DEMOLER, PRESERVAR, COSERVAR, RECICLAR, RESTAURAR Juan Manuel Borthagaray Un conflicto urbano en la calle Montevideo Recientemente se produjo un conflicto entre los propietarios de un petit-hotel sito en la calle Montevideo, frente a la Plaza Vicente López y la organización civil “Basta de Demoler” Los propietarios (un fideicomiso) habían adquirido el inmueble para edificar, en ese terreno, un inmueble que alojaría unidades de vivienda de pequeña superficie. Para lograr este fin, pensaban demoler el edificio existente, acto que la Asociación Civil mencionada logró impedir mediante una presentación judicial. Cabe hacer notar que la propietaria había presentado planos ante la autoridad competente de la Ciudad, y había tramitado el permiso de demolición según el procedimiento establecido. También había registrado los planos de obra nueva, que cumplían con todos los requerimientos de los Códigos de Planeamiento Urbano y de Edificación vigentes al momento de la presentación. La Asociación “Basta de Demoler” se presentó ante la Justicia y obtuvo un recurso de amparo que paralizó toda acción sobre el inmueble. La medida causó un serio perjuicio al fideicomiso propietario. Henos aquí con un serio conflicto, lo que no es de extrañar, pues la ciudad es ese animal tan complejo que vive siempre en conflicto, y la gestión urbana democrática equivale a la gestión del conflicto. Existe conflicto cuando dos partes contrapuestas tienen razones muy atendibles, que pasaremos a enumerar, tal como se dan en este caso testigo. En primer término veamos las razones de la Asociación Civil “Basta de Demoler”. La actuación de la misma cobró notoriedad a partir de las reacciones adversas que suscitaron las muchas demoliciones de conocidos petit-hoteles que se habían adquirido no para utilizarlos sino por el valor del terreno, en el que, una vez demolidas las existentes, se levantarían nuevas edificaciones. Estas acciones, que llamaremos de renovación urbana, son una reacción lógica frente a la saturación de áreas que se han tornado muy deseables para el mercado inmobiliario. Recordemos la máxima de aquel conocido operador que decía; ” en el mercado inmobiliario los tres factores más importantes son: primero ubicación, segundo ubicación y tercero ubicación”. Agotados los terrenos libres en estas áreas de ubicación codiciada, la atención se fija en aquellos predios en los que se levantan edificaciones que ya han cumplido su ciclo de vida o que ya no resulta práctico explotar como edificios. A partir de ese momento, como el viajante de la pieza de Miller, “valen más muertos que vivos”. Y la ciudad los condena. Hubo una primera ola que arrasó con muchos petit –hoteles que ya resultaban insostenibles como moradas familiares, por la cantidad de personal que requería su compleja funcionalidad. Recordemos que el tipo nació del insensato programa de meter un palacio en un terreno de diez varas de frente, lo que había llevado a soluciones en múltiples niveles. Esto, sumado a la reforma agraria derivada del Código Civil y lo 1 prolíficas que fueron las tradicionales familias muy católicas que los habían edificado, que dividieron drásticamente los patrimonios familiares. selló el fin del tipo. La primera ola vio un verdadero genocidio de petit-hoteles para liberar terrenos y edificar casas de departamentos, el tipo de morada adaptado a las nuevas condiciones de vida de esa clase media y media alta que resignó halles en doble altura, claraboyas, airosas escaleras y jardines de fondo, pero no quiso resignar ubicación. Cayeron entonces infinidad de moradas construidas por patriarcas ilusionados en fundar dinastías que en el mejor de los casos no pasaron de los nietos, y fueron a dar a remate y corralones ventanales de colores, pisos con dibujos de ricas maderas y revestimientos de madera (vitraux, parquets y boiseries) obras de arte de los mejores artesanos locales y hasta de algunos parisinos, ejecutados con tanto primor. Las muy elaboradas fachadas, con moldurados