XVIII Congreso. 25 | 27 de Abril de 2012. Querétaro. Asociación Mexicana de Estudios del Caribe A.C EL DISCURSO NACIONALISTA DE AMÉRICO LUGO DURANTE LA INTERVENCIÓN NORTEAMERICANA DE 1916-1924 EN REPÚBLICA DOMINICANA Isabel De León Olivares Instituto Mora 1 Entre 1916 y 1924 Estados Unidos ocupó militarmente la República Dominicana. Para el “coloso del norte” este hecho constituyó un capítulo más de la política intervencionista que desde 1898 emprendió en la región del Circuncaribe, con la finalidad, entre otras cosas, de garantizar el control sobre el canal de Panamá y sus alrededores.1 Para la República Dominicana, por el contrario, la ocupación significó la pérdida temporal de su frágil soberanía nacional y la constatación de un proceso que se venía verificando desde las décadas finales del siglo XIX: la injerencia cada vez mayor de los Estados Unidos en los asuntos internos del país. Durante los ocho años que duró la ocupación, el gobierno interventor introdujo un conjunto de reformas que transformaron las condiciones políticas, sociales, económicas y culturales de los dominicanos. En lo económico, la industria azucarera nacional se expandió bajo el control de capital estadounidense y, a consecuencia de ello, se produjo la proletarización de un número creciente de campesinos, así como la entrada masiva de inmigrantes –sobre haitianos– en calidad de mano de obra barata. En el ámbito político, los norteamericanos finalmente lograron pacificar y centralizar el aparato estatal del país, tal como lo habían buscado afanosamente los políticos dominicanos del siglo XIX. Esta centralización del Estado estuvo acompañada de la puesta en marcha de vastos programas de reformas en la administración pública, la educación, el comercio, las comunicaciones y las costumbres sanitarias de los dominicanos. Asimismo, como garante de la intervención, los ocupantes organizaron un cuerpo militar de seguridad interna –la Guardia Nacional–, del cual emergería el futuro dictador de la república, Rafael Leonidas Trujillo (1930-1961). 1 Hans-Joachim Köning, en Lucena, Historia, 1998, pp. 414-436, ubica dicha política intervencionista entre los años de 1898 y 1930, periodo durante el cual Estados Unidos participó en la guerra hispanocubana, estableciendo un protectorado en Cuba, Puerto Rico y las Filipinas (1898); promovió la independencia de Panamá con respecto a Colombia, obteniendo el control del canal interoceánico (1903); e intervino militarmente en México (1914), Haití (1915-1934), República Dominicana (1916-1924) y Nicaragua (1909-1910, 1912-1925 y 1926-1933). 2 La ejecución, sin embargo, de todos estos programas no resultó tarea fácil para los marines estadounidenses. Desde los primeros años de la intervención hasta el final de la misma tuvieron que enfrentar protestas continuas, algunas pacíficas y otras armadas, impulsadas por sectores campesinos2 y urbanos del país. Una de esas resistencias fue la que encabezó un conjunto de políticos e intelectuales dominicanos, entre los que se encontraban los hermanos Francisco y Federico Henríquez y Carvajal, Max Henríquez Ureña, Américo Lugo, Rafael E. Sanabia, Félix Evaristo Mejía, Luis Conrado del Castillo, Fabio Fiallo, Federico García Godoy, Tulio Cestero, entre otros. De acuerdo con el historiador Franklin Franco3, se trató de una resistencia cívica, no armada, que levantó la bandera de la “evacuación pura y simple”, expresando con ello el rechazo de estos personajes a toda evacuación condicionada del ejército estadounidense que limitara la independencia y soberanía del pueblo dominicano. Bruce Calder4, por su parte, califica esta resistencia política como un movimiento nacionalista de gran envergadura, el cual, afirma, fue uno de los primeros factores que presionó al gobierno estadounidense a iniciar el proceso de desocupación. El propósito del presente trabajo es analizar dicho movimiento de resistencia, pero centrándonos en uno de sus principales líderes: Américo Lugo (1870-1952). Nuestro punto de partida para analizar a este pensador es que el movimiento nacionalista en que participó tuvo dos facetas estrechamente vinculadas. Por un lado, fue una movilización política, que se tradujo en la 2 En la “ruralía dominicana” se suscitaron diversos movimientos de resistencia campesina durante el periodo de la intervención estadounidense. De acuerdo con San