SOCIALES TEMARIO DE 4º de ESO El fin de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna vista por un historiador actual «Cuando el mundo era medio milenio más joven tenían todos los sucesos formas externas mucho más pronunciadas que ahora. Entre el dolor y la alegría, entre la desgracia y la dicha, parecía la distancia mayor de lo que nos parece a nosotros. Todas las experiencias de la vida conservaban ese grado de espontaneidad y ese carácter absoluto que la alegría y el dolor tienen aún hoy en el espíritu del niño. Todo acontecimiento, todo acto, estaba rodeado de precisas y expresivas formas (…) Las grandes contingencias de la vida —el nacimiento, el matrimonio, la muerte— tomaban con el sacramento el brillo de un misterio divino. Pero también los pequeños sucesos —un viaje, un trabajo, una visita— iban acompañados de mil bendiciones, ceremonias, sentencias y formalidades. (…) El contraste entre la enfermedad y la salud era más señalado (…) El honor y la riqueza eran gozados con más fruición y avidez (…) Un vivo fuego en el hogar acompañado de la libación y la broma, un blando lecho, conservaban el alto valor (…) de la alegría de vivir. Y todas las cosas de la vida tenían algo de ostentoso pero cruelmente público: los leprosos hacían sonar sus carracas y marchaban en procesión (…) Todas las clases, todos los órdenes, todos los oficios, podían reconocerse por su traje (…) El enamorado llevaba la cifra de su dama; el compañero de armas o de religión el signo de su hermandad, el súbdito, los colores y las armas de su señor» J. Huizinga, El otoño de la Edad Media Lutero en la Dieta de Worms (1521) «Si no se me convence mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón - porque no le creo ni al papa ni a los concilios ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a si mismos - por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable. ¡Dios me ayude, amén!» La vida en el Antiguo Régimen y en la actualidad «Marie, mujer robusta de una familia de siete hermanos de los que dos murieron en la cuna y otros dos antes de cumplir veinte años, ha tenido muchas enfermedades, ha pasado en su vida 30 ó 40 meses de fiebre y sufrimientos, pero ha salido adelante. Tenía catorce años cuando perdió a su padre. No conoció a ninguno de sus abuelos. Su madre, que se quedó viuda con tres hijos a su cargo, no tuvo más ayuda y sustento que el de un hermano, a su vez cargado de familia. Marie comenzó a ganarse el pan a los ocho años, cuidando ocas y pavos, luego corderos, más adelante cerdos. Al morir su padre, la “alquilaron” como sirvienta a unos campesinos un poco menos pobres. Tenía veinte años cuando su madre, agotada, la llamó consigo para ocuparse de la casa, en la que vivían, aparte de la madre y de una vieja tía soltera e inválida, los dos hermanos todavía vivos de la joven. La madre murió cuatro años más tarde, unos meses después de la boda de su hijo mayor. Sólo entonces pudo Marie pensar en casarse; comprobó entonces la fidelidad de un pretendiente y, con la autorización y el estímulo de su hermano mayor y de su tío, se casó. Tenía pues 25 años. En quince años más daría a luz a cinco niños, nacidos vivos, de los que vería morir a dos. Con dos abortos naturales, ello supone por los menos 51 meses de embarazo y 120 meses de lactancia. Su marido moriría a los quince años de matrimonio. Quedaría, pues, viuda con tres niños pequeños a su cargo. Moriría diez años más tarde, a los cincuenta. Séverine tiene ahora dieciocho años; es “estudiante”, por lo menos esa es su ocupación oficial. Su padre, su madre, su único hermano y sus cuatro abuelos están todos vivos. Lejos de temer la muerte de los familiares que la mantienen, se siente exageradamente mimada, adulada y vigilada por sus seis mayores, en cuya actitud hacia ella se mezclan el amor posesivo y la pretendida amistad, incluso camaradería, desenvuelta. No empezará a verles morir hasta dentro de 4 ó 5 años. Ha ido ya a Grecia y a Noruega; ha estado en Roma, en Túnez, en Londres y en Madrid. Ha tenido ya uno, o quizá dos, amigos muy íntimos. Se casará a los veintitrés años, tendrá un hijo, quizá a los cinco meses, quizá a los tres años. Y después ¿quién sabe? Tal vez se divorcie. Pero si sigue casada con su marido, e incluso si tiene de él un segundo hijo, a los cuarenta y cinco años estará enteramente libre de sus obligaciones maternales, pues su hijo pequeño tendrá dieciséis. A la edad de cuarenta y cinco años, a la que Marie, viuda y agotada, única superviviente de su generación y por ello cabeza de familia, temblaba ante las inclemencias del tiempo que arruinan las cosechas y las epidemias que diezman los hogares, y veía la muerte inexorablemente cercana, Séverine tendrá todavía por delante 34 años de vida con jubilación, Seguridad Social y puede que instituto de belleza» Jean Fourastie, Les trente glorieuses, París, 1979, págs. 69-71. Sangre, sudor y lágrimas «Confío en que seré perdonado si, a causa de la crisis actual, soy breve en mi discurso a la Cámara. Confío en que todos mis colegas, o excolegas, que se vean afectados por el reajuste político, disculparán plenamente la falta de ceremonia con que hemos tenido que actuar. Es mi deseo decir a la Cámara, como ya he dicho a los que han formado este Gobierno: “Sólo puedo ofrecer sangre, sudor y lágrimas”. Nos espera una prueba verdaderamente terrible. Se extienden ante nosotros muchos meses, meses muy largos, de lucha y sufrimiento. Vosotros preguntaréis: ¿cuál es nuestra política? Y yo respondo: es hacer la guerra, por mar, tierra y aire, con todo nuestro poder, y con todas las fuerzas que Dios pueda darnos; hacer la guerra contra una monstruosa tiranía, jamás superada en el tenebroso y lamentable catálogo de los crímenes humanos. Esta es nuestra política. También preguntaréis: ¿cuál es nuestro objetivo? Nuestro objetivo es la victoria; victoria a toda costa; victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que sea el camino; pues sin victoria no hay supervivencia ni salvación. Que quede bien claro: no habrá salvación para todo cuanto el Imperio Británico ha representado; no habrá salvación para el impulso y anhelo de todas las épocas que han hecho avanzar a la Humanidad hacia sus más altas finalidades. Pero asumo mi tarea con júbilo y esperanza. Estoy seguro de que nuestra causa no podrá fracasar entre los hombres. En estos momentos me siento con derecho a pedir la ayuda de todos y digo: vamos, pues, avancemos juntos uniendo todas nuestras fuerzas» Winston Churchill ante la Cámara de los Comunes, 13 de mayo de 1940.