Desde Villatalento gomezhueso.com Fin de la emisión, despedida y cierre Ha llovido mucho desde que el ALmirante BAstarreche se convirtió en el primer presidente de la sociedad Cementos ALBA, creada por Juan March en 1954. Desde el principio la empresa se consolidó, ya que ofrecía un cemento de gran resistencia, gracias a la excepcional piedra encontrada por el lorquino José Alarcón Palacios en el término de Jamilena, después de hacer pruebas en varias sierras de la provincia. Eran los oscuros tiempos del franquismo y la fábrica ofrecía un buen puesto de trabajo a muchas familias, al mismo tiempo que unos espantosos niveles de contaminación, que nadie se atrevía ni siquiera a criticar y, menos aún, a denunciar. El cemento entraba por las rendijas, llegaba sin dificultad a los pulmones de los tosirianos y decoraba de gris patios, tejados y calles, cual nieve tóxica. Al mismo tiempo, la fortuna de la familia March se disparaba a cotas inexpugnables, sin conceder ni una mísera compensación a los sufridos vecinos de la gigantesca factoría. La primera estocada que recibió la cementera fue en los años ochenta del siglo pasado, cuando desapareció la línea férrea Jaén - Puente Genil. Esto motivó que la distribución del cemento se tuviera que hacer en camiones cisterna, con el consiguiente encarecimiento de gastos de producción (todavía resulta chocante que en una comarca que produce centenares de miles de toneladas de aceite se desmantele un medio de transporte tan efectivo y rentable como es el ferrocarril). En aquella época Cementos Alba se fusiona con Hornos Ibéricos y nace Hisalba (Hornos Ibéricos Alba) y es entonces también cuando la multinacional Holderbank (hoy Holcim) adquiere la compañía. Desde finales de 2001, el Grupo Hisalba adoptó el nombre de Holcim España por el deseo de la empresa suiza de unificar su imagen a nivel mundial. Estamos a finales de los ochenta y la compañía preveía una importante demanda de cemento para los siguientes años, debido a la programada Expo 92 de Sevilla y a la construcción de grandes autovías, previstas por los gobiernos central y autonómico. Todo cemento era poco. Fue la primera época de vacas gordas. Luego vino la segunda, ya en el siglo XXI, con el boom inmobiliario. Los amigos de Gil, Roca y Muñoz demandaban cemento sin interrupción para construir viviendas y corrupción. Fueron años de gran prosperidad económica y, justo es decirlo, la compañía, al fin, solucionó los graves problemas medioambientales de la fábrica, instalando filtros que evitaron la contaminación de polvo. La segunda estocada a la fábrica la da la propia Holcim, cuando decide acometer la construcción de una unidad distribuidora en Mengíbar, al borde mismo del ferrocarril. Allí recibe, desde sus trenes, el cemento de las fábricas costeras, que ya no tiene que sostener las demandas del ladrillo especulador, lo almacena en su enorme silo y lo distribuye por toda Andalucía. Holcim optó por dejar morir la planta tosiriana, no modernizándola y esperando la ocasión propicia para su cierre. Llega ahora la época de las vacas flacas, por la crisis, y la multinacional decide que es el momento idóneo para desmontar el chiringuito, recoger ganancias, y despedirse, como en la película de Woody Allen: “Toma el dinero y corre”. La historia de la fábrica de cemento va paralela a nuestras vidas. Allí se han dejado el sudor, la salud, el sueño y, a veces, hasta algo peor, miles de familiares, vecinos o paisanos. Lo más grave de esta situación es que se acaba de un plumazo con una fuente de producción y riqueza, que queda inutilizada, ya que la cantera no se ha agotado. No se vende a ninguna otra empresa, porque eso supondría favorecer a la competencia, por lo que la intención es que sea derruida. Esto es comprensible, aunque inaceptable, pero, ¿por qué no se piensa un modo nuevo de explotación de la fábrica, modernizándola y especializándola en un producto concreto? ¿Por qué no busca una nueva vía de explotación, con la colaboración de un grupo inversor? Holcim es una multinacional seria, eficiente, con unos estrictos planteamientos empresariales y productivos, una planificación minuciosa y controlada, un compromiso medioambiental digno de elogio, una meticulosidad de gestión admirable, que tiene como ejemplo significativo al director de la fábrica, Niklaus Gregor Traber, que en el tiempo que lleva en Torredonjimeno ha realizado una encomiable labor de mejoras y de rigor organizativo. Pero, al igual que en el título de aquella famosa película de Vladimir Menshov “Moscú no cree en las lágrimas”, Holcim no cree en sentimentalismos, ni en otras monsergas pueblerinas y, por supuesto, tampoco en llantos; su objetivo es ganar cuanto más dinero mejor y le preocupa poco los planteamientos reivindicativos de un centenar de trabajadores y el vacío que dos pueblos puedan sentir ante el cierre de una planta industrial y de una cantera que forman parte de la historia de los últimos cincuenta años. Menos aún le preocupa el proyecto de futuro que la