Carta al Gerardo del bachillerato Estimado Gerardo del bachillerato, Estaba acordándome de ti porque hace poco me invitaron a hacer una visita al viejo Màrius Torres. Por esto, me han sobrevenido muchos recuerdos y experiencias que quería compartir contigo. Viejo Gerardo, sé que viviste cosas muy especiales en aquel instituto. Bueno, sé que en realidad, todavía estás ahí y continúas viviéndolas. ¿Recuerdas el primer día de clase? Pues claro, pero antes que eso recuerdas tu indecisión entre cuál de los dos bachilleratos debías realizar. ¿Humanístico o artístico? Por un lado, tu sueño era el de ser un escritor, así que quizás hacer letras hubiera sido lo más apropiado. Por otro lado siempre te había gustado la pintura, el dibujo… Además, el artístico tenía un misterio que te encantaba imaginar. Decidiste hacer una prescripción en el Màrius Torres, instituto del que tu amiga Violeta te había contado tanto. Y aquella tarde fue en la que el Màrius Torres te lanzó la flecha de Cupido. Te recibió con silencio y las paredes parecían contar historias. Siempre recordarías cómo te sentaste en un viejo banco como el de una iglesia y mientras completabas aquella hoja de papel observabas y te observaban aquellos espíritus del Màrius Torres. Aquel cuadro en la pared que habría hecho algún alumno. ¡Cómo te miraba! Y aquellos duendecillos de bronce justo en la entrada. ¡Seguro que por las noches empezaban a corretear! Fue increíble, solo con aquel silencio, ya empezabas a crear. Sobra decir por cuál te decantaste al final. Como te decía, llegó la presentación. ¿Recuerdas aquellas arcadas en tu interior por los nervios? ¡Qué grande era aquello y cuánta gente desconocida! A lo largo del transcurso en el Màrius Torres, siempre pensarías que la sala de actos guardaba una esencia particular por todos aquellos acontecimientos. ¡Como una antigua estación de trenes! En cuanto fueron llamando y formando a tu grupo no pensaste que más tarde todos aquellos nombres significarían tanto para ti. Tras haber formado el grupo, empezasteis a subir y a subir, hasta lo más alto. Sí, vuestra clase era la que tenía más escalones. Así empezó tu convivencia con el Màrius Torres. Allí conociste a gente fenomenal. Gente que entendería lo más estúpido y lo más profundo de tu vida. Y gracias a ella, tú empezarías a comprender otras cosas. ¿Recuerdas aquella chica no muy alta, con el pelo rizado y mirada de ratón que te quería invitar a un cigarro? Sí, Marisa, que sería, luego, como tu hermana. Aquella clase te recordaba a un banquete romano. Estaba repleto de personas con gustos tan distintos. Lo increíble era que algo os unía indudablemente. Nadie le faltaba el respeto a nadie. Erais como los hoplitas, una estrategia casi invencible. A nadie engañarías con las clases, había de todo, pero algunas te impactaron e inspiraron para los restos. No solamente por los conocimientos que se impartían sino por la fuerza, voluntad y sentimiento que había en ellas. Las clases extravagantes de dibujo de Mayte. ¡Las primeras clases dibujando sillas! Menos mal que luego empezasteis dibujando… ¡Ajos! También las clases de Rosario Curiel, profesora que te acompañó en tu travesía por el “Treball de Recerca”. Junto a sus consejos, ánimos y comprensión lograste empezar y terminar de escribir una novela. En ocasiones, sus clases hicieron expandir vuestro interior como lo hace una acuarela en el agua. Unas clases que formaron gruesas cadenas entre todos vosotros. Y, por supuesto, los lazos no se estrecharon solamente en clase. Los patios eran una auténtica aventura. La de tertulias que transcurrieron en ese césped artificial al que llamasteis: “cespaucho”. Los de un curso superior os explicaban cosas sobre segundo, porque segundo también llegó. Según tú algo cambió en el siguiente curso. Algo llamado selectividad se apoderaba de las clases y a menudo se encontraba en los argumentos de los profesores. ¡Todo lo justificaban o lo relacionaban con la selectividad! Siempre le tuviste respeto pero más aún a medida que iba finalizando el curso. ¿Recuerdas unos días antes de iniciarla en el que los nervios te poseyeron? Fuiste a una de esas clases de repaso de Historia del Arte de Marisol a las que ella misma decía que no hacía falta ir. Al verte con aquella cara decidió tranquilizarte y ordenarte las ideas. Repasasteis fechas de obras y te dijo que era más fácil indicar la mitad del siglo del autor en lugar del año exacto. Aquel calor humano por parte de algunos profesores te iba formando como persona pero también como el profesional que querías llegar a ser. El Màrius fue enseñándote que la voluntad no es un mito, que los sueños deben trabajarse y no tan solo soñarse. Que la voluntad es la disciplina de los que creen en ellos mismos y en los demás. Me encantaría recordarte cientos de más cosas, Gerardo del bachillerato. Muchas, quizás aparentemente detalles sin importancia, como los pasillos decorados con fotografías y trabajos de volumen, la hora de salir al patio, las reuniones en la cafetería… Pero, ¿para que recordarte más si tú siempre estarás allí? Gerardo Nicolau