Miguel, “Historias”, 2003, p. 109, se trató de movimientos de raigambre local, determinados por las peculiaridades de la región donde surgieron, con dinámicas propias y con reclamos originados por las transformaciones económico-sociales y políticas del periodo. El primer de dichos movimientos fue el que se produjo en la llamada Línea Noroeste del país (Montecristi, Puerto Plata, Santiago de los Caballeros); le acompañó el movimiento milenarista dirigido por Olivorio Mateo que surgió en San Juan de la Maguana, frontera con Haití, y finalmente, estuvo el llamado movimiento “gavillero” del Este (el Seibo y San Pedro de Macorís), el cual se prolongó de 1916 a 1922. Sobre estas resistencias campesinas existe una amplia bibliografía. Ver González, Línea, 1985; Rodríguez, Batalla, 1987; Mariñez, Resistencia, 1984; Ducoudray, Gavilleros, 1976; Mauricio, Ocupación, 1997. 3 Franco, Pensamiento, 2001, p. 302. 4 Calder, Impact, 1984. 3 creación de organizaciones como la Unión Nacional Dominicana o las Juntas Nacionalistas, así como la realización de vigorosas campañas de protesta en diferentes ciudades europeas, estadounidenses y latinoamericanas; y por otro lado, constituyó la elaboración de un discurso nacionalista que al mismo tiempo que sirvió para legitimar la lucha política de este grupo de intelectuales, fue un medio para convalidar el derecho del colectivo dominicano al ejercicio de la soberanía. Nuestro objetivo central será, pues, examinar el discurso sobre la nación dominicana que elaboró Lugo al calor de esta lucha contra el régimen interventor, tratando de detectar sus tópicos discursivos más característicos. Lo que intentaremos mostrar es que el elemento que articuló su discursiva fue un hispanismo exacerbado, el cual concibió de tres maneras: 1) como el fundamento esencial de la nación dominicana; 2) como el escudo protector de esa nación frente al avance imperialista de los Estados Unidos, y 3) como el elemento integrador que permitía a la República Dominicana formar parte de la “patria grande” de Hispanoamérica. El trabajo se divide en dos partes. La primera describe brevemente el movimiento de resistencia impulsado por los intelectuales dominicanos anteriormente mencionados, dentro del cual Américo Lugo tuvo una participación destacada. La segunda constituye el análisis de algunos de los escritos de este intelectual. I. INTERVENCIÓN Y RESISTENCIA En abril de 1916 el secretario de Guerra y Marina de la República Dominicana, general Desiderio Arias, se levantó en armas contra el presidente en turno Juan Isidro Jimenes.5 Arias tomó la ciudad capital de Santo Domingo y desde allí presionó a Jimenes a abandonar la presidencia. Frente a esta “situación revolucionaria” y con la supuesta misión de resguardar el 5 Lo que a continuación se expone se basa en Henríquez, Estados Unidos, 1919, pp. 83-99, 173-184; Cassá, Historia, 1985, pp. 213-215; Calder, Impact, 1984. 4 orden constitucional representado por Jimenes, tropas estadounidenses desembarcaron en República Dominicana a principios de mayo del mismo año. Pese al apoyo militar extranjero, Jimenes optó por renunciar a su cargo, por lo que el Congreso Nacional dominicano se reunió para nombrar un ejecutivo interino. Entre los meses de mayo y julio de 1916, las cámaras legislativas se abocaron a buscar una figura neutral capaz de conjuntar a los distintos partidos políticos imperantes en el país; mientras tanto, los marines estadounidenses tomaron el control de Santo Domingo y expandieron su presencia hacia el norte de la república, específicamente hacia las provincias de Montecristi, Puerto Plata y Santiago de los Caballeros. El 25 de julio, finalmente, se designó como presidente interino al Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, quien residía en Cuba desde 1904 y a quien “no le ligaban compromisos de ningún género con los partidos políticos existentes, y su elección resultaba, en consecuencia, una garantía para todos”.6 Su mandato duró poco más de cuatro meses, durante los cuales tuvo que enfrentarse al no reconocimiento de su gobierno por parte de los Estados Unidos, a la presencia creciente de los marines estadounidenses en territorio dominicano, así como a fuertes presiones ejercidas por las autoridades norteamericanas para que aceptara el control de éstas sobre la hacienda pública y las fuerzas armadas del país. Ante la