Iglesia de Dios – Mayordomía General – Guatemala, C.A. - ¿Qué significa aceptar a Cristo? Visítenos: www.iglesiadedios.com.gt ¿QUÉ SIGNIFICA ACEPTAR A CRISTO? ¿Qué quiere decir la palabra aceptar?, este término viene del latín aceptare, que significa recibir, tomar o consentir. Aceptar a Cristo significa recibirle en el corazón, hacerlo participante de nuestra naturaleza, solo así podemos ser llamados Hijos de Dios “Mas a todos los que le recibieron, dioles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre” Juan 1:12. Es la obra misma de Cristo la que debe aceptarse o recibirse en el corazón como el único medio para ser rescatados y alcanzar vida eterna. Como parte de la estrategia de Satanás, los falsos maestros enseñan a las multitudes que basta con levantar la mano para aceptar a Cristo, y luego meterlos al agua, aunque la gente no comprenda cual fue la enseñanza del Maestro y el cambio que El hace en aquel que le acepta para llamarse verdaderamente cristiano. Por otro lado, están aquellos que muestran a la gente una escultura del supuesto Cristo, y les enseñan a adorar aquella imagen, alejándose así de la verdad que enseñó nuestro Señor Jesucristo. El llamado cristianismo es un gran movimiento religioso, social y económico, pero vacío de Cristo. Prueba de lo anterior es el constante surgimiento de sectas, cuyo origen está fundamentado en el egoísmo y la avaricia de los líderes religiosos que únicamente han copiado la doctrina de la Iglesia del mundo pero no la han basado en las Sagradas Escrituras. Jesús el Unigénito de Dios Lo primero es aceptar a Cristo como el Hijo de Dios. Aceptar al Cristo Divino, al Unigénito Hijo de Dios, rechazando al Cristo de la tradición. Aceptar a Cristo es consentir con los propósitos divinos. Tomar como cosa propia lo que Dios ha propuesto. Y esto que Dios se ha propuesto ha sido realizado por el Hijo del mismo Dios de quién no tenemos nada que tachar; en cierta ocasión, él mismo preguntó ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Juan 8:46. Ah!, quiere decir que aceptar a Cristo es consentir definitivamente hasta la muerte con el plan de salvación propuesto por Dios a través de la obra realizada por Cristo. Esta aseveración la comprobamos con lo escrito por el apóstol Pablo a los Romanos 8:38-39 “Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, 1 ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Juan 3:17 “Porque no envió Dios a su hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por Él”. Cristo quiere obrar en nosotros primeramente el perdón de nuestros pecados. Este es el inicio de lo que Cristo quiere obrar en nosotros. PERDÓN, PERDÓN DIVINO. Usted y yo necesitamos de ellos, al aceptar a Cristo estamos aceptando el perdón de nuestros pecados. Así leemos en 1ª. Juan 1:9 “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad”. Así lo entendió el salmista y así nos lo enseñó. Salmo 51:4 “A ti, a ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos: Porque seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.” La soberbia es el impedimento para que el hombre confiese su maldad ante Dios, el camino para que el pecador pueda hacerlo es humillarse ante Dios y reconocer delante de Él que es pecador y que necesita de su perdón. La confesión de nuestros pecados no es ante otro pecador igual a nosotros o quizá un poco peor. Ese sistema ha sido inventado en mala hora por la curia romana. No, la confesión que demanda la Palabra de Dios es directamente al Juez Supremo como leemos en Salmo 32:5 “Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad, confesaré, dije, contra mí mis rebeliones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado”. Resumiendo este primer punto estamos entendiendo que para tener un buen principio lo primero es la aceptación de Cristo, es necesario humillarse ante Dios y reconocer, sí, reconocer que somos pecadores, que no tenemos méritos y que necesitamos de su clemencia, como explica el apóstol en Efesios 2:9 “No por obras, para que nadie se gloríe”. Cuando no hay este principio, cuando la persona no se siente tan pecadora, cree que más bien aquella congregación a la que va a ingresar necesita de ella. Se siente interesante e indispensable y pasa a formar parte de aquella congregación con cierto aire de superioridad. Esta persona no ha entrado por la puerta como recomienda el Hijo de Dios, Él mismo dijo “Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo...”