FACULTAD DE TEOLOGÍA SAN DÁMASO Curso 2010-2011 Bienio de Teología litúrgica El Misterio Eucarístico en el Rito Mozárabe (cod.1620893) Prof. Dr.D. Eduardo Vadillo Romero LA EUCARISTÍA ALIMENTO Y COMUNIÓN Sesiones 10ª y 11ª: 9-xii-2010 NOTA IMPORTANTE: PARA ESTE DÍA HAY QUE TRAER EL ORDINARIO DE LA MISA MOZÁRABE QUE SE PUEDE DESCARGAR DEL BLOG DE LEXORANDI 1. Recuerdo de textos magisteriales recientes sobre la Eucaristía [Intervenciones de los alumnos] 2. Testimonios de la Liturgia Mozárabe sobre los aspectos de Comunión (tanto efectos de la comunión eucarística como su relación con la comunión en la Iglesia) Completuriae del Ordinario de la Misa Dípticos de la Misa 3. La celebración de la Eucaristía y la comunión de la Iglesia La misma celebración de la Eucaristía pone de relieve la comunión de la Iglesia en la medida que requiere una relación con la sucesión apostólica para que resulte válida, y de esa manera hace referencia a la comunión de los obispos entre sí. Esto no quiere decir, como ya quedó claro en la controversia donatista, que la Misa celebrada fuera de la comunión de la Iglesia no fuera válida, sino que simplemente no conseguía todos sus frutos, y a la vez estaba pidiendo como algo objetivo la plena comunión eclesial. En este punto es preciso recordar las enseñanzas concretas de la Communionis notio. I LA IGLESIA, MISTERIO DE COMUNION 3. El concepto de comunión está «en el corazón del autoconocimiento de la Iglesia»1, en cuanto misterio de la unión personal de cada hombre con la Trinidad divina y con los otros hombres, iniciada por la fe2, y orientada a la plenitud escatológica en la Iglesia 1 JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos de América, 16 de septiembre de 1987, n. 1: Insegnamenti di Giovanni Paolo II X,3 (1987) 553. 2 1 Jn 1, 3: «Os anunciamos lo que hemos visto y oído, para que estéis en comunión con nosotros. Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo». Cf. también 1 Cor 1, 9; JUAN PABLOII, Exh. Ap. Christifideles laici, 30 de diciembre de 1988; SÍNODO DE LOS OBISPOS {II Asamblea extraordinaria} (1985) 1 celeste, aun siendo ya una realidad incoada en la Iglesia sobre la tierra 3. Para que el concepto de comunión, que no es unívoco, pueda servir como clave interpretativa de la eclesiología, debe ser entendido dentro de la enseñanza bíblica y de la tradición patrística, en las cuales la comunión implica siempre una doble dimensión: vertical (comunión con Dios) y horizontal (comunión entre los hombres). Es esencial a la visión cristiana de la comunión reconocerla ante todo como don de Dios, como fruto de la iniciativa divina cumplida en el misterio pascual. La nueva relación entre el hombre y Dios, establecida en Cristo y comunicada en los sacramentos, se extiende también a una nueva relación de los hombres entre sí. En consecuencia, el concepto de comunión debe ser capaz de expresar también la naturaleza sacramental de la Iglesia mientras «caminamos lejos del Señor»4, así como la peculiar unidad que hace a los fieles ser miembros de un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo5, una comunidad orgánicamente estructurada6, «un pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»7, dotado también de los medios adecuados para la unión visible y social8. 4. La comunión eclesial es al mismo tiempo invisible y visible. En su realidad invisible, es comunión de cada hombre con el Padre por Cristo en el Espíritu Santo, y con los demás hombres copartícipes de la naturaleza divina9, {429} de la pasión de Cristo10, de la misma fe11, del mismo espíritu12. En la Iglesia sobre la tierra, entre esta comunión invisible y la comunión visible en la doctrina de los Apóstoles, en los sacramentos y en el orden jerárquico, existe una íntima relación. Mediante estos dones divinos, realidades bien visibles, Cristo ejerce en la historia de diversos modos Su función profética, sacerdotal y real para la salvación de los hombres13. Esta relación entre los elementos invisibles y los elementos visibles de la comunión eclesial es constitutiva de la Iglesia como Sacramento de salvación. De esta sacramentalidad se sigue que la Iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo14; a ser para todos «sacramento inseparable de unidad»15. 5. La comunión eclesial, en la que cada uno es inserido por la fe y el Bautismo16, tiene su raíz y su centro en la Sagrada Eucaristía. En efecto, el Bautismo es incorporación en un cuerpo edificado y vivificado por el Señor resucitado mediante la Eucaristía, de tal modo Relatio finalis, II, C) 1. {Ench. Vat. 9 (1983-1985) n.1800} Cf. Fil 3, 20-21; Col 3, 1-4; CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 48. 4 2 Cor 5, 6. Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 1. 