que exaltaban sus proporciones, balaustras, alféizares y dinteles adornados muchas veces con hermosas máscaras, fueron pulverizadas a martillazos. De paso, vale la pena recordar que en las fachadas de muchos edificios de París está grabado, junto al nombre del arquitecto el del escultor que intervino en la fachada. De esta primera ola genocida se salvaron unos cuantos ejemplares que, a diferencia de los caídos, valían más vivos que muertos, para instituciones, compañías o comercios que codiciaron la oportunidad de contar con un edificio propio de amplitud moderada, que les ofreciese una coqueta y prestigiosa sede. Lectura de las lecciones que nos da la ciudad, ese gran libro Aquí abriremos una extensa referencia a la ciudad, ese gran libro de infinitas lecciones para el que las sabe leer. La referencia y las citas de ese libro son infinitamente más valiosas que las que puede ofrecer este modestísimo texto. Abramos, pues, el libro de la ciudad para leer las páginas de los que se salvaron así: Son ejemplos sobresalientes el Círculo Italiano, en la calle Libertad, el Centro Argentino de Ingenieros, en Cerrito, nuestra propia SCA, el edificio anterior de este CPAU, y tantos otros que se salvaron al encontrar instituciones que los adoptaron, tal como sus hermanos mayores, los palacios o grands-hotels, encontraron a embajadas y museos que les dieron nueva vida. Pero no es que los petit o grands hotels hayan sido completamente inocentes en sus orígenes. Todo lo contrario, se encaramaron en los terrenos de sus codiciadas ubicaciones tras el genocidio de las casonas de patios de planta baja, que no pudieron sobrevivir al cambio de las costumbres que dio prestigio social al que se trepara a la globalización del deslumbramiento con todo lo que recordara a París. Había que arrasar, y pronto, con los vestigios de lo hispano, colonial y criollo. Acá se abre otro gran tema, y es el de cuánta destrucción es necesaria para que pueda abrirse paso la innovación que es parte indisoluble de la vida. El debate en torno a la “destrucción creadora” de la que hablaba Schumpeter ha cobrado intensísima actualidad con la aguda crisis de las grandes fábricas de automóviles de Detroit. Acerca de esta ardiente cuestión, el columnista Cohen del New York Times, termina de escribir, recordando con nostalgia a la extinguida PAN AM, su aerolínea favorita, que prefiere la actitud de su patria, los EE UU que la dejaron caer, y que vieron también extinguir la fábrica de automóviles Packard, paro que también mediante el proceso de la bancarrota obligó a reestructurarse a United Airlines. Prefiere, dice a los EE UU y su trituradora, al caso opuesto, que simboliza con Alitalia, un muerto que camina, al que se mantiene 2 vivo con ingentes inyecciones de dinero público, sin ninguna esperanza de reestructuración. Piensa que si Detroit no entra en suficiente pánico por su supervivencia, no se reestructurará y, lo que es peor, no innovará, haciendo su pronta muerte inexorable. En fin, el tiempo dirá. Estos procesos inauditos hasta ahora, por su vastedad global y profundidad, no podían dejar de reflejarse en la ciudad, que es, no ya el espejo de la sociedad, sino la sociedad misma hecha en piedra, ¡perdón! Piedra y cristal. Como expresión de la sociedad misma construida, todo fragmento de ciudad es historia viva, memoria materializada. Cuando demolemos uno de esos fragmentos trituramos una parte de ese patrimonio material, pero también un fragmento de patrimonio intangible, distribuido en los recuerdos y hábitos de los ciudadanos que los miran y los han mirado tantos años. De acuerdo con este razonamiento, la totalidad de la ciudad sería intocable. Pero esto no es tan así. Veamos. Abramos el libro de la ciudad en la página de la Avenida Alvear, sin ir más lejos. En la cuadra entre Callao y Rodríguez Peña, en la vereda de los pares dos notorios petit hoteles que ya no podían ser usados como residencia, tuvieron destinos muy distintos. El primero de ellos, un raro ejemplar