Título: “La Santísima Trinidad y la Doctrina social de la Iglesia” Comisiones sugeridas: 14 o 21. Autor: Prof. Lic. Jorge Fazzari – UCA (doctorando en la Facultad de Teología, y docente de Teología en varias Facultades de Puerto Madero). Resumen: Como especificación de la iluminación trinitaria de la vida social y política (aportada en una ponencia anterior), aportamos esta otra ponencia en la cual estudiamos en particular los nexos entre Trinidad y Doctrina social de la Iglesia, tomando como punto de apoyo el Compendio de Doctrina social de la Iglesia. Concluimos con una propuesta de definición del ser humano como “sujeto relacional”, basado en la imago Dei comprendida también como trinitaria. La Trinidad y La Doctrina social de la iglesia. Las repercusiones sociales del misterio de la Trinidad. Naturalmente, no pretenderemos agotar –ni mucho menos– esta temática aquí. Además de algunos aspectos que hemos considerado en la Segunda Parte del libro –cuando tratamos sobre “La Trinidad y las vivencias humanas”– agregaremos ahora una indicación sobre los nexos existentes entre la Trinidad y la Doctrina Social de la Iglesia, y expondremos algunas líneas de reflexión. 1. Nexos entre el Misterio de la Trinidad y la Doctrina Social de la Iglesia. En primer lugar, estos dos “temas” tienen algo en común: son una carencia histórica en la predicación, en la catequesis y en la vivencia cristiana. Y no es casual que ambos contenidos estén ausentes, pues están vinculados: si no afirmamos a un Dios Trinidad cuando hacemos la exposición de los contenidos de la fe, no tendremos sustento firme para hablar de la dimensión social de la persona, cuando expongamos los contenidos de la moral cristiana. Pues el mejor cimiento para la Doctrina Social de la Iglesia es mostrar que Dios mismo es “una realidad social”. Pero hay otro elemento común –ahora positivo– entre la exposición del misterio de la Trinidad Divina, y la Doctrina Social de la Iglesia: en épocas recientes, es creciente la atención dedicada a ambas temáticas, alcanzando a generar un interés cada vez más “masivo” dentro de la Iglesia (aunque con impacto desigual, en varios aspectos). Este creciente interés –más o menos simultáneo– por ambos temas, nos confirma su “secreta vinculación”. Y, tomando sólo algunos “botones de muestra”, vemos que en la Magisterio Universal de la Iglesia, surgen –con muy pocos años de diferencia– primero el Catecismo de la Iglesia Católica (1992-1997), cuyo “hilo conductor” es el misterio 1 de la Trinidad;1 y luego el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia (2005), llamado por muchos “el Catecismo social”... y que comienza con una rica exposición trinitaria, que más abajo recorreremos. Por su parte, en la Iglesia en la Argentina, tenemos que el documento del Episcopado argentino Navega Mar Adentro (2003), pone en su número central, cuando expone “el núcleo del contenido evangelizador”, lo siguiente: “Jesucristo resucitado nos da el Espíritu Santo y nos lleva al Padre. La Trinidad es el fundamento más profundo de la dignidad de cada persona humana y de la comunión fraterna”. (NMA 50).2 Y, al mismo tiempo, vemos varios emprendimientos en la Iglesia en la Argentina (Cursos, Congresos, Jornadas, etc.) para exponer, cultivar y difundir la Doctrina Social de la Iglesia. 2. La Trinidad como modelo de comunión, en el CCE. 1. La Comunión Trinitaria. Cuando consideramos el misterio de Dios, a lo máximo que llegamos en esta vida es a una mirada en la cual contemplamos dos aspectos complementarios, pero que nunca podemos terminar de sintetizar en una unidad final. Y esto es lógico, porque –como decía San Agustín– “Si lo comprendiste bien... no es Dios”.3 Por eso, a Dios lo contemplamos: – Uno y Trino: ni tan Trino, que deje de ser Uno, ni tan Uno que no pueda ser Trino: “No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me rodea con su fulgor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la Unidad me arrebata de nuevo...” (CCE 256). – simple y perfecto: ni tan simple, que no pueda contener toda perfección; pero tan omniperfecto, que no deja ser simple; – en la eternidad y en el mundo: un Dios completamente trascendente respecto del mundo, pero –al mismo tiempo– tan presente en el mundo, que es “más íntimo a mí, que yo mismo”.4 – en la silenciosa intimidad y en la historia candente: “presente en lo más íntimo de [todas] sus criaturas” (CCE 300), y al mismo tiempo “Todopoderoso «en el cielo y en la tierra» (Sal 135,6)... Señor del universo... y... Señor de la historia...” (CCE 269); el “Dios salvador, Señor de la historia” (CCE 2584). En esta misma consideración de dos aspectos complementarios del misterio divino, también contemplamos dos aspectos de la comunión trinitaria: 1 C. VON SCHÖNBORN, El Misterio trinitario como hilo conductor del Catecismo de la Iglesia Católica, en AAVV, Introducción al Catecismo de la Iglesia Católica, Bogotá, San Pablo, 1993, 48-51. 