5 Cf. ibidem, n. 7; PÍO XII, Enc. Mystici Corporis, 29 de junio de 1943: AAS 35 (1943) 200 ss. 6 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 11 §1. 7 SAN CIPRIANO, De Oratione Dominica, 23: PL 4, 553; Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 4 §2. 8 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 9 §3. 9 Cf. 2 Pe 1, 4. 10 Cf. 2 Cor 1, 7. 11 Cf. Ef 4, 13; Flm 6. 12 Cf. Fil 2, 1. 13 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, nn. 25-27. 14 Cf. Mt 28, 19-20; Jn 17, 21-23; Ef 1, 10; CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, nn. 9 §3, 13 y 17; Decr. Ad gentes, nn. 1 y 5; SAN IRENEO, Adversus haereses, III, 16, 6 y 22, 1-3: PG 7, 925-926 y 955958. 15 SAN CIPRIANO, Epist. ad Magnum, 6: PL 3, 1142. 16 Ef 4, 4-5: «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como habéis sido llamados a una sola esperanza, la de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo». Cf. también Mc 16, 16. 3 2 que este cuerpo puede ser llamado verdaderamente Cuerpo de Cristo. La Eucaristía es fuente y fuerza creadora de comunión entre los miembros de la Iglesia precisamente porque une a cada uno de ellos con el mismo Cristo: «participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a la comunión con El y entre nosotros: “Porque el pan es uno, somos uno en un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17)»17. Por esto, la expresión paulina: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, significa que la Eucaristía, en la que el Señor nos entrega su Cuerpo y nos transforma en un solo Cuerpo18, es el lugar donde permanentemente la Iglesia se expresa en su forma más esencial: presente en todas partes y, sin embargo, sólo una, así como uno es Cristo. {430} 6. La Iglesia es Comunión de los santos, según la expresión tradicional que se encuentra en las versiones latinas del Símbolo apostólico desde finales del siglo IV19. La común participación visible en los bienes de la salvación (las cosas santas), especialmente en la Eucaristía, es raíz de la comunión invisible entre los participantes (los santos). Esta comunión comporta una solidaridad espiritual entre los miembros de la Iglesia, en cuanto miembros de un mismo Cuerpo20, y tiende a su efectiva unión en la caridad, constituyendo «un solo corazón y una sola alma»21. La comunión tiende también a la unión en la oración22, inspirada en todos por un mismo Espíritu23, el Espíritu Santo «que llena y une toda la Iglesia»24. Esta comunión, en sus elementos invisibles, existe no sólo entre los miembros de la Iglesia peregrina en la tierra, sino también entre éstos y todos aquellos que, habiendo dejado este mundo en la gracia del Señor, forman parte de la Iglesia celeste o serán incorporados a ella después de su plena purificación25. Esto significa, entre otras cosas, que existe una mutua relación entre la Iglesia peregrina en la tierra y la Iglesia celeste en la misión histórico-salvífica. De ahí la importancia eclesiológica no sólo de la intercesión de Cristo en favor de sus miembros26, sino también de la de los santos y, en modo eminente, de la Bienaventurada Virgen María27. La esencia de la devoción a los santos, tan presente en la piedad del pueblo cristiano, responde pues a la profunda realidad de la Iglesia como misterio de comunión. […] 17 CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 7 §2. La Eucaristía es el sacramento «mediante el cual se construye la Iglesia en el tiempo presente» (SAN AGUSTÍN, Contra Faustum, 12, 20: PL 42, 265). «Nuestra participación en el cuerpo y en la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a transformarnos en aquello que recibimos» (SAN LEÓN MAGNO, Sermo 63, 7: PL 54, 357). 18 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, nn. 3 y 11 §1; SAN JUAN CRISÓSTOMO, In 1 Cor. hom., 24, 2: PG 61, 200. 19 Cf. DS 19, 26-30. 20 Cf. 1 Cor 12, 25-27; Ef 1, 22-23; 3, 3-6. 21 Hch 4, 32. 22 Cf. Hch 2, 42. 23 Cf. Rom 8, 15-16.26; Gal 4, 6; CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 4. 24 SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, q. 29, a. 4 c. En efecto, «levantado en la cruz y glorificado, el Señor Jesús envió el Espíritu que había prometido, por medio del cual llamó y congregó al pueblo de la Nueva Alianza, que es la Iglesia» (CONCILIO VATICANO II, Decr. Unitatis redintegratio, n. 2 §2). 25 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 49. 26 Cf. Heb 7, 25. 27 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, nn. 50 y 66. 