Los cuadernos escolares: ordenar los saberes escribiéndolos ¿Cómo saber lo que hacen los alumnos en la clase? Los sociólogos, psicólogos y pedagogos pueden ir directamente a las escuelas actuales y observar o interrogar a los alumnos en su contexto de trabajo. Los historiadores no disponen sino de trazas muy lacunarias de las prácticas escolares. Las fuentes impresas (leyes, instrucciones oficiales, revistas pedagógicas, manuales) nos informan acerca de lo que la escuela prescribe o prohibe. Es gracias a esas publicaciones que los historiadores han podido elaborar una historia de la escolarización1 que es generalmente una historia política situada en el marco nacional. Otra historia se ha construido a partir de figuras de educadores2 que han cambiado los modos de pensar la escolarización. Sin embargo, en ambos casos, quedan en la sombra los alumnos reales y lo que ellos hacían o no hacían. ¿Cómo llegar a ellos? Los cuadernos escolares pueden ayudarnos a entender el funcionamiento de la escuela de una manera diferente a los textos oficiales. Por esta razón, se comprende el interés de los historiadores por estas fuentes que han escapado a su destino natural, la destrucción. ¿Cómo proceder para pasar, gracias a los cuadernos, de una visión administrativa de la enseñanza a un análisis concreto de los procesos de escolarización que 1 2 Emile Durkheim (1858-1917), L’évolution pédagogique en France, Alcan, 1938 [1905] Gabriel Compayré (1843-1913), Histoire de la Pédagogie, Paris, Delaplane, 1886 1 hacen entrar a los alumnos en el mundo ordenado de los conocimientos? I. Memoria e historia Los estudios históricos ya realizados sobre los trabajos de alumnos han puesto de manifiesto la distancia entre la norma prescripta y su aplicación. Por ejemplo, en Francia cuando las leyes republicanas de Jules Ferry reemplazaron la enseñanza de la religión por la enseñanza de la moral, ¿de qué manera esa ley fue aplicada? Jean Baubérot3 pudo seguir la traza escrita de una enseñanza de la moral que se estableció antes de 1900 /mil novecientos/, pero que retrocedió entre las dos guerras y desaparece de los cuadernos mucho antes de desaparecer de los programas. Los trabajos de los alumnos son también indicativos de los logros escolares. Se hace posible saber a qué corresponde, en una época dada, un juicio cualitativo como “trabajo mediocre” o “buen trabajo”, y cuales son las expectativas de un maestro delante de un trabajo real. Marie-Madeleine Compère4 analizó 172 tareas de latín realizadas en un colegio de élites en Paris hacia 1720 ; André Chervel 5 estudió más de 3000“dictées”, textos dictados reunidos a finales del siglo XIX para una investigación sobre la ortografía en la escuela 3 Jean Baubérot, La Morale la¨que contre l’ordre moral, Paris, Seuil, 1997. Marie-Madeleine Compère et Dolorès Pralon-Julia, Performances scolaires de collégiens sous l'Ancien Régime. Etude de six séries d'exercices latins rédigés au collège Louis-le-Grand vers 1720, INRP-Publications de la Sorbonne, 1992, 5 André Chervel, Danièle Manesse, La Dictée, Les Français et l’orthographe, Paris,, INRP/Calmann-Levy, 1989. 4 2 primaria. Así podemos tener un conocimiento de los resultados concretos de los alumnos confrontados a los ejercicios canónicos de una disciplina. En todos los casos, se trata de encontrar un método de análisis que evita los riesgos del anacronismo. Es claro que miramos a los cuadernos antiguos a través de nuestros propios recuerdos escolares. Al reencontrar la infancia de sus antepasados, se admira las hermosas escrituras hechas con la pluma, y se lee con nostalgia los enunciados morales copiados con aplicación (“El trabajo bien hecho hace feliz”, “Un bien mal adquirido no da nunca provecho” [FOTO L.B. 22/6/1892 O “Una buena intención sin acción es un hermoso árbol sin frutos” L.B. 13/4/1894]. Al contrario, ciertos pedagogos encuentran en los cuadernos del pasado más bien la repetición indefinida e inútil de ejercicios estereotipados (dictado, gramática, cálculo). Hacen hincapié en la inculcación autoritaria de las certezas morales o patrióticas, en la brutalidad de los juicios, emitidos sin precaución por los maestros y que traumatizaron generaciones enteras. [FOTO M-M.L. Tareas mensuales p.48. Junio 1942]. Estas experiencias muy diferentes constituyen filtros interpretativos muy duraderos, que funcionan según dos principios. 