Lección 11: Persecuciones en el siglo III Introducción: Desaparecidos los grandes emperadores Trajano y Adriano, Antonino Pio y Marco Aurelio, el Imperio vivió todavía días de gloria durante el reinado de Septimio Severo (193-211); pero bien pronto cayó en gran postración y descredito, siendo durante casi todo el siglo III juguete de pasiones, de la ambición y de la audacia. El cristianismo, entretanto, durante la primera mitad del siglo III siguió en un proceso ascendente, cada vez más manifiesto. En Occidente sobresalían escritores de gran talante, sobre todo en el norte de África, con Tertuliano y más tarde Cipriano, en Oriente surgía la gran escuela catequista de Alejandría, llevada a su primer esplendor por Clemente de Alejandrina y Orígenes. En el plano episcopal sobresalían igualmente hombres insignes, como Ceferino (199217) y Calixto (217-222) que intervinieron acertadamente en importantes cuestiones doctrinales y disciplinares. Cuando los emperadores romanos comenzaron a percatarse de que los cristianos formaban una fuerza compacta y poderosa extendida por todo el Imperio, decidieron tomar medidas radicales de carácter general. Su objeto era destruir todo aquel cuerpo, que suponían peligroso para el Estado. Se abandona, pues, el principio de que “no hay que buscarlos” y se sustituye por edictos generales que tienden a destruir de raíz el Cristianismo. Septimio Severo 193-211 Septimio Severo, durante los siete primeros años de su reinado, siguió la política precedente. El cielo del cristianismo continuaba sereno. Mas por el año 200, hallándose el emperador en el Oriente en guerra contra los partos, se produjo un cambio. Mucho se ha discutido sobre los motivos de este cambio de conducta de Severo, hombre, por otro lado, sereno y de amplias concepciones. Según parece, se asustó al darse allí cuenta perfecta del número y fuerza creciente del cristianismo, hasta tal punto, que creyó ahogaría pronto a las instituciones romanas. Otros, suponen que el cambio se debió a la influencia de la emperatriz Julia Domna. El hecho es que en el año 201 publicó el primer edicto general del que tenemos noticia, en el que se prohibía hacerse judío o cristiano. Iba, pues, directamente encaminado contra el proselitismo. Trataba de ahogar al cristianismo y destruirlo por cansancio. Este edicto se aplicó con todo rigor en Oriente y uno de sus efectos más tangibles fue la desorganización de la escuela de Alejandría, Clemente tuvo que escapar, y Orígenes, cuyo padre, Leónidas, acababa de ser martirizado, fue perseguido. También en África resurgió la persecución. El fanatismo del procónsul Scapula contribuyó allí particularmente a dar pábulo a la fiera. Otro foco especial de persecución fueron las Galias, donde murieron mártires como Félix, Fortunato y Aquiles. Pero el mártir más ilustre de esta persecución fue el anciano obispo de Lyon , Ireneo, muerto posiblemente en el año 203. Un segundo edicto, contra las reuniones de los cristianos, que atentaban directamente contra la celebración de la Santa Cena, agravó notablemente la situación, si bien tenemos escasas noticias sobre los efectos de este nuevo edicto. Período de Paz relativa Providencialmente no duró mucho tiempo esta situación. Ya al fin del reinado de Septimio Severo fue calmándose la tempestad. Mas al principio del reinado de Caracalla (211-217) se inició un cambio completo. Es el principio de un período de paz bastante prolongado, en el que la Iglesia tuvo tiempo para desenvolverse bajo todos los aspectos. De Caracalla llegó a afirmar Tertuliano que fue educado con leche cristiana, aludiendo sin duda a una nodriza cristiana. No obstante, siguió en África la persecución, dirigida por el gobernador Scapula, este gobernador continuaba acogiendo toda clase de denuncias contra los cristianos y condenando a estos a la hoguera y a las fieras. En esta persecución sucumbieron multitud de mártires. Alejandro Severo 222-235 La dinastía de los Severo terminó con este gran emperador, el mejor de todos como gobernante y quien llevó más adelante la tolerancia para los cristianos. El historiador Lampridio dijo de él: “Toleró la existencia de los cristianos”. De espíritu elevado y de vasta cultura filosófica, practicaba el sincretismo religioso, en el que hermanaba para el en el rango de la divinidad a Orfeo, Abraham, Jesús y Apolonio de Tiana, el héroe de los neopitagóricos. El favor especial que dispensó a los cristianos se debe a su madre Julia Mammea, que recibió instrucciones de Orígenes e Hipólito, así lo atestigua Eusebio en su Historia Eclesiástica. Esta misma tolerancia está atestiguada por los hechos siguientes: Consta que en la misma corte servían buen número de cristianos. Más notable todavía es lo que se refiere : que el emperador; llevado del espíritu sincretista propio de la época, puso en el santuario doméstico, donde cumplía sus deberes religiosos, una estatua de Cristo, al lado de la de Abraham. Este hecho revela el modo de pensar de Alejandro Severo. En la situación general de la Iglesia apenas hubo cambio ninguno. A pesar de esta tolerancia del cristianismo, no deben rechazarse los martirios que algunos documentos