3 III COMUNION DE LAS IGLESIAS, EUCARISTIA Y EPISCOPADO 11. La unidad o comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal, además de en la misma fe y en el Bautismo común, está radicada sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado. Está radicada en la Eucaristía porque el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una particular comunidad, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica28. En nuestros días el redescubrimiento de una eclesiología eucarística, con sus indudables valores, se ha expresado sin embargo a veces con acentuaciones unilaterales del principio de la Iglesia local. Se afirma que donde se celebra la Eucaristía, se haría presente la totalidad del misterio de la Iglesia, de modo que habría que considerar no-esencial cualquier otro principio de unidad y de universalidad. Otras concepciones, bajo influjos teológicos diversos, tienden a radicalizar aún más esta perspectiva particular de la Iglesia, hasta el punto de considerar que es el mismo reunirse en el nombre de Jesús (cf. Mt 18, 20) lo que genera la Iglesia: la asamblea que en el nombre de Cristo se hace comunidad, tendría en sí los poderes de la Iglesia, incluido el relativo a la Eucaristía; la Iglesia, como algunos dicen, nacería «de la base». Estos y otros errores similares no tienen suficientemente en cuenta que es precisamente la Eucaristía la que hace imposible toda autosuficiencia de la Iglesia particular. En efecto, la unicidad e indivisibilidad del Cuerpo eucarístico del Señor implica la unicidad de su {434} Cuerpo místico, que es la Iglesia una e indivisible. Desde el centro eucarístico surge la necesaria apertura de cada comunidad celebrante, de cada Iglesia particular: del dejarse atraer por los brazos abiertos del Señor se sigue la inserción en su Cuerpo, único e indiviso. También por esto, la existencia del ministerio Petrino, fundamento de la unidad del Episcopado y de la Iglesia universal, está en profunda correspondencia con la índole eucarística de la Iglesia. 12. Efectivamente, la unidad de la Iglesia está también fundamentada en la unidad del Episcopado29. Como la idea misma de Cuerpo de las Iglesias reclama la existencia de una Iglesia Cabeza de las Iglesias, que es precisamente la Iglesia de Roma, que «preside la comunión universal de la caridad»30, así la unidad del Episcopado comporta la existencia de un Obispo Cabeza del Cuerpo o Colegio de los Obispos, que es el Romano Pontífice31. De la unidad del Episcopado, como de la unidad de la entera Iglesia, «el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es principio y fundamento perpetuo y visible»32. Esta unidad del Episcopado se perpetúa a lo largo de los siglos mediante la sucesión apostólica, y es también fundamento de la identidad de la Iglesia de cada época con la Iglesia edificada por Cristo sobre Pedro y sobre los demás Apóstoles33. Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 26 §1; SAN AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium Tractatus, 26, 13: PL 35, 1612- 1613. 29 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, nn. 18 §2, 21 §2, 22 §1. Cf. también SAN CIPRIANO, De catholicae Ecclesiae unitate, 5: PL 4, 516-517; SAN AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium. Tractatus, 46, 5: PL 35, 1730. 30 SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epist. ad Romanos, prol.: PG 5, 685; Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 13 §3. 31 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 22 §2. 32 Ibid., n. 23 §1. Cf. CONCILIO VATICANO I, Const. Pastor aeternus: DS 3051-3057; SAN CIPRIANO, De catholicae Ecclesiae unitate, 4: PL 4, 512-515. 33 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 20; SAN IRENEO, Adversus haereses, III, 3, 1-3: 28 4 13. El Obispo es principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular confiada a su ministerio pastoral34, pero para que cada Iglesia particular sea plenamente Iglesia, es decir, presencia particular de la Iglesia universal con todos sus elementos esenciales, y por lo tanto constituida a imagen de la Iglesia universal, debe hallarse presente en ella, como elemento propio, la suprema autoridad de la Iglesia: el Colegio episcopal «junto con su Cabeza el Romano Pontífice, y jamás sin ella»35. El Primado del Obispo de Roma y el Colegio episcopal son elementos propios de la Iglesia universal «no derivados de la particularidad de las Iglesias»36, pero interiores a cada Iglesia particular. Por tanto, «debemos ver el ministerio del Sucesor de Pedro, no sólo como un servicio “global” que alcanza a toda Iglesia particular “desde fuera”, sino como perteneciente ya a la esencia de cada Iglesia particular {435} “desde dentro”»37. En efecto, el ministerio del Primado comporta esencialmente una potestad verdaderamente episcopal, no sólo suprema, plena y universal, sino también inmediata, sobre todos, tanto sobre los Pastores como sobre los demás fieles38. Que el ministerio del Sucesor de Pedro sea interior a cada Iglesia particular, es expresión necesaria de aquella fundamental mutua interioridad entre Iglesia universal e Iglesia particular39. 