbre de su vida creadora y constructiva." El triunfo Sólo a la luz del conocimiento místico puede verse cuán errados estuvieron sus primeros biógrafos, al considerar su transición a los 39 años, como un suceso trágico, que privó al mundo de recibir mucha más música a través de su inspiración. Las obras escritas de 1838 a 1845 son de suyo, extraordinariamente vitales, de seguro valor, y construidas sobre la sólida base de todo lo que había fructificado antes. No quiere decir esto que fueron creadas fácilmente. Después de su paso por la primera punta del triángulo, Chopin no escribió más sin esfuerzo. Desde entonces, entre los primeros trazos y el manuscrito final de sus obras, éstas recibieron cuidadosa revisión, que en muchos casos le tomó algunos años. Tampoco puede decirse cuánto tiempo transcurría entre los primeros impulsos de su inspiración y sus primeros apuntes de la obra sobre el pentagrama. En una personalidad de menor calibre que la del "apóstol del refinamiento," tal labor de hacer y rehacer, habría despojado a la música de sus ímpetus iniciales, de su brillante hermosura. Es un tributo de honor, tanto a la evidente devoción de Chopin como a su excelente destreza como compositor, el reconocer la viveza y pericia que caracterizan todo lo que el finalmente publicó. Esta escrutadora meticulosidad lo destaca, en marcado contraste con el impetuoso Schumann. La última parte del triángulo cubre simplemente cuatro años, cuatro sombríos años de creciente debilidad. Produce un número menor de obras pero de gran significación para el estudiante investigador: La Barcarolle, la Polonaise Fantaisie, la Sonata para violonchelo y piano, los Nocturnos de la 0p. 62 (de los cuales. el primero en SI mayor, es el más espiritual de todos), y un grupo de Mazurcas, tres Valses de la Op. 64, y una de las mejores canciones Melody, publicada después de su fallecimiento, como la novena en una colección de diecisiete. Sería erróneo decir que Chopin continuaba caminando hacia un nuevo campo, pero sí estaba diciendo nuevas cosas que surgían naturalmente de lo que había existido antes. Fuera cual fuere su condición física, su fuerza y su poder se mantuvieron incólumes hasta la última Mazurca, después de la cual, ya no pudo componer más. Su transición estaba cerca. Al igual que todas las personas que han sido, en verdad, místicamente inspiradas, Chopin ha sido víctima de censura y falsa representación. No obstante, nunca jamás hubo otro caso en que los frutos de la especialidad fueran mayores para la humanidad que el de este inspirado y refinado compositor, a quien muy bien puede llamársele el “Leonardo De Vinci” de la música. Por todas las restricciones que a si mismo se impusiera, su influencia estaba llamada a dejarse sentir en los compositores que le sucedieron, y en otras formas de expresión, además del teclado musical. Hoy, transcurrido más de un siglo de su transición, con mirada retrospectiva, Chopin puede verse, no como un revolucionario, según errónea- mente se le llamó una vez, sino como esencialmente un evolucionista. Como tal, su obra es clásica en todo sentido, menos de nombre. Aquellos que ven a Chopin como un diletante de la frívola sociedad Parisina, o que solamente responden a los tiernos aspectos de su obra, ni han visto la verdadera faz del maestro, ni han vislumbrado el divino proceso del arte mismo, manifestado como “el milagro de las maravillas de Dios.” * El numero y el orden de composición en las obras de Chopin no se ajustan entre si.