ICONO DE LA NATIVIDAD PBRO. MARCELO CINQUEMANI Este icono representa el misterio de la Natividad del Señor. Su autoría viene atribuida al beato Andrej Rublev, quien lo habría pintado en Moscú alrededor del año 1420 para el monasterio de san Saba. Leer un icono: Uno icono no es sólo una obra de arte. El icono existe para contemplar el misterio que representa. En base a ciertas reglas precisas que sigue toda la iconografía, un icono es realmente un “texto” en el que se puede “leer”. Los colores, las proporciones, la perspectiva, los rostros, las luces, los gestos, etc. Para el icono no hay tiempo, por ello se puede representar contemporáneamente escenas que no lo son. Todo es parte de la gramática del icono. Así como la poesía expresa lo que las palabras no alcanzan, el icono es poesía gráfica. Aquí daremos algunas escuetas herramientas que permitan esta “lectura” del icono de la Natividad; pero sin duda que el cristiano orante que no se conforma con mirar superficialmente, sino que contempla el icono, podrá descubrir en él la voz de Dios, que habla a quien quiere escuchar. El diseño Una primera aproximación al icono nos manifiesta la división en grupos de escenas marcando tres franjas horizontales que se ordenan en torno al centro de la imagen, constituido por la figura del Niño. La franja inferior: a la izquierda San José, sentado, medita sobre el misterio de este nacimiento. A la derecha, encontramos las matronas que lavan al Niño recién nacido. La franja media: encontramos representado el misterio mismo de la Navidad: los ángeles adoran al Verbo encarnado y los pastores, recibiendo el anuncio desde lo alto, se acercan a la gruta. Extendida y en reposo, como mujer que ha dado a luz su hijo, María aparece al mismo tiempo como la Santísima Madre de Dios, el tapiz rojo tejido de oro le envuelve como una aureola de gloria. La franja superior: aparece un rayo, símbolo de la acción de Dios, que se divide en tres sobre la vertical de la gruta. Los magos suben hacia el rayo: su viaje hacia Belén (en hebreo “casa del pan”) es el símbolo del camino de los hombres de todos los tiempos que tiene sed de Dios; mientras los ángeles adoran en la eternidad el misterio del abajamiento del Hijo, por amor. Los elementos El Niño: son diversas las interpretaciones sobre el niño a la puerta de la caverna. Por un lado no hay duda que se trata de Belén, la “casa del pan”, por tanto el lugar donde el Hijo de Dios se ofrece como Pan sobre el altar, así pareciera su representación sobre un altar de piedra. Igualmente es interpretada la imagen en sintonía con el Misterio Pascual de Jesús. Envuelto en la faja mortuoria que el mismo evangelista Lucas mencionará al fin de su evangelio. El Niño, desde la cuna, anticipa su destino de entrega a la muerte para la salvación del hombre. Detrás del Niño permanece amenazante la negra caverna. Jesús tiene las facciones y las proporciones de un adulto, para simbolizar que es el eterno Hijo de Dios que existe antes del tiempo. La Madre de Dios: fuera de la gruta, en primer plano, está representada la Madre de Dios, extendida sobre un manto de color rojo fuego, que es el símbolo de la sangre, de la vida y por tanto del amor divino, y que la circunscribe casi como una isla. Su vientre está en el mismo eje de simetría de la estrella y por tanto, del Niño. En ello se indica que la maternidad de esta mujer ha sido provocada por Dios, sin el concurso de varón. Este misterio de la maternidad virginal de María es representado, en toda la tradición iconográfica, con las tres estrellas en su manto: una en el hombro, dos en la cabeza. Las mismas simbolizan el dogma de la virginidad antes, durante y después del parto. Su mirada está dirigida hacia los pastores que llegan, símbolo de la humanidad entera, transformándose ella a su vez en madre universal. María no está en la actitud de apoderarse del Niño, sino que lo ha dejado aparte, para realizar «las cosas de su Padre» (cf. Lc 2, 49) Trascendiendo el tiempo, el icono manifiesta todo el camino mariano: es la Virgen del pesebre, pero también la que no interrumpe la misión de Jesús en el Templo de Jerusalén; la que es hecha Madre de la Iglesia; la que sigue en oración con los apóstoles en espera del Espíritu. En definitiva se reconoce ya ahora Madre de la humanidad redimida. El rayo desde lo alto: un rayo de luz llega desde lo alto invadiendo tripartitamente (la salvación es obra de toda la Trinidad) el ingreso oscuro de la caverna a la puerta de la cual está depositado el recién nacido. El rayo establece un eje que atraviesa no sólo la caverna (¡las tinieblas!) sino la cabeza del Niño y apunta, como hemos dicho, al vientre de la Virgen. La caverna: La gruta, que en la narración de Lucas es el pesebre, aquí se pone como una referencia precisa a las fauces del abismo, al mundo de las tinieblas, al mundo opuesto a Dios que no lo recibió. Sin embargo el Niño está expuesto a sus puertas, de modo que es la Luz que puede iluminar las tinieblas. Más aún desde dentro de las tinieblas, quien estuviere dentro de la caverna, En Cristo puede vislumbrar la Luz. Los pastores: en el grupo de ángeles de la derecha, dos de ellos están dirigidos al rayo de luz. Contemplan el misterio de la encarnación. Un tercer ángel está hablando a los dos pastores. Los pastores representan el pueblo mencionado por Isaías que caminaba en tinieblas y vio una gran luz, la humanidad que recibe el anuncio del acontecimiento salvífico, que creen y siguen al ángel. A ellos se dirige la mirada materna de María. El buey y el asno: El buey y el asno, por ejemplo, que no son citados en los evangelios, deben su presencia a la tradición del evangelio del pseudo Mateo, que a su vez quiere actualizar las palabras de Isaías (1, 2-3). Hasta los animales son capaces de reconocer a quien los cría. José: en la parte inferior se encuentra José cubierto también él con un manto y encerrado en sus pensamientos, en su duda, humanamente comprensible, de frente al gran misterio. Los evangelios apócrifos desarrollan detalladamente las dudas y reacciones incrédulas de José ante la concepción virginal de María. También Mateo lo presenta como presa de la incertidumbre. José es el hombre que se interroga delante del misterio y de frente a él la tentación de la duda se materializa y se personifica en una figura del pastor cubierto de pieles. Las mujeres: dos mujeres preparan el baño del Niño. Este gesto subraya por un lado la perfecta humanidad de Cristo, y por el otro es prefiguración del bautismo, sacramento en que descender en el agua y salir de ella simboliza el descenso a los infiernos y la salida de éstos. La alusión al Misterio Pascual, que en Jesús se presenta en las mortajas que envuelven al recién nacido, respecto del cristiano el icono la da a entender por el bautismo, auténtica muerte, descenso y resurgimiento del creyente. Los magos: en la parte superior izquierda, desde lejos, llegan a caballo los magos. Ellos representan los santos y justos que, aún extranjeros al pueblo de Israel, tomarán parte del nuevo pueblo mesiánico. Así el Cristo está presentado, desde el nacimiento, como quien extiende la alianza, iniciada con Israel, a todos los hombres y profetizada por Isaías. La tradición iconográfica atribuye a los tres personajes respectivamente un aspecto juvenil, adulto y senil, reproduciendo en una única síntesis visiva las tres edades del hombre como propiciada para acceder a la salvación. Para llegar al Mesías no hay límite de edad.