no Beaux Arts sino Art ouveau, salido del tablero de Alejandro Christophersen, se convirtió en el negocio insignia de la marca de indumentaria POLO Saint Laurent, que puso a redituar como patrimonio de prestigio la totalidad de la casa, desde su jardín del frente, con la reja que le da transparencia, a su deslumbrante hall en doble altura, con la airosa escalera a contraluz de un imponente vitral. En este caso la firma adquirente encontró que el edificio íntegro, con sus ricos detalles de pisos, maderas, mármoles, bronces, barandas, revestimientos y hasta muebles, contribuia a dar prestigio a su marca y, al encontrarlos intactos, los puso en valor. Este es un caso afortunado de preservación total. Continuando por Alvear unos pocos metros hacia Rodríguez Peña, encontramos la propiedad que Alejandro Bustillo proyectó para residencia de la familia de Don. Luis A. Duhau. La propiedad permaneció muchos años desocupada, y comenzó a mostrar lastimosos signos de abandono. Los ventanales de carpintería de madera, armoniosamente proporcionados, se pudrieron y las persianas plegadizas de hierro lloraron herrumbre sobre las hermosas molduras y mascarones de héroes mitológicos, quizá debidos al escultor Martineau, que participó en muchas obras de Bustillo. El estado de abandono dio una imagen de deterioro no sólo del palacete, sino de la cuadra entera, y repercutía sobre la Av. Alvear en general. La memoria colectiva de la obra de arte arquitectónica expresada en esta hermosa fachada fue salvada por la sensibilidad del maestro Armani, que compró la casa como sede de prestigio, pero que adoptó un partido completamente opuesto al de Lauren. La estructura espacial interna que la firma POLO encontró intacta se ajustaba exactamente al tipo particular de imagen de prestigio que quería obtener. Mantuvo toda la casa intacta. Otra cosa le pasaba a Armani, cuya imagen de marca está asociada con la amplitud y luminosidad de ambientes en los que todo es blanco, bañado en intensa luz natural y artificial, donde las únicas notas de color 3 están dadas por las prendas que se exhiben. Este fue el partido que Armani adoptó en el Palazzo insignia de la firma en Milán, y este es el partido que siguió en Buenos Aires. No restauró los ventanales de madera ni las persianas de hierro: grandes cristales fijados directamente a la albañilería toman la totalidad de los vanos cuyas proporciones quedan así exaltadas al máximo, La luz natural entra a raudales durante el día, mientras que por la noche, son las luces de los interiores las que bañan a las veredas. La fachada fue puesta en valor al máximo posible; pero un palmo más adentro, Armani cortó, demolió todo lo que había y edificó un sistema espacial diáfano que nada tuvo que ver con el original. Armani conforme, y nadie puede decir que la ciudad no esté mejor que antes, todo considerado, con la conservación parcial de la fachada, sabiamente intervenida, y con el interior demolido y reconstruido según nuevas necesidades. Este es un caso, también muy afortunado de reciclado, en el que a un edificio que había perdido su función, le ha sido insuflada nueva vida mediante profundas intervenciones de demolición parcial y reciclado que le permiten asumir una nueva función. Continuando por la Av. Alvear cruzamos la calle Rodríguez Peña y entre esta y Montevideo, en la vereda de los impares encontramos la última cuadra de la Avenida enteramente ocupada por palacios, que son tres. El del medio fue la residencia de una familias de apellido, también, Duhau. Linda con el que llega a la esquina de Montevideo, que sobrevivió sin alteraciones como sede de la Nunciatura Apostólica. Esta vecindad trajo no pocos conflictos a los empresarios que compraron el palacio Duhau para edificar un hotel de cinco estrellas, que necesariamente debía levantarse en altura y, por lo tanto, permitir visuales a los jardines apostólicos, comprometiendo así el ocultamiento absoluto de los augustos paseos. No solamente esto. Durante varios años, la