localidad pudiera tener y la justa aspiración de que no se desmantele la vía de producción que representa la fábrica. Holcim no cierra porque sus cuentas sean deficitarias, no, ni porque la producción de aquí no se venda, sino porque sus beneficios se han reducido como consecuencia de la crisis urbanística. Desde enero hasta septiembre del 2008 han obtenido un beneficio neto de sólo 1.400 millones de euros, frente a los 2.500 del mismo periodo del año anterior. Ya no se conforman muchas multinacionales y bancos con ganar dinero, sino que deben de tener unas ganancias concretas, astronómicas, que ellos planifican. Ésta es una partida a tres: Holcim, Junta y Comité. Todos han mostrado posturas tajantes y retadoras, que no pueden convivir juntas: Los trabajadores manifiestan que la fábrica no se cierra; la Junta, a través del vicepresidente Gaspar Zarrías, ha tenido una esperanzadora entrada en escena, declarando que no va a permitir que empresas que en su día obtuvieron beneficios aprovechen la coyuntura de la actual situación de crisis para cerrar; por su parte, Holcim declara que su decisión de desmantelar la fábrica es irrevocable. Cada uno tiene sus cartas para jugar; los trabajadores: el apoyo masivo de toda la comarca e, incluso, de los obreros de las otras factorías de la empresa en España; la Junta: el hecho de que es la institución de gobierno de la comunidad y el principal cliente de Holcim en Andalucía; la empresa: que es la propietaria y que las leyes ampararán el cerrojazo. Depende del modo en que cada parte juegue sus naipes, para ver cómo terminará esta partida. Es importante la perseverancia y firmeza en los planteamientos, el no retroceder ante el primer obstáculo o ante la postura intransigente de la multinacional. Ya se ha movido la primera ficha de esta partida à trois: a la hora de redactar este artículo, se había mantenido el primer contacto entre los representantes de Holcim y el comité de los trabajadores, para constatar la postura inflexible de la empresa con respecto al cierre, como era de esperar. Éste es un primer movimiento en la ardua labor negociadora que se ha abierto. Pero la partida está empezando y todavía hay muchas jugadas por hacer. La esperanza está en que la Junta haga valer su fuerza institucional para evitar el cierre y que los representantes de los trabajadores no se desanimen por la rotundidad e intransigencia que está mostrando Holcim. Tal vez, al final, no habrá vencedor único, ni perdedor único; lo más probable es que se arbitre una solución en el que cada uno ceda algo y consiga, también, algo. Preocupan las batallas soterradas que pudieran plantearse, la guerra subterránea que pudiera prenderse, los secretos encuentros noctámbulos, sin luz ni taquígrafos, estrategias tendentes a dividir a los trabajadores, ofreciendo ventajosas condiciones de jubilación o de recolocación. Porque, mientras se enarbolan pancartas y se canta el “No nos moverán”, determinados puestos de responsabilidad han sido pactados ya para las fábricas de Almería y Jerez. Esto es capitalismo puro y duro, basado únicamente en criterios de beneficio empresarial, que no se detiene a meditar sobre la situación de la comarca, el trastorno de vida para sus empleados, que no se detiene a corresponder a las numerosas subvenciones recibidas de la Junta, ni a la dedicación de dos o tres generaciones de tosirianos que trabajaron allí. Las diferentes empresas propietarias de la fábrica (ayudadas por la complicidad interesada de las corporaciones franquistas o por la inoperancia, también interesada, de las corporaciones democráticas) se han caracterizado por la pobre compensación hacia la localidad en actuaciones sociales, educativas y culturales. Apenas unas raquíticas subvenciones para algunos eventos como un certamen de poesía o el Cross son las únicas indemnizaciones a un pueblo que durante varias décadas sufrió una contaminación excesiva. Sin ir más lejos, el año pasado Holcim España invirtió en proyectos de este tipo 1,4 millones de euros. ¿Cuánto correspondió a Torredonjimeno? Si, al final la planta se derribara, la compensación de Holcim debería ser ceder el terreno al Ayuntamiento, lo que permitiría, al fin, desencajonar instalaciones y ubicar allí muchos de los servicios que el pueblo necesita (ferial, residencia de mayores, campo de fútbol, etc.). Toda la parafernalia de estas situaciones está servida: manifestaciones, pancartas, recogida de firmas, declaraciones de apoyo… Falta ver cómo se oficia el cierre previsto. Si se hace del modo brutal en que ha sido planteado, vamos a tener el sentimiento de que nos han tomado el pelo y nos han ninguneado. En resumen: no sólo hay que atender las justas aspiraciones de los trabajadores, sino también la reivindicación general de dos pueblos que no se sienten compensados por los oscuros años de contaminación y que perciben como parte de sus recursos minerales se desaprovechará en pos de la ambición de una multinacional. Que Dios reparta suerte al final. Antonio Gómez Hueso