refieren a este reinado. De hecho se señalan cuatro mártires en Roma, entre ellos dos obispos Calixto (217-222) y Urbano (222-230). A este tiempo pertenece también el martirio de una mujer llamada por la Iglesia Católica Santa Cecilia. Maximino de Tracia 235-238 Con Maximino de Tracia comienza para el Imperio Romano un período de verdadera anarquía militar, en la que los emperadores se suceden rapidísimamente y mueren casi todos de una manera violenta en manos de sus competidores. En medio de tanta agitación e inestabilidad de las cosas, se comprende que las persecuciones tuvieran corta duración y, por otra parte, que mas bien se dejara en paz a los cristianos. Maximino de Tracia, elevado al trono por el ejército, cambió por completo toda la política de su predecesor, a quien él había asesinado. No parece tuviera él personalmente ni odio ni afecto a los cristianos; pero desde un principio los hizo perseguir simplemente porque habían sido favorecidos por Alejandro Severo y porque había algunos en la corte. Así lo afirman expresamente Eusebio, y Orígenes añade la noticia de que hizo demoler y quemar los edificios cristianos. Todo marca el principio de una persecución. Eusebio señala una circunstancia que caracteriza el designio de Maximino y de sus consejeros. El edicto que publicó contra los cristianos ordenaba que sólo se castigara a los dirigentes. La persecución iba dirigida contra los líderes y personas más influyentes. Las personas que cayeron víctimas de esta persecución, además de varios personajes de la corte, el obispo Ponciano, y su contrincante Hipólito, Ambos deportados a la isla de Cerdeña , donde se reconciliaron antes de morir. Su sucesor Antero, también fue martirizado. Orígenes informa también sobre algunos mártires en Oriente. Las sucesores de Maximino, Papiano y Balbino, que sólo reinaron unos meses (238); Gordiano (238-244) y Filipo el Árabe (244-249), volvieron de nuevo a la tolerancia. De esta manera se puede decir que, fuera del corto espacio de persecución de Maximino, la Iglesia gozó de tranquilidad, con lo cual se fue robusteciendo y preparando para las grandes luchas que se avecinaban. La conducta de Filipo el Árabe para con los cristianos, la tolerancia y favor que les otorgó, llamaron tanto la atención, que llegó a prevalecer la opinión de que él mismo había sido bautizado ocultamente. Eusebio da abundante testimonio sobre las íntimas relaciones de este emperador con los cristianos. Incluso nos dice que conocía cartas de Orígenes dirigidas a este emperador y a su esposa Octavia Severa. En todo caso, por sus buenos sentimientos para con los cristianos, Jerónimo le dio el título de “primer emperador cristiano”. Decio 249-251 A mediados del siglo III, se hallaba el cristianismo en un estado de verdadero florecimiento y madurez, por así decirlo, preparado para grandes pruebas, a ello había contribuido el período de cincuenta años que corrían del siglo III, en los que habían gozado los cristianos de relativa paz. Con todo esto el culto florecía en todas partes ; comenzaron a edificarse templos, primero más humildes y sencillos, luego más esbeltos y grandes. La lucha vino bien pronto, y ciertamente en una forma que supone un cambio radical en el sistema de perseguir al cristianismo por parte del Estado romano. En realidad, tanto la persecución de Decio como las que siguieron, particularmente la de Diocleciano, las podemos designar como una batalla abierta y totalitaria contra el cristianismo, en la que éste salió al fin victorioso. En la primera mitad del siglo II se había tratado ya en tiempo de Septimio Severo de oponerse con medidas generales al avance arrollador del cristianismo. Pero tampoco se había tomado con gran energía esta batalla, por lo cual precisamente el tiempo que sigue a este reinado hasta el de Decio constituye una era de paz y de abierta tolerancia para los cristianos. En estas circunstancias fue elevado al trono Cayo Messio Quinto Trajano Decio. Hombre, sin duda, de grandes cualidades, se cegó con el esplendor del trono y se propuso volverlo a su antigua grandeza. Una de las cosas que más le fascinaban, era volverse a la religión del Estado la significación que tuvo en los tiempos gloriosos del Imperio, probablemente como reacción contra el sincretismo oriental de los Severos. Ahora bien, el cristianismo, que había echado hondas raíces en el Imperio, en Roma y en la misma corte, fue envuelto en la misma ola de odio o prevención. Metido de lleno en su plan de reorganización imperial, Decio se convenció íntimamente de que el mayor enemigo del Estado romano, tal como él lo concebía, era el cristianismo. De ahí, pues, arranca su decisión de exterminarlo. Tal es la significación del nuevo sistema de persecución iniciado por Decio. En adelante se persigue al cristianismo, fuerte y poderoso, como un rival, como el mayor enemigo del Estado romano, como un obstáculo para la construcción del Imperio. Realmente Decio y los demás emperadores que le siguieron pierden algo de aquello que los convertía en monstruos de perversidad al estilo de Nerón y de Domiciano; pero de hecho, por la idea que se habían formado sobre el Estado, perseguían