atención de innumerables porteños estuvo concentrada en vigilar la intangibilidad del cuerpo edificado sobre la Avenida Alvear, que finalmente se conservó en forma casi total. El hotel cuenta con una entrada de ceremonia sobre Alvear y otra funcional sobre Posadas. Allí se levantaban varias pequeñas construcciones que fueron demolidas en su totalidad, y los jardines sufrieron importantes intervenciones para posibilitar la construcción de la torre de habitaciones, pero una extensa franja entre el antiguo palacio y la nueva torre quedó libre para formar un jardín que va de medianera a medianera, sin ninguna obstrucción, toda vez que la conexión entre el cuerpo del antiguo palacio y la torre se hace por el subsuelo. El generoso jardín al interior de la manzana permite contemplar la fachada posterior del cuerpo del palacio, más airosa que la que da a la Avenida, y que además queda realzada por su mejor asoleamiento. El jardín pone otra cosa en evidencia, y es el lastimoso estado del otro palacio lindero, el que ocupa la esquina de Rodríguez Peña. Esta curiosa mansión, tiene en sus jardines dos árboles extraordinarios, uno sobre la esquina, cuya copa cruza toda la Avenida y arma un hito urbano excepcional y otro que realza de modo espléndido un costado del jardín interior del hotel de cinco estrellas. La mansión de la esquina, un enorme cottage de estilo no claramente identificable dentro de la cultura media de los porteños, sombría y tan alejada del enamoramiento de la burguesía porteña con los hotels y chateaux del neoclasicismo francés del siglo XVIII, corre el riesgo de que, a la hora de la verdad, y a diferencia del Palacio Duhau, atraiga tan pocos defensores como el estrafalario castillito neogótico que perteneció a la familia de Ridder, y que sucumbió sin pena ni gloria. Seguramente, asegurar la sobevida del fantasmal y enorme cottage requerirá profundas modificaciones a través de un reciclaje que le permita asumir una nueva vida. Con el palacio Duhau estamos frente a un caso mixto, de demolición parcial, ocupación parcial de jardines con nuevas y modernas construcciones, y conservación del cuerpo 4 palaciego sobre Alvear. Fue un enfoque sensible, se pudo hacer una necesaria renovación urbana por un inevitable cambio de uso, en este caso también la ciudad está mejor. Es un ejemplo de negociación exitosa de un conflicto urbano que mejoró la situación de los distintos actores involucrados. La combinación de conservación de un palacio tradicional con una moderna torre ya tenía un ejemplo ilustre en el hotel Helmsley, de Nueva York, que combinó un palacio de tres cuerpos, que fueron tres residencias, en torno a un patio, que se abre en la Quinta Avenida, en eje con el ábside de la Catedral de San Patricio. Dos residencias menores forman los lados del patio (una de ellas aloja asociaciones de arquitectos y urbanistas) y la mayor, que cierra el patio por el fondo opuesto a la avenida, da entrada al hotel y contiene sus salones y halles de prestigio. A expensas de la parte trasera de este palacio principal y de sus jardines, se construyó una torre de habitaciones de altura vertiginosa. Pero la receta, que hemos celebrado en el caso del hotel-palacio Duhau, no es infalible. Ya había sido ensayada antes, acá, con el hotel construido en la propiedad que se extiende entre las calles Cerrito, Posadas y la avenida 9 de Julio, donde está otro formidable palacio que, con el nombre de La Mansión aloja los salones de prestigio de otro hotel de cinco estrellas. Esta propiedad, que está comprendida en la franja de la Avenida 9 de Julio, quedó sin demoler cuando se hizo su apertura (cosa muy comprensible habida cuenta del valor arquitectónico patrimonial del edificio y de los magníficos plátanos de su jardín). Pero el resultado final es mucho menos feliz que el logrado en el caso del Duhau. Los plátanos se arrasaron y la torre, torpemente pegada a la mansión, la agobia porque le quita sol, luz y toda perspectiva, De todos modos la antigua