INTRODUCCION: «El último enemigo destruido será la muerte» 1 de CORINTIOS 15,26 El desarrollo de la espiritualidad del ser humano ha estado, en múltiples formas, condicionado a una ininterrumpida, y muchas veces accidentada y hasta azarosa lucha contra la muerte. Como ha planteado más de un sistema filosófico —en más de una ocasión a lo largo del complejo peregrinaje humano— la conciencia de la muerte, de su inevitabilidad y hasta de su acechanza, resulta uno de los principales presupuestos para el reconocimiento de la vida a partir de más de una posición de análisis. Bien vistas las cosas, la sensación de finitud que la constatación de la presencia de la muerte establece, valoriza la vida y le proporciona al viviente, amalgamado con componentes de temor e inseguridad, un sentido de urgencia expresable a su vez en la inquietud humana por lo útil, por lo pragmático, por lo especulativo, en tanto aperturas y vías para aprehender lo desconocido y lo asombroso, dimensiones éstas dentro de las cuales el hombre mismo está situado. La muerte da sentido a la vida, al establecer los límites mismos en que la vida ocurre; el afán por el reconocimiento de estos límites y la voluntad por incidir conscientemente en ellos está en la base de toda cultura, de toda ética, de toda ciencia, de toda religión, de todo arte. Tal es el caso, por ejemplo, de hechos tan normales en el quehacer cotidiano como las diferentes maneras de preservar y recordar a los difuntos, que eventualmente pueden alcanzar formas culturales muy rica y variadas. La necesidad de trascender más allá de la última respiración, ha impulsado la conducta individual y social del ser humano mucho antes del primer balbuceo de la historia. Si bien, como se ha dicho, el hombre es un animal con historia, no es menos cierto que puede serlo porque es un animal consciente de su fin. Todas las perspectivas humanas de un signo o de otro, materialista o no, están situadas dentro de estas contingencias. ¿Puede el hombre aplazar la muerte? ¿Puede llegar a comprenderla? ¿Cómo se conjuga lo singular y lo temporal con lo eterno? ¿Cuáles son las leyes ocultas que vinculan lo anterior con lo venidero? ¿El misterio de la creación y la desaparición poseen la misma naturaleza? ¿Es posible la comunicación entre lo actual y lo ya no existente? ¿De qué manera alcanzar una formulación social que permita la plena autenticidad del hombre, alejándolo del riesgo de comportarse como hacedor de muerte? Son agobiantes interrogaciones palpables en el centro mismo de las inquietudes del mundo actual. Todas las páginas que siguen procuran acercarse a algunas respuestas probables.