2 Esta es la única frase que está “toda ella en mayúsculas” en NMA (tal como la copiamos), marcando su importancia. 3 Sermón 52, 6, 16; citado en CCE 230. 4 De nuevo, San Agustín, ahora en las Confesiones 3, 6, 11; también citado en CCE, ahora en su nº 300. De paso hacemos notar que el CCE tiene, aproximadamente, un 50 % más de citas de San Agustín que de Santo Tomás. 2 – En la “base metafísica” de la comunión trinitaria, afirmamos la consubstancialidad numérica: “es la infinita connaturalidad de Tres Infinitos” (CCE 256), que son una “comunión consustancial” (CCE 248): “la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible” (CCE 689). – En la “cumbre moral” de la comunión trinitaria,5 contemplamos que Dios mismo es “eterna comunicación (commercium) de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo” (CCE 221), “el misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas” (CCE 1118; cf. CCE 257); porque “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor” (CCE 2331): “el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad” (CCE 738), “la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor” (CCE 850). Por otra parte, cuando profundizamos en los misterios de la fe y de la vida cristiana, descubrimos –finalmente– que todo se reduce a dos vínculos de comunión, que tienen sus raíces en las Personas Divinas: – la “comunión coordinada”: a imagen de la comunión de la Santísima Trinidad, donde las realidades en juego “no tienen grado superior que eleve o grado inferior que abaje” (CCE 256); – la “comunión subordinada”: a imagen del misterio del Verbo encarnado, donde las realidades en juego no están en el mismo nivel, pero se unen “sin confusión y sin división” (CCE 467). Con esto, volvemos a los núcleos dogmáticos de la fe cristiana –el cristocentrismo trinitario–, desde los cuales se iluminan toda la fe y la vida cristianas, y de las cuales “Cristo es el centro y la Trinidad es la cumbre”, siendo Cristo “Uno de la Trinidad” (CCE 470). 2. La comunión humana, a la luz de la Trinidad. En los comienzos de la Tercera Parte del Catecismo –que es la Parte que trata sobre la moral cristiana– CCE 1702 nos anticipaba el contenido del Capítulo Segundo, con una referencia a la comunión trinitaria. “La imagen divina… Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unión de las personas divinas entre sí”. Y, también, al principio del Capítulo Segundo se nos decía que “existe cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor” (CCE 1878). Pero, luego, no encontramos que aparezca nuevamente considerado el misterio de la Trinidad en este Capítulo Segundo (CCE 1877-1948). Y hay varios temas que podrían haber tenido una iluminación desde la Trinidad, como la “igualdad y diferencias” entre las personas humanas (CCE 1934ss), o “la solidaridad humana” (CCE 1939ss). Aquí, incluso, se podría haber relacionado el primer tema con el “ser de la Trinidad”, y el segundo con el “amor en la Trinidad”. Pasando a considerar el conjunto de la Tercera Parte, vemos que sólo encontramos dos textos en que aparece la comunión de la Trinidad iluminando alguna experiencia de comunión humana. El primer texto es CCE 2205 que nos 5 Este lenguaje lo encontramos en CCE 470, que habla de “divinos Trinitatis mores”. 3 dice que “la familia cristiana es una comunión de personas, reflejo (vestigium) e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo.” Y CCE 2331 que, comenzando a exponer sobre la sexualidad, nos dice que “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor”, apelando a frases de Juan Pablo II en Familiaris Consortio 11. Y en la Cuarta Parte, que habla de la mística cristiana, encontramos una frase que es una perla, pero aislada: “La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación.” (CCE 2845). En este sentido, el CCE no sacó todas las consecuencias posibles, de una iluminación trinitaria de la vida social humana. Será el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia quien nos la ofrecerá. 