al cristianismo como tal, como religión que se oponía a la religión del Estado. Esto los hace verdaderos perseguidores del cristianismo. Los mártires de estas persecuciones morían por ser cristianos, por defender los principios religiosos del cristianismo. Decio emprendió inmediatamente la guerra más decidida contra los cristianos. Para esto publicó un edicto general contra los cristianos, que debía ser en adelante la base jurídica para la persecución. Su contenido no se ha conservado; pero lo conocemos sustancialmente por las historias contemporáneas. Los procónsules o gobernadores provinciales quedaban facultados para exigir de todos los súbditos del Imperio lo que se imponía. Esto era el reconocimiento de la religión del Estado, sea ofreciendo alguna libación o sacrificio, sea participando en los banquetes sagrados, aunque sólo fuera quemando un grano de incienso al dios pagano. Lo importante era que dieran una muestra exterior de adhesión al culto pagano. En la persecución se buscaba con preferencia a los obispos y demás dirigentes, algunos de los más significativos, y por eso mismo más perseguidos, se ocultaron, procurando, desde sus escondrijos, animar a todos a la fortaleza y perseverancia. Entre ellos se distinguieron Cipriano de Cartago 205-258), Gregorio Taumaturgo (213-270) y Dionisio de Alejandría (190-264). Valeriano 253-260 Los principios del reinado de Valeriano, hasta el año 257, fueron de paz y tranquilidad para la Iglesia. Los cristianos llegaron a ocupar puestos importantes en el palacio imperial, hasta el punto que Dionisio de Alejandría llega a compararlo con una “Iglesia de Dios”. Algunos atribuyen esta tolerancia al favor que dispensaba a los cristianos Salomina, esposa del heredero del Imperio, Galieno. En medio de esta paz y tranquilidad, cuando los cristianos se hallaban más confiados en la tolerancia imperial, inesperadamente se inicia en el año 257 una de aquellas persecuciones generales y totalitarias que caracterizan este período. ¿Cuál fue la causa de este cambio tan repentino del emperador? Es necesario ver como se encontraba el Imperio en ese momento. Los asaltos cada vez más violentos, de los pueblos limítrofes se multiplicaban, los francos junto con los vándalos y alanos por el norte y noreste, irrumpieron por el Rin y el Danubio; los godos con sus violentas incursiones a través del mar Negro, y sobre todo la insolencia del rey Sapor de Persia contra la provincia de Asia Menor, poniendo en peligro la misma Antioquía. En estas circunstancias bastaba una pequeña chispa para que estallara el incendio. Esta chispa fue iniciada por Macriano, gran entusiasta de los cultos orientales, eternos rivales del cristianismo; que sugestionó al emperador con la idea que en medio de ese peligro general en que se hallaba el Imperio, los cristianos eran un gravísimo peligro para el Estado y aun para su persona. En agosto del año 257 se inicio la persecución, publicando el primer edicto. El primer golpe iba contra los líderes, exigiendo a los obispos y diáconos sacrificar a los dioses del Estado, bajo pena de destierro. Igualmente prohibía las reuniones para el culto y las entradas a las catacumbas bajo pena de muerte. El segundo edicto es del 258, cuyo contenido nos es conocido por una carta de Cipriano. Los obispos y diáconos que no habían obedecido las ordenes del emperador, fueron ejecutados inmediatamente. Aquí perdió la vida Cipriano de Cartago. Aureliano 270-275 Más peligrosa fue la llamarada levantada por el emperador Aureliano, que pareció amenazar de nuevo la existencia misma del cristianismo. Desde el principio de su reinado concibió el plan grandioso de fundir todas las religiones en el sincretismo del Sol. Pareció, pues, que iba a obligar a los cristianos a tomar puesto en esta fusión, lo cual equivalía a declararle la guerra. Pero no sucedió así. Por una de esas inconsecuencias tan frecuentes en la conducta humana, dejó en paz a los cristianos, que siguieron gozando de amplia libertad. Diocleciano 284-305 La posición que tomó Diocleciano desde el principio frente al cristianismo es de máximo interés para la historia. Todo lo que sucedió en este respecto debe considerarse como el último esfuerzo que hacía el paganismo para derribar a la Iglesia cristiana. Durante los dieciocho primeros años de su reinado, Diocleciano no sólo no persiguió a los cristianos, sino que siguió conscientemente la política de los reinados precedentes de tolerancia. En el palacio imperial fue adquiriendo el cristianismo un influjo cada día más poderoso. A ello contribuían influencias muy elevadas, sobre todo la emperatriz Prisca, esposa de Diocleciano y su hija Valeria, de quienes consta que recibieron formación cristiana, si no llegaron a ser cristianas. Eusebio cita un buen número de personajes cristianos con cargo en la corte Imperial. ¿Por qué del cambio en Diocleciano? Bastó que alguien llegara a convencerlo de que el cristianismo era un obstáculo para la grandeza del Imperio romano, para que estallara la gran persecución. Sobre su desarrollo y consecuencias hablaremos ampliamente en la próxima lección ya que esta tendrá lugar al principio del siglo IV.