* En los idos de 1834, en Portugal, la Reina de entonces D. Maria II pretendía terminar con la inamovilidad de los jueces, pudendo enviar-los para donde bien quisiese. José da Silva Carvalho, Presidente del Supremo Tribunal, se insurgió en carta dirigida à la soberana onde lapidarmente se leía, a dado momento: “Señora, la independencia no es un privilegio de jueces pero sí una garantía dada a los ciudadanos”. Esta osadía la ha pagado con su puesto y fue sumariamente dimitido. Hoy casi doscientos años después muchas preocupaciones con lo estatuto dos jueces, en particular con su independencia, se mantienen exactamente iguales; en ese sentido, nada se ha alterado. Acontecimientos recientes en mi país como el intento de integración de los magistrados en el sistema de funcionalismo publico o la restricción de los poderes da la magistratura en la investigación de delitos relacionados con la clase política, como se ha pasado en Italia, o aun el experimento del poder político de condicionar la independencia interna del poder judicial cambiando la composición de su Consejo Superior, como sucedió en Francia, son testigos de una realidad que permanece inmutable. La independencia del poder judicial constituí, y constituirá siempre, un tema central para la afirmación del Estado de Derecho y solo la magistratura podrá, de forma inequívoca e eficaz, promover su defensa. Pero, no nos iludamos. La realidad social, política y económica mundial vive actualmente mudanzas históricas impresionantes lo que implica nuevas y imaginativas respuestas para viejos problemas. Al longo de mi comunicación, ubicada en un escenario bipolar entre la afirmación conservadora de un ideal de justicia y la volatilidad de un mundo efémero y mediatizado, procuraré definir un esbozo del perfil del juez hoy en la sociedad occidental muy en particular en Europa; después, sugeriré cuales los desafíos y encrucijadas que se colocan à la magistratura confrontada con la crisis de la ley, iluminando las cuestiones del ética judicial y reflexionando críticamente sobre el modo como lo asociacionismo judiciario debe ser colocado al servicio de un ideal superior benéfico à la comunidad social, apuntando los peligros de una afirmación corporativa de la magistratura. Hablaré muchas veces sobre un cuadro genérico europeo. Pero, citando el genial Borges, glosado ahora por Bolaños, sabemos bien cuan distintas son las especificaciones regionales en el viejo continente, con las metáforas borgesianas tan diversas como las del mar para definir a Inglaterra y del bosque para definir a Alemania. Históricamente, entender el Occidente Europeo implica percibir que el mismo ha nascido de un simbiosis entre el tribalismo de los pueblos bárbaros que migraran para puente y lo que ha restado de las estructuras del Estado abandonadas por Roma. Y entender el juez moderno implica recordar la profunda crisis que el Siglo XVII ha traído desembocando finalmente el las Revoluciones, en particular la Francesa, y su afirmación del principio de separación de poderes, quedando para nos otros, juristas, dos perplejidades irreductibles: una fracturante y temida por los otros poderes del Estado, la independencia judicial, y otra siempre utilizada para la desvalorización del poder judicial, la cuestión de la legitimidad dicha indirecta. Actualmente, mucha de la crisis de identidad reconocida al perfil del juez proviene también de las rupturas a que asiste el Derecho. Comparando el Derecho al mundo del Teatro, glosando José Juan Toharia, diremos que cambió el escenario de nuestra pieza de teatro con la abolición de fronteras por fuerza de la globalización, cambió el libreto con la explosión legislativa, con muchas y contradictorias leyes, cambió el público que es más numeroso, más exigente y plural y cambiaran incluso los actores con la actual proliferación de mujeres magistradas, sendo que en Portugal, à semejanza de otros países europeos, la porcentaje de entrada de mujeres en la magistratura judicial ronda ya los 80%. Sabemos también con Max Weber que en las sociedades industriales se asiste al primado del “YO” sobre la identidad del colectivo en lo que Zygmunt Baumann apellida de “modernidad líquida” en que todo es negociable. La misma sociedad que debido à la penetración de una cultura popular traída pelo audiovisual ven determinando, como acentúa Antoine Garapon, que la autoridad