1° ¿Familiaridad o extrañeza? El primero principio es el de la familiaridad o extrañeza. Es el caso cuando el lector contemporáneo “reconoce” de inmediato el ejercicio, 3 en su forma y contenido, por haberlo practicado bajo una forma idéntica o muy próxima. [FOTOS L.B 10 años, 8/8/92 ; M-ML 11 años, 16/2/1942] A partir de este reconocimiento, vuelven a la memoria un número considerable de informaciones implícitas, sobre la actividad, su desarrollo, y los recuerdos personales, muy diversos según que se trate de un ejercicio temido o apreciado. Debemos recordar, sin embargo, que los ejercicios practicados en clase por niños de diez años no tenían en1900 la finalidad o el valor que tienen hoy en día. Al revés, ciertos ejercicios resultan tan extraños para la experiencia escolar actual que sólo vemos en ellos su carácter arcaico, y arbitrario : líneas de palitos o de redondeles, problemas de grifos llenando recipientes, presentación de facturas [FOTO L.B. 19/2/94] o dibujos de arte [Dibujo, el Christo según Rafael. 1894]. Entre estas dos situaciones extremas se despliega todo un abanico de ejercicios más o menos distantes de los que se practican actualmente. 2° Juicio o prejuicio pedagógico El segundo principio es el de la evaluación retrospectiva de los ejercicios. Esta percepción moviliza criterios de juicio o prejuicio que se refieren tanto al éxito en la tarea, como a la satisfacción del maestro o al valor supuesto del niño. Para un ex alumno, los criterios formales (aplicación visible en el trazado, cuidado, disposición en la página) son tan importantes como el contenido del ejercicio. Por su parte, un profesional de la enseñanza confrontará las exigencias pasadas con los 4 criterios actuales o con sus propias expectativas. Así, contrariamente a las normas actuales, los profesores del siglo XVIII preferían las traducciones del latín un poco lejanas pero elegantes(“les belles infidèles6”), que mostraban las cualidades de estilo en francés. 3° Método : referir los cuadernos a las normas de su tiempo Las normas cambiaron. Hay que recordar también que los cuadernos conservados son sempre los de los mejores alumnos, mientras que los cuadernos que muestran la incapacidad a cumplir las tareas desaparecieron. Un lector contemporáneo está pues sempre solicitado a creer que el nivel ha bajado, con relación a esos tiempos lejanos. Pero tal diagnóstico se remite sea a una apreciación pedagógica anacrónica o bien a las ilusiones de la memoria. Para una perspectiva histórica, lo importante es remitir los cuadernos a las normas de su tiempo, tanto las normas escolares como las normas sociales y culturales. De ahí la cuestión fundamental que quisiera plantear en esta ponencia : ¿en qué manera los cuadernos escolares manifestan la cultura escrita de su tiempo? II. Cultura escrita y saberes escolares 1° Textos escolares y disciplinas académicas En un mundo rural donde los adultos escribían poco, los niños en la escuela escribían cada día. Este gesto de escritura ejecutado durante horas y horas producía una relación con lo escrito muy alejada de la 6 Marie-Madeleine Compère, op.cit. 5 experiencia familiar. Al escribir cada día, año tras año, siguiendo normas impuestas, los niños interiorizaban de manera indeleble una cierta clasificación de los saberes. Que el individuo estuve en situación de éxito o fracaso, es en esta rutina donde se plasmaba una percepción inmediata de lo que es la historia, la geografía, la gramática. Esta representación de las disciplinas estaba ligada a las formas tanto como a los contenidos de los ejercicios practicados. La geografía escolar se vinculaba de manera inseparable al mapa que los alumnos dibujaban a mano [FOTO L.B. 15/5/1894]. La ortografía estaba vinculada al dictado (“la dictée”), la gramática a los ejercicios de análisis de palabras o de conjugación de verbos, la aritmética a la resolución de problemas, la geometría a figuras trazadas con regla y con compás [FOTO L.B. 19/2/94]. Otras actividades (copia de textos, composición de textos, la “rédaction”) son menos fáciles de vincular a una disciplina única. Por ejemplo, los renglones de escritura que utilizaban máximas del tipo “El trabajo bien hecho hace feliz” tenían que ver con la caligrafía pero también con la moral. Al poner cada día un título a cada ejercicio escrito, el alumno operaba clasificaciones que se construían “en acto” y que estructuraban su experiencia tanto como sus saberes escolares.Esta práctica, realizada a lo largo de la escolaridad, construía una lista de saberes reconocidos como escolares que podemos llamar “saberes de escritura” (“savoirs d’écriture”), para oponerlos tanto a los saberes prácticos como al aprendizaje del saber escribir con la pluma y la 6 tinta. La lista de los “saberes de escritura” definía un conjunto de disciplinas cerrado y evidente. La religión ya no forma parte de esta lista a partir de la ley laica de Jules Ferry, en1882, pero la moral estaba bien definida como un saber que se escribe, es decir como una ciencia : “La moral es la ciencia que nos enseña a conducirnos bien en la vida; nos enseña lo que hay que hacer y lo que hay que evitar, y como nuestras obligaciones han recibido el nombre de deberes, la moral puede definirse como la ciencia de los deberes”. Este texto fue escrito en 1901 por Marie Combès, alumna de una comuna rural del sud de Francia [FOTO M.C. 2/10/01]. ¿Diríamos actualmente que la moral es una ciencia? Quizás no, pero es así como fue considerada durante generaciones. Lo que el lenguaje común designa con las palabras “saber”, “conocimiento” o “ciencia” tiene mucho que ver con la experiencia ordinaria de la escolarización. 