renuencia del presidente Henríquez y Carvajal de aceptar estas peticiones, el 29 de noviembre de 1916 el régimen norteamericano decidió instalar un gobierno militar al mando del capitán H. S. Knapp, cuyas primeras medidas fueron declarar la censura a la prensa y desarmar a la población. De esta manera, se inició formalmente la primera ocupación militar estadounidense de la República Dominicana, la cual se prolongó hasta el año de 1924. Desde el primer desembarco de las tropas norteamericanos en el mes de mayo de 1916, los sectores letrados del país comenzaron a movilizarse. La figura alrededor de la cual se fueron congregando fue, precisamente, la del presidente depuesto Francisco Henríquez y Carvajal, quien 6 Henríquez, Estados Unidos, 1919, p. 110. 5 pese a tener que abandonar la República Dominicana en diciembre de 1916, mantuvo su legitimidad como presidente de jure. Para entender esta resistencia impulsada por intelectuales dominicanos valdría la pena señalar que se trató de un movimiento no homogéneo ni del todo cohesionado, que tuvo varios momentos y se desplegó en distintos escenarios, tanto al interior de la República Dominicana como en el extranjero. Bruce Calder7 periodiza el movimiento en tres etapas. La primera cubre los años de 1916 a 1920, durante los cuales destacó como líder del movimiento Francisco Henríquez y Carvajal. En este cuatrienio, la resistencia política se concentró, sobre todo, en el ámbito internacional, siendo muy débil al interior de la República Dominicana, debido, entre otras cosas, a la censura impuesta por el régimen de ocupación. Henríquez y sus seguidores se abocaron a realizar actos de protesta y propaganda en distintas ciudades de Estados Unidos, América Latina y Europa, y tuvieron en Cuba su centro de operaciones y financiamiento. La segunda etapa se extendió de 1920 a 1922 y, a diferencia de la anterior, se caracterizó por el fortalecimiento del movimiento nacionalista al interior del país. Una de las principales figuras de estos años fue Américo Lugo, quien, junto a otros pensadores como Fabio Fiallo, Félix Evaristo Mejía, Enrique Henriquez y mucho más, asumió la postura más radical del movimiento: aquella que propugnó por el inmediato restablecimiento de la soberanía política del pueblo dominicano y por la salida de las tropas estadounidenses sin condicionamiento alguno, es decir, “evacuación pura y simple”. Finalmente, entre 1922 y 1924 se vivió una última etapa, marcada por la firma del plan de evacuación condicionada pactado entre el norteamericano Charles Hughes y el político dominicano Francisco J. Peynado. En su obra testimonial Los yanquis en Santo Domingo publicada en 1929, Max Henríquez Ureña –hijo de Francisco Henríquez y Carvajal– detalla algunas de las actividades que llevaron a 7 Calder, Impact, 1984, pp. 183-237. 6 cabo los miembros del movimiento más allegados a su padre entre 1916 y 1921.8 Este testimonio coincide con lo señalado por Calder en el sentido de que en esos años las actividades principales de resistencia se llevaron a cabo en el exterior. En 1917 y 1918, explica Max Henríquez, se formaron Comités Pro Santo Domingo en la isla de Cuba, con el propósito de iniciar una intensa propaganda para dar a conocer ante el mundo el caso dominicano y recaudar los fondos necesarios para emprender diversas gestiones encaminadas a restablecer la soberanía dominicana. Max Henríquez y el cubano Fernando Abel Henríquez fueron los encargados de organizar tales Comités, los cuales pudieron fundarse en Santiago de Cuba, La Habana y algunas provincias orientales de la isla. Gracias a los fondos recaudados, continúa Henríquez Ureña, se financiaron los viajes de Francisco Henríquez y Carvajal a París y Washington en 1919, durante los cuales dio a conocer el caso dominicano a ministros plenipotenciarios de varios países. En julio de 1919 tuvo lugar la conformación en Nueva York de la Comisión Nacionalista Dominicana, integrada por Francisco Henríquez y Carvajal, Tulio M. Cestero, Federico Henríquez y Carvajal y Max Henríquez Ureña. Esta comisión organizó a finales de 1920 y principios de 1921 dos campañas de opinión para dar a conocer en las repúblicas hispanoamericanas el problema dominicano. Una comisión integrada por Federico Henríquez y Carvajal y Max Henríquez Ureña se dirigió a Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay, Chile y Perú; y la otra, a cargo de Tulio M. Cestero visitó nuevamente Chile, Argentina, Uruguay y Brasil. Henríquez Ureña, al igual que Calder, señala que fue en el año de 1920 cuando se desplegó al interior del país una intensa movilización nacionalista, cuyos hechos más destacados fueron la creación de la Unión Nacional Dominicana, con Emiliano Tejera como presidente; la conformación de Juntas Patrióticas de Damas y asociaciones culturales de jóvenes –como El 8 Henríquez, Yanquis, 1929. 