provenga de una cultura de la imagen en que la figura del jurista evolucionó, se me permiten una comparación informal con héroes televisivos americanos, de un sobrio y discreto Perry Mason , figura de un seriado dos años 50 del siglo pasado, para una pós-moderna Ally Mac Beal, onde se confunde el privado con lo público, ó para el universo derrisório y hedonista de Boston Legal con una dupla de juristas seductoramente amoral, Danny Krane y Alain Shore. Hablar de un perfil de juez de los nuestros días presupone necesariamente aludir, con énfasis, a la crisis de la ley. La proliferación legislativa a que se asiste en las más diversas ordenes jurídicas – el Derecho se ha puesto a correr, en la feliz expresión de François OST - trae consigo inseguridad y parálisis siendo que esta opacidad del Derecho comienza incluso a cuestionar el clásico principio según el cual la ignorancia de la ley no puede legitimar el incumplimiento de la misma. En la era del desorden, como la define Ricardo Lorenzetti, en la parte primera de su obra “Teoría de la Decisión Judicial – Fundamentos de Derecho”, “la coherencia no surge ya de la ley, sino de la interpretación posterior, a cargo de la doctrina y los jueces.” Mientras en el “longo siglo XIX” que nace en 1789 con la Revolución Francesa y termina con la 1ª Guerra Mundial en 1914 existía una convicción profunda en la durabilidad y estabilidad de las leyes, el actual siglo XXI iniciado con el colapso de Unión Soviética aún en 1989, se asiste a un Estado que Stolleis designó como el “Estado de las Intervenciones“ que cría incesantemente nuevas reglas para buscar equilibrios sociales, cada vez más instables y difíciles, casi siempre con el precio de la desestabilización del Derecho. Después, un otro factor estructural que debemos convocar para caracterizar el actual modelo de juez y aquí la situación se repite tanto en Europa como en América, en Portugal como en Argentina, se reporta a algo que Rodolfo Luís Vigo designó como la “crisis de legitimidad” que resulta del echo de la autoridad política “padecer de una notable desconfianza y falta de credibilidad”. Citando uno de los hombres más poderosos del planeta, el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en un momento intimista de su autobiografía, admitía que “ El estudio del Derecho puede ser, por veces, una desilusión, una cuestión de aplicar normas y procedimientos anticuados a una realidad que no colabora; una especie de contabilidad glorificada que sirve para regular los asuntos de los que tienen el poder y que (...)procura explicar a lo otros que no lo tienen la sabiduría y justeza últimas de su condición”. Pero, este déficit de credibilidad de la clase política y de la ley ha aportado para los jueces, muchas veces para su insatisfacción, una renovada centralidad de los tribunales en la organización del poder político de las sociedades modernas; como respuesta al derribamiento de la figura clásica del Estado tutelar se acentúa la responsabilidad del poder judicial como instancia de composición de conflictos y de controlo de los otros poderes públicos con el subsecuente desgaste de su imagen y autoridad. De forma prospectiva, importa afirmar, con Habermas, que lo jurídico debe asumir ese papel renovado de modo a que los mecanismos de justicia impongan una pragmática (praxis comunicativa) que permita integrar los sistemas políticos y económicos en el mundo de la vida en sociedad. Todavía, actuando con serenidad y moderación de modo a saber evitar el retorno de los juzgamientos entendidos como espectáculo à semejanza de lo que ocurría en la Edad Medía onde imperaba la sobreexcitación y una cruel satisfacción por la justicia ejecutada, contraponiendo siempre lo debido proceso, como advierte Joahan Huizinga. Por décadas consecutivas, el juez asumió su papel como técnico que cumple la ley, encerrado en su despacho, en la visión montesquiana, vertida en el Código Napoleónico, sendo que el propio Napoleón comparaba los jueces a máquinas humanas a través de las cuales las leyes eran ejecutadas como la hora é indicada por un puntero del reloj. Pero, no más ahora se puede afirmar ese perfil de juez, que deambulaba en alguna parte entre la tecnocracia y el sacerdocio. O modelo a seguir es bien diverso. Un modelo agilizado a que la ley confíe una dupla responsabilidad: la de gestionar el proceso, visando la calidad