EDITORIAL 19 20/4/04 12:49 Página 1 EDITORIAL N adie se atreve hoy a cuestionar que la lactancia materna es el mejor alimento posible en la primera edad. Son ya numerosos los estudios al respecto y la ciencia ha llegado a sólidas conclusiones que van calando poco a poco en la sociedad. No obstante, la situación dista de ser buena, si se considera que en España sólo 6 de cada 10 mujeres amamantan a sus hijos en las primeras 6 semanas, y apenas el 23,6% lo hace durante los primeros 6 meses de vida del bebé. Es una pena, ya que la lactancia materna no sólo protege a los recién nacidos, sino también a las mujeres. Respecto a los primeros, es evidente que reduce significativamente la incidencia de enfermedades importantes, y se ha documentado el papel positivo que desempeña en la disminución de la tasa de otitis media, síndrome de la muerte súbita del lactante, diarrea viral, enterocolitis necrosante, linfoma, alergias alimentarias, enfermedades cardiovasculares y enfermedades inflamatorias, como la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn. También se ha constatado una disminución de la morbilidad en las infecciones producidas por el virus sincitial respiratorio. Las ventajas para las mujeres que amamantan se concretan en menores pérdidas de sangre posparto, involución uterina rápida, intervalos entre gestaciones más convenientes y un menor riesgo de osteoporosis, cáncer de mama y de ovario. Una reciente publicación de la Academia Americana de Pediatría, en la que se recomienda la lactancia materna durante un período de un año como mínimo, supone la ratificación, desde una organización médica de referencia mundial, de que estamos ante la forma más adecuada de alimentación del neonato, tanto desde la perspectiva estrictamente nutricional como desde la inmunológica. Las pruebas aportadas por numerosos estudios y publicaciones indican que, además de una mejor salud, los niños beneficiarios de la lactancia natural adquieren antes las habilidades de desarrollo. Hay múltiples factores sociales, laborales y culturales que dificultan que la lactancia natural alcance y mantenga los niveles de implantación deseables. La declaración de la Academia Americana se une a la de otras organizaciones nacionales e internacionales, y supone un paso importante por cuanto es un hecho comprobado que el compromiso de los profesionales con esta práctica, desempeña un papel importante en el convencimiento de las madres y se constituye como uno de los elementos más determinantes en la decisión de la madre. El Comité de Lactancia de la Asociación Española de Pediatría mantiene las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y el UNICEF, recientemente aprobadas en la Global Strategy for Infant and Young Child Nutrition, respecto a la conveniencia de que el período de lactancia se alargue al menos hasta los 2 años de vida. El respaldo y la información sobre esta forma de lactancia proporcionado por la comunidad médica, están siendo decisivos en el paulatino, aunque lento, incremento de mujeres que optan por amamantar a sus hijos. En esta información debe incluirse la relativa a la lactancia natural y a la toma de medicamentos, ámbito en el que se inscribe la obra Medicamentos y lactancia materna, del Prof. Thomas W. Hale, que recoge consideraciones dirigidas al profesional médico sobre el uso de fármacos en este período, y en la que se puntualiza que la mayoría de los medicamentos tienen pocos efectos secundarios en los niños alimentados al pecho, porque la dosis transferida a través de la leche casi siempre es demasiado baja para tener importancia clínica o su biodisponibilidad para el lactante es escasa. En general, y a partir de un número no despreciable de excepciones, los especialistas consideran que menos del 1% de la “dosis materna” de un medicamento llegará en última instancia a la leche y posteriormente al lactante. La cantidad de fármaco que se excreta durante la lactancia depende de factores diversos: concentraciones plasmáticas de la madre, liposolubilidad del fármaco y contenido graso de la leche, pH de ésta, tamaño molecular del fármaco, unión a proteínas del fármaco en el plasma materno, vida media del fármaco en la madre y peso molecular del medicamento. La obra citada aboga por realizar una valoración individual del riesgo; dar preferencia a aquellos fármacos de los que se disponga de datos sobre lactancia materna; informar a la madre que amamante antes de tomar la medicación, y tener en cuenta que muchos fármacos son seguros en las mujeres lactantes y que a menudo los efectos beneficiosos de la lactancia natural superan los riesgos para el bienestar del lactante. Respecto al bebé, es imprescindible evaluar su edad —los prematuros y neonatos tienen un riesgo superior—; su estabilidad digestiva; que el fármaco esté aprobado para uso pediátrico; la posología —en un prematuro, varias dosis pueden entrañar un riesgo superior que en un lactante sano—, y si se trata de un medicamento que puede alterar la producción de leche. Entre las sugerencias específicamente dirigidas a los profesionales médicos se incluye determinar si el fármaco se absorbe a partir del tubo digestivo; intentar elegir medicamentos con vida media más corta; tener precaución especial con aquéllos que tengan vida media pediátrica prolongada, y seleccionar fármacos con niveles de unión a proteínas más elevados. La fitoterapia y los compuestos radiactivos deben ser objeto de precaución especial. “Ya no se acepta —concluye el Prof. Hale— que el médico interrumpa la lactancia materna sólo en función de su preocupación. Los riesgos de tener que recurrir a la lactancia artificial no deben subestimarse. Hay pocos fármacos con toxicidad importante y bien documentada en lactantes, como resultado de la lactancia natural, y conocemos la mayoría. No obstante —apostilla—, el médico siempre debe tener precaución y evitarlos en aquellos casos en los que no sean realmente necesarios.” Lactancia materna y medicamentos (1735) JANO 30 ABRIL-6 MAYO 2004. VOL. LXVI N.º 1.519 9