Lugo04

Anuncio
En este año dedicado a la Eucaristía, adquiere un
especial relieve la celebración del Corpus, admirable Sacramento,
“que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los
hombres por medio del Espíritu Santo” (EdE 1). Es el misterio
más grande de los misterios de Dios y como Moisés ante la zarza
ardiendo, adoremos postrados con himnos de alabanza y gloria
este sacramento.
“La Iglesia vive de Cristo eucarístico, de El se
alimenta y por El es iluminada. Este es el misterio de nuestra fe y,
al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia lo
celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de
los dos discípulos de Emaús: Entonces se les abrieron los ojos y le
reconocieron” (Ibid. 6). La participación filial en la comunión de
vida y de amor divinos, fue nuestro origen, revela nuestra
salvación e indica nuestro destino. Dios nos envió a su Hijo que
en la encarnación inauguró un misterioso encuentro con la
humanidad; en su muerte redentora nos libró de la esclavitud del
pecado; en su resurrección venció la muerte; con el don del
Espíritu Santo vivificó el mundo con la vida divina, habiéndonos
dejado la Eucaristía como alimento, fuerza y luz del nuevo Pueblo
de Dios que peregrina hacia la casa del Padre.
El diálogo entre los judíos y Jesús sobre el Pan vivo
bajado del cielo evoca el milagro del maná con que Dios alimentó
a su pueblo en el desierto, un pueblo que estaba a punto de morir
de hambre y sed, como acabamos de escuchar: “el Señor tu Dios
te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el
maná que tu no conocías ni conocieron tus padres para enseñarte
que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la
boca de Dios”. Ahora el pan que Jesús nos da es su carne para la
vida del mundo. Sólo el que se alimenta de El tiene a Dios
mismo. Ante esta desconcertante revelación muchos de los
1
discípulos reaccionaron con el abandono del Maestro, otros se
unieron al sí pronunciado por Pedro quien no dudó en confesar
que sólo el Señor tiene palabras de vida eterna cuando dice
también: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del
Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo
resucitaré en el último día”. La fiesta del Corpus es como la voz
de la conciencia de la comunidad cristiana que año tras año,
afirma que somos los miembros del Cuerpo de Cristo alimentados
de la Eucaristía. “El pan que partimos ¿no nos une a todos en el
cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos
muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos todos del
mismo pan”. No podemos tener verdadera comunión con Cristo si
no la vivimos entre nosotros. Y no la podemos vivir entre
nosotros si existen los odios, las divisiones y la no voluntad de
reconciliación. Sobran crispaciones en nuestra convivencia.
Acoger a Cristo conlleva acoger a los que tenemos al lado. Esto es
así de modo incomprensible y misterioso porque este cuerpo
eucarístico tiene el poder de incorporarnos a Él. Lo que nos
parece inverosímil, es verdadero porque Dios es amor.
La Eucaristía, presencia real y verdadera de Cristo en
el mundo, es un desafío a la autenticidad de la Iglesia. Participar
en ella es aprender a ser promotor de comunión, de solidaridad y
de paz en todas las circunstancias de la vida y recibir la fuerza
para comprometernos activamente en la edificación de la
civilización del amor. La Eucaristía, amor hasta el extremo, ha
trastocado los criterios de dominio, con frecuencia inherentes a
las relaciones humanas, afirmando la actitud de servicio: “Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos”. Jesús, lavando los pies a los discípulos, es signo
inequívoco del sentido de la Eucaristía en cuya celebración debe
brillar siempre la caridad. “¿Por qué, pues, escribía Juan Pablo II,
2
no hacer de este Año de la Eucaristía un tiempo en que las
comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan
especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las
múltiples pobrezas de nuestro mundo? Pienso en el drama del
hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en
las enfermedades que flagelan a los Países en desarrollo, en la
soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de
los emigrantes. Se trata de males que, si bien en diversa medida,
afectan también a las regiones más opulentas. No podemos
hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la
atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos
discípulos de Cristo” (MND 28).
A Eucaristía é Deus coma resposta, coma presencia que
responde. “Neste Ano da Eucaristía hémonos de comprometer máis
decididamente a dar testemuño da presenza de Deus no mundo.
Non teñamos medo de falar de Deus nin de amosar os sinais da fe
coa fronte moi alta. A cultura da Eucaristía promove unha cultura
do diálogo que nela atopa forza e alimento. Erra quen cre que a
referencia pública á fe menoscaba a xusta autonomía do Estado e
das institucións civís ou que pode incluso fomentar actitudes de
intolerancia… Quen aprende a dicir gracias como o fixo Cristo na
cruz, poderá ser un mártir, pero xamais será un torturador” (MND
26).
“Asegúrovos que se non comedes a carne do Fillo do Home
non beberedes o seu sangue, non teredes vida en vós” (Xn 6,56). A
nosa vitalidade cristiá depende da Eucaristía, ordéase a ela coma a
súa fonte e o seu fin, e está esencialmente vinculada a ela de tal
xeito que sen vida eucarística non pode haber senón apariencias ou
convencionalismos de vida cristiá. “O que come deste pan, vivirá
para sempre” (Xn 6,59). Compartir o pan da Eucaristía lévanos a
lembrar a dimensión trascendente do home e a configurar a
sociedade respectando a lei santa de Deus reflectida na lei natural e
3
na recta razón, que amosa ó home o camiño que debe seguir para
practicar o ben e alcanzar o seu fin, expresa a dignidade da persoa e
determina a base dos seus dereitos e dos seus deberes
fundamentais. O autenticamente cristián é o autenticamente
humano. Defender o valores de Deus é defender os valores do
home.
Contemplemos a nosa vida á luz da Eucaristía. “Que a fe en
Deus que, encarnándose, fíxose o noso compañeiro de viaxe, se
proclame por doquier e particularmente polas nosas rúas e nas
nosas casas, coma expresión do noso amor agradecido e fonte de
inagotable bendición”. ¡Bendito e louvado sexa o santísimo
Sacramento do Altar, sexa por sempre bendito e louvado! Amén.
4
Descargar