de la decisión, pero también con una renovada atención à las cuestiones de eficacia y celeridad. Europa, en particular la del Sur, tiene dificultades estructurales con la lentitud de la Justicia; todos lo saben. La Universidad de Harvard, a través de un estudio del Prof. Andrei Shleifer, presente en lo libro “El Futuro de Europa” ha apurado que una vulgar demanda para que sea retirado un inquilino que no paga el alquiler de una habitación demora, en media, 11 meses en Portugal pero también en Alemania, dos años en Italia, siete meses en Francia contra apenas un mes y medio en Estados Unidos ó cuatro meses en Finlandia. Donde que las cuestiones de administración procesal y de la propia administración de los tribunales vienen adquiriendo recientemente en los sistemas de “civil law” como los de Europa Continental, un renovado protagonismo, se aceptando que, al menos, en los denominados litigios de masas en que no existe un verdadero conflicto pero muchas veces solamente la necesidad de se cobrar judicialmente un dado crédito, debe preponderar o “case management”. De inspiración británica y bien presente en Estados Unidos, el denominado Case Management implica una plena libertad del juez para tratar procesalmente do modo que entender adecuado el rumo del proceso, sin demasiados condicionamientos legales, para allá de los exigidos por el principio del contradictorio o dictados por el deber de imparcialidad. Como idea principal y tal como afirma, con saludable pragmatismo, el italiano RICEI “en la actual situación de una justicia crónicamente enferma(...) existe una ideología que se preocupa fundamentalmente con las exigencias prácticas (...) que procura un proceso efectivo y rápido que asegure los derechos fundamentales y posibilite al ciudadano (…) una declaración de su derecho en el tiempo más breve posible”. Así, como subraya Lorenzetti, el ponto de no retorno de la intervención del magistrado se coloca siempre que el ciudadano procure junto de la Justicia la tutela de un derecho fundamental; en esas situaciones, el juez que se mantiene distante y formal descuida irremediablemente su deber de tutela efectiva. En un otra dimensión, se intensifica la necesidad de la asunción ética de un conjunto de deberes propios de la magistratura. Como dice Gilles Lipovetsky in su libro “Crepúsculo del Deber” en una era en que diminuye el espíritu de deber más se acentúa la aspiración a una regulación deontológica. Esta ética no se concretiza de modo dogmático, a través de formas austeras y represivas, exaltando ideales sacrifícales, pero emerge como una ética de responsabilidad, en un referencial de “accountability”, abierta y dialogada, más propedéutica que categórica, procurando dirigir-se à la práctica del cuotidiano . Superada la visión de un modelo de juez desinteresado y neutro mediante el conflicto que le cabe decidir y aceptando hoy los poderes procedimentales del juez, activo en la busca de los hechos y director en la tramitación procesal, estas reglas deontológicas adquieren así nuevos protagonismos, regulando la relación del magistrado con todos los intervinientes procesales y que representan el rostro visible del ejercicio de la ciudadanía. En una abordaje genérica, es importante desbravar caminos que posibiliten una mayor flexibilidad en la aproximación jurisdiccional, conviviendo de otro modo con los “media”, aceptando la complexidad y la pluralidad como un “ethos” y no como un “pathos” y encarando como imperiosa una abertura interdisciplinar al material social y los propios métodos de sociología de que estas Jornadas son un bueno ejemplo. En este contexto, no debe la magistratura temer, pero sí incentivar, la definición de un conjunto de situaciones que deben ser entregues a los dispositivos alternativos de composición de litigios, reservando, para si los litigios nucleares que envolvan la afirmación de los derechos de las personas. Después, la intervención del juez enguanto vértice del sistema procesal, tendrá, axiologicamente, que ser orientada de molde a estimular su pulsión creativa y imaginativa (y aquí en Argentina tenemos nombres como Julio Cortazar que han sabido superiormente ejercitar esa creatividad naturalmente en el plano literario), en una lógica de puntos de vista y no de descarnadas referencias silogísticas buscando convencer un “auditorio”, para usar la terminología de Perelman, auditorio