Camino de Emaús (julio) Ambientación Un camino hecho con piedras o arena preside la celebración. Puede haber algún cartel indicativo que diga "Emaús". También se puede colocar pan y vino en el fondo del camino, pues la Eucaristía es uno de los principales puntos en la meditación de hoy. Junto al pan y el vino, una vela. Durante la meditación puede escucharse alguna música suave. Monición de entrada Nos reunimos en este mes de verano para orar por las vocaciones. Tendremos a la vista el pasaje de los discípulos de Emaús. Tenemos que sentir la necesidad de rogar para que este Jesús que se manifestó glorioso en el camino, lo haga también en los corazones de muchos jóvenes y en los nuestros propios, para que continuemos la senda por Él iniciada. Lectura evangélica (Lc 24, 30-32) Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. Él les dijo: "¿De qué discutís entre vosotros mientas vais andando?" Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: "¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?” Él les dijo: "¿Qué cosas?” Ellos le dijeron: "Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y los hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron. Él les dijo: "¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.” Y entró a quedarse con ellos. Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron una a otro: "¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” Reflexión La Eucaristía constituye el momento culminante en el que Jesús, al darnos su Cuerpo inmolado y su Sangre derramada por nuestra salvación, descubre el misterio de su identidad e indica el sentido de la vocación de cada creyente. En efecto, el significado de la vida humana está todo en aquel Cuerpo y en aquella Sangre, ya que por ellos nos han venido la vida y la salvación. Con ellos debe, de alguna manera, identificarse la existencia misma de la persona, la cual se realiza a sí misma en la medida en que sabe hacerse, a su vez don para todos. En la Eucaristía todo esto está misteriosamente significado en el signo del pan y del vino, memorial de la Pascua del Señor: el creyente que se alimenta de aquel Cuerpo inmolado y de aquella Sangre derramada recibe la fuerza de transformarse a su vez en don. Como dice S. Agustín: “Sed lo que recibís y recibid lo que sois” (Discurso 272,1: En Pentecostés). En el encuentro con la Eucaristía algunos descubren sentirse llamados a ser ministros del Altar, otros a contemplar la belleza y la profundidad de este misterio, otros a encauzar la fuerza de su amor hacia los pobres y débiles, y otros, también a captar su poder transformador en las realidades y en los gestos de la vida de cada día. Cada creyente encuentra en la Eucaristía no sólo la clave interpretativa de su propia existencia sino el valor para realizarla, y construir así, en la diversidad de los carismas y de las vocaciones, el único Cuerpo de Cristo en la historia. En la narración de los discípulos de Emaús (Lc. 24,13-35) S. Lucas hace entrever cuanto acaece en la vida del que vive de la Eucaristía. Cuando “en el partir el pan” por parte del “forastero” se abren los ojos de los discípulos, ellos se dan cuanta que el corazón les ardía en el pecho mientras lo escuchaban explicar las Escrituras. En aquel corazón que arde podemos ver la historia y el descubrimiento de cada vocación, que no es conmoción pasajera, sino percepción cada vez más cierta y fuerte de que la Eucaristía y la Pascua del Hijo serán cada vez más la Eucaristía y la Pascua de sus discípulos. (Mensaje del Santo Padre para la XXXVII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. 14 de mayo de 2000. La Eucaristía, fuente de toda vocación y ministerio en la Iglesia.) CAMINO DE EMAÚS Preces Llenos de alegría y gozo por sentirnos llamados a la gran misión de anunciar la Buena nueva a todos los hombres, dirijamos al Padre nuestra oración confiada. Por las comunidades cristianas, para que el Señor suscite en nuestros días hombres y mujeres capaces de arriesgar su vida por todos, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos. Por el Papa, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, para que actúen según la voluntad del Padre y sean fieles a Dios y a todos los hombres, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos. Por todos los jóvenes, para que estén dispuestos a arriesgar su vida en la construcción del Reino de Dios y emprendan el camino de su vocación con decidida generosidad, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos. Por todas las familias, para que sepan crear un clima cristiano adecuado a las grandes decisiones de sus hijos, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos. Por nosotros, para que nuestro testimonio de vida anime a muchos a abrazar la vida religiosa según el carisma agustino recoleto, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos. Señor Jesús, que has querido llamar a hermanos para que, siguiéndote fielmente te hagas presente en ellos por medio de la vivencia gozosa de su vocación. Escucha la oración de tus humildes siervos, que hoy también te piden la gracia de ser tus testigos, a ejemplo de tu amor, en medio del mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Padrenuestro Elevemos al Padre eterno, sustento de toda vocación, la oración que su hijo, Jesucristo, nos enseñó: Padre nuestro… Oración Oh Jesús, Pastor de las almas, que llamaste a los apóstoles para hacerlos pescadores de hombres; atrae hacia ti a jóvenes, ardientes y generosos, para hacerlos tus seguidores. Hazlos