I VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS BENDICIÓN DEL AMBÓN DE LA BASÍLICA Homilía del P. Abad Josep M. Soler Heb 12, 22-24 En la solemnidad de Todos los Santos alabamos a Dios por la obra que ha hecho en la multitud de hombres y mujeres que, lavados por la sangre purificadora de Jesucristo y llegados al término de su vida, disfrutan ya de la ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo. Son hermanos y hermanas nuestros que han sido fieles, por caminos diversos, a la Palabra de Dios. En esta solemnidad, nos unimos a su alegría y a su acción de gracias, les pedimos que nos ayuden con su oración intercesora y los tomamos como ejemplo. Cada uno de ellos ha tenido unas circunstancias personales e históricas diferentes, pero todos tienen en común haber vivido según la Palabra de Dios. El fragmento de la carta a los Hebreos decía, además, que todos los cristianos, por el bautismo, tenemos una relación familiar con Jesucristo y con aquellos que ya están con él. Esto hace que tengamos que escuchar y acoger la Palabra de Dios como lo han hecho los santos, si queremos crecer humana y espiritualmente y llegar como ellos a la ciudad del Dios vivo, en la asamblea festiva de la Jerusalén del cielo. En la Sagrada Escritura la Palabra de Dios se dirige a todos los hombres y mujeres de cualquier tiempo. Dios se da a conocer e invita a un diálogo de corazón a corazón con él. Esto ocurre con una intensidad particular cuando la Palabra de Dios es proclamada en la liturgia, porque "cuando en la Iglesia se leen las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra, anuncia el Evangelio "(cf. OGMR (Ordenación General del Misal Romano), 29). De este modo, comunica a su pueblo reunido la sabiduría de vida, le va descubriendo "el misterio de la redención y de la salvación, y le ofrece el alimento espiritual" (cf. ibid., 55). La dignidad de la Palabra divina y la grandeza del mensaje que comunica, piden que el lugar donde es anunciada en la liturgia sea adecuado. Este lugar es el ambón; desde él, la Palabra de Dios es proclamada "de una manera continua, plena y eficaz" (cf. ibid., 309; OGLM (Ordenamiento de las Lecturas de la Misa), 4). La salvación que Dios anuncia en la Palabra se hace operante por medio de los sacramentos. Y la Palabra divina que la Iglesia proclama en la liturgia se encamina siempre hacia la santificación otorgada por los sacramentos, particularmente hacia el "banquete de la gracia" que es la Eucaristía (cf. OGLM, 10). Esta tarde, dando gracias a Dios por su condescendencia en dirigirnos su Palabra y por la llamada que nos hace a ser santos, compañeros de la gran multitud que hoy veneramos, nos complace inaugurar la nueva disposición del ambón de esta basílica. Se trata de una reforma que, reutilizando materiales anteriores, quiere significar mejor la dignidad de la Palabra y al mismo tiempo reflejar la identidad propia de este espacio lleno de simbolismo. Es un único espacio, caracterizado por el mármol gris, que refleja la unidad de toda la Escritura, porque -como recuerda el Papa Benedicto XVI citando a un autor del siglo XII, Hugo de San Víctor- "toda la Escritura es un solo libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo y se cumple en Cristo" (Benedicto XVI, Exhortación apostólica "Verbum Domini", 39). Es un único espacio, pero en el que destacan dos ámbitos. Un ámbito destinado fundamentalmente al anuncio de la palabra profética y apostólica y a la actualización de la Palabra divina por medio de la homilía. En este espacio, hay un atril de mármol destinado a sostener el leccionario. Esta pieza proviene de la ofrenda que hicieron a la Virgen las Escuelas "Cantorum" de Cataluña hace unos cincuenta años. La inscripción latina que hay en el fuste, sacada la Segunda carta de san Pablo a Timoteo, nos recuerda que la Palabra de Dios siempre nos interpela, nos llama a la conversión y nos exhorta (cf. 2 Tim 4, 2). El otro ámbito está destinado a la proclamación del Evangelio. Desde este espacio, el diácono proclama la palabra del Resucitado que es portadora de vida para los que la acogen. Por ello, siguiendo la tradición de las basílicas latinas antiguas, es un espacio más elevado, como para significar un túmulo que idealmente nos transporte al sepulcro del Señor en el cual el ángel proclamó la resurrección de Jesucristo. El lugar donde se sostiene el evangeliario representa un águila; esta figura hace referencia al evangelista san Juan, el único evangelista que, según las narraciones evangélicas, fue testigo directo del sepulcro vacío y con su mirada penetrante comprendió su significado. Esta águila es, por tanto, una invitación a penetrar con fe y con amor la palabra evangélica que es proclamada. El simbolismo de nuestro el ambón todavía nos dice otra cosa, la palabra evangélica es proclamada, no de cara a la asamblea, sino desde el mediodía hacia el norte. Es decir, desde el punto donde la luz es más plena hacia el lugar de la oscuridad, una oscuridad, sin embargo, que, como ocurre en las tierras nórdicas, se va desvaneciendo a medida que la luz va iluminando buena parte de la noche. Se significa así que la luz del Evangelio va penetrando las tinieblas del mundo; va penetrando las tinieblas del corazón humano para iluminarlas cada vez más. Con la proclamación del Evangelio se cumple la palabra profética de Isaías: habitaba en tierra y sombras, y una luz les brilló (Is 9, 1; Mt 4, 16). Hay, todavía, otro elemento en nuestro ambón: la columna para poner el cirio Pascual, símbolo de la luz de Cristo resucitado que brilla por la Palabra. Todo el año esta columna nos recuerda que el tiempo pascual sostiene el cirio que representa a Cristo que es luz del mundo. Como veis el ambón es un espacio centrado todo en Jesucristo, Palabra de vida y luz sin merma que resplandece en medio del pueblo cristiano en favor de toda la humanidad. Este espacio, auténtica mesa de la Palabra, nos lleva hacia el otro espacio cristológico que es el altar. Ambos destinados a insertarnos en el misterio de Jesucristo para que seamos santos y podamos llegar a formar parte de la multitud festiva y alegre que hoy contemplamos reunida en torno al Cristo glorioso en la Jerusalén del cielo.