14. Unidad de la Eucaristía y unidad del Episcopado con Pedro y bajo Pedro no son raíces independientes de la unidad de la Iglesia, porque Cristo ha instituído la Eucaristía y el Episcopado como realidades esencialmente vinculadas40. El Episcopado es uno como una es la Eucaristía: el único Sacrificio del único Cristo muerto y resucitado. La liturgia expresa de varios modos esta realidad, manifestando, por ejemplo, que toda celebración de la Eucaristía se realiza en unión no sólo con el propio Obispo sino también con el Papa, con el orden episcopal, con todo el clero y con el entero pueblo41. Toda válida celebración de la Eucaristía expresa esta comunión universal con Pedro y con la Iglesia entera, o la reclama objetivamente, como en el caso de las Iglesias cristianas separadas de Roma42.» 4. Los efectos de la Eucaristía como alimento Los efectos de la Eucaristía se suelen distribuir en tres grupos: a) Efecto cristológico (incorporatio) La clave para entender este efecto es recordar que Cristo ha establecido la Eucaristía como alimento de salvación, y que en ella, en cierto modo, se continúa la Encarnación. Si a esto PG 7, 848-849; SAN CIPRIANO, Epist. 27, 1: PL 4, 305-306; SAN AGUSTÍN, Contra adversarios legis et prophetarum, 1, 20, 39: PL 42, 626. 34 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 23 §1. 35 Ibid., n. 22 §2; Cf. también n. 19. 36 JUAN PABLO II, Discurso a la Curia Romana, 20 de diciembre de 1990, n. 9: AAS 83 (1991) 745-747. 37 JUAN PABLOII, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos de América, 16 de septiembre de 1987, n. 4: Insegnamenti di Giovanni Paolo II 10, 3 (1987) 553. 38 Cf. CONCILIO VATICANO I, Const. Pastor aeternus, cap. 3: DS 3064; CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 22 §2. 39 Cf. supra, n. 9. 40 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 26; SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epist. ad Philadephienses, 4: PG 5, 700; Epist. ad Smyrnenses, 8: PG 5, 713. 41 Cf. Missale Romanum, Plegaria Eucarística III. 42 Cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 8 §2. 5 añadimos la condición corporal del hombre y que en su santificación no se puede prescindir de lo corporal y visible se entiende que la mayor incorporación a Cristo venga por la comunión eucarística y la recepción del sacramento. La consideración del Eucaristía como perfección de las perfecciones (De ecclesiastica Hierarchia) depende en realidad del grado de seriedad con el que se tome que nuestra salvación depende de Cristo, y la fe en su presencia real. Por eso la mayor comunicación de la vida divina, el aumento de la caridad etc, estará siempre vinculado a la Eucaristía. Respecto a los pecados es cierto que en muchas fórmulas litúrgicas se habla de la Eucaristía y el perdón de los pecados, pero a la vez se ha mantenido, desde san Pablo, la necesidad de ausencia de pecado mortal para poder recibirla: en realidad el sacrificio que se hace presente en la Eucaristía, como hemos visto, es el de la Cruz, que ha perdonado todos los pecados, y mueve a todos los hombres a que se unan a Cristo, pero la recepción concreta del Cuerpo del Señor requiere la comunión básica que supone la ausencia de pecado mortal y la comunión con la Iglesia. b) Efecto eclesiológico (concorporatio) A partir del aspecto anterior y a partir del aspecto de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, en la línea paulina, aparece la relación entre Eucaristía e Iglesia. Sin embargo, manteniendo precisamente los resultados agustinianos de la controversia donatista, y por actuar Cristo en los sacramentos, aun celebrada sin plena comunión con la Iglesia, podría ser válida tal Eucaristía. Obviamente no conseguiría sus frutos últimos que tiene que ver con la caridad y con la unión en la Iglesia. c) Efecto escatológico (ius ad gloriam) El efecto escatológico, ya formulado en Jn 6,54.58 es la mera consecuencia de los dos anteriores si añadimos el carácter limitado y finito de la vida del hombre sobre la tierra. Dado que todas las gracias proceden de Cristo y se dan en relación con la Iglesia, también su consecuencia para la vida eterna. De ahí la costumbre del viático, o comunión que abra el paso a la eternidad. También respecto a la resurrección gloriosa se ha subrayado el papel de la Eucaristía, porque el alma glorificada, antes de reasumir su cuerpo, no ha dejado de decir orden a ese mismo cuerpo. Dado que la Eucaristía precisamente ha contribuido de manera excelente a que el alma reciba la vida divina mediante su cuerpo, es lógico que recibir en este mundo la Eucaristía es la prenda de la resurrección futura, y nos habla, al mismo tiempo de la dignidad del cuerpo humano. Bibliografía: A.PIOLANTI, Il Mistero Eucarstico, LEV (Vaticano) 1996, 602-627. 6