construcción se salvó, pero es una advertencia de que se requiere negociar estos conflictos con más fineza. La contigua plaza Carlos Pellegrini es un gran escenario donde se dan varios ejemplos de conservación, a pesar del cambio de función: los palacios que albergan a las embajadas de Francia y Brasil, y al Jockey Club. Otro palacio, el Atucha, sobrevivió a través de su reciclaje como viviendas en propiedad Horizontal. Restauración, el caso extremo de conservación: Hay otros edificios que, ya sea por su valor individual intrínseco como piezas de arquitectura, o porque forman parte del sistema monumental de los grandes espacios públicos urbanos, o por el valor histórico derivado de sucesos clave que allí ocurrieron, o por todas esas razones a la vez, como en el palacio del Congreso de la Nación, es imperativo restaurar, cuando se han deteriorado por el paso del tiempo, y no valen para ellos las generales de la ley en cuanto a plazos de amortización. La preservación y restauración del Palacio del Congreso debería sin duda alcanzar también a la tradicional Confitería del Molino, escenario de tanta vida política como cualquier galería del Parlamento. La confitería, hoy en estado de abandono, hace temer su desaparición, acá sí, claramente, “basta de demoler”. Tanto como la degradación de la Confitería del Molino debemos lamentar el desguace de la Confitería del Aguila, no demolida, pero deshecha de manera lamentable. También debió ser salvado el Petit Café de Santa Fe casi Callao, pequeña joya del Art Deco, salida del tablero de Antón Gutiérrez y Urquijo, tontamente, demolido, para nada. De la antigua e importante acumulación de hitos urbanos en torno a Santa Fe y Callao, sólo quedó la sala del ex Cine Teatro Grand Splendid, afortunadamente salvada por su conversión en librería, casi sin tocar, en una 5 operación similar a la de POLO en la Avenida Alvear. Otras pérdidas lamentables fueron las de la confitería La París y la del restaurante Río Bamba, ambos cargados de historia y recuerdos, y remodelados con una lamentable banalidad. Tal vez pueda ayudarnos a ver mejor el significado de nuestra pasividad con respecto a estas pérdidas el preguntarnos si en París se toleraría que se destruyesen la Brasserie Lipp y los cafés de Flore y el de los Deux Magots o en Viena la Confitería Sachsen. Significa esto que el Sector Público deba dedicarse a confitero de la clase madia alta, desperdiciando las energías que debe dedicar atención primaria de la salud, escuelas y comedores escolares: ¡ Dios nos libre¡ Llorar sobre la leche derramada Pero dejando de lado estas posibilidades extremas, no nos consta que se hayan intentado caminos más sensatos que hubiesen evitado tanta pérdida. Por el contrario, este tendal no nos dejó más sabios en la creación de mecanismos institucionales que hubiesen sido idóneos para evitar este tendal, y nos quedamos solamente con reacciones ex post para lamentar una demolición tonta, como la del Petit Café, o celebrar una sobrevida brillante, como en el caso del Grand Splendid. Dentro de la ciudad capitalista, una edificación perdura mientras su explotación sea rentable, tanto comercialmente como para residencia propia. Cuando deja de serlo, se pierde la fuente de recursos necesaria para su mantenimiento, y entra en degradación. En este punto, es necesario introducirle modificaciones de reciclaje más o menos profundas para que recupere viabilidad. En el extremo, estas acciones moderadas pueden no ser factibles, y se hace necesario demoler la edificación inviable para edificar otra apta para las nuevas realidades. Cuando la edificación ha perdido la rentabilidad que ele da vida, no es posible asegurar su sobrevida prohibiendo, lisa y llanamente su modificación, pues en ese caso ¿quién se haría cargo de su mantenimiento para asegurar el decoro urbano? En casos excepcionales, como en el de la casona del Museo del Tarje, la Cancillería, el Círculo Militar y los Museos Larreta, Errázuriz y Fernández Blanco, el sector