ese cada vez más global como definido por MCLUHAN, partiendo de la modelación de los hechos, alcanzados según un ideal utópico de verdad. Aharon BARAK, uno juez de referencia en el panorama mundial, propone, en un precurso argumentativo semejante, que a los magistrados cabe, en su labor, dos tareas fundamentales: la de establecer puentes que superen la distancia entre la ley y la sociedad y la de proteger la Constitución y la democracia entendida en una dimensión que Luigi Ferrajoli ha definido como sustancial y previa a la dimensión política. La primera implica un equilibrio que permita adaptar las leyes à la realidad social, pero respectando a la seguridad jurídica, y la segunda impone que los jueces presten permanentemente cuentas, no tanto a los otros poderes del Estado y sí a lo que designa como la “moral interna” de la democracia. Una vez delineado, a rasgo grueso, el perfil del juez, mientras actor individual en su actividad judicial, dejen-me ahora profundar la actividad del juez como miembro de una clase profesional, integrado en el denominado asociacionismo judiciario. Comienzo por vos aportar unos breves hechos sobre la experiencia asociativa de los jueces en Europa, con énfasis en mi país. Los jueces portugueses están asociados en una sola asociación profesional: la “Associação Sindical dos Juízes Portugueses” (www.asjp.pt). Esta es, de hecho, la única asociación profesional representativa de los jueces, existente en Portugal. Una asociación que congrega a 2055 jueces, aproximadamente el 95% de todos los jueces portugueses. Esta unidad asociativa no existe en uno país vecino al nuestro como eres España, donde existen cuatro asociaciones de jueces, que, por lo que creo haber entendido, poseen connotaciones ideológico-partidarias diferenciadas y, por algunas de ellas, incluso asumidas. La unidad asociativa es para nosotros, jueces portugueses, un bien inestimable. En la representación externa y en especial en el dialogo ó confronto con el poder político los jueces portugueses están hablando a una sola voz, evitando la tentación de buscar la proliferación de pequeñas asociaciones que se agotan en el protagonismo de realizar proyectos parcelares sin beneficio continuado para el colectivo de jueces. No ignoramos que este unanimismo comporta problemas. Pero, algo hemos conseguido: las preferencias políticas ó partidarias de cada juez no son temas habituales de conversación entre los jueces portugueses. No es que cada uno no las tenga. Simplemente no la llevamos al interior de nuestra Asociación. Esto conlleva, sin duda, un precio. Como asociación no nos pronunciamos sobre proyectos o reformas legislativas que impliquen una tomada de postura ideológica. Temas polémicos como el matrimonio entre homosexuales, la eutanasia o el aborto, la adopción por parejas homosexuales, exigen sin duda la conciencia cívica de cada uno de nosotros, jueces, pero, como grupo profesional, nuestras opiniones se concentran en los aspectos jurídicos de cada proyecto, en prole de la administración de los ciudadanos, en el respeto por las opciones del legislador. Claro está, siempre y cuando este respete, a su vez, los principios fundamentales afirmados en nuestra Constitución. No nos parece un precio demasiado elevado, una vez que la lucha central de los jueces en el Mundo eres otra; la lucha incesante por la independencia de los tribunales, la dignidad y la cualidad de la función de juzgar y la confianza de los ciudadanos en la resistencia permanente contra la transfiguración de los jueces en funcionarios. «Funcionalización» esa deseada por el poder político que no duda en aprovecharla. Una cuestión fracturante en Portugal, mucho discutida por la clase política y un numero creciente de jueces, tiene que ver con la contradicción absoluta entre la titularidad de la soberanía avocada a la magistratura judicial y el sindicalismo profesional que presupone una relación de subordinación laboral. Este un tema complexo que se seguirá discutiendo seguramente en los próximos años un poco por toda Europa. En mi país se asiste hoy a una fuerte investida del poder político contra la sindicalización del poder judicial, con reputados académicos defendiendo la prohibición constitucional de la existencia de sindicatos de jueces. Pero, se para nosotros esa prohibición - que solo tiene paralelo en países como la Venezuela de