“At the end of the day I say, “I am a poor servant” and I put your Word

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Sunday XXVII Ordinary Time
6th. October, 2013
“At the end of the day I say, “I am a poor
servant” and I put your Word in my diary”.
Gospel of Luke 17, 5-10
R_The apostles said to the Lord,
A_"Increase our faith."
R_The Lord replied,
L_"If you have faith the size of a mustard seed, you would say to this mulberry tree, 'Be
uprooted and planted in the sea,’ and it would obey you. "Who among you would say to your
servant who has just come in from plowing or tending sheep in the field, 'Come here immediately
and take your place at table'?. Would he not rather say to him, 'Prepare something for me to
eat. Put on your apron and wait on me while I eat and drink. You may eat and drink when I am
finished'?. Is he grateful to that servant because he did what was commanded?. So should it be
with you. When you have done all you have been commanded, say, 'We are unprofitable servants;
we have done what we were obliged to do.'"
Evangelio de Lucas 17, 5-10
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:
― Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
― Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y
plántate en el mar”, y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del
campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después
comerás y beberás tú”? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo
mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos
hecho lo que teníamos que hacer”.
FE Y GRATUIDAD
Enrique Martínez Lozano
Parece que, en el inicio de este capítulo, Lucas agrupó sentencias, procedentes o no de Jesús,
que insistían en algunas cuestiones importantes para aquella primera comunidad: el escándalo, el
poder de la fe y la cuestión de la gratuidad. En
el texto que leemos hoy, se recogen las dos
últimas.
La primera de ellas enfatiza, como decía,
un tema importante para la comunidad: el
poder de la fe. Los exegetas dudan que estas
palabras se remonten al Jesús histórico. Podría
tratarse, más bien, de una enseñanza que
hubiera surgido en el ambiente comunitario.
En cualquier caso, parece que se utiliza
un estilo típicamente oriental, presentando una
exageración que atrae el interés –aunque
cambia la imagen: Mateo no habla de una
morera, sino de un monte (Mt 21,21)-, para
insistir en la fuerza de la fe.
De esta frase arranca nuestro dicho de
que “la fe mueve montañas”. Ahora bien, la fe de la que se aquí se habla no se refiere a una creencia
ni a una actitud voluntarista. Apunta, más bien, a una certeza de quien “ha visto” el misterio de lo
Real. (De un modo similar, los físicos cuánticos vienen a decirnos que la mente crea la realidad, como
pone
de
relieve
la
conferencia
del
cardiólogo
Manel
Ballester:
http://www.gamisassociacio.org/video/Dr-Manel-Ballester/).
El poder de esa fe escapa todavía a nuestra comprensión habitual, pero empieza a ser
corroborado incluso por experimentos científicos, sobre la base del influjo innegable de la consciencia
sobre la materia. Será necesario avanzar en el estudio de tales influencias, pero cada vez parece más
cierto que la consciencia crea la realidad. De ahí que no esté exenta de razón aquella frase: “Cambia
tu forma de ver las cosas y cambiarán las cosas que ves”.
La segunda parte del texto que estamos comentando resulta, de entrada, un tanto extraña para
nuestra mentalidad que se subleva, con razón, frente a cualquier tipo de dominación. Por eso,
necesitamos situar esas palabras en su contexto y adentrarnos en su significado más profundo.
El contexto pudiera ser la polémica con los fariseos y su religiosidad basada en el mérito y la
recompensa, tal como se pone de relieve en tantas parábolas evangélicas, particularmente en aquella
de “los trabajadores de la viña” (Mt 20,1-16).
Frente a ese tipo de religiosidad de quien se cree con derechos ante Dios como consecuencia
de los méritos obtenidos por el “cumplimiento” de la norma, Jesús presenta a Dios como Gracia sin
medida que se desborda, empezando por los últimos, aquellos que no son tenidos en cuenta e incluso
considerados como “pecadores”. Las llamadas “parábolas de la misericordia” (Lc 15) son testimonios
magníficos del radical cambio de perspectiva que presenta el maestro de Nazaret.
Pero, aun así, sigue sonando extraña a nuestros oídos modernos la afirmación de quien,
habiendo cumplido todo lo mandado, se considera como un “siervo inútil”.
La “extrañeza”, tal como lo veo, se debe al hecho de que leemos esa frase desde la perspectiva
del yo, que no se resigna a sentirse “devaluado” en su imagen ni en su acción. Desde ese ángulo, la
actitud que se pide al servidor es vista
como alienación.
La lectura adecuada requiere
situarse en otro lugar, desde el que se
modifica radicalmente la percepción
incluso de la propia identidad. En
síntesis, podría expresarse de este
modo: no existe ningún “yo” que sería
sujeto de nada; tal yo es únicamente
una ficción mental. No existe sino la
Consciencia que actúa a través de
todas las formas, que no son si no
cauces o canales por los que fluye
En esta visión, todo se clarifica:
carece de sentido que un canal se
atribuya o se apropie la acción que,
simplemente, pasa a través de él. Si
tuviera que expresarlo de algún modo,
el canal únicamente podría decir: “soy
un siervo inútil”.
Leída así, la pequeña parábola de Jesús contiene una profunda sabiduría, por cuanto nos revela
la trampa de identificarnos con el yo –siempre apropiador- y nos conduce hacia nuestro verdadero
rostro. No somos ese yo separado que nuestra mente piensa, sino la Consciencia última que en todo
se manifiesta.