público ha salvado verdaderas gemas patrimoniales. Pero ¿es posible salvar patrimonio mediante la mera prohibición de alterar? ¿No es esto multar arbitrariamente a un propietario obligándolo a mantener, sine die , un edificio que ha perdido su razón de ser? Y en este caso, ¿dónde está el árbitro con autoridad suficiente e indiscutida para dictaminar acerca de si clasificar, o no, cierto edificio como patrimonial Basta de demoler, sí, pero hay casos en que, para la ciudad, un edificio, cuando ha muerto, cualquiera que sea su valor arquitectónico está mejor demolido que en pie, pues actúa sobre la ciudad como un miembro gangrenado que es mejor amputar. En estos casos, es imperativo demoler. Me refiero, por ejemplo, al edificio Movimiento, del Correo Argentino, obra insigne de la arquitectura moderna, proyectada por la propia oficina de proyectos interna, que sembró el país de excelentes ejemplos, y marcó un camino posible, y deseable, de arquitectura institucional de alta calidad. Hoy ha perdido su función. Tras años de abandono, está intrusado al límite del hacinamiento, en la inminencia de una tragedia social. Hemos pasado revista a todo el repertorio de la casuística del demoler, conservar, , reciclar, restaurar. Toda demolición es una pena, una pequeña muerte. Volvemos una vez más a la pregunta ¿entonces toda la ciudad es intocable? Pero por más que se quisiera, esto es imposible. Toda declaración de valor patrimonial de un edificio, y su 6 afectación a preservación, implica una seria pérdida para sus propietarios, que antes de esa declaración gozaban de las generales de la ley en cuanto a sus derechos de modificar o demoler para levantar nuevas construcciones, de acuerdo con las reglamentaciones vigentes. Esta pérdida, sostienen algunos juristas, debería ser compensada, algunos hasta defienden el derecho de los dueños a que se les expropie el bien con el pago de un precio justo. Otros defienden la tesis contraria, basándose en la función social de la propiedad. Pero aun si así fuera, hay a menudo casos en que, al no encontrar funciones que soporten la sobrevida rentable de un edificio, este cae en estado de abandono, con signos visibles que alientan la intrusión, y se produce la degradación, no sólo del propio edificio, sino de los linderos y hasta de sectores urbanos de extensión creciente. Aun si las propiedades pasaran al patrimonio público, como afortunadamente ocurrió con la casona de patios que aloja al Museo del Traje, excepcional ejemplar de un tipo doméstico que alguna vez fue predominante, esta solución sólo es posible para una cantidad limitada de casos, de manera que el uso de este recurso debe ser, necesariamente muy selectivo. Hay muchos otros ejemplos de verdaderas joyas arquitectónicas que han sobrevivido como museos. Pero aun si esto fuese posible económicamente, el sector público no puede gestionar la totalidad del patrimonio construido de la ciudad, ni aun una parte considerable del mismo. El caso excepcional del Barrio Sur, en el que se preservó no solamente algún o algunos edificios, sino todo un contexto urbano, requirió una sabia y tenaz negociación, que debemos agradecer al arquitecto José María Peña, para posibilitar, mediante acuerdos, que fuesen los mismos propietarios los que se encargasen de sostener la vida de las casas, y del barrio, en condiciones de mercado, que hoy han sido recompensados con la consolidación del sector como una atracción turística mayor, con lo que se beneficia la ciudad y, a través de las oportunidades comerciales que esto implica, también se beneficiaron, a la postre, los privados. El breve repaso nos lleva a la conclusión de que no hay recetas fijas, soluciones todo terreno, para el mejor manejo del patrimonio construido, de la memoria urbana. Relectura del conflicto urbano de la calle Montevideo Entonces, basta de demoler, sí, pero después de esta consulta al gran libro de la ciudad, retornemos al caso testigo del edificio de la calle Montevideo. Conviene comenzar