7 Paladión9–, y la celebración de una Semana Patriótica a mediados de dicho año, la cual culminó en diversos actos y manifestaciones públicas que permitieron recaudar más de cien mil dólares que fueron girados a Emilio Bacardí, presidente del Comité Central Pro Santo Domingo en Santiago de Cuba. Es en este contexto de movilización al interior de la República Dominicana donde debemos ubicar la figura y acción de Américo Lugo entre los años de 1916-1924. A la entrada de los marines estadounidenses en 1916, Lugo manifestó su oposición participando en la formación de las llamadas Juntas Nacionalistas que se integraron en las ciudades de Santo Domingo y Santiago y otros poblados de la república. Asimismo formó parte de la Asociación Nacional de la Prensa, dirigida en 1916 por Arturo J. Pellerano Alfau, a través de la cual los escritores y periodistas del país realizaron las primeras denuncias a la comunidad internacional sobre la ocupación y criticaron la censura a la libertad de expresión impuesta por el gobierno interventor.10 En 1920 Lugo protagonizó la creación de la Unión Nacional Dominicana11, formando parte de su cuerpo directivo en calidad de segundo vicepresidente, al lado de Emiliano Tejera (presidente), Enrique Henríquez (primer vicepresidente), E. A. Billini (secretario de correspondencia), Antonio Hoepelman (secretario de actas), Andrés Pérez (tesorero), Fabio Fiallo (vocal), A. Pérez Perdomo (vocal) y M. A. Machado (vocal). 12 En un discurso pronunciado el 16 de agosto de 1921 en la provincia de San Pedro de Macorís, Lugo afirmaba que dicha organización había sido creada bajo la consigna de un “Credo Nacional”, el cual 9 Sobre esta agrupación ver también Paulino, Paladión, 2010, En esta obra su autor señala que otras asociaciones culturales de jóvenes que se opusieron a la intervención norteamericana fueron los llamados Plus-Ultras y los Postumistas. 10 Calder, , Impact, 1984, pp. 13-14. 11 He encontrado discrepancias en torno a la fecha de creación de esta organización. Paulino, Paladión, 2010, p. 18, señala que la fecha de fundación fue el 8 de febrero de 1919, mientras que Calder, Impact, 1984, p. 193, afirma que ocurrió en el mes de febrero de 1920. 12 “Protesta de la Unión Nacional Dominicana”, en Lugo, Obras, vol. 3, p. 106. 8 “enuncia los deberes que deben cumplir los ciudadanos dominicanos para salvar su patria de las garras de la rapaz águila americana”. Dice así: ¨los infrascritos, ciudadanos dominicanos han acordado: Primero, fundar una congregación de patriotas con este primordial e irretractable objetivo: el de la reintegración de la República Dominicana en su antigua condición de Estado absolutamente libre, absolutamente independiente y absolutamente soberano; Segundo declarar que asumen irrevocablemente el patriótico compromiso… de no concurrir con su acción, ni con su colaboración, ni con su voto, ni con su firma a comprometer en pacto alguno internacional, ninguno de los atributos de la soberanía nacional, ni ninguno de los dominios del territorio nacional”. Todo aquel que abrazara el credo, explica Calder, podía ser admitido como miembro de la Unión. Gracias a esta relativa apertura, la Unión Nacional Dominicana logró contar con cerca de 3,000 afiliados, lo que la convirtió en la organización nacionalista más importante del país hasta 1922. 