2° Saberes escolares y libros ¿Cómo caracterizar los saberes escolares? Son saberes cuya realidad y permanencia estan objetivadas en libros. No son reductibles a los textos escritos, ya que también movilizan imágenes, mapas, esquemas, figuras, operaciones. Pero se dan a aprender mediante trazas de escritura que los alumnos pueden leer en los manuales o escribir en sus cuadernos. Estos saberes fueron elaborados para que pudiese transmitirlos una práctica pedagógica formalizada, colectiva y progresiva, que se dirigía a clases con muchos alumnos. En la clase, 7 hay que tener a todos ocupados al mismo tiempo, proponiendo ejercicios colectivos que pongan de manifiesto las adquisiciones y los progresos de cada uno. Los saberes constituyeron así en disciplinas escolares, presentadas de manera formal, lineal y destacadas de sus posibles usos sociales como lo ha bien mostrado André Chervel 7. Establecieron un currículo escolar fijado y exclusivo. En efecto, no todos los saberes pueden entrar en este currículo. Son las autoridades encargadas de controlar la cualidad de los maestros las que también definen los saberes cuyo aprendizaje está considerado como necesario. 3° Saberes escolares y saberes empíricos de la práctica ¿De qué manera la institución escolar consideraban a los saberes que permanecen fuera de la escuela? En el siglo diez y nueve /XIX/ los antropólogos describieron la existencia de saberes transmitidos de generación en generación en sociedades sin escuela ni escritura. Por su parte, los folkloristas recogieron en zonas rurales cuentos, coplas y refranes en diversos dialectos. Esta división entre lo escrito y lo oral ha contribuido a reforzar el modelo escolar: los saberes de las prácticas tradicionales, transmitidos a través del “ver hacer” y el “escuchar decir”, fueron considerados como mezclando creencias respetables y supersticiones absurdas, recetas sospechosas y saberes prácticos utíles. Contra esos saberes arcaicos, la escuela republicana debía instituir los saberes de la modernidad8. Para las autoridades, este 7 André Chervel, La culture scolaire. Une approche historique, Belin, 1998. Chapitre 1. L’histoire des disciplines scolaires. 8 Ferdinand Buisson, dir., Dictionnaire de pédagogie et d’éducation, 1887. Daniel Denis et Pierre Kahn, dir., L’école républicaine et la question des savoirs, CNRS Editions, 2003. 8 objetivo no era en modo alguno incompatible con el hecho de que los alumnos tenían que seguir como campesinos o artesanos, salvo las contadas excepciones de la movilidad social republicana. Los saberes escolares debían permitir el progreso de los individuos y del pueblo entero, reemplazando las prácticas empíricas, los dogmas religiosos, el folklore rural, las tradiciones opresivas. Se trataban de saberes que podían leerse en los manuales y que se escribían en los cuadernos escolares. Los cuadernos conservado atestiguan el proceso de apropiación que debían, en una cierta medida, arrancar a los alumnos de la cultura oral y práctica del pasado. Así, los alumnos trabajaban “con” los cuadernos (y no sólo “en” los cuadernos). Esos soportes de escritura funcionaban como dispositivos9 a través de los cuales los alumnos ordenaban el mundo de los saberes. Imponían un marco de referencia, no discutible, un inconsciente compartido por todos que frecuentaron las mismas escuelas. Se comprende entonces el lugar marginal, incierto, a veces despreciado, otorgado a las disciplinas irreductibles a esta presentación libresca, a esas materias que tenían casi ninguna presencia en los cuadernos: la educación física, la música, pero también la costura y el trabajo manual. Estas materias fueron definidas ante todo como prácticas. Por lo tanto, resultó una jerarquía tácita de las disciplinas dentro del conjunto de los aprendizajes. Resultó también una separación entre ejercicios rutinarios que apuntan a consolidar ciertos “saber hacer” (y dentro de ellos también el saber 9 Anne-Marie Chartier, "Un dispositif sans auteur : cahiers et classeurs dans l'école primaire", Hermès, Le dispositif, Entre usage et concept, 25, décembre 1999, CNRS, pp. 207-218. 