el análisis del caso por la historia de vida del edificio. Fue construido con proyecto del excelente estudio Acevedo, Becu y Moreno para residencia. Constó de varios muy desahogados departamentos independientes, para varias familias Becu, estrechamente emparentadas. Fue en su origen, pues, una vivienda colectiva, si bien los departamentos tuvieron algunas características palaciegas. La familia habitó el inmueble por poco tiempo. Posteriormente la propiedad fue cambiando de manos, hasta que pareció que encontraría destino estable a través de su reciclaje como clínica oftalmológica en el período en que perteneció a una Sociedad Anónima de la que formaba parte el eminente oculista Dr. Malbrán. Durante ese tiempo se practicaron serias intervenciones de demolición y construcción parcial que afectaron principalmente al jardín y a la fachada posterior. El proyecto de clínica fracasó, y el edificio fue más tarde alquilado para sede de la Defensoría del Pueblo. Este destino, más inestable, vio su fin. El sector público no lo compró como sede permanente de la Defensoría. Los propietarios no encontraron un nuevo inquilino que les conviniese, y el inmueble quedó desocupado. Con el tiempo, la airosa fachada comenzó a deteriorarse. Como hemos visto que ocurrió con la actual sede de Armani, las persianas virtieron 7 óxido sobre molduras, balaustras y mascarones. Estos síntomas invitaron intrusiones. Durante muchos años estuvo así. No aparecieron embajadas salvadoras, ni sus poco tentadores espacios interiores atrajeron tiendas como POLO o Armani, ni instituciones como el CAI o el Círculo italiano, Su estructura no favorecíó la conversión en oficinas ni la división en departamentos, como en el caso del Palacio Atucha. El Estado no lo expropió. Finalmente sale al .mercado. Es comprado como valor terreno, para demoler, y edificar un inmueble colectivo en Propiedad Horizontal. Los propietarios, al momento de la compra, no tenían ningún impedimento para hacerlo, pues el inmueble no había sido declarado de valor patrimonial, sujeto a preservación. Con planos aprobados, se encuentran con el accionar de esta sociedad civil sin fines de lucro, que persigue el fin loable de defensa del patrimonio construido de la ciudad. He aquí un serio conflicto, que se da cuando ambas partes tienen razón, o razones, harto legítimas y atendibles. Esa es,.precisamente, la marca de fábrica de todo conflicto. Como siempre, se puede resolver mediante prudentes y sabias negociaciones. En cuanto al valor patrimonial del edificio, no lo tiene en su integralidad, pues lo que ha quedado detrás de la fachada no reviste mayor interés artístico ni histórico pues no ha ocurrido entre esos muros ningún hecho histórico fundamental, ni la serie de espacios interiores result particularmente interesnte.. En cuanto a la fachada, es un armonioso ejemplo de la obra de los autores, pero ni la mejor ni la peor de las contribuciones de ese estudio al patrimonio urbano. No obstante, contribuye en algo a configurar esa atmósfera especial que flota en Buenos Aires, tan rica en referencias al neoclasicismo francés del Siglo XVIII, cultivado por la Ecole de Beaux Arts de París, y tn caro a nuestras clases medias y medias altas.. Aunque más no fuera porque los vecinos le tienen cariño, y forma parte de la memoria colectiva del entorno de la Plaza, merece, entonces, conservarse. Acá hay uno de los aspectos medulares de la solución negociada del conflicto, que pasa por la conservación de la fachada, aunque el nuevo proyecto implique la demolición total de lo que hay detrás, solución que seguiría el antecedente del caso Armani, que a su vez sigue a un ejemplo de una de las esquinas de la Rotonda de los Campos Elíseos de París, donde se demolió por completo un edificio, y se mantuvo íntegramente su fachada, apuntalada por varios años hasta que se completó el nuevo edificio. Carencia de una instancia arbitral indiscutida Pero queda un aspecto pendiente. La nueva construcción requiere sobrepasar la