En este año dedicado a la Eucaristía, adquiere un especial relieve la celebración del Corpus, admirable Sacramento, “que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo” (EdE 1). Es el misterio más grande de los misterios de Dios y como Moisés ante la zarza ardiendo, adoremos postrados con himnos de alabanza y gloria este sacramento. “La Iglesia vive de Cristo eucarístico, de El se alimenta y por El es iluminada. Este es el misterio de nuestra fe y, al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia lo celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Ibid. 6). La participación filial en la comunión de vida y de amor divinos, fue nuestro origen, revela nuestra salvación e indica nuestro destino. Dios nos envió a su Hijo que en la encarnación inauguró un misterioso encuentro con la humanidad; en su muerte redentora nos libró de la esclavitud del pecado; en su resurrección venció la muerte; con el don del Espíritu Santo vivificó el mundo con la vida divina, habiéndonos dejado la Eucaristía como alimento, fuerza y luz del nuevo Pueblo de Dios que peregrina hacia la casa del Padre. El diálogo entre los judíos y Jesús sobre el Pan vivo bajado del cielo evoca el milagro del maná con que Dios alimentó a su pueblo en el desierto, un pueblo que estaba a punto de morir de hambre y sed, como acabamos de escuchar: “el Señor tu Dios te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná que tu no conocías ni conocieron tus padres para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios”. Ahora el pan que Jesús nos da es su carne para la vida del mundo. Sólo el que se alimenta de El tiene a Dios mismo. Ante esta desconcertante revelación muchos de los 1 discípulos reaccionaron con el abandono del Maestro, otros se unieron al sí pronunciado por Pedro quien no dudó en confesar que sólo el Señor tiene palabras de vida eterna cuando dice también: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. La fiesta del Corpus es como la voz de la conciencia de la comunidad cristiana que año tras año, afirma que somos los miembros del Cuerpo de Cristo alimentados de la Eucaristía. “El pan que partimos ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo pan”. No podemos tener verdadera comunión con Cristo si no la vivimos entre nosotros. Y no la podemos vivir entre nosotros si existen los odios, las divisiones y la no voluntad de reconciliación. Sobran crispaciones en nuestra convivencia. Acoger a Cristo conlleva acoger a los que tenemos al lado. Esto es así de modo incomprensible y misterioso porque este cuerpo eucarístico tiene el poder de incorporarnos a Él. Lo que nos parece inverosímil, es verdadero porque Dios es amor. La Eucaristía, presencia real y verdadera de Cristo en el mundo, es un desafío a la autenticidad de la Iglesia. Participar en ella es aprender a ser promotor de comunión, de solidaridad y de paz en todas las circunstancias de la vida y recibir la fuerza para comprometernos activamente en la edificación de la civilización del amor. La Eucaristía, amor hasta el extremo, ha trastocado los criterios de dominio, con frecuencia inherentes a las relaciones humanas, afirmando la actitud de servicio: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Jesús, lavando los pies a los discípulos, es signo inequívoco del sentido de la Eucaristía en cuya celebración debe brillar siempre la caridad. “¿Por qué, pues, escribía Juan Pablo II, 2 no hacer de este Año de la Eucaristía un tiempo en que las comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las múltiples pobrezas de nuestro mundo? Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los Países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes. Se trata de males que, si bien en diversa medida, afectan también a las regiones más opulentas. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo” (MND 28). A Eucaristía é Deus coma resposta, coma presencia que responde. “Neste Ano da Eucaristía hémonos de comprometer máis decididamente a dar testemuño da presenza de Deus no mundo. Non teñamos medo de falar de Deus nin de amosar os sinais da fe coa fronte moi alta. A cultura da Eucaristía promove unha cultura do diálogo que nela atopa forza e alimento. Erra quen cre que a referencia pública á fe menoscaba a xusta autonomía do Estado e das institucións civís ou que pode incluso fomentar actitudes de intolerancia… Quen aprende a dicir gracias como o fixo Cristo na cruz, poderá ser un mártir, pero xamais será un torturador” (MND 26). “Asegúrovos que se non comedes a carne do Fillo do Home non beberedes o seu sangue, non teredes vida en vós” (Xn 6,56). A nosa vitalidade cristiá depende da Eucaristía, ordéase a ela coma a súa fonte e o seu fin, e está esencialmente vinculada a ela de tal xeito que sen vida eucarística non pode haber senón apariencias ou convencionalismos de vida cristiá. “O que come deste pan, vivirá para sempre” (Xn 6,59). Compartir o pan da Eucaristía lévanos a lembrar a dimensión trascendente do home e a configurar a sociedade respectando a lei santa de Deus reflectida na lei natural e 3 na recta razón, que amosa ó home o camiño que debe seguir para practicar o ben e alcanzar o seu fin, expresa a dignidade da persoa e determina a base dos seus dereitos e dos seus deberes fundamentais. O autenticamente cristián é o autenticamente humano. Defender o valores de Deus é defender os valores do home. Contemplemos a nosa vida á luz da Eucaristía. “Que a fe en Deus que, encarnándose, fíxose o noso compañeiro de viaxe, se proclame por doquier e particularmente polas nosas rúas e nas nosas casas, coma expresión do noso amor agradecido e fonte de inagotable bendición”. ¡Bendito e louvado sexa o santísimo Sacramento do Altar, sexa por sempre bendito e louvado! Amén. 4