TEXTO 1 DECRETO DE 4 DE MAYO DE 1814 "Por manera que estas base s pueden servir de seguro anuncio de mis reales intenciones en el gobierno de que me voy a encargar, y harán conocer a todos no un déspota ni un tirano, sino un Rey y un padre de sus vasallo s. Por tanto, habiendo oído lo que unánimemente me han informado personas respetable s por su celo y cono cimiento s , y lo que acerca de cuanto aquí se contiene se me ha expuesto en representaciones , que de varias parte s del reino se me han dirigido, en las cuales se expresa la repugnancia y disgusto con que así la constitución formada en las Corte s generales y extraordinarias, como los demás estable cimientos político s de nuevo introducidos , son mirados en las provincias; los perjuicios y males que han venido de ellos, y se aumentarían si yo autorizase con mi consentimiento, y jurase aquella constitución; conformándome con tan decididas y generales demostraciones de la voluntad de mis pueblos, y por ser ellas justas y fundadas, de claro que mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha constitución ni a decreto alguno de las Cortes generales y extraordinarias, a saber, los que sean depresivos de los derechos y prerrogativas de mi soberanía, establecidas por la constitución y las leyes en que de largo tiempo la nación ha vivido, sino el de declarar aquella constitución y tales decretos nulos y de ningún valor y efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubieran pasado jamás tales actos, y se quitasen de en medio del tiempo alguno, y sin obligación en mis pueblos y súbditos, de cualquiera clase y condición, a cumplirlos ni guardarlos...” Dado en Valencia a 4 de mayo de 1814. YO, EL REY. TEXTO 2 EL MANIFIESTO DE LOS “PERSAS” (1814) Señor: era costumbre de los antiguos persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor... [...] La monarquía absoluta (...) es una obra de la razón y de la inteligencia: está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado: fue establecida por derecho de conquista, o por la sumisión voluntaria de los primeros hombres que eligieron sus Reyes. Así que el Soberano absoluto no tiene facultad de usar sin razón de su autoridad (derecho que no quiso tener el mismo Dios): por esto ha sido necesario que el poder soberano fuese absoluto, para prescribir a los súbditos todo lo que mira al interés común, y obliga a la obediencia a los que se niegan a ella. Pero, los que declaman contra el gobierno monárquico confunden el gobierno monárquico con el arbitrario, sin reflexionar que no hay estado (sin exceptuar las mismas repúblicas) donde en el constitutivo de la soberanía no se halle un poder absoluto. La único diferencia que hay entre el poder de un rey y el de una república es que aquel puede ser limitado y el de esta no puede serlo, llamándose absoluto en razón de la fuerza con que puede ejecutar la ley que constituye el interés de las sociedades civiles. En un gobierno absoluto, las personas son libres, la propiedad de los bienes es tan tan legítima e inviolable que subsiste aun contra el mismo soberano que aprueba el ser compelido ante los tribunales y que su mismo consejo decida sobre las pretensiones que tienen contra él sus vasallos. El soberano no puede disponer de la vida de sus súbditos, sino conformarse con el orden de justicia establecido en su Estado. Hay entre el Príncipe y el pueblo ciertas convenciones que se renuevan con juramento en la consagración de cada Rey; hay leyes, y cuanto se hace contra sus disposiciones es nulo en derecho. Póngase al lado de esta definición a la antigua Constitución Española y medítese la injusticia que se hace. Los más sabios políticos han preferido esta monarquía absoluta a todo otro gobierno. El hombre en aquella no es menos libre que en una república y la tiranía es aun más temible en esta que en aquella. España, entre otros reinos, se convenció de esta preferencia y de las muchas dificultades del poder limitado dependiente en ciertos puntos de una potencia superior o comprimido en otros por parte de los mismos vasallos. El Soberano que en varios extremos reconoce un superior no tiene más poder que el que recibe por el mismo conducto por donde se ha derivado