altura de la mansarda existente. Acá nos encontramos nuevamente ante un caso de opiniones y precedentes divididos. Es norma corriente en las disciplinas de conservación y reciclaje que lo nuevo no debe confundirse con lo antiguo, y lo es en los centros donde, como es lógico, nacieron estas disciplinas, los más prestigiosos centros académicos italianos de Venecia y Roma. En el caso que nos ocupa, la mayor altura no implica ruptura del contexto, toda vez que la cuadra entera está construida con casa de departamentos mucho más altas, y el petit hotel es un bache en una cuadra que presenta el mismo aspecto de collage heterogéneo que caracteriza al Barrio Norte. ¿Cómo resolver la mayor altura? Hay quienes opinan que la fachada debe sobreelevarse copiando la parte inferior. Los que opinan distinto argumentan que esto sería un pastiche inaceptable y que debería seguirse el precedente del hotel Helmsley de Nueva York y marcar la diferencia entre lo nuevo y lo antiguo de una manera tajante en cuanto a lenguaje y materiales. Y aquí nos encontramos con el último dilema de este caso testigo. ¿Quién arbitra esta discrepancia? Nos quedaremos con aquello de “sobre gustos 8 no hay nada escrito” o buscaremos una instancia superadora. Una cuestión como ésta no debería quedar en manos de un simple funcionario ni de un autoproclamado árbitro del bon gout. Existió en un momento de nuestra historia urbana una Comisión de Estética Edilicia, a la que le debemos el famoso Plan de 1925, integrada por personalidades indiscutidas. Hoy no tenemos una instancia semejante, pero para llenar ese vacío lanzamos al ruedo una propuesta que puede servir para comenzar la discusión sobre el tema. Para cuestiones como esta sería de utilidad contar con colectivo integrado por, por ejemplo, por reperesentantes de la Academia Nacional de Bellas Artes, el Consejo profesional de Arquitectura y Urbanismo, la Sociedad de Arquitectos y la Facultad de Arquitectura. Por último, la ciudad, como la sociedad, necesita la destrucción creadora, para permitir la innovación. Volvemos acá al principio del artículo y las referencias a los profundos cambios que se necesitan para adaptarse al inexorable giro de la historia. --------------------------------------------------------------------------------------------------------- Un corolario tremendista Para terminar con un reflexión tremendista, y que muchos tildarán de cínica, ¿Berlín sería ahora la ciudad más innovadora y moderna del mundo occidental sin los arrasamientos provocados por la aviación aliada y la artillería soviética? La fuerza vital condensada en las raíces de esta gran capital la hicieron rebrotar y permiten la convivencia de la gran arquitectura neoclásica prusiana (objeto de cuidados de preservación ejemplares) con las más modernísimas expresiones del arte. Conviven allá las Galerías acionales de Arte de Schinkel y Mies van der Rohe, la StaatsOpern y la Philarmonie de Scharoun, el Gendarmermarkt con la Postademerplatz. ¿Hubiese sido posible esto sin semejantes cataclismos? De manera no tan drástica, sin cataclismos al por mayor como el de Berlín, no resultará que pequeños cataclismos cotidianos resulten indispensables para mantener con vida a la ciudad? Quiero terminar estas líneas con una reflexión que he reiterado desde la cátedra y los libros, la ciudad no puede ser una extrusión del Código Civil, hecha con normas de aplicación general. Por el contrario, es profundamente casuística, cada lugar, cada gran espacio urbano, cada rincón, es diferente, y debe ser pensado y resuelto en su singularidad. Demoler, conservar, reciclar, restaurar, no hay receta todo terreno, todos estos cursos de acción son legítimos, de lo que no puede prescindirse es del sentido común y de la capacidad de negociar para alcanzar la solución en la que todas las partes, inevitablemente en conflicto, salgan ganando. Acá como en todas partes, los fundamentalismos son nefastos. Buenos Aires Diciembre de 2008 31.500 caracteres, con espacios. 9