9 leer, escribir y contar) y ejercicios destinados a hacer adquirir conocimientos “científicos”. Es a partir de esta división que quisiera ahora plantear dos cuestiones que pueden aclarar el papel desempeñado por los cuadernos en la construcción de una cultura escolar fundada sobre la escritura: - por una parte ¿qué son los textos que se encuentran en los cuadernos escolares en los comienzos de la escuela republicana? - y por otra parte ¿cómo pensar la articulación entre oralidad y escritura en la clase? III. Textos copiados, dictados o redactados antes de 1914 /mil novecientos y catorce/ Quien analiza los cuadernos se sorprende por la cantidad de textos largos que los alumnos escriben a partir del curso medio (nueve-diez años). En los cuadernos que fueron escritos cerca de mil novecientos se encuentran tres ejercicios : la copia, lo dictado (o “dictée) y la composición (o “rédaction”). Ahora, los fines de cada uno son muy diferentes : un alumno copia para memorizar un contenido (por ejemplo, un resumen de historia, una regla de gramática) ; lo dictado es un ejercicio de ortografía ; y, por fin, el alumno debe mostrar que puede componer un texto por si mismo, por ejemplo, una narración o una descripción. En el siglo diez y nueve, estos tres ejercicios constituían tres grados de un mismo aprendizaje : el saber escribir textos. 10 1° Textos copiados Para encontrar algunos ejemplos de la copia, podemos abrir en primer lugar el cuarderno de Emile Ract. Tres días de cada cinco, comienza la página del día con la copia de un texto de moral o de instrucción cívica, a veces breve (cinco a diez líneas), a veces largo (una página o más). Copia otros textos en otros momentos de la clase, que corresponden a las diferentes materias enseñadas: historia, economía doméstica, agricultura (por exemplo, “Lo que debemos hacer con los animales domésticos”, o “El caballo”). También aparecen textos de autores reconocidos (un texto de Buffon sobre el avestruz, un texto del historiador Augustin Thierry que describe una comida de los Galos). Pero esos textos de autor son mucho menos frecuentes que los textos anónimos, que constituyen resúmenes de lecciones que se deben aprender. Un otro ejemplo de la copia es el cuaderno consagrado a la moral de Marie Combès, que tiene cerca de cien páginas. La niña copiaba dos o tres textos por semana, que respetaban los diversos capítulos del manual donde los encontraba: deberes hacia la familia, en la escuela, hacia la Patria, etc. . El maestro podía interrogar sobre el contenido de los textos copiados pero el ejercicio tenía también como finalidad el aprendizaje de un saber escribir sin errores ortográficos ni olvido de algunas palabras. 2° Textos dictados 11 Lucien Boucherie es un alumno de un curso medio en un pueblo del sudoeste de Francia. Prácticamente cada día, el maestro dictaba un texto de una página o más. Los textos dictados tenían que ver con la geografía, con la historia o las ciencias naturales, la instrucción cívica, la instrucción moral y patriótica (‘Las obligaciones profesionales”, “La excitación del combate”, “Acerca de la cólera”, “La tempestad”, “La Revolución francesa”). Son textos anónimos o textos de autores canónicos: por ejemplo, en la página dictado de Michelet, el alumno aprende que la Revolución es el acontecimiento fundador de la historia de Francia (“Al invitar al campesino a la adquisición de los bienes nacionales, al vincularlo con la tierra, la Revolución de 1789 pasó a ser sólida, durable, eterna”). Es como si la finalidad del dictado no fuera (o no fuera exclusivamente) el cuidado ortográfico, sino también la iniciación a una cultura escrita a la vez instructiva y “literaria”. Ya sea que el alumno copie de un libro o que escriba al dictado del maestro, se trata siempre de poner en memoria el contenido de un texto, respetando su forma literal, para familiarizar al alumno con la sintaxis y el léxico de la escritura en francés. Esta escritura se encontraba muy alejada de la lengua oral, en una época en que la lengua de comunicación de los alumnos era a menudo todavía un dialecto o un “patois”. 3° Textos radactados Los ejercicios que conducían al alumno a redactar un texto, se inscribían en la continuidad de esos modelos. El alumno debía 12 escribir, apoyándose en un texto que era a la vez de repertorio de informaciones y de modelo de estilo. El tema a tratar procuraba una trama que el alumno tenía que seguir y desarrollar. Tomemos algunos ejemplos: 1. Tarea de redacción: Necesidad del trabajo. El trabajo manual y el trabajo intelectual. Dignidad del trabajo bajo todas sus formas. 2. Tarea de estilo: La bandera de Francia. Los emblemas de nuestro país. La bandera tricolor: su origen, su historia, los sentimientos que inspira. 3. Tarea de estilo: Una guerra desastrosa. Decir cuáles son las guerras que Francia emprendió bajo el reino de Luis XV. Cual de esas guerras fue desastrosa para Francia y cuales fueron sus consecuencias. 