3. La Trinidad, misterio de comunión en el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.6 El Compendio comienza la exposición que desembocará en la “revelación del Amor trinitario” siguiendo la línea de la historia. Empezando desde las “experiencias religiosas auténticas” que se dan “en todas las tradiciones culturales” (20) y que constituyen “el fondo de la experiencia religiosa universal” pasa a considerar “la Revelación que Dios hace progresivamente de Sí mismo al pueblo de Israel” (21). Salteando la época patriarcal, el Compendio recorre la historia de la Antigua Alianza comenzando por Moisés (21) y –en el recorrido– va destacando las instituciones y prescripciones de la Antigua Alianza que se relacionan con moral social (22-25). Luego menciona a los profetas que impulsan una “interiorización” y “universalización” de la moral veterotestamentaria (25). Y concluye este repaso de la Antigua Alianza contemplando –con una mirada general– “el actuar gratuito y misericordioso del Señor en favor del hombre” (26-27). Con esto, el relato desemboca en “Jesucristo” quien es el “cumplimiento del designio de amor del Padre”. En la persona misma de “Jesús, el Verbo hecho carne”, se “manifiesta tangiblemente y de modo definitivo quién es Dios y cómo se comporta con los hombres”: con “benevolencia y la misericordia” (28). Y, en el párrafo siguiente, el Compendio comienza a elevarse hacia la Trinidad: “El amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el Hijo experimenta en la unión íntima con el Padre. El Nuevo Testamento nos permite penetrar en la experiencia que Jesús mismo vive y comunica del amor de Dios su Padre —Abbá— y, por tanto, en el corazón mismo de la vida divina... La conciencia que Jesús tiene de ser el Hijo expresa precisamente esta experiencia originaria. El Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre: « Todo lo que tiene el Padre es mío » (Jn 16,15). Él, a su vez, tiene la misión de hacer partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres... Estos están llamados a vivir como Él y, después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él, gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo.” (29). 6 Los números entre paréntesis remiten a los párrafos del Compendio. En las citas, mantengo la letra cursiva del original allí donde el texto quiere destacar algún contenido. 4 De este modo, se muestra que las actitudes y acciones benevolentes que Jesús tiene hacia los demás, tienen su fuente en la intimidad del amor que lo une con su Padre, con su “Abbá”. Desde esta relación de amor con el Padre, es que el Hijo “vive y comunica” amor. Y, dándose hasta el extremo del amor (Jn 13, 1), lo da todo: entrega sus ropas (Jn 19, 23s), que es lo que una persona más pegado tiene a su cuerpo; entrega a su Madre (Jn 19, 25-27), que es la persona que un hombre célibe tiene más apegada a su corazón; finalmente, desde la cumbre de la Cruz, “entregó el Espíritu” (Jn 19, 30). Y, justamente, “gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo” nosotros somos integrados también “en el corazón mismo de la vida divina”, como leímos recién en el Compendio.7 Con esto, contemplamos que así como Jesús conciencia de que “ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre” que se donó a Él; así también el Hijo se hace don para los hombres, hasta entregar a Aquel que también se llama “Don” por excelencia, el Espíritu Santo.8 Con estas reflexiones, ingresamos en una zona en que la eternidad y la historia se tocan. Pues –por una parte– estamos hablando de “el corazón mismo de la vida divina”, contemplando que “el Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre” y que “el Hijo experimenta” una “unión íntima con el Padre” (29). Y –por otra parte– hablamos del ministerio y de la Pascua del Hijo y del don del Espíritu a los hombres. Y el próximo paso del Compendio será a invitarnos a “ir más arriba”, mostrándonos que el Amor eterno de la Comunión Trinitaria es la fuente del amor de Dios en la historia: “El testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios (cf. Rm 8,26), capta en la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres.” (30). Y, de aquí, desembocamos, definitivamente, en la contemplación de la Trinidad en la eternidad, aunque sin dejar de mencionar las consecuencias de la eternidad en la historia: “Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor. El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor fontal del Padre, de quien todo proviene; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad 7 Siguiendo la lógica de la Pasión según San Juan hasta concluirla, tendríamos que decir que Jesús se sigue entregando aún después de haber expirado, pues de su costado abierto surgen sangre y agua (Jn 19, 34), signos de la Eucaristía y del Bautismo. Y por esto se dice que “«del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia». Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz.” (CCE 766). 8 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I, 38, 2; JUAN PABLO II, Dominum et Vivificantem 10. 5 siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres (cf. Rm 5,5).” (31).9 Sin mencionar lo que hemos llamado “la base metafísica” de la comunión trinitaria, es decir, la consubstancialidad de las Personas Divinas, el Compendio se concentra en “la cumbre moral” del amor intratrinitario, contemplando esa “recirculación” o “perijoresis” (como la llamaban los Padres griegos), en la cual “el amor fontal del Padre” se vierte y engendra al Hijo, y el Hijo “volviéndose a entregar al Padre”, espiran al Espíritu como Amor mutuo. Y Es notable que el Compendio aquí no separe ese “volverse a entregar al Padre” por parte del Hijo, de la entrega que el mismo Hijo hace “a los hombres”; de este modo parece abrazar a la eternidad y a la historia en una solo entrega de amor. Y lo mismo sucede en relación a la Persona del Espíritu, de quien se dice que “infunde el amor en el corazón de los hombres”. Tocada esta cumbre, el Compendio mantiene su discurso en este nivel contemplativo por varios párrafos más, y siempre sacando las consecuencias para la vida social humana:10 “La reciprocidad del amor es exigida por el mandamiento que Jesús define nuevo y suyo: «como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13,34). El mandamiento del amor recíproco traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.” (32b). Profundizando en “clave joánica” una idea que ya vimos en “clave sinóptica” en capítulos anteriores, aportada por Adrienne Von Speyr, 11 aquí el Compendio nos hace ver que también el “primer lugar” en que se realiza “el amor recíproco” del mandamiento nuevo de Jesús, es en la mismísima Trinidad Divina. “El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios, debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política: «Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal», porque la imagen y semejanza del Dios trino son la raíz de «todo el “ethos” humano... cuyo vértice es el mandamiento del amor».” (33a). Aquí se plantea una categoría clave: comunión interpersonal. Ser humano significa tener la comunión como un elemento constitutivo. Y esto es así, porque el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de las Personas Divinas. Toda la ética se funda en este rasgo metafísico del ser del hombre, y alcanza su realización suprema en el mandamiento del amor recíproco. Como se puede ver, este número del Compendio dice del ser humano, lo que nosotros habíamos dicho más arriba hablando directamente de la Trinidad, cuando hablábamos de la “base metafísica” y “de la cumbre moral”.12 9 Un dato lingüístico curioso: a pesar de que en los siguientes números se profundiza en el misterio trinitario, este número 31 es el único lugar de todo el Compendio en el que aparece la palabra “Trinidad”. 10 En los párrafos siguientes destaco con letra negrita las referencias a la vida íntima de la Trinidad. 11 Cf. el final de la primera Meditación. 12 El Compendio volverá sobre esta idea una vez más, en sus nº 122, 130 y 143. 6 “El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia... pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, «un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión”».” (33b). La “globalización” –aquí llamada de modo más preciso “interdependencia”– es un fenómeno que manifiesta la inclinación a la comunión que tenemos los seres humanos. Siendo un proceso ambiguo, está en nosotros inclinar la balanza para que la globalización termine siendo un fenómeno positivo de comunión. Si lo iluminamos desde la Trinidad –y contando con su gracia– podemos hacer que la mayor capacidad para los vínculos que se produce en la actualidad, genere un salto cualitativo en la capacidad de convivencia de los seres humanos; salto cualitativo que podríamos llamar “solidaridad”. “La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: «Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta... existir en relación al otro “yo”», porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” (34a).13 Una vez más se insiste en este “quicio de la antropología cristiana” que es la