. Juan 10:9. Derechos Reservados. © Iglesia de Dios, Guatemala, C.A. Este estudio puede ser reproducido total o parcialmente siempre y cuando no se altere el contenido del mismo y se cite la fuente. Iglesia de Dios – Mayordomía General – Guatemala, C.A. - ¿Qué significa aceptar a Cristo? Visítenos: www.iglesiadedios.com.gt La humildad hace que el hombre se humille delante del Señor, para reconocer que antes de recibir su perdón no somos nada, mas que simples gusanos, como dice Job 25:6: “¿Cuánto menos el hombre que es un gusano, y el hijo del hombre, también gusano? o como dice en Isaías 64:6: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia..” ¿Qué es entonces usted, qué soy yo?, Antes de conocer el evangelio no somos nada, como dice el Salmo 62:9 que si nos pesan a todos igualmente en la balanza, somos menos que la vanidad. El segundo paso es, ACEPTARLE COMO EL MEDIO DE RESCATE. Exactamente como nos lo dice en 1ª. Timoteo 2:6 “El cual se dio a sí mismo en precio del rescate por todos, para testimonio en sus tiempos”. Fijémonos en esta parte tan importante: para que Dios perdonara, se necesitaba del medio expiatorio o sea la reparación de la culpa por medio de un sacrificio. Y este sacrificio lo realizó el VERBO HECHO CARNE, pagando así lo que nosotros debíamos a la justicia divina. Por esta razón estaba predicho en Isaías 53:6 “...Más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Él mismo se dio en precio del rescate de lo que usted y yo deberíamos haber pagado. Jesucristo dejó a un lado la letra y el rito, y por esta razón, Jesús ni bautizó, ni tampoco escribió algún libro. Ese no era su ministerio, su ministerio era más grande, más sublime, como dice el apóstol Pablo a los Hebreos, más sublime que los cielos Hebreos 7:26. Su ministerio consistía en ofrendarse a su Padre como la víctima sublime y a la vez en bautizar en ESPÍRITU SANTO para que por este medio el hombre se santificara en el renacimiento de una nueva criatura. Usted recuerda bien quién era Pablo, efectivamente fue el gran apóstol de los gentiles, escritor de 14 epístolas, pero antes de ser apóstol, fue Doctor de la ley, fariseo de fariseos, irreprensible en sus ceremonias, sin embargo para aceptar a Cristo hizo una confesión, “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales YO SOY EL PRIMERO” 1ª. Timoteo 1:15. El gran doctor en la ley, no obstante su celo en las ceremonias levíticas reconoció que todo ese esplendor de ritos no había hecho nada efectivo para limpiarle de sus pecados. De manera que si Pablo sí se reconoció como el último de los pecadores con todo y su celo en la ley, qué será usted y qué seré yo, somos pecadores urgidos de este precioso medio de rescate puesto por el Altísimo. 2 Aceptemos pero no al Cristo de la tradición, no al Cristo católico y protestante, aceptemos al Cristo que describe la Sagrada Escritura, que es el libro de los siglos, el cual ha permanecido a través de las centurias. Si Cristo se dio a sí mismo por nosotros como dice Tito 2:14, nosotros al aceptarle debemos darnos a Él, porque nos ha comprado, como dice en 1ª. Corintios 6:20 “Porque comprados sois por precio, glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. Con Jesucristo estamos justificados. Así leemos en Romanos 4:5-8 “Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia. Como también David dice ser bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón al cual Dios no imputó pecado”. Ni usted ni yo obramos, más bien siendo pecadores fuimos alcanzados por su gracia bendita, no nos exigió ninguna obediencia para alcanzar méritos, simplemente que creyéramos en aquel que había obrado a favor de nosotros. Somos dichosos nosotros porque sin obras hemos sido justificados. Sin Cristo somos abominables delante del Padre, porque solos no tenemos méritos para decirle Abba Padre, pero en Cristo Jesús hemos recibido el espíritu de adopción como dice en Romanos 8:15 “Porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez en temor; más habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos, Abba, Padre”. Cristo todo lo cumplió por usted y por mí. Esta convicción debemos tener muy arraigada en nuestro corazón, puesto que si no fuese por ello ningún humano podía presentarse delante del Todopoderoso. Cristo es nuestra justicia. Esta es la mayor gracia. Así leemos en 1ª. Corintios 1:30-31 “Mas de él sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha hecho por Dios: sabiduría y justificación, y santificación, y redención: Para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”. Así que si ahora asistimos a la Casa de Oración, guardamos sus mandamientos, cumplimos su Palabra, no es de forma teórica, sino porque vivimos en El y por El. Concluimos diciendo con el apóstol Pablo “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya no, mas vive Cristo en mi: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a si mismo por mi.” Gálatas 2:20. Derechos Reservados. © Iglesia de Dios, Guatemala, C.A. Este estudio puede ser reproducido total o parcialmente siempre y cuando no se altere el contenido del mismo y se cite la fuente.