4. Tarea de estilo: La imprenta. Decir en qué época tuvo lugar el descubrimiento de la imprenta y cuales han sido sus ventajas para los hombres. En algunos casos, se trata simplemente de “recitar” por escrito la lección que los alumnos conocen de memoria. En otros casos, el momento de la escritura ha sido precedido por una lección durante la cual el maestro ha dado las informaciones necesarias que los alumnos deben memorizar y escribir en un buen francés en su composición. Al leer los cuadernos, es a menudo fácil distinguir las dos situaciones de inicio: cuando el alumno debe por sí mismo poner por escrito las informaciones escuchadas, pero no leídas, aparecen indicadores de oralidad, visibles en la redacción final, que ignora a menudo las comas, que repite las mismas palabras sin utilizar los pronombres y que no sabe como ligar las frases. 13 En la misma época, Emile Ract debía escribir una tarea sobre la variedad de repollos (“Decir a qué época se siembra, transplanta, y se consume cada una de esas variedades”, etc.) y una composición francesa sobre “el cuidado que hay que tener en su propia ropa para evitar problemas a los padres” [PHOTO14/5/98]. Las dificultades de sintaxis marcan la lenta y progresiva apropiación de una lengua escrita preparada por la memorización de los textos copiados o escritos al dictado. Para los maestros, es evidente que la copia, el dictado, la lección recitada por escrito o parafraseada a partir del libro, eran tantas etapas que preparaban a la etapa final, la más difícil y la más paradójica: encontrar, a partir de la oralidad escolar, las formas sintácticas específicas de lo escrito. Esto es lo que explica porqué, en esta primera fase, los contenidos tratados en la copia, lo dictado, la composición a partir de un texto escrito o de una lección oral sean los mismos y tengan que ver con todas las disciplinas “discursivas” y instructivas de la escuela. Los alumnos eran conducidos a escribir versiones más o menos próximas del texto “literal” que memorizaron10. Todas estas versiones eran aceptables, si eran exactas en el contenido y gramaticalmente correctas. Los alumnos descubrían así que el respeto escrupuloso del texto, reproducido tal cual, es menos importante que la fidelidad semántica a su contenido. Así, al pedir una restitución escrita de la lección aprendida, el maestro proponía un ejercicio próximo de la recitación oral a la cual 10 Anne-Marie Chartier, L’école et la lecture obligatoire, Paris, Retz, 2007, chapitre 7 : « Lire pour s’instruire : les lectures scolaires entre mémoire et intelligence du texte ». 14 los alumnos están habituados desde el inicio de su escolarización, pero podía controlar, al mismo tiempo, las adquisiciones de todo el grupo, mientras que oralmente era sólo posible interrogarlos a uno por uno. Tal posibilidad era esencial en todas las escuelas rurales donde varios grados funcionaban en paralelo dentro de la misma clase: mientras que un grupo escribía en silencio, el maestro quedaba libre para dictar una lección oral con los menos avanzados. Por lo tanto, los textos escritos en los cuadernos deben ser interpretados en relación con esos momentos de trabajo oral que no dejaron ninguna traza en ellos. De ahí otra pregunta ¿cómo se hace la articulación entre oralidad y escritura en la clase? IV. Oral y escrito escolares: ¿continuidad o discontinuidad? 1° Los fines de la enseñanza de la lengua antes y después 1970 Gracias a la lingüística, sabemos que todas las lenguas, orales y secundariamente escritas, desempeñan dos papeles: expresar y comunicar. En Francia, a partir de los años 1970, los textos oficiales definen los fines de la enseñanza como el aprendizaje de esas dos funciones: “Las finalidades de la enseñanza del francés [son] dar a todos los niños y adolescentes el dominio de la expresión oral y escrita en la lengua utilizada actualmente y permitirles así la comunicación”. Esta afirmación que hace hincapié en la continuida entre lo oral y lo escrito, es hoy en día un lugar común que casi no se enuncia. Por 15 cierto, la escritura recurre a un código específico cuyo funcionamiento está adquirido a través diversas etapas, como lo han mostrado los psicólogos. También es cierto que las situaciones de interlocución, cara a cara, se diferencian de las situaciones de lectura o de escritura que separan al autor de los destinatarios. Sin embargo, entre una lengua oral y la misma lengua escrita, hay mas proximidad que entre una lengua materna y una lengua extranjera. Por lo tanto, parece, ahora, imposible de hacer entrar a los alumnos en el dominio de lo escrito sin apoyarse sobre lo que ellos saben y quieren decir. Estas evidencias son recientes y muy alejadas de las concepciones que prevalecían en los comienzos del siglo XX. El escrito que muestran los cuadernos no se apoya sobre la palabra viva de la lengua cotidiana. Al revés, es sobre lo escrito que se apoya la oralidad escolar, que no es la oralidad de las conversaciones. 