la soberanía; mas, esta monarquía limitada hace depender la fortuna del pueblo de las ideas y pasiones del Príncipe y de los que con él reparten la soberana autoridad. Dos potencias que deberían obrar de acuerdo más se combaten que se apoyan. Es arriesgado que todo dependa de uno solo, sujeto a dejarse gobernar ciegamente, y es más la infidelidad por razón opuesta que todo dependa de muchos que no se pueden conciliar por tener cada uno sus ideas, su gusto, sus miras y sus intereses particulares. El Rey, comprimido por los privilegios del pueblo, se hace un honor en resistir sus derechos y, como el aire que adquiere mayor fuerza en la comprensión, rompe contra ellos con tanta mayor violencia cuanto más oprimido se halla en el ejercicio de las funciones de la soberanía, mayormente si no están bien balanceadas. Póngase ahora al reverso de esta medalla la Constitución y los decretos de las Cortes de Cádiz, las contestaciones con las regencias y los efectos que han seguido. Mucho nos hemos dilatado y apenas hemos completado el índice de los sucesos y materias que piden reforma. Tendíamos la vista (al venir a Madrid) por el negro cuadro de que acabamos de dar la idea y nos hallábamos convencidos de ser justo restituir a V. M. la corona de sus mayores sobre las antiguas bases que la fijó la monarquía. Conocíamos que debía limitarse el poder de los congresos a la formación de leyes en unión con el Rey, dividiéndose en Estamentos para evitar la precipitación y el influjo de las facciones en formarlas, por cuyo medio el pueblo español gozaría de una libertad verdadera y durable; y conocíamos también que nuestros trabajos debían emplearse en la interrupción de los estruendos de una concurrencia mal aconsejada. Conocíamos que nuestras provincias habían sufrido un agravio sujetándolas a nuevas leyes fundamentales, hechas sin su intervención, gravosas a su paz e intereses, proclamadas entre las amenazas, dadas a obedecer por el solo castigo y juradas sin solemnidad por error de concepto y con vicios que la eximían de obligación. Conocíamos que nuestra inacción en reclamar y enmendar esos males podría ser criticada y un cargo en el tribunal de la razón y en el del pueblo mismo el día que despertase de su alucinamiento. Y, en fin, conocíamos que si la forma de nuestros poderes la había marcado el Gobierno de Cádiz, la voluntad del pueblo (que es la que constituye su esencia) los había concedido para intervenir en unas Cortes Generales que suponían por leyes de España amplitud de facultades para remediar perjuicios, cuyo peso se hacía sentir demasiado. Por esto, para reformar, vinimos resueltos a Madrid, pero, noticiosos los exaltados de opinión contraria no cesaban de exponernos al público con la nota de que queríamos arruinar una Constitución cuyas páginas apellidaban sagradas y sus cláusulas un vasto archivo de felicidad para los españoles, sin que desarmase este empeño (en la popularidad alucinada) la vista de los tristes efectos de una anarquía desoladora que no podía ser oscurecida por los elogios y declamaciones insignificantes, sacrificadas en aras de ese ídolo de la ceguedad, publicado en tiempo que muchos pueblos aún no estaban evacuados de franceses y todos los demás recelando su vuelta. Por eso miraron con indiferencia un acto que no podían resistir y que no equivalía a bayonetas en su defensa, que era lo único que ocupaba su atención y deseo. [...] Señor: La divina providencia nos ha confiado la representación de España para salvar su religión, su Rey, su integridad y sus derechos, a tiempo que opiniones erradas y fines menos rectos se hallan apoderados de la posibilidad de agraciar u oprimir, ausente V. M., dividida la opinión de sus vasallos, alucinados los incautos, reunidos los perversos, fructificando el árbol de la sedición, principiada y sostenida la independencia de las Américas, y amargadas de un sistema republicano las provincias que representamos. Indefensos a la faz del mundo, hemos sido insultados, forzados y oprimidos para no hacer otro bien que impedir y dilatar la ejecución de los mayores males y no quedándonos otro recurso que elevar a V. M. el adjunto Manifiesto que llena el deseo de nuestras