6 de mayo de 2012 LA EUCARISTÍA, EL TESORO MÁS VALIOSO QUE NOS DEJÓ JESÚS Centralidad de la Eucaristía en la vida y en la historia de nuestra Archidiócesis Cuando el Papa Benedicto XVI me nombró Arzobispo de Valencia, de las primeras cosas que vinieron a mi mente y a mi corazón fue que me enviaban a una misión donde la Eucaristía era algo central en la vida, en la historia y en el corazón de la Iglesia que peregrina en esta tierra valenciana. Así lo he podido comprobar en las consecuencias que la “forma eucarística” de vivir tiene en tantas instituciones de caridad sostenidas y creadas. La nueva evangelización pasa por asumir un proyecto que se centra en Cristo, al que hay que conocer, amar e imitar. De ahí, el proyecto de “adoración perpetua de la Eucaristía” que nos ayude a volver a entrar en nuestras raíces, las que han dado gloria y capacidad creativa. Estoy convencido: asumir la “adoración perpetua” los trescientos sesenta y cinco días del año durante las veinticuatro horas de cada día, en las que el Señor esté acompañado y adorado, donde acojamos su amor y lo experimentemos, donde pongamos a todos los hombres al buen recaudo del amor de Cristo, será una bendición para todos. Si Dios quiere, esto no va a ser un proyecto, sino una realidad. Naturalmente que ello requiere una organización, unos responsables y muchos cristianos que comprometan un tiempo de su vida durante el día o la noche a esta tarea, como es estar ante el Señor acogiendo su amor tan necesario para los hombres, sin el cual nada podemos hacer que sea constructivo de la vida y de la historia de los hombres y poniendo a todos los hombres en manos de Dios. Un proyecto para el Año de la fe y del Itinerario Diocesano de Renovación Vamos a iniciar la “adoración perpetua” en el comienzo mismo del “Año de la fe”, que nos ha invitado a celebrar el Papa Benedicto XVI, cuando además, en el Itinerario Diocesano de Renovación, en su tercer año, viviremos esa dimensión tan honda que nos explicita el lema que nos convoca: “Para mí la vida es Cristo”. ¡Qué maravilla para todos nosotros descubrir y vivir la primera realidad de la fe eucarística que es el misterio mismo de Dios, el amor trinitario! Es en la Eucaristía donde se nos revela el designio de amor que guía toda la historia de salvación. Es en la Eucaristía donde el Dios Trinidad, que en sí mismo es amor, se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual, nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y Jesucristo nos comunica la misma vida divina y el mismo amor en el don eucarístico. ¡Qué hondura alcanza la existencia humana cuando entra en comunión con Cristo en la Eucaristía! La Eucaristía es nuestro tesoro más valioso. Es el sacramento por excelencia, pues nos introduce anticipadamente en la vida eterna. La Eucaristía contiene todo el misterio de nuestra salvación y es la fuente y la cumbre de la acción y de la vida de la Iglesia. Acercarnos al Sacramento de la caridad y del amor, precisamente en estos tiempos En estos momentos que estamos viviendo los hombres, es fundamental acercarnos al misterio de la Eucaristía y descubrir en Él, que es el Sacramento de la caridad y del amor. En la Eucaristía se nos revela el don que Jesucristo hace de sí mismo. De tal manera que en ese don de sí mismo se nos revela el amor infinito de Dios por cada hombre. En la Eucaristía se manifiesta el amor más grande, ese amor que impulsa a dar la vida por todos los hombres hasta el extremo. ¿Acaso no está en esta dirección el arreglo de una humanidad que se deshace cuando vive para sí misma? Precisamente, es en la última Cena cuando el Señor se puso a lavar los pies a sus discípulos y nos dejó el mandamiento del amor: “como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros”. Ese “como yo” es esencial. Y el aprendizaje del “como yo”, lo hacemos en el misterio de la Eucaristía. Es cierto que esto solamente es posible si permanecemos unidos a Él, como el sarmiento a la vid. Por ello, el Señor decidió quedarse entre nosotros en la Eucaristía, para que pudiéramos permanecer en Él. Y así, cuando nos alimentamos con fe de su Cuerpo y de su Sangre, su amor pasa a nosotros y nos capacita para dar la vida por nuestros hermanos y a no vivir para nosotros mismos. ¡Atrévete a que su amor pase por tu vida! Aquí está el manantial de la alegría cristiana, brota de aquí, es la alegría del amor verdadero y la alegría de sentirnos amados. La Eucaristía es el alimento indispensable para la vida de un discípulo de Cristo que sabe que tiene que ser apóstol y misionero. No es extraño que el Papa Benedicto XVI haya señalado en estos días que, en este tiempo de Pascua, cuando hay tantos niños que hacen la primera Comunión, tengamos la lucidez de hacerles ver lo más importante: a Cristo mismo a quien reciben en su vida, con el que entran en comunión de vida. El Santo Padre nos anima a todos, sacerdotes, catequistas y padres, a que no oscurezcamos este momento privilegiado de la vida de un niño con otros motivos que no tienen importancia y que son secundarios. El Papa nos invita a que este momento quede de tal manera grabado en la memoria y en el corazón de los niños que perciban la importancia que tiene este encuentro personal con Jesucristo, encuentro que puede marcar toda la vida si hacemos posible que el niño centre la vida a su manera y según su edad, en Cristo. Hacer personas con medidas verdaderas pasa por ayudarlas desde pequeñas a que se encuentren con el amor más grande que se nos revela y desvela en Jesucristo. La transformación absoluta llega cuando Dios entra en la existencia humana Cristo quiere habitar en la vida de cada ser humano. ¿Sabéis lo que supone que habite en nosotros para la transformación de todo lo que existe? No hay transformación radical y absoluta más que cuando Dios mismo entra en la existencia del hombre. La entrada de Dios lo cambia todo: tu corazón, tus relaciones, tus proyectos. Dejemos que el Señor habite en nosotros, preparemos nuestro corazón y nuestra vida con la pureza más profunda. La pureza más grande requiere, para entrar en la existencia del hombre, corazones puros, con la versión que solamente la gracia de Dios puede dar. Por eso, el amor a la Eucaristía nos lleva a apreciar cada día más y mejor el Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación. Os puedo asegurar que una de mis oraciones preferidas es esa petición que la liturgia pone en nuestros labios antes de la comunión, en la que pedimos no caer nunca fuera de la comunión con su Cuerpo, es decir, con Cristo mismo, no caer fuera del misterio eucarístico : “Jamás permitas que me separe de ti”. Y es que esto es necesario para estar viviendo en el espacio de la vida ya resucitada. ¿Cómo abrazar a todos los hombres? La Eucaristía es el corazón de la Iglesia y de la vida cristiana. El Beato Juan Pablo II nos decía “la Iglesia vive de la Eucaristía”. ¡Qué don más maravilloso! La Iglesia es como una red, que gracias a la comunidad eucarística, en la que todos nosotros estamos, al recibir al mismo Señor, nos transformamos en un solo cuerpo y abrazamos a todo el mundo. De ahí la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia, tanto mediante la celebración digna de la Cena del Señor como mediante la adoración silenciosa del Santísimo Sacramento, pues la vida de cada cristiano tiene que tomar “forma eucarística”. La Verdad y el Amor son las caras que contemplamos y acogemos en el misterio de la Eucaristía. Con gran afecto, os bendice + Carlos, Arzobispo de Valencia