dimensión relacional del hombre, creado a imagen del Dios Trino: la persona no es sin los otros; la persona es por los otros, con los otros y para los otros... y dándose –no sólo no se pierde– sino que se encuentra, pues allí alcanza su verdadera estatura de persona, al entrar en la “recirculación” del amor recíproco.14 Si yo me entrego completamente a mi esposa, y ella se entrega completamente a mí... es la gloria. Yo me puedo despreocupar completamente de cuidar de mí, porque ella me cuida amorosamente... y ella tampoco tiene que cuidar de sí, porque toda mi atención está puesta en cuidar de ella. “En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia... «cuando el Señor ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17, 21-22)... sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre... no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás (cf. Lc 17,33)».” (34b). Cuando Jesús enuncia la paradoja: “El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará” (Lc 17, 33), es como si dijera: “Quien quiera salvarse sólo, aislándose, encerrándose en su egoísmo, sin capacidad de compartir: ése se asfixia en su propio encapsulamiento; pero quien se abre a los El Compendio volverá sobre esta idea cuando hable de la persona como “imagen de Dios”, en el nº 110. 14 Decimos que “la persona es por los otros” porque –salvo Dios Padre– toda persona procede de otra; y –si extremáramos la precisión, podríamos decir que –salvo Dios Hijo, que procede de sólo el Padre– toda persona procede de otras. 13 7 demás, ése se consagra en su ser de persona, porque realiza en su vida aquel modelo eterno del cual proviene su propio ser”. Y como esto no se puede realizar sin la ayuda de la gracia, por eso Jesús ruega al Padre, para que también nosotros seamos uno, como Ellos son Uno. “Las páginas del primer libro de la Sagrada Escritura, que describen la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1.26-27)... ellos, precisamente en su complementariedad y reciprocidad, son imagen del Amor trinitario en el universo creado...” (36); y así vemos que “la sociabilidad constitutiva del ser humano, tiene su prototipo en la relación originaria entre el hombre y la mujer...” (37).15 Aquí aparece el “paradigma de la comunión” en su modelo originario eterno –la Trinidad– y en su modelo originario humano, que deriva de aquel: la relación entre la mujer y el varón. Ya desde aquí –y de modo estructural y estructurante– la “sociabilidad” aparece como un elemento “constitutivo” del ser humano.16 Desde aquí, el Compendio irá mostrando las derivaciones de esta dimensión constitutiva del ser humano a los campos concretos de la vida social; aparecerá cuando hable de: – la misión de la Iglesia (51-55); – de la Doctrina Social de la Iglesia (65, 94b, 103, 549s); – de los principios del “bien común”, “subsidiaridad” y “solidaridad”, abarcando nuevamente la totalidad de las dimensiones relacionales del ser humano (165, 185s y 192, respectivamente); – de “la vía de la caridad” en el contexto de los valores sociales (204-208); – del matrimonio (218-220, 227); – de la familia (209-213, 221, 237); – del trabajo humano (322); – de la vida económica (333s, 336, 360); – de la comunidad política (386, 390-393, 417); – de la comunidad internacional (432); – de la ecología (486); – y del destino eterno del ser humano, que es la comunión con la Trinidad (74).17 Y podemos concluir este repaso, con unas bellas y solemnes palabras, del propio Compendio, cuando habla de la comunidad internacional: “El mensaje cristiano ofrece una visión universal de la vida de los hombres y de los pueblos sobre la tierra, que hace comprender la unidad de la familia humana. Esta unidad no se construye con la fuerza de las armas, del terror o de la prepotencia; es más bien el resultado de aquel « supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas... que los cristianos expresamos con la palabra “comunión” », y una conquista de la fuerza moral y cultural de la libertad.” (432). 15 De nuevo aparecerá este tema en el Compendio, en los nº 108, 111 y 147. Esta “sociabilidad humana” la desarrollará el Compendio en sus nº 149-151. 17 Este elenco de textos no pretende ser exhaustivo, aunque lo hemos compuesto con mucha dedicación. 