Catequesis del miércoles 13 de abril de 2011 – la oración en Cristo, preparación y participación en la vida eterna. En catequesis anteriores ya recordamos que la oración cristiana es participación de la oración de Jesús. Por eso somos hechos adoradores del Padre en el Espíritu y en la Verdad, que el Hijo mismo nos ha comunicado. 1. Orar en el nombre de Jesús. Hoy mi primera reflexión proviene del testimonio de la oración de Jesús que nos testifica el capítulo 11 de San Juan. En el largo relato del Domingo pasado, Jesús, eleva los ojos al cielo, y, antes de resucitar a Lázaro, da gracias al Padre, porque siempre lo escucha. Jesús tiene la certeza de que su oración es escuchada, por dos razones que forman parte de su vida de Hijo de Dios: por un lado porque sabe que el Padre lo ama sin medida y está totalmente abandonado en el amor del Padre, y, simultáneamente porque él hace siempre lo que al Padre le agrada. Así Jesús realiza la verdad de la oración y nos comunica la verdad de la oración cristiana, de la oración filial. Jesús nos asegura que todo lo que pidamos al Padre en su nombre, el Padre nos lo concederá. Ahora bien, pedir en su nombre al Padre, es pedir abandonado totalmente en el amor del Padre y queriendo sólo lo que al Padre le agrada. La oración del bautizado, del discípulo, del cristiano, ha de ser en el nombre de Jesús, es decir en él. Por eso o es un pleno abandono de confianza en el amor del Padre y sólo búsqueda de su voluntad, de agradarle, o, al menos, es un intento un camino, para que el Espíritu Santo nos vaya introduciendo en la oración de Jesús, un pedir para que el Padre nos dé la plena confianza en su amor, nos purifique para que sólo queramos agradarle, santificar su nombre. Jesús, levantó los ojos y dijo: Padre te doy gracias por haberme escuchado (Jn.11,41) Sin excluir la súplica y otras dimensiones de la oración, se nos muestra que la oración de Jesús es sobre todo de acción de gracias, de bendición al Padre. Bendecir a Dios y darle gracias está en el nervio de su oración de Hijo. Lo mismo sucede en el centro de la oración de la entrega, en la cena, cuando Jesús instituye la Eucaristía, y es, en definitiva, la oración de Jesús resucitado que ha entrado en los cielos. Podemos decir que la acción de gracias sintetiza toda la oración de la Iglesia, unida a Cristo, y la de cada cristiano unido a Cristo. Creyendo en Jesús muerto, resucitado, glorificado, movidos por el Espíritu Santo, la fe de la Iglesia y de cada cristiano en ella, se funda en el amor del Padre que es más fuerte que todo, que todo pecado y que la misma muerte, a la que Cristo ha vencido: el abandono en el amor misericordioso, clemente, fuerte y vencedor del Padre, en la oración cristiana participa de la oración de Jesús. Así, confiada, la Iglesia unida a Cristo, y en ella cada cristiano, quiere buscar sólo agradar al Padre, que se haga su voluntad. Con esta victoria de la fe, que es la oración que participa de Cristo, la Iglesia en toda ocasión, aún perseguida, aún muriendo en sus mártires, aún peor combatida por el pecado de algunos de sus miembros, no deja de elevar los ojos al cielo y de dar gracias. Miremos un momento la oración central de la Misa, la plegaria eucarística. Esa larga oración que empieza con ‘levantemos el corazón’ y termina con por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre todo honor y toda gloria en la unidad del Espíritu Santo. Esa oración es complejísima, abarca todo: hace memoria de la pasión y resurrección del Señor; ofrece el sacrificio de Cristo y de la Iglesia en que nos entregamos al Padre, pide la efusión del Espíritu Santo, suplica por el perdón de los pecados, pide por vivos y difuntos, recuerda a María, los apóstoles, y los santos. Pero, sobre todo, y lo que le da nombre a toda esta plegaria es la acción de gracias: damos gracias al Padre, siempre y en todo lugar, porque es justo y necesario. Así estamos metidos en la oración de Jesús. Por eso la Santa Misa, se llama Eucaristía, Acción de Gracias. Porque en Cristo el pecado y la muerte han sido vencidos y la vida de Dios ha triunfado en nosotros. 