Desde esta lectura se comprende también que la gratuidad sea uno de los ejes centrales del
evangelio. Todo es Gracia. “Nadie” hace nada, todo fluye, porque todo se regala.
Como diría Pablo, “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes
como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7).
¿SOMOS CREYENTES?
José Antonio Pagola
Jesús les había repetido en diversas ocasiones: “¡Qué pequeña es vuestra fe!”. Los discípulos no protestan.
Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios;
solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán
seguir hasta el final?
Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: “Auméntanos la fe”. Sienten que
su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien,
pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.
La crisis religiosa de nuestros días no respeta ni si quiera a los practicantes. Nosotros hablamos de
creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad,
no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la
vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los
que nos llamamos “cristianos” nos hemos de preguntar:
¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para
nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?
La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos
haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse
diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar
reducida sencillamente a una costumbre que no nos
atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil
cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos
prácticamente sin él.
¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan
grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos
extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido
que un día se acercó a Jesús y le dij o: “Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad”. Es bueno
repetirlas con corazón sencillo. Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.
No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos
y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en
él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en
nuestro corazón.
Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos
instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios
sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que
nada, confiar en el amor que nos tiene.
DABAR - PRIMERA PAGINA
Vivimos de la fe y damos la vida por ella
MARICARMEN
La fe tiene sus raíces en la vida misma y hace posible toda vida humana, digna de este nombre,
pues la fe es, ante todo, la confianza original del ser
humano en la vida. Desde que nacemos vivimos de la
confianza, en primer lugar, en nuestros padres y, por
extensión, en las personas que vamos conociendo a lo largo
del camino. La propia identidad como persona no se forma
de la nada, junto a nuestra libertad, se va fraguando en las
relaciones recíprocas con quienes vamos caminando, entre
lo que recibimos y damos.
La fe, a su vez, hace posible el encuentro con las otras
personas y con la Otra; facilita la comunicación; nos
permite el acceso a lo más íntimo del ser. Por muchos
análisis bio-psicológicos a que sometamos a una persona, no
podremos conocer su interioridad más que si entre las dos
se abre una corriente de “confidencia” (cum fide). Sin fe, mi
“yo” sería el límite definitivo de toda experiencia posible. La
única manera de establecer relaciones con alguien, humana
o divina, es mediante la confianza y la aceptación mutua.
Esto nos abre a la comprensión de la fe como encuentro personal. Cuando hablamos de fe, cabe
referirse a ella, al menos, de dos maneras. Puede entenderse como una creencia y, es verdad, este
aspecto se da en toda fe, pero para que cobre su pleno sentido debe integrarse en un concepto más
amplio, el de la fe como encuentro interpersonal, que abarca a la totalidad de la persona: su
inteligencia, su voluntad y sus sentimientos. Entonces, decir “yo creo” significa: “yo creo en ti, te
creo”, confío plenamente en ti y en lo que tú me dices.
La fe viene a ser la forma por la que tenemos acceso a la intimidad más profunda de la otra. Sólo
se conoce la hondura personal en la medida en que se cree a la persona en sí misma y ésta se abre
libremente. La fe es, de esta manera, respuesta a una
oferta de amor y posibilidad de participar en la vida
de la amada, en su pensamiento, en su manera de
ser. La fe ha dejado el terreno del mero ejercicio
intelectual y ha entrado en el ámbito de lo personal,
de lo vivificador, de los transformador, convirtiéndose
en una forma excelente de conocimiento.
Sin embargo, no queremos, de ninguna manera,
relativizar la importancia del ejercicio intelectual, ya
que la fe busca siempre la verdad. La fe busca la
verdad más allá de una misma y más allá de la
apariencia, por eso, no puede aceptarse cualquier
cosa ni a cualquier persona, sino sólo aquello y a
aquellas que nos resultan creíbles, dignas de crédito.
Conscientes de que toda creencia comporta el peligro
del error, de equivocarnos, de ahí la necesidad de ser
críticas. Críticas con lo que recibimos, de quiénes lo
recibimos y con nosotras mismas, pues debemos
tener presente nuestros propios límites.
Muchas de las censuras que se han hecho a la fe
religiosa provienen de entenderla únicamente como creencia y entender la creencia como acogida
y aceptación obligatoria de una serie de verdades o conocimientos. En realidad hay que entenderla
como la acogida y aceptación libre del Dios que nos sale al encuentro y requiere nuestro amor.
Este encuentro no excluye el conocimiento ni la doctrina sino que lo integra, porque la fe en la
persona supone la fe en la palabra de esa persona.
Entendida así, la fe cristiana es una experiencia y un participar en la vida del Dios que se nos da:
el justo vivirá por su fe; el que cree en el Hijo tiene la vida eterna (Jn 3,16). La vida cristiana no
es, pues, en su esencia, una filosofía o incluso una religión más, sino la entrada en una nueva
vida, la vida de Dios. Al acoger la Buena Noticia y responder por la fe, la persona creyente entra
en una nueva relación con Dios: nueva alianza, recibe una nueva familia: el pueblo de Dios que es
la Iglesia, recibe una nueva identidad: un nombre nuevo, recibe un nuevo encargo: dar Vida, dar
la vida.
YOUTUBE
http://www.youtube.com/watch?v=fVzeP823QKg
http://www.youtube.com/watch?v=H90ZjcOwpRM
http://www.youtube.com/watch?v=2-QJYS9Vg7c
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