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Andrés de Urdaneta:
Hola, quisiera pedirte que me acompañases en esta aventura:
El frescor y el picor del agua salada impregna nuestra nariz y nuestros cuerpos.
Viajamos en un barco.
Piojos, ratas y otros bichos nos acosan.
Tratamos de no pensar en ellos.
Nos sentimos dentro de una máquina del tiempo, que nos hace retroceder varios siglos.
Vamos a contar una historia de aventuras, tan real como la vida misma.
Es una gota de la gran historia de este personaje.
Un hombre polifacético y sin duda sorprendente: Andrés de Urdaneta.
Nuestra misión: espolear tu curiosidad.
Si después de leer esta humilde narración, conseguimos que abras un libro o google y
busques información sobre este personaje, nos damos por satisfechos.
Este ratito que vamos a pasar juntos es nuestro pequeño homenaje al maestro Juan
Antonio Cebrián, sin pretensiones de imitarle, porque es inimitable.
De repente, gracias a la magia de la imaginación, nos encontramos en una nao del siglo
XVI.
¿nos acompañas?.
¡Agárrate fuerte!, ¡que comienza la aventura!.
Año del señor de 1525.
Nao Victoria, en algún punto del océano pacífico, cerca de las islas Molucas.
Abordo, y al mando de una expedición ordenada por Carlos V que se dirige hacia las
islas de las especierías, está el comendador de la orden de Santiago, fray García Jofre de
Loaísa.
Junto a otros marinos que también entrarán en la historia, como Juan Sebastián Elcano,
primer hombre que dio la vuelta al mundo, entonces segundo capitán de la expedición,
viaja el joven Andrés de Urdaneta.
Fascinado desde niño por los relatos de exploradores que escuchaba a sus mayores, a
sus dieciocho años, se enrola en esta expedición.
El viaje resulta un fracaso y se revela como una lucha constante contra el hambre, el
escorbuto y los portugueses que dominaban las islas.
Urdaneta combatió con bravura, lo que no impidió que fuera apresado por los lusos, que
le arrebataron a su llegada a Lisboa toda la información geográfica e histórica que había
recabado: mapas, derroteros de navegación, etc.
Tras años de cautiverio, fue liberado junto a otros españoles.
Tenía una prodigiosa memoria, ya que redactó de nuevo los documentos que le habían
sido requisados para enviárselos al rey.
Andrés de Urdaneta había nacido en Villafranca, actual Ordicia, Guipúzcoa.
La tradición sitúa su casa natal en el caserío de Oyanguren, aunque parece más lógico
suponer que se hallaba en el casco de la villa.
Sus padres eran don Juan Ochoa de Urdaneta y doña Gracia de Cerain, ambos de ilustre
linaje.
Su progenitor era alcalde de Villafranca.
No sabemos mucho acerca de su juventud, pero sí disponemos de algunos datos:
El pequeño Andrés recibió una esmerada educación.
Era versado en matemáticas, latín y filosofía, así como gran lector de los autores
clásicos.
Al morir Elcano en 1526, Andrés es uno de los testigos que firman su testamento.
Fue un destacado militar, aunque no entraría en la historia por esta faceta.
Tras una campaña en las islas Molucas, Urdaneta vuelve a España para entregar una
memoria sobre las islas al emperador y da en adopción a su hermano a una hija nacida
en dichas islas.
Luego viaja a Méjico, donde, tras ocupar varios cargos importantes desde 1538, ingresa
como religioso en la orden de san Agustín en 1553.
Esta orden se ocupaba de la educación de las élites indígenas.
Allí, retirado del mundo en un convento, nos lo encontramos cuando, bajo el reinado de
Felipe II, renace el interés por la navegación.
Fray Andrés de Urdaneta recibe una carta del monarca en la que éste le ruega que, como
un servicio a la corona, le ayude en una expedición hacia las islas Filipinas, bautizadas
así años antes en honor del soberano, para hallar una ruta de retorno desde las citadas
islas hasta Méjico por el pacífico, sin pasar por las Indias ni por África, dominadas por
los portugueses.
¿aceptará el anciano fraile semejante empresa?.
Tras cinco intentos fallidos anteriormente, ya que los aguerridos marinos implicados en
ellos no hallaron una ruta de retorno a América, de los que sin duda Urdaneta era
conocedor, y a pesar de su avanzada edad y delicado estado de salud, acepta el encargo
y se embarca como asesor en la expedición, comandada por Miguel López de Legazpi,
nombre sugerido por Urdaneta, ya que el religioso fuera su mentor en una expedición
anterior.
Sin embargo, la muerte del virrey, que había gestionado parte de la expedición, retrasó
el viaje cinco años.
Finalmente, se reunió una flota de cinco barcos: dos naos, la "San Pedro" y la
"Almiranta", los pataches, (barcos mercantes), "San Juan" y "San Lucas" y un
bergantín; en total, fueron doscientos hombres de armas y cinco frailes agustinos los
que se hicieron a la mar.
El 8 de mayo de 1565 se fundó la primera ciudad española en Filipinas, la villa de san
Miguel.
Urdaneta, por orden de Legazpi, regresó a Méjico, entonces Nueva España, para contar
al virrey lo acontecido y los descubrimientos realizados.
La nao San Pedro zarpó de Cebú, la isla filipina en la que los expedicionarios se habían
asentado tras acuerdos con los nativos logrados gracias a la diplomacia y conocimientos
lingüísticos de Urdaneta, el 1 de junio de 1565, aunque la navegación transpacífica
propiamente dicha comenzó el día 9 al salir del estrecho de San Bernardino.
Impulsados por el monzón de verano, hasta el 4 de agosto navegaron al nordeste
buscando la corriente del Kuro-Shivo que los impulsaría hasta Acapulco, adonde
llegaron el 8 de octubre de 1565, descubriendo así la ruta más corta entre Asia y
América, llamada desde entonces ruta de Urdaneta o Tornaviaje.
Los cálculos de Urdaneta fueron acertados, ya que navegaron durante días por pura
estima.
Igualmente fue providencial su cálculo de las provisiones necesarias para el viaje, ya
que la tripulación no pasó hambre ni sed en toda la travesía.
También fueron vitales sus conocimientos sobre el clima y otros aspectos adquiridos en
su trato con navegantes asiáticos, así como sus dotes de observador, matemático y
cosmógrafo.
También estaba interesado en el rendimiento, sobre todo económico, de las islas recién
descubiertas.
Se sabe que escribió sobre la formación de los ciclones tropicales y sobre la curación de
las fiebres.
Urdaneta, a su regreso a España, protestó repetidas veces contra la conquista de las islas
Filipinas, que caían fuera de los límites impuestos a los españoles por el Tratado de
Zaragoza.
Gracias a Urdaneta y a los frailes agustinos que viajaron con él, las islas Filipinas son el
único país católico de Oriente, ya que fueron evangelizadas en el idioma nativo.
Urdaneta era políglota.
Se sabe que, además de castellano y euskera, dominaba el malayo, lengua comercial en
muchas partes de Asia, y algunos dialectos locales.
Tras rendir cuentas al rey Felipe II y escribir sobre la conveniencia o no de la conquista
de las islas Filipinas, se retiró de nuevo al convento mejicano donde murió el 3 de junio
de 1568.
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