2° La evolución de la redacción : ¿como escribir su experiencia? Tomemos el ejemplo de la “redaction” y la evolución de sus contenidos a lo largo del siglo veinte11. Al lado de los textos donde el alumno debía restituir los conocimientos que había adquirido, aparecieron temas que los alumnos debían tratar apoyándose en saberes referidos a su experiencia. Los títulos de esos temas adoptan formulaciones que implican una mirada subjetiva: “usted asistió a...”, “usted escribe a un amigo para contarle...”, “le ocurrió....”, etc. 11 Brigitte Dancel, Un siècle de rédactions, Écrits d’écoliers et de collégiens, 2001, CRDP de Grenoble, 16 Pero los temas que pueden ser objetos de escritura en la clase no son numerosos: es menester que evitar todos los temas que molestarían a las familias, o los temas que conducirían a los alumnos a presentar conductas u opiniones impropias para la neutralidad de la institución: así ni la religión, ni la política, ni testimonios demasiado personales sobre la vida y las costumbres podián entrar en el repertorio de los tópicos aceptables. Lo que es posible es hablar de los alumnos en la escuela (los compañeros, los juegos) o del alumno en la vida cotidiana. Estos temas no parecen referirse a los “saberes de escritura”, sino a los “saberes de la experiencia”. Todos los alumnos, buenos o malos, tendrían entonces algo para decir, ya que les bastaría con apoyarse en su experiencia para encontrar el contenido y en su lengua oral cotidiana para “expresar y comunicar” tales experiencias y transformarlas en textos escolares. Tal concepción, que ha sido defendida por Célestin Freinet (con el concepto del “texto libre”), es totalmente contradictoria con la pedagogía de lo escrito, tal como aparece en los cuadernos escolares que les presento. Primero ejemplo : antes de 1914 ¿Qué encontramos en los cuadernos antes de 1914? De hecho, la mayor parte de los temas que implican al redactor sólo lo hacen de manera formal: “Cuente, sin nombrar al autor, un acto de egoísmo del cual haya sido testigo” (LB, agosto 1892); “Cuente un acto de caridad del cual haya sido testigo” (LB 29-7-l893); “Jules escribe a su hermano que ha sido incorporado al ejército. ¿Qué le dice?”; “Haga el 17 retrato de un niño bien educado y de un buen alumno que conozca” (LB 9-5-1895). En todos estos temas, la consigna “cuente” ha sido de inmediato interpretada como “imagine” o “invente”. Leyendo las observaciones de los maestros, resulta claro que el objetivo no es la “expresión” singular de una experiencia. El alumno debe simplemente mostrar que puede enunciar un texto en primera persona, pero para ilustrar una verdad o un valor admitido por todos (condena del vicio y elogio de la virtud, relaciones fraternas ideales, retrato de la buena conducta escolar, etc.). El “yo” de la escritura no es en modo alguno el del testigo, sino un “yo” universal, abstracto. Así, la escritura de experiencia era tratada sobre el modelo de los saberes escolares habituales, como si se tratara de un relato histórico o literario. Segundo ejemplo : cerca de 1930 mil novecientos treinta Las cosas se transformaron después de la primera guerra mundial, quizás bajo la influencia de las nuevas pedagogías: los maestros sabían vincular mejor la escritura y la experiencia, lo oral y lo escrito. Así, en 1930, todos los alumnos de una clase han visto por primera vez un avión volando sobre el pueblo, y la maestra aprovecha la ocasión para transformar el acontecimiento en ejercicio. Una niña de doce años, Denise12, cuenta esta “experiencia real” que mezcla el recuerdo (ella estaba en el jardín con su madre), la descripción de visu (“En el fuselaje alargado, distingo muy bien a las personas que están 12 Brigitte Dancel, op. cit., p. 113-114. 18 en las ventanas del avión, veo las ruedas porque no está muy alto”) y la opinión personal (ella concluye: “Yo no quisiera viajar en avión”). En su cuaderno, podemos leer las expresiones y el léxico que ha utilizado (ruido de trueno, alas, fuselaje, ruedas, la hélice da vueltas como las aspas de un molino, rapidez prodigiosa, un gran pájaro con las alas rígidas). Estas palabras o expresiones fueron escritas durante el trabajo conducido por la maestra con toda la clase. ¿Entonces hay que considerar esta ayuda como un molde que limita la expresión personal del alumno y conduce a una escritura estereotipada? O bien, por el contrario, ¿hay que considerar esta ayuda como los recursos necesarios sin los cuales muchos de los niños no escribirían casi nada? Este caso, encontramos algo excepcional: la maestra ha dictado varias conclusiones, copiadas por todos los alumnos, para mostrar que hay diversos puntos de vista aceptables. “1° Yo no quisiera ir en avión porque los periódicos dicen que muchos se incendian, que otros caen al agua o se estrellan en tierra porque no tienen más gasolina. 2° Envidio a los que están en el avión. Deben gozar de un hermoso espectáculo y, además, es posible ir muy lejos y conocer muchos países. ¡Pero esta máquina debe ser terrible durante una guerra! 