provincias, el posible desempeño de nuestros deberes, nuestros votos y la sumisión y fidelidad que juramos a V. R. P. y a nuestras antiguas leyes e instituciones. Suplicamos a V. M. con todas las veras de nuestro corazón se digne enterarse y con sus soberano acierto enjugar las lágrimas de las provincias que nos han elegido y de los leales españoles que no han cesado de pedir a Dios por la restitución de V. M. al trono y hoy por la dilatación de sus días para labrar su felicidad. Dios guarde a V. M. los muchos años que le pedimos. Madrid, 12 de abril de 1814. A los Reales pies de V. M. TEXTO 3 MANIFIESTO DE 10 DE MARZO DE 1820 POR EL QUE FERNANDO VII SE COMPROMETE A ACATAR LA CONSTITUCIÓN. «Españoles: Cuando vuestros heroicos esfuerzos lograron poner término al cautiverio en que me retuvo la más inaudita perfidia, todo cuanto vi y escuché, apenas pisé el suelo patrio, se reunió para persuadirme que la nación deseaba ver resucitada su anterior forma de gobierno; y esta persuasión me debió decidir a conformarme con lo que parecía ser el voto casi general de un pueblo magnánimo que, triunfador del enemigo extranjero, temía los males, aún más horribles, de la intestina discordia. No se me ocultaba sin embargo que el progreso rápido de la civilización europea, la difusión universal de luces hasta entre las clases menos elevadas, la más frecuente comunicación entre los diferentes países del globo, los asombrosos acaecimientos reservados a la generación actual, habían suscitado ideas y deseos desconocidos a nuestros mayores, resultando nuevas e imperiosas necesidades; ni tampoco dejaba de conocer que era indispensable amoldar a tales elementos las instituciones políticas, a fin de obtener aquella conveniente armonía entre los hombres y las leyes, en que estriba la estabilidad y el reposo de las sociedades. Pero mientras yo meditaba maduramente con la solicitud propia de mi paternal corazón las variaciones de nuestro régimen fundamental, que parecían más adaptables al carácter nacional y al estado presente de las diversas porciones de la monarquía española, así como más análogas a la organización de los pueblos ilustrados, me habéis hecho entender vuestro anhelo de que se restableciese aquella Constitución que entre el estruendo de armas hostiles fue promulgada en Cádiz el año de 1812, al propio tiempo que con asombro del mundo combatíais por la libertad de la patria. […] He jurado esa Constitución por la cual suspirabais, y seré siempre su más firme apoyo. Ya he tomado las medidas oportunas para la propia convocatoria de las Cortes. En ellas, reunido a vuestros Representantes, me gozaré de concurrir a la grande obra de la prosperidad nacional. Españoles: vuestra gloria es la única que mi corazón ambiciona. [...] Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre Español, al mismo tiempo que labramos por siglos nuestra felicidad y nuestra gloria. Palacio de Madrid, 10 de marzo de 1820. Fernando". Gaceta extraordinaria de Madrid, 12 de marzo de 1820. TEXTO 4 DECRETO DE 1 DE OCTUBRE DE 1823 “Bien públicos y notorios fueron a todos mis vasallos los escandalosos sucesos que precedieron, acompañaron y siguieron al establecimiento de la democrática Constitución de Cádiz en el mes de marzo de 1820: la más criminal traición, la más vergonzosa cobardía, el desacato más horrendo a mi Real Persona, y la violencia más inevitable, fueron los elementos empleados para variar esencialmente el gobierno paternal de mis reinos en un código democrático, origen fecundo de desastres y de desgracias. Mis vasallos acostumbrados a vivir bajo leyes sabias, moderadas y adaptadas a sus usos y costumbres, y que por tantos siglos habían hechos felices a sus antepasados, dieron bien pronto pruebas públicas y universales del desprecio, desafecto y desaprobación del nuevo régimen constitucional […] Gobernados tiránicamente, en virtud y a nombre de la Constitución, y espiados traidoramente hasta en sus mismos aposentos, ni les era posible reclamar el orden ni la justicia, ni podían conformarse con leyes establecidas por la cobardía y la traición, sostenidas por la violencia, y productoras del desorden más espantoso, de la anarquía más desoladora y de la