Chávez ó el reciente intento, a través de un referéndum, que está ocurriendo en Turquía - seria solamente formal, la verdad es que para los otros poderes del Estado lo que menos preocupa a ellos son las luchas sindicales de los jueces, sí son meramente orientadas para cuestiones de carrera o de remuneración. Lo que efectivamente ven preocupando el poder ejecutivo han sido las denuncias de errores en el sistema judicial y la voluntad de encontrar sus responsables. En los otros países de Europa Continental, la historia del asociacionismo judicial es, en mucho, semejante. Así, en Francia, el Sindicato de Magistratura nace precisamente en el período de ebullición política que ha tenido su máximo en el Mayo de 68 en Paris, siempre procurando la afirmación de un poder independiente, y coexiste actualmente con otra agremiación sindical, la Unión Sindical de Magistrados, criada en 1975. Por su vez, en Alemania, la asociación de magistrados data ya de 1908, en plena monarquía, y se ha llamado Federación Alemana de Jueces. Cuando ha subido al poder el nazismo, esta Federación, entonces muy politizada, sería, infortunadamente, una de las primeras a felicitar Adolf Hitler por su elección, en uno contexto en que la magistratura del país había perdido su independencia. Esta Federación continuó su actividad después de la 2ª Guerra Mundial pero un grupo de jueces más nuevos rompería hace pocos años esa unidad, filiando-se en un Sindicato que agrupaba los miembros de órganos públicos alemanes; esos jueces siguen ahora disputando el comando de su asociación. No que respecta al Derecho internacional, la legitimación del asociacionismo judiciario radica en los Principios Fundamentales relativos a la independencia de la magistratura, aprobados por la Asamblea General de Naciones Unidas, en 13 Diciembre de 1985, onde se lee en el Parágrafo 9º que los jueces son libres de constituir asociaciones o otras organizaciones y de se afiliaren para defender sus intereses, promover su formación profesional y proteger la independencia de la magistratura. También la Convención 87 de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) a respecto de la libertad sindical garante a los jueces la posibilidad de criar o adherir a organizaciones de su elección para protección de sus derechos y defensa des sus intereses. La imagen de los jueces en la Europa del siglo XXI se ha apartado del juez que soluciona sus casos con el simples recurso al “ius patrium”; emerge ahora con el Tribunal de Justicia de Unión Europea, el Tribunal Europeo de los Derechos del Hombre o el Tribunal Penal Internacional y mismo con los diversos Supremos Tribunales y Tribunales Constitucionales nacionales, una nueva elite de jueces que comparan decisiones a un nivel internacional lo que permite hablar por primera vez en uno embrión de una comunidad jurídica europea. En este sentido, puede en el futuro adquirir una particular dimensión histórica la Unión Internacional de Magistrados. Esta organización, fundada en Septiembre de 1953, cuenta actualmente con 74 países miembros en cinco continentes, cada uno de ellos representado a través de asociaciones de magistrados nacionales, en una innegable manifestación de fuerza colectiva del poder judicial que podrá y deberá ser desarrollada como viene sucediendo recientemente con el protagonismo asumido por una otra organización de jueces, ubicada en América, la Federación Latino-Americana de Magistrados, superiormente dirigida pelos argentinos Miguel Camiños y Abel Fleming, respectivamente Presidente y Secretario de la FLAM. Es tiempo para que también al nivel internacional los jueces afirmen su espacio de afirmación como poder soberano, al servicio de la comunidad, para allá de meras cortesías diplomáticas. ¿Definido este entorno nacional y internacional, que desafíos principales se colocan al asociacionismo judicial? Como deben actuar las asociaciones de magistrados para que sean reconocidas como válidas para el Estado de Derecho? El asociacionismo tiene como génesis esencial una vieja idea seminal de Tocqueville en que las condiciones de vida de las sociedades modernas tienden a desinteresar el individuo pelo interés colectivo y por la vida política de esa sociedad, lo que facilita el aparecimiento de tiranías. Las asociaciones, para Tocqueville, tendrían así la función fundamental de permitir la integración social y la