partícipes de tu redención universal. Tú, que siempre estás dispuesto a interceder por nosotros, descúbreles el inmenso campo de tu mies en donde tantos piden la luz de la verdad, el calor del amor. Haz que, respondiendo a tu llamada, prolonguen en la tierra tu misión y sean nuevos constructores de este reino que esperamos: de la gran familia que es la Iglesia. Amén. La Persona del Llamado La actitud fundamental de cualquier persona que ha sido llamada por Dios es la gratitud. Una de las características de los relatos vocacionales en la Biblia es la respuesta de asombro que dan los elegidos cuando se les propone la misión. Los personajes bíblicos se ven sorprendidos y despliegan una serie de objeciones, intentan evitar que Dios realice su plan sobre ellos, porque sienten el vértigo que provoca la consideración de un compromiso para siempre (Cf. Ex. 2,3). Las reacciones son diversas: algunos manifiestan temor; otros la conciencia de su incapacidad; otros, en cambio, se ofrecen sin vacilación para edificar en la línea de los planes que Dios les ha manifestado. En el Antiguo Testamento se nota una gran preocupación, por parte de los llamados, por asegurarse de que es Dios quien llama. Piden su nombre y pruebas de su presencia, porque la misión encomendada es superior a sus fuerzas. En ningún personaje existen las cualidades que lo capaciten cabalmente para la misión. Tampoco existe predisposición. Así se quiere dejar claro que la misión es obra pura de Dios y que sólo en él hay que confiar. Existe, sin embargo, una actitud que es común a todos los que han sido llamados: la humildad y el agradecimiento. Dios elige desde su gran libertad y no se funda en las capacidades, intereses o decisiones personales. Sencillamente invita a realizar un destino divino, confirma su protección y asegura su asistencia para el cumplimiento de la misión. En el Antiguo Testamento hay cuatro notas que caracterizan la vocación de los siervos de Yahvé: la fe en la palabra de Dios que les da seguridad y los sostiene. La obediencia para dejar un destino seguro y cómodo. La esperanza que les hace presente el futuro anunciado. Fe, obediencia y esperanza deben conducirles a la caridad, sin la cual cualquier vocación quedaría vacía en su elemento formal. De entre todas las vocaciones descritas en la Biblia, hay una que reviste singular importancia porque, según el Concilio Vaticano II (L.G. 56) representa el más perfecto y elevado modelo de toda vocación humana: la vocación de María. Ella, como todos los personajes de la Biblia, manifiesta su humildad y gratitud. En el Magnificat (Lc. 1,46-56) desvela sus sentimientos porque se sabe mediadora de la llamada de Dios para su pueblo. La primera parte del Magnificat es un canto de gratitud porque Dios ha puesto su mirada en ella y la ha exaltado, y porque a través de los humildes, Dios hace presente su salvación en la historia humana cumpliendo las promesas dadas a Abraham y a sus descendientes. Pero lo que hace verdaderamente humana la vocación de María, son los estados de ánimo o sentimientos con los que ella vivió tanto la alegría como el dolor. a) Vivió la alegría porque al final de tantas promesas y de una larga espera, se concretaron las esperanzas de los pobres y humildes del Señor con el nacimiento de su hijo; porque Dios la ha salvado y con ella a todos los hombres; porque siendo humilde, Dios la ha exaltado; porque “ha acogido a Israel su siervo acordándose de la misericordia”. b) Si al comienzo de su vocación María está envuelta en la alegría y le acompañará siempre, como un telón de fondo, es, sin embargo, en el dolor y en el sufrimiento donde se aclara su vocación como colaboradora del Redentor. Dolor que se manifestará por primera vez en la profecía del anciano Simeón y que pronto se hará presente en la persecución y matanza llevada a cabo por Herodes, la huida a Egipto, la pérdida temporal del niño, la oposición a la misión de Jesús por parte de las autoridades de Jerusalén. Este dolor alcanzará su máxima expresión en el Calvario, al pie de la cruz y en el sepulcro. María vivió su vocación con las disposiciones psicológicas y religiosas de sus antepasados, los “siervos de Yahvé”. Ellos vivieron la plena disponibilidad de su alma ante la voluntad de Dios. María vivió su vocación de “sierva de Yahvé” en fe, obediencia y esperanza, en la caridad gozosa y sufriente, en la oscuridad de los acontecimientos que la rodeaban. Por eso el Concilio Vaticano II nos presenta la vocación de María como la admirable síntesis de dones divinos y valores humanos, psicológicos y religiosos. Nada tiene de extraño que entre los primeros padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios, totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular (L.G. 56). El sello característico de la persona que ha sido llamada por Dios será siempre el de la humildad y la gratitud. Es una persona con el corazón enteramente agradecido, capaz por ello de descubrir hasta en las pruebas difíciles e incluso en el abismo del dolor, la luz de la esperanza y la mano protectora de Dios. Porque quien ha confiado en él, y fiándose así ha puesto en juego toda su vida, ¿cómo no va a descubrirlo siempre presente en la historia? La llamada de Dios despertará en tu corazón una alegría profunda y transparente, desde la cual sabrás leer todas las cosas y acontecimientos, y en la cual podrás afirmar toda la confianza en su mano protectora, como san Pablo, que con todo su corazón podía afirmar: “sé muy bien de quién me he fiado”.