13 Dentro de ella, Lugo se destacó como el líder de la postura más radical del movimiento, aquella que no aceptó negociación alguna con el gobierno militar estadounidense para lograr la desocupación. Desde esta postura Lugo llegó a realizar duras críticas a la actitud moderada mostrada por Henríquez y Carvajal hacia 1919, y se volvió uno de los principales opositores del llamado Plan Hughes-Peynado. Explica al respecto Rafael Herrera Rodríguez: En junio de 1922, el presidente de los Estados Unidos Warren G. Harding designó a Sumner Welles como su Comisionado Especial en la Republica Dominicana, y Welles, a su vez, formó una Comisión de Representantes compuesta por Francisco J. Peynado, el arzobispo Nouel y los líderes de las tres principales facciones políticas [del país]. Esta celebre Comisión discutió con Welles la propuesta de Desocupación a la cual formularon sólo algunas modificaciones. El 22 de septiembre de 1922 se firmó entre Charles Evans Hughes y Francisco J. Peynado el Plan de Evacuación Hughes-Peynado. Lugo recriminó fuertemente a esta Comisión de Representantes, de la que formaban parte los caudillos políticos dominicanos, pues se arrogaron el derecho de negociar en nombre del pueblo dominicano… A lo largo de todos sus escrito posteriores a 1922, [Lugo] reitera que el Plan Hughes Peynado no procuraba la Desocupación como objeto inmediato, sino la validación de las Ordenes Ejecutivas [del gobierno militar estadounidense] y la aceptación definitiva de los empréstitos contratados a lo largo de ella, además de la aceptación “pura y simple” de la Ocupación Militar, la cual no estaba subordinada a la ejecución del Plan de Validación, sino a que el nuevo Gobierno Constitucional Dominicano surgido del Plan satisfaga plenamente al Gobierno de los Estados Unidos como garantía de orden, paz y estabilidad.14 13 Calder, Impact, 1984, p. 194. Herrera, “Desocupación”, 2008, pp. 132-135. Los “facciones políticas” a las que se refiere Herrera en esta cita eran: el Partido Progresista comandado por Federico Velazquez, el Partido Nacional al frente de Horacio Vásquez y el Partido Jimenista con Elías Brache a la cabeza. Estos tres partidos existían en República Dominicana antes de la intervención norteamericana de 1916. 14 9 Pues bien, toda esta actividad política Lugo la acompañó en todo momento con la escritura de una amplia discursiva nacionalista que difundió a través de los principales periódicos dominicanos –La Información, Listín Diario, El Tiempo, La Nación, Letras, El Diario, La Cuna de América–, así como en las conferencias y actos públicos en los que participó dentro y fuera del país –como en la Quinta Conferencia Internacional Americana, celebrada en Chile en 1923. Lugo llegó, incluso, a fundar un periódico, Patria, “el cual fungió inicialmente como vocero del movimiento nacionalista que abogaba por la desocupación pura y simple del territorio nacional de las fuerzas militares estadounidenses y tenía el sugerente lema: El ideal es más necesario que el pan”.15 II. NACIÓN E HISPANIDAD Sostiene Roberto Cassá16 que la ocupación estadounidense de 1916-1924 precipitó en Américo Lugo una inédita reflexión sobre el Estado y la nación dominicanas que anteriormente se encontraba en “germen indeciso” dentro de su producción intelectual de finales del siglo XIX. La novedad de esta reflexión, explica Cassá, radicó en que Lugo aceptó la existencia de una nación dominicana, fundada sobre la base de la tradición hispánica. En sus escritos previos a la intervención dicha existencia había sido puesta en duda o negada por el propio Lugo; durante la intervención se convirtió en una exaltación irrestricta. De acuerdo con Cassá, lo que ocurrió fue una “variación central de enfoques” en el pensamiento de Lugo que lo llevó no sólo a reconocer 15 Herrera, Américo, 2008, p. 11. Explica Herrera que este periódico inició una primera etapa el 17 de abril de 1921 con la publicación del primer ejemplar en la provincia de San Pedro de Macorís. En esta primera etapa, el periódico tuvo, sin embargo, una efímera existencia, ya que apenas se publicaron 15 ediciones, reapareciendo hasta el 7 de noviembre de 1925. 16 Cassá, “Teoría”, 1993, pp. 50-62. Una versión actualizada de este texto se encuentra en Cassá, “Nación”, 1999. 