2. La oración cristiana en la esperanza de la vida eterna. La resurrección de Lázaro, cuatro días después de su muerte, es el último gran signo que hizo Jesús, antes de su pasión, muerte, resurrección y glorificación en los cielos. En el centro del relato está la afirmación de Jesús: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí no morirá para siempre. Y luego la pregunta a Marta: ¿crees esto? con su respuesta: Si, Señor, yo creo que eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Toda oración cristiana o es expresión y ejercicio de esa fe: que Cristo es el Hijo de Dios y que creyendo en él alcanzamos la vida eterna o es un pedido para creer así, como aquel padre que le dijo a Jesús: creo, pero aumenta mi fe. Creer que Jesús es la resurrección y la vida y que esto es lo más real de la realidad, y esperar con toda esperanza la resurrección de los muertos y la vida eterna, no es sólo saber una cosa más, es la luz que da sentido a la existencia. ¿Vivimos para la muerte o vivimos para la vida? ¿Vivimos para la verdad de la vida que Jesús nos ha prometido? ¿O vivimos como quienes no tienen esperanza, ni desean la vida de Dios.? ¿Pedimos de acuerdo a esta fe y esperanza, o pedimos como quienes no tienen más esperanza que esta vida mortal y sus bienes caducos? Como dice el Apóstol: si solo para esta vida tenernos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más desgraciados de todos los hombres! 81 Cor.15,19). Pero no. Cristo de verdad resucitó de entre los muertos, y nos ha comunicado por el bautismo la vida de Dios, la vida inmortal. Entonces toda oración cristiana es verdadera dentro de un sentido, de una escala de valores. Pedimos ser curados de la enfermedad, pero sobre todo pedimos la vida eterna. Pedimos tener las circunstancias que nos permitan vivir superando las necesidades diarias, pero sobre todo pedimos escuchar la Palabra de Dios y seguirla, porque no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Pedimos el trabajo necesario para sustentar nuestra vida y la de la familia, pero sobre todo pedimos vernos libres de pecado y de toda perturbación. Pedimos aquello que nos parece útil y aún agradable para nosotros y los demás, pero sobre todo pedimos agradar a Dios y hacer su voluntad. Pedimos vernos libres de pecado y de toda perturbación, pero sobre todo aguardamos la gloriosa venida de nuestro Dios y salvador Jesucristo. En todos estos ejemplos mostramos cómo la oración cristiana que abarca todo lo bueno, tiene un orden: el consuelo y la necesidad presente, pero sobre todo la vida eterna junto a Dios; lo necesario para la vida temporal, pero sobre todo el agradar a Dios. El principio y el fin de la oración del bautizado es participar de la oración de Jesús, de la vida de Jesús, ser una oración de hijo de Dios. Jesús en su oración vive y expresa su unidad con el Padre. La oración del cristiano expresa la unidad con el Padre que Cristo nos regalo: unidad porque todo lo recibe del amor del Padre y tiene por cierto, como una roca, que el Padre en todo momento nos ama y nos llama a vivir de su amor; unidad porque sólo quiere hacer la voluntad del Padre y agradarle en todo. El Espíritu Santo que Jesús nos entrega en el bautismo y nos sella en la confirmación es el que nos va uniendo con la oración de Jesús. Da testimonio de que somos hijos amados y nos mueve desde el corazón a clamar Abbá, Padre. Nos impulsa a decir con Jesús: hágase tu voluntad y no la mía. Todo el padrenuestro lo rezamos con las palabras de Jesús, movidos por el Espíritu de adopción filial. El Espíritu