3° Admiro a esos hombres que el gran pájaro lleva hacia lo desconocido”. Tal diversidad de afirmaciones no hubiera sido imaginable una generación antes, cuando la escuela enseñaba claramente lo que cada quien debía aprobar o reprobar. Por el contrario, después de la primera 19 guerra mundial, los modelos literarios permiten un abanico mayor de reacciones, sentimientos u opiniones frente al mismo acontecimiento. Sin embargo, el estatus escolar del relato de experiencias no se confunde con el testimonio. Los extractos literarios sirven de referencias para ayudar a los alumnos a contar y describir “escenas realistas”, expresar deseos, sentimientos y juicios singulares, si no personales. Los buenos alumnos son a menudo los que adhieren tan bien a los modelos escolares que sus propias expresiones se conforman perfectamente a las esperadas por la institución. Tercero ejemplo : circa 1960 En 1960, este modelo está todavía dominante. Jean-Paul tiene siete años cuando describe en diez líneas un picnic familiar titulada “A orillas del río en verano”: “Hoy es domingo, toda la familia va de paseo a orillas del río. Mamá remanda una servilleta, Bébé tira el hilo de la bobina, Papá pesca, un pez muerde, papá tira rápido la red, Monique mira el pescado que sacó de la canasta y lo admira. Luego harán una comida cerca del agua. Han traído una gran canasta. ¡Qué lindo día pasaron los niños!” (FOTO JPT, 23/6/62). Leyendo este texto podría pensarse que es el relato de una experiencia personal. No es el caso. En efecto, la maestra pegó sobre el pizarrón una grande imagen representando un picnic. Después de un momento de oralidad espontánea, donde todos los alumnos hablaron, describieron, comentaron la imagen, la maestra hizó formular oralmente frases correctas, y luego cada uno compuso un borrador de su texto 20 completo. Jean-Paul hizó sete errores ortográficos, pero entendió perfectamente las reglas de la composición, entendida como un género literario donde el alumno debía escribir la escena como si él mismo fuese unos de sus protagonistas. Nada falta en ese texto para que aparezca como el relato de una experiencia personal, ni siquiera el nombre atribuido a la niña (que es el de su hermana), ni la conclusión bajo forma de exclamación gozosa. 3° Oral escolar y adquisición de conocimientos en el primero curso Es posible comprender cómo este aprendizaje de la norma escrita comenzaba mucho antes de que los alumnos fueran capaces de leer y de escribir, gracias al cartapacio en el cual una maestra anotó sus preparativos de clase. El documento (de l962) concierne una clase de doble nivel, para los dos primeros años de la escuela primaria. La maestra (que me lo ha comentado) trabajaba entonces en una escuela muy popular de la periferia parisina. Los niños llegaban a primer año sin saber manipular un libro, ni tener el lápiz, ni tomar la palabra en clase. En su plan de trabajo para las cuatro semanas del mes de noviembre ella repartió, por un lado, las actividades específicas de cada nivel (lectura, escritura y cálculo), las únicas que exigen que ella esté disponible para la mitad de la clase, y, por otra parte, las actividades comunes. El programa común a los dos niveles para la segunda semana era el siguiente: moral (la madre), vocabulario (la lluvia), gramática (el 21 femenino de palabras en –eur [chanteur-chanteuse; voleur-voleuse, pero también instituteur-institutrice; etc.]), conjugación (verbo chanter en el presente), recitado (una poesía sobre el otoño), historia (la civilización de la Galia romana), geografía (el otoño y el invierno), observación científica (el aceite y el agua), dibujo o trabajo manual (coloreado o recortado de árboles bajo la lluvia). En noviembre, ningún niño de primer año sabían leer ni siquiera descifrar. Sin embargo, gracias al doble nivel, esos alumnos recibieron una instrucción oral que se podría llamar “intensiva”, recortada según las disciplinas escolares. No debían escribir después de cada lección, tal como lo hacían los alumnos de segundo año. Pero, al mirar los cuadernos, se podría pensar que esos alumnos pasaron todo su tiempo descifrando, trazando letras, copiando palabras y contando. (FOTO MT). Sin embargo, a lo largo de los contenidos abordados, esos alumnos aún iletrados han mirado y descrito ilustraciones en historia y geografía, han escuchado lecturas, y a veces memorizado una cantidad de palabras desconocidas y de saberes nuevos. Esta maestra comenzó su carrera antes de la segunda guerra mundial, y toda su formación la llevó a creer que la escuela debía hacer entrar a los niños en la cultura escrita de los libros. Una cierta concepción de la articulación oralescrito, tal como fue concebida a finales del siglo XIX, es aún visible en este caso. Esta iniciación, sistemática y muy directiva no deja en absoluto lugar para “la expresión y la comunicación oral y escrita” en el sentido definido por las instrucciones oficiales diez años después. 