10 la existencia de una comunidad nacional dominicana, sino a dotarla de una “ontología ordenadora hispánica que terminó por convertirla en una prolongación de España”. Lo que era antes visto patrimonio de elites [la hispanidad] pasó a asignarse al colectivo en su conjunto… El patrimonio de la cultura, antes visto separado del pueblo, pasó a fundamentarse en el componente decisivo de la ontología de este último como nación. Lugo extrapolaba el ideal civilizatorio de la elite, en su versión tradicionalista hispánica, de original factura conservadora, para hacerlo factor esencial de la existencia del pueblo.17 Desde luego que el detonante de esta variación fue la presencia de un invasor estadounidense frente al cual Lugo, junto al resto de los intelectuales nacionalistas del periodo, tuvo que convalidar el derecho del pueblo dominicano a la soberanía e independencia absolutas. Estando de acuerdo con lo dicho por Cassá, quisiéramos agregar que el hispanismo funciona en la obra de Lugo no sólo como un elemento para diferenciar y exaltar a su nación, sino también para reivindicar la pertenencia de ésta a una entidad supranacional: Hispanoamérica. Lugo repiensa a su nación en un diálogo permanente con lo regional. Pensar la nación y pensar la región constituyen elementos complementarios, dialécticos, que se explican y refuerzan mutuamente dentro de su producción antiimperialista. Así, defender la soberanía política y la hispanidad del pueblo dominicano frente al imperialismo estadounidense se presenta en Lugo como defensa y garantía de la existencia e independencia de Hispanoamérica en su conjunto. Dos elementos articuladores son claves en esta interpretación. El primero, ya lo mencionaba Cassá, es la presencia de esa “otredad” representada por los Estados Unidos y su avance imperialista de principios del siglo XX. Como señala Patricia Funes, “las fronteras culturales y económicas de América Latina… se recortaron frente a un ‘otro’ externo. Más concretamente, frente o contra la dominación imperialista”.18 El antiimperialismo que cruzó el pensamiento latinoamericano en los albores del XX, delineó un perímetro inclusivo no sólo a 17 Ibid., pp. 51-52. Funes, Salvar, 2006, p. 205. 18 11 escala nacional, sino sobre todo regional, señalando destinos y estrategias comunes. El segundo elemento es la hispanidad que, en el caso de Lugo, va ser reivindicada como un atributo cultural, pero también racial del colectivo dominicano. Tratemos de ejemplificar estos planteamientos a partir del análisis de dos textos breves pero representativos de lo que escribió Lugo durante la intervención norteamericana. El primero de ellos se titula “Por la raza” que al parecer fue publicado en Barcelona en 1920.19 El segundo es el primer editorial que publicó Lugo en su periódico Patria, entre mayo y abril de 1921, bajo el titulo “Debemos defender nuestra patria”.20 “Por la raza” es un texto donde se conjuntan una visión apologética de Lugo sobre el descubrimiento, la colonización y las tradiciones españolas con un rechazo rotundo al expansionismo “yanqui” sobre los pueblos hispanoamericanos. Lo que hace Lugo en este ensayo es, a grandes rasgos, un llamado a la unidad hispanoamericana y al retorno de la tradición española como los únicos mecanismos de defensa ante el imperialismo rapaz de los Estados Unidos. De ahí que el texto inicie, precisamente, con la defensa de la colonización española en América y con la exaltación de la figura de Simón Bolívar y su utopía de confederación. De acuerdo con Lugo, “el descubrimiento de América por España no fue hijo del azar, sino debido al mayor grado de cultura de esta nación, en aquella época, respecto del resto del Europa”. España era un pueblo “espiritual, religioso, democrático”, que pese a la violencia del primer choque con los indígenas americanos, se cruzó con ellos y les iluminó con “la sagrada luz del Evangelio”, dando por origen “un solo pueblo, pueblo español por la raza, el idioma, la historia, la religión, el carácter, las costumbres…en todo el Nuevo Mundo hispano”. Debido a la ambición de Napoleón y la influencia de las ideas de la Revolución Francesa, los pueblos 19 20 “Por la raza” (1920), en Lugo, Obras escogidas, vol. 3, 1998, pp. 81-89. “Debemos defender nuestra patria”, en Ibid., pp. 91-98. 12 hispanos del Nuevo Mundo se lanzaron a la lucha por su independencia. Quien encarnó y personificó dicha lucha fue Simón Bolívar, según Lugo, “genio de America”, “escritor tan grave y brillante como Shakespeare”, “César en talentos militares”, “legislador superior a Licurgo y Solón”. Bolívar, continúa Lugo, siempre tuvo la certeza de que “todos los pueblos de América, después de la independencia, lo mismo que antes de ésta, formaban una sola familia, una sola nacionalidad española, y los pueblos debían, por tanto, confederarse para constituirse sólida y poderosamente”. La anarquía imperante, sin embargo, rompió en mil pedazos este sueño, rompió “la apenas comenzada admirable escultura bolivariana, para