Santo nos hace orar con la fe de que en Cristo somos perdonados, con la esperanza de la vida eterna que sostiene la oración verdadera. El mismo Espíritu Santo que habita y ora en nosotros es el que resucitó el cuerpo de Cristo, dándole la inmortalidad en la carne. El mismo Espíritu es el que esperamos que nos resucite con cuerpo glorioso y es el que ahora nos hace esperar la vida eterna y ver al Padre. Así oraron los santos en su dicha, dando gracias a Dios y esperando la vida eterna, en sus tribulaciones y dolores, ofreciendo todo con Cristo al Padre, en todo momento buscando la voluntad de Dios y queriendo agradar al Padre. Así oraron los mártires, que unidos a Cristo, movidos por el Espíritu Santo, en la misma muerte, en sus dolores creyeron en el amor del Padre y se entregaron a él, puesta toda su esperanza en Dios que resucita muertos y queriendo glorificar a Dios en su propio cuerpo. 3. la oración cristiana participación de la resurrección y la vida eterna. Aún conviene que demos un paso más. La oración de la Iglesia, es por Cristo, con él y en él. Cuando reza la Iglesia se une a Cristo resucitado, que está glorificado a la derecha del Padre, rodeado de todos los ángeles. Esto significa que la oración de la Iglesia, y en ella la oración de cada cristiano, no sólo es en la esperanza de la victoria definitiva, de la vida eterna, sino que ya es participación de la vida eterna, de la vida del cielo. La carta a los Hebreos insiste en que Jesús ha entrado en el santuario del cielo y allí está ante el Padre, allí ofrece su sacrificio eterno, allí intercede por nosotros como abogado y mediador. Pero la misma carta enseña que nosotros los cristianos ya estamos con nuestra cabeza, con nuestro jefe en el cielo. Nos dice que nos hemos acercado a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén del cielo, a miles de ángeles, a la asamblea solemne y reunión de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus llegados a su consumación y a Jesús mediador de la nueva alianza (cf. Heb.12,22-24). Entonces nuestra oración cristiana ya es participación de la vida eterna, de la vida celestial. Todavía no se ve del todo, pero lo es ya. Cuando la Iglesia ora y bautiza, es Cristo que está en los cielos quien bautiza, y envía desde el Padre el Espíritu Santo. Sobre todo en la Santa Misa, por Cristo, con él y en él, estamos en la presencia del Padre, de Dios mismo. Cuando se nos dice ‘levantemos el corazón’ y contestamos ‘lo tenemos levantado hacia el Señor’, expresamos que estamos ante Dios mismo, porque unidos a Cristo en el Espíritu Santo estamos ya en el cielo. Cuando cantamos ‘santo, santo, santo’ estamos unidos a los coros de los ángeles que adoran la majestad de la Trinidad en los cielos. Cuando presentamos ante el Padre el sacrificio de Cristo, puro, inmaculado y santo, haciendo memoria de su pasión, resurrección y gloriosa ascensión, la Iglesia toda, y cada uno en ella, está ofreciendo y ofreciéndose con Jesucristo que en el cielo está ofreciéndose al Padre. Jesús dice que el que cree tiene vida eterna, es decir, el que conoce al Padre y al Hijo, y vive participando de la relación del Padre y del Hijo, ya tiene la vida de Dios. La vida cristiana tiene su máxima expresión en la oración cristiana, que ya es vida eterna, ya vence al mundo, al pecado y a la muerte, porque se apoya en el Padre que resucita muertos, porque está unida a la victoria de Cristo y la sostiene el Espíritu Santo. En la Misa estamos con Jesucristo en los cielos, oramos en el nombre de Jesús, presentamos nuestra súplica para que toda nuestra vida sea concorde con la esperanza de vida eterna. Pero más aún en la Misa estamos en el cielo, con Cristo, los ángeles y los santos glorificando al Padre y dándole gracias, como verdaderos adoradores en Espíritu y Verdad. Tal oración es ya la vida eterna.