participación política a través de la interiorización de valores de cooperación y reciprocidad. Donde resulta que hoy pensadores como Habermas afirmen que “el núcleo fundamental de la sociedad civil reside en las asociaciones no estatales y no económicas, que sean voluntarias y que ligan las estructuras comunicacionales del espacio público à la componente “social” del mundo vivido.” En las últimas décadas, se asiste inequívocamente a una clara disminución del envolvimiento asociativo con la queda del porcentaje de populación activamente empeñada en la vida asociativa, como refieren diversos autores, en particular Putman, mucho por causa del individualismo galopante y de las nuevas formas de convivencia à distancia, aportadas pela Internet. Todavía, el asociacionismo, incluso judicial, paradojalmente, viene asumiendo un papel institucional creciente sea por el efecto amplificador de los “media” sea por el reconocimiento mayor que é dado por el propio Estado. En línea con lo que hemos aventado para el perfil individual del juez, la actividad asociativa debe, primeramente, demarcar-se de una intervención meramente corporativa, de raíz estrictamente sindical, solamente de defensa de salarios o de derechos laborales. La naturaleza de poder soberano de la magistratura obliga a que su intervención colectiva tenga una directriz esencial: la defensa de los derechos de los ciudadanos. Debe acentuar-se el desafío de democratizar la información, como ven insistiendo Abel Fleming, compartiendo la ciudadanía y mostrando en qué va a cada uno de los ciudadanos que haya uno verdadero aseguramiento de la independencia de los poderes judiciales y de cada uno de los jueces. Debemos hacer-lo de modo moderado y paciente. Como enseñaba Hegel solo la impaciencia pide el imposible pues mira solo para la meta sin disponer de los medios para la alcanzar. Los jueces, al menos en Europa, enfrentan una continuada dificultad de comunicación con la sociedad civil. Este déficit de comunicación, que incluí la dificultad de relacionamiento con los media, solo podrá ser ultrapasado con una renovada cultura democrática, vivida en el proceso y no tribunal, con una relación abierta y de confianza al nivel interno, con los litigantes y sus abogados, y externo con los medios de comunicación social y la comunidad social, a quien, en todos momentos, debemos servir. Y para tanto no basta el recurso a expertos de relaciones publicas, de marketing, de agencias de comunicación o de gabinetes de prensa; es necesario que se construya un discurso exógeno, que mire a los intereses concretos de las personas para que los ciudadanos, en especial los más ignorados, entiendan que los jueces encontrón su legitimidad mayor al servicio de una concepción material ó substantiva de la Constitución democrática, en el sentido propugnado por Ronald Dworkin. Con esta afirmación pró-activa del derecho tienen su “raison d’être” las asociaciones de jueces, sin connotaciones sindicales reductoras y usando el poder de la palabra, muchas veces, contra la palabra del poder. Es tiempo de terminar. Mucho más me gustaría compartir con ustedes a respecto de estos tiempos que vivimos y que son tan interesantes aunque me acorde siempre de un viejo proverbio chino que nos enseña: “Dios nos libre de tiempos interesantes”. Pero, termino con el vuestro inmenso y genial Jorge Luís Borges, tan amado en mi país, que elle también ha celebrado a propósito de sus antepasados ( “Nada o muy poco sé de mis mayores portugueses, los Borges. Mejor así. Cumplida la faena, son Portugal, son la famosa gente que forzó las murallas del Oriente y se dio al mar y al otro mar de arena”). Borges que tengo también debido a una vieja devoción un poco como mío, que me perdonen ustedes, escribió un bellísimo poema sobre mudanza y perennidad que mejor remata mis sencillas palabras. Se llama “Son los ríos” y reza así: Somos el tiempo. Somos la famosa parábola de Heráclito el Oscuro. Somos el agua, no el diamante duro, la que se pierde, no la que reposa. Somos el río y somos aquel griego que se mira en el río. Su reflejo cambia en el agua del cambiante espejo, en el cristal que cambia como el fuego. (...)Todo nos dijo adiós, todo se aleja. La memoria no acuña su moneda. Y sin embargo hay algo que se queda y sin embargo hay algo que se queja. Gracias por vuestra atención - paciente. José Manuel Igreja Matos