16 8 COROLARIO: EL SER HUMANO, SUJETO RELACIONAL. Aquí sólo queremos presentar un razonamiento muy sencillo, pero muy consistente, que desemboca en una definición. Si Dios es Comunión, y el hombre ha sido creado a imagen de Dios, entonces la comunión es un elemento constitutivo del ser humano. Cuando Santo Tomás de Aquino busca definir qué es la Persona Divina, termina diciendo que la Persona Divina es “Relación subsistente”.18 Es decir, que la categoría “relación” es definitoria del ser-persona-divina. Por tanto, en la Revelación cristiana, la categoría “relación” es suprema y adquiere dimensiones de consistencia infinita y existencia eterna. En consecuencia, no puede ser que la dimensión relacional del hombre – creado a imagen de Dios– sea una dimensión secundaria. Por eso, mi propuesta es que – simplemente invirtiendo los términos de la definición de “Persona Divina” que propone Tomás– definamos a la persona humana como “sujeto relacional”.19 De este modo, creo, hacemos justicia de modo parejo a las dos dimensiones constitutivas del ser humano: su subjetividad (como ser inteligente, consciente, libre, “único e irrepetible”, etc.) y su relacionalidad (como ser que procede de otros, es con los otros y dándose a los otros se plenifica). De este modo, el “hacia adentro” y el “hacia afuera” del hombre aparecen con toda la riqueza.20 Y estas dos dimensiones se realimentan: podemos entrar en relación porque somos seres conscientes y libres. Y las relaciones que establecemos alimentan nuestra subjetividad, pues estimulan el ejercicio de la inteligencia, del autoconocimiento, de la voluntad, de la libertad y del amor. Y una definición es un “punto de llegada” intelectual (por supuesto, basado en la realidad, si es que uno piensa bien); pero, a su vez, es un “punto de partida existencial”, pues con esa definición empezamos a releer la realidad que habíamos observado inicialmente. Y, si la definición es buena –es decir, responde a la realidad de las cosas– entonces nos permite “caminar la vida bien”; del mismo modo que un buen mapa, nos permite recorrer un territorio desconocido, sin problemas y disfrutando del recorrido. Si empezamos a releer nuestras relaciones familiares, sociales, políticas, económicas, ecológicas, etc. desde esta conciencia de que cada uno de nosotros Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica I, 29, 4:“Persona divina significat relationem ut subsistentem”. Naturalmente, Tomás no puede apelar a la categoría “sustancia” cuando busca la definición de “persona divina”, pues si hablamos de tres sustancias, hablamos de tres dioses, y esto ya había sido tratado largamente en la tradición teológica anterior: Cf. R. FERRARA, El misterio de Dios. Correspondencias y paradojas, Salamanca, 2005; pp. 505ss. 19 De hecho, el propio Compendio de Doctrina Social de la Iglesia propone una expresión semejante, en 149 cuando habla del hombre como una “subjetividad relacional”. En todo caso, mi reflexión ya se basaba en la definición de Tomás cuando el Compendio es publicado. Por otra parte, también podemos extender esta definición a todas las personas creadas (incluyendo a los ángeles). 20 Estas dimensiones del “hacia adentro” y “hacia afuera” también aparecen en la Trinidad divina (Theologia y Oikonomia, cf. CCE 236), en la Iglesia, que debe ser “Comunión” hacia adentro y “misionera” hacia afuera y en los distintos grupos sociales, que de modo parecido a la Iglesia, tienen una “vida interna” como grupo, y se relacionan hacia afuera con otros grupos. 18 9 es un “sujeto relacional”, creo que comenzaremos a cuidar mucho más nuestras relaciones interpersonales, pues seremos conscientes que en ellas se juega algo que es interno y constitutivo de nuestro ser, y no un mero evento externo o una anécdota pasajera. Ante la fragmentación del mundo posmoderno, tenemos en la antropología cristiana una herramienta de primer orden para construir un mundo fraterno, como propone el mismísimo artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.” Esa herramienta es saber que el hombre es un “sujeto relacional” que no puede alcanzar su plenitud, si no es en la comunión con los otros: para toda persona – también para cada Persona Divina– “ser” no es “simplemente ser”, sino “SER DON”. La persona conjuga la consistencia metafísica de ser, con la relacionalidad dinámica del don. De este modo, la metafísica y la historia se reconcilian en el cristianismo que es una fe que proclama que “el Logos se hizo carne” (Jn 1, 14)... y se hizo don de sí mismo, “hasta la muerte y muerte de Cruz; y por eso Dios lo exaltó” (Flp 2, 8s); mostrando en la propia vida humana del Hijo divino que –como el mismo Jesús dijera– “quien quiera salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará” (Lc 17, 33). 10