idilio

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BASCONGADA.
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ral que se examinaba en veeduría, compuesta de los que habían sido
de Ayuntamiento, y así pasaba todo. La fórmula de los libramientos
era: Librese á Fulano tanto por los gastos que se le ofrecieren.
En las Ordenanzas de 1758 se dictaron reglas muy acertadas para
poner el debido coto á tanta informalidad, precisando la forma en que
debían hacerse las diferentes operaciones que exigía la buena marcha
de tan importante ramo. Al mismo tiempo se suprimió este empleo
por razon de economías, como hemos dicho ya al hablar de los Jurados, imponiendo á uno de estos la obligación de aceptar dicho cargo al salir del Ayuntamiento, en razón de las ventajas que obtenía con
la presentación de Beneficios. En 1594 tenía de sueldo 50 ducados al
año, y cuando se suprimió en 1768, 1.600 reales, y sólo le asignaron
para en adelante 50 ducados, por desfalcos que pudiera tener en la
moneda. En 1814, se le asignaron al Tesorero 3.300 reales vellon al
año.
SERAPIO MÚGICA.
(Se continuará)
IDILIO
Bien hayas del Cielo, doncel peregrino,
Que así fatigado llamaste á mi puerta,
Cubierto del polvo de un largo camino
Por senda quebrada, sombría y desierta.
Tal vez me buscaste por valles y cimas.
No sé si mi nombre del tuyo es hermano;
Tus ojos parecen un sol de otros climas;
Tu aliento el suspiro de un mundo lejano.
Tu acento divino serena el ambiente
Con himno sonoro de amor y de queja,
Y á un tiempo me miras risueño y doliente
Como una esperanza que brilla y se aleja.
¿Quién eres?—Mi nombre revela un misterio.
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EUSKAL-ERRIA
Soy fuente que embriaga y arcano que invita.
Yo presto á las almas, solaz ó cauterio,
Que duros afanes apaga ó irrita.
Yo dejo al dichoso, buscando al mendigo
Que viste un harapo ó en pajas reposa,
Mi manto de estrellas le presta un abrigo
Y alegres visiones de un cielo de rosa.
—La luz de tu rostro con cerco profundo
De sangre inocente se nubla y marchita:
Resbalan sus gotas cual mancha de un mundo
Que deja en el cielo su sombra infinita.
Tal vez en un reino de luto y de llanto
Con fieras legiones en ruda batalla
Deshechas tus huestes, vencidas de espanto,
Cayó tu bandera de la alta muralla.
—Yo alcé mi estandarte... la Cruz fué mi emblema,
Un leño que ofrece dolor de agonía,
Tristeza y suspiro, pavor y anatema
Del hombre que aparta su frente sombría.
Fué largo el combate, la lucha muy fuerte.
Los hombres la vieron con ojos de espanto,
Dudosa y tardía vadeaba la muerte
El río que baña los reinos del llanto.
Yo ví su guadaña temblar insegura
Y en brazo cobarde, traidor á su celo,
Alzarse tres veces midiendo mi altura,
Y tres, abatida, rodar por el suelo.
Velando en sus ojos, su aurora divina,
Ceñidos sus brazos al triste madero,
Lloraba mi Madre, la flor de la ruina,
Cual cisne que entona su canto postrero.
De angustia sin nombre su pecho transido,
Tendióme sus manos con grito profundo;
¡La sorda agonía de un mundo caído
Lloraba con ella, sonrisa del mundo!
Su nombre es eterno: mi mano le ha escrito
En arcos de lumbre, dosel de mi gloria,
Y el ángel le llama lucero bendito,
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BASCONGADA
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La flor del poema, y el sol de la historia.
Yo puse en sus hombros los cándidos tules
Más puros que ensueños de santas doncellas,
Su manto bordado de lirios azules,
Y en torno á su frente las blancas estrellas.
. . . . . . . . . . . . . . .
Bien haya el que sufre si Dios le ilumina,
Si hambriento ó desnudo, sin ira ó desmayo,
Por la áspera senda por donde camina
Un sol de esperanza le envia su rayo.
Llorando despojos de muertos amores
Vislumbra el pecado su reino de luto,
Y acaso maldice su patria sin flores,
Su fe sin antorcha, su vida sin fruto.
¡La vida es naufragio de obscuros anhelos,
De dichas inciertas, de sueños huídos,
Historia sombría que lloran los cielos
Y escriben con sangre mis miembros heridos!
Grabóla en mi pecho con laga profunda
El hierro que alzaron las iras mortales;
Mi amor la encendiera con llama fecunda
Y es faro que invita con dulces señales.
Es nido de dichas y es vaso de aromas;
Raudal inexhausto de esencia divina,
Que gustan las almas, sedientas palomas
Viajeras á un cielo que Dios ilumina.
En mi la plegaria perfuma su aliento,
Y endulzan los tristes la hiel de su lloro.
La muerte sonríe con mi pensamiento.
Y el alma del justo recoge en el viento
Los himnos celestes de un harpa de oro.
FRANCISCO ITURRIBARRÍA.
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