22 Conclusión : cultura escrita / cultura oral en la escuela ¿Qué debemos entender por cultura escrita? Al final de este rápido recorrido por los cuadernos franceses, es necesario definir más rigurosamente lo que llamamos cultura oral, cultura escrita, y “cultura escolar”. Primera observación: los contenidos de la cultura escolar se transforman a lo largo del tiempo, lo que modifica la jerarquía de los saberes y las prácticas de escritura. Esta evolución no es fácil de leer en los textos oficiales ni en los programas, pero es más visible en los cuadernos. Algunas materias están omnipresentes en los cuadernos cerca de 1900: la moral, la historia, la geografía, las ciencias. Aparecen en textos copiados, dictados o redactados. Después de la primera guerra mundial, con la aparición de un aprendizaje focalizado en la lengua francesa, los ejercicios de gramática y de conjugación ocupan cada vez más lugar. Las copias o los dictados de textos instructivos desaparecen y los textos leídos o dictados son descripciones realistas o relatos de experiencias extraídos de textos literarios. Los temas sobre los cuales los alumnos deben escribir siguen la misma evolución. A través de los textos que hay que leer y escribir, la escuela primaria quiere hacer adquirir a los niños del pueblo una “cultura general” más literaria y no sólo saberes instructivos bien memorizados. 23 Sin embargo – y es mi segunda observación – esta evolución importante de las prácticas de escritura, si modifica los contenidos enseñados, no transforma la relación de la escuela primaria con la cultura escrita. La lengua de los “saberes de escritura” no sirve prioritariamente para expresarse ni para comunicarse, sino para representar el mundo. Esta función de representación se efectúa, en la primera etapa, a través las disciplinas científicas. Hay que comprenderlas y aprenderlas. Se efectúa también, en la segunda etapa, a través de las ficciones literarias que enuncian los valores y el sentido de las experiencias, de las relaciones y de las conductas. Hay que comprenderlas, pero, tal como los conocimientos científicos, hay también que aprenderlas, ya que no fueron adquiridas por los niños a través de sus experiencias familiares, como es el caso en las familias burguesas cultas. La oralidad escolar trate de hacer escuchar a los niños de las escuelas públicas la lengua escrita que ellos no conocen, los contenidos de los saberes y las formas lingüísticas de lo escrito que ellos ignoran. La lectura en voz alta es un dispositivo esencial de este aprendizaje. No podemos entonces considerar como parte de la cultura oral todo lo que tiene que ver con el habla efectiva. Hay formas específicas de la oralidad que pertenecen esencialmente a la cultura escrita. Esto es evidente en el caso de la cultura escrita académica, donde la conferencia, el curso magistral, los seminarios, los coloquios, sólo tienen sentido con referencia a los libros, los artículos y los textos 24 de los cuales hablan. Pero también es el caso de la escuela popular, aunque las pedagogías de la expresión y de la comunicación nos hagan llevado a olvidarlo o a subestimarlo. Tercera observación: hay que interrogarse sobre la desaparición de este modelo en los años 1960, en una coyuntura donde todo el mundo occidental se urbanizó, donde la escolaridad se prolongó para todos, donde lo escrito, omnipresente en el mundo social (libros de bolsillo, periódicos, revistas) compitió con las nuevas tecnologías de la comunicación audio-visual. Con la televisión, lo escrito dejó de tener el monopolio de la transmisión de los saberes y de las ficciones. Esta nueva cultura ciudadana, audio-visual, desacreditó, sino el mundo de los saberes, por lo menos las modalidades que la escuela del pueblo había inventado para transmitirlos. Sin embargo – última observación – la escuela sigue teniendo por misión el hacer entrar a los alumnos en lo escrito, y enseñarlos cómo ordenar el mundo de los saberes gracias a la escritura. ¿En qué se convertirán los cuadernos escolares, ahora que los teclados y las pantallas penetran en las escuelas más ricas del planeta? ¿Qué pedagogía popular podrán concebir los docentes en tiempos de Internet? La frontera que oponía, a finales del siglo XIX, la cultura oral de las sociedades campesinas arcaicas y la cultura escrita de las sociedades urbanas modernas está, una vez más, en proceso de desplazamiento. Es quizá la experiencia viva de ese cambio cultural, 25 cuyas consecuencias no podemos prever aún, que da una cierta urgencia a una reflexión sobre la historia de las relaciones entre las culturas escritas y las culturas escolares en nuestros diferentes países. A pesar de su humildad, o quizás a causa de ella, los cuadernos escolares tienen todavía mucho para enseñarnos. Anne-Marie Chartier Service d’histoire de l’éducation INRP-ENS Paris 26