indigencia universal. El voto general clamó por todas partes contra la tiránica Constitución; clamó por la cesación de un código nulo en su origen, ilegal en su formación, injusto en su contenido; clamó finalmente por el sostenimiento de la Santa Religión de sus mayores, por la restitución de sus leyes fundamentales, y por la conservación de mis legítimos derechos que heredé de mis antepasados, que con la prevenida solemnidad habían jurado mis vasallos.No fue estéril el grito general de la Nación: por todas las Provincias se formaban cuerpos armados que lidiaron contra los soldados de la Constitución […] y prefiriendo mis vasallos la muerte a la pérdida de tan importantes bienes, hicieron presente a la Europa con su fidelidad y su constancia, que si la España había dado el ser, y abrigado en su seno a algunos desnaturalizados hijos de la rebelión universal, la nación entera era religiosa, monárquica y amante de su legítimo Soberano. La Europa entera, conociendo profundamente mi cautiverio y el de toda mi Real Familia, la mísera situación de mis vasallos fieles y leales, y las máximas perniciosas que profusamente esparcían a toda costa los agentes Españoles por todas partes, determinaron poner fin a un estado de cosas que era el escándalo universal, que caminaba a trastornar todos los Tronos y todas las instituciones antiguas cambiándolas en la irreligión y en la inmoralidad. Encargada la Francia de tan santa empresa, en pocos meses ha triunfado de los esfuerzos de todos los rebeldes del mundo, reunidos por desgracia de la España en el suelo clásico de la fidelidad y de la lealtad. Mi augusto y amado primo el Duque de Angulema al frente de un Ejército, vencedor en todos mis dominios, me ha sacado de la esclavitud en que gemía, restituyéndome a mis amados vasallos fieles y constantes. Sentado ya otra vez en el trono de S. Fernando […], deseando proveer de remedio las más urgentes necesidades de mis pueblos, y manifestar a todo el mundo mi verdadera voluntad en el primer momento que he recobrado la libertad; he venido a declarar lo siguiente: […] Son nulos y de ningún valor todos los actos del gobierno llamado constitucional (de cualquiera clase y condición que sean) que ha dominado a mis pueblos desde el día 7 de marzo de 1820 hasta hoy, día 1 de octubre de 1823, declarando, como declaro, que en toda esta época he carecido de libertad, obligado a sancionar las leyes y a expedir órdenes, decretos y reglamentos que en contra mi voluntad se meditaban y expedían por el mismo gobierno. […]”. Gaceta de Madrid 7 de octubre de 1823 TEXTO 5 COMENTARIO DE TEXTO Fernando VII anula la derogación de la Pragmática Sanción. Gaceta de Madrid, 1 de enero de 1833. Sorprendido mí real ánimo, en los momentos de agonía, a que me condujo la grave enfermedad, de que me ha salvado prodigiosamente la divina misericordia, firmé un decreto derogando la pragmática sanción de 29 de marzo de 1830, decretada por mi augusto padre a petición de las cortes de 1789, para restablecer la sucesión regular en la corona de España. [...] Ni como rey pudiera Yo destruir las leyes fundamentales del reino, ni como padre pudiera con voluntad libre de despojar de tan augustos y legítimos derechos a mi descendencia. Hombres desleales o ilusos cercaron mi lecho, y abusando de mi amor y del de mi muy cara Esposa a los españoles, aumentaron su aflicción y la amargura de mi estado, asegurando que el reino entero estaba contra la observancia de la pragmática, y ponderando los torrentes de sangre y la desolación universal que habría de producir si no quedaba derogada. [...] declaro solemnemente de plena voluntad y propio movimiento, que el decreto firmado en las angustias de mi enfermedad fue arrancado de Mí por sorpresa: que fue un efecto de los falsos terrores con que sobrecogieron mi ánimo; y que es nulo y de ningún valor siendo opuesto a las leyes fundamentales de la Monarquía, y a las obligaciones que, como rey y como Padre, debo a mí augusta descendencia. En mi Palacio de Madrid, a 31 días de diciembre de 1832. COMENTARIO DE TEXTO. 1.- Resume con brevedad el contenido del texto. (Máximo 5 líneas) 2.- Explica las ideas fundamentales del texto. (Máximo 15 líneas)