constituir con sus fragmentos otras tantas seudopatrias”. Fue a raíz de esta disgregación que se hizo posible el expansionismo y la ambición norteamericanos sobre los pueblos hispanos, desde la proclamación de la Doctrina Monroe hasta las intervenciones militares en el Caribe. “¿Qué esperanza nos queda, qué remedio a nuestro mal?” se preguntaba Lugo. La respuesta resultaba contundente: La esperanza, el remedio, están en volver a la tradición española. La persistencia de caracteres de la españolidad en las Repúblicas hispanoamericanas es indudable. El amor a la raza es innegable. Los sentimientos y las costumbres, el hogar, el pudor de nuestras mujeres, el pundonor, la hidalguía, la generosidad del hispanoamericano…. Las Repúblicas de Bolívar no tienen que temer nada de España, ni hoy ni en lo porvenir. España no es ni puede ser ya sino nuestra madre amantísima. Y en cuanto a nosotros, el odio a España se ha trocado en infinito amor… Seamos nosotros mismos nuestros propios protectores mediante la unión política de la raza hispanoamericana.21 Los principios rectores de esta revivida raza hispanoamericana debían ser la lucha por la libertad, la justicia y la unidad “por todos los medios posibles: por las armas del derecho, y por las armas de la fuerza, si las del derecho no bastaren.” Concluye Lugo: Cuando las Repúblicas hispanoamericanas hayan hecho la declaración de principios que insinúo y que bien pudiera llamarse Contradoctrina Monroe, la verdadera divisa opuesta a la de “América para los americanos”, no sería la egoísta y personal de América para los hispanoamericanos, sino la de “América para los españoles”, comprendida en su más alto sentido; ya que, con aquella declaración, las Repúblicas 21 “Por la raza” (1920), en Lugo, Obras escogidas, vol. 3, 1998, p. 87 13 hispanoamericanas habrían salvado, al par que sus propios destinos, el verdadero Nuevo Mundo de Colón y la civilización española…22 “Debemos defender nuestra patria” es un texto en el mismo tenor que el anterior, con la diferencia que su interlocutor es el pueblo dominicano, por lo que las reflexiones se suscriben al ámbito nacional. Tres elementos nos gustaría destacar de este escrito. El primero de ellos es la reivindicación que hace Lugo del pueblo dominicano no sólo como esencialmente hispánico, sino como “el mayorazgo de la más grande entre las nacionalidades de la Edad Moderna”. Para este autor, Santo Domingo es la cuna del Nuevo Mundo, “la cuna en que se meció la infancia de esos mismos Estados Unidos que desvanecidos con sus montones de oro nos desprecian hoy”. Asimismo, en Lugo sólo hay el reconocimiento de los españoles como los únicos ancestros fundadores de la nacionalidad dominicana, negando, con ello, cualquier influencia indígena o africana. Una visión idealizada de la conquista y la colonización españolas permea toda su interpretación. El segundo elemento es la exaltación que hace de la “superioridad cultural” de los dominicanos, en tanto herederos de los españoles, frente a los norteamericanos: “’hebreros’, es decir, ‘extranjeros venidos de lejos’, que en su propio país todavía no constituyen nación porque sus inmigrantes no hablan el inglés.” …somos…como nacionalidad, superiores en algunas cosas a los norteamericanos ingleses que ahora pretenden ejercer sobre nosotros una dictadura tutelar; y que debemos, finalmente, defender nuestra patria, fundada con crecientes elementos propios de cultura en suelo fértil, hermoso y adorado con todas las fuerzas de nuestros brazos y nuestras almas.23 El tercer elemento es el concepto que tiene Lugo de nación. Se trata de un concepto culturalista, esencialista, organicista, que concibe a la nación, en primer lugar, como una organización natural, divina, irrenunciable e intransferible de las sociedades humanas 22 Ibid., p. 89. “Debemos defender nuestra patria”, enLugo, Obras escogidas, vol. 3, 1998, p. 93. 23 14 Sois un pueblo libre ante Dios y ante los hombres, y tenéis el derecho de y el deber indeclinables de continuar siéndolo. No os dejéis sobrecoger de temor y cobardía ante el poderío de vuestros dominadores. No os dejéis sobrecoger de temor y cobardía ante el poderío de vuestros dominadores. Rechazad la protección que éstos os ofrecen… Las naciones sólo pueden aceptar la protección de Dios La soberanía de vuestra república es un deposito sagrado que habéis recibido de sus manos. No os pertenece el disponer de ella, mutilándola en un vergonzoso tratado, sea por temor, sea por utilidad… No tenéis facultad para cederla, ni para dejar que os la quiten sin defenderla como hombres.24 y, en segundo lugar, como una comunidad de individuos con un origen común, antepasados comunes, y “basada en la lengua, en el culto, en las costumbres, en la herencia, en la historia, en las tradiciones y recuerdos”. Una comunidad que es, además, “una comunidad de ideales, sentimientos, intereses”. Para garantizar la existencia de esta comunidad esencial solo había un camino: la independencia política, “sin la cual el espíritu nacional decae, languidece y muere”. A manera de conclusión quisiéramos dejar planteada una pregunta que ha quedado en el tintero para futuras reflexiones, y tiene que ver con cuál fue el origen de este apego hispanista en Lugo. Para Cassá el origen está en la tradición conservadora prohispánica vigente en República Dominicana a lo largo del siglo XIX, de la cual abrevó Lugo a través de autores como Emiliano Tejera. Investigaciones sobre el pensamiento dominicano han mostrado que, efectivamente, durante la segunda mitad del siglo XIX se fue construyendo en la Dominicana un discurso que la exaltaba como una nación esencialmente hispánica, cuyos rasgos identitarios –lengua, religión, historia, costumbres, tradiciones, herencia racial– supuestamente provenían de España.25 Este discurso sirvió en el siglo XIX, entre otras cosas, para diferenciar al colectivo nacional dominicano de su vecino haitiano, pero también para minimizar y/u ocultar su herencia africana. Sin duda, Lugo conoció y se nutrió de esta tradición hispanista, sin embargo, aún no estamos tan seguros de si fue ésta la única y principal fuente de su idea de nación durante la intervención estadounidense. Al revisar estudios sobre la intelectualidad latinoamericana de las primeras 24 Ibid., p. 97 González, Política, 1999; San Miguel, Isla, 1997. 25 15 décadas del siglo XX26 uno se encuentra que esta filiación hacia la “Madre Patria” estuvo presente en la obra de muchos autores de distintos países de la región. Eduardo Devés27 señala que una de las consecuencias indirectas que produjo la guerra hispano-cubana-americana de 1898 fue el abrir las puertas para un acercamiento intelectual entre América Latina y España. Este acercamiento se tradujo en la construcción de una red de contactos, correspondencia, comentarios y circulación de obras e intelectuales interesados por lo ibérico y lo americano en los comienzos del siglo XX, entre los que se encontraron, del nuestra orilla, Rubén Darío, Ricardo Rojas, Manuel Ugarte, Rufino Blanco Fombona, Alfonso Reyes, Alcides Argueda. Igualmente, el acercamiento significó el intercambio de ideas y sensibilidades que si bien no fue idéntico para todos los intelectuales involucrados en la red, si supuso una nueva mirada por parte de los latinoamericanos hacia España. El acercamiento hacia España de una parte de la intelectualidad latinoamericana fue posibilitado (o a lo menos facilitado) por la decadencia de un proyecto modernizador que se identificaba con el sajonismo positivista y que comenzó a ser suplantado por un identitarismo que reconocía en lo hispano y latino un componente real y legítimo de lo que era nuestra América… La obra clave de esta tendencia se publicó en 1900 y fue el Ariel del uruguayo Rodó. Esta obra expresa el cambio de paradigmas, abriéndose el pensamiento latinoamericano el siglo XX.28 ¿Fue Lugo parte de esta red intelectual construida en los albores del XX? Aún no lo tenemos claro, lo que por ahora tenemos es la ligera sospecha de que sólo se puede entender el discurso nacionalista de los autores dominicanos que se enfrentaron a la intervención norteamericana de 1916-1924 si se mira no sólo la realidad dominicana, sino también una realidad regional que sirve de fondo y trasluz. 26 Funes, Salvar, 2006; Donatti, Utopía, 2006; Devés, “Pensamiento”, 2010. Devés, “Pensamiento”, 2010, pp. 23-33. 28 Ibid., p. 31 27 16 BIBLIOGRAFÍA Álvarez Quiñones, Roberto, 1916: la ocupación yanqui de la Republica Dominicana, Cuba, Casa de las América, 1978. Calder, Bruce, The Impact of Intervention. The Dominican Republic during the U.S. Occupation of 1916-1924, Austin, University of Texas Press, 1984. 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