EDITORIAL ¡A LOS SUJETOS MISMOS!

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EDITORIAL
¡A los sujetos mismos!
Alberto Botto
D
urante los últimos años las intervenciones psicoterapéuticas basadas en el modelo de la mentalización han adquirido notoriedad debido a sus buenos
resultados –avalados, por supuesto, por la investigación empírica– pero, sobre todo, porque su entrenamiento carece de las complejidades de otros tipos de
tratamientos (como la formación teórica, la supervisión
y la psicoterapia personal en el caso del psicoanálisis)
lo que lo hace (relativamente) más sencillo y, además,
breve, dos atributos altamente valorados por el “mercado de las psicoterapias”, pero que, como veremos,
también pueden –y exigen– ser cuestionados. Posiblemente el aporte más relevante de este enfoque se encuentre en la elaboración de un modelo de tratamiento
que ha mostrado ser efectivo en una serie de cuadros
clínicos (desde la depresión y el autismo hasta los trastornos de la personalidad) sin soslayar una sólida base
conceptual fundamentada en la teoría del apego, la
cognición social y la regulación del estrés, todo esto
enriquecido por una mirada que integra el desarrollo
psicológico y la personalidad. La mentalización ha sido
definida como la capacidad de percibir e interpretar
la conducta humana (propia y de los demás) en términos de estados mentales intencionales tales como
necesidades, deseos, sentimientos, creencias y propósitos (Fonagy, Bateman y Luyten, 2012). Esto implica,
necesariamente, tener conocimiento de la experiencia
personal (subjetiva, en primera persona) y de la de
otro. No solo de su relato, que sería el equivalente de
un dato (objetivo, en tercera persona), sino de una experiencia esencialmente intersubjetiva. Por lo tanto, si
la mentalización es la capacidad de “entender a otro”,
¿no estamos hablando sencillamente de lo que significa conocer a otro sujeto? ¿Y qué significa realmente
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conocer a otro? A simple vista pareciera una obviedad,
pero lo cierto es que estas preguntas han sido fuente
de estudio –y de una larga controversia– desde mucho
antes que surgiera el concepto de mentalización en la
práctica clínica. Términos como “empatía” o “simpatía”,
que aluden a esta experiencia, hoy, en medio de tanta búsqueda de novedad, lamentablemente han caído
en desuso. A modo de ejemplo quisiera mencionar dos
obras cuyos autores, herederos de la corriente fenomenológica, contribuyeron de manera sobresaliente al
esclarecimiento de la intersubjetividad; curiosamente,
dos pensadores que no aparecen citados en ninguno de
los textos más importantes dedicados a la psicoterapia
basada en la mentalización. Me refiero a Edith Stein y
Max Scheler.
El primer estudio fenomenológico de la empatía
corresponde a la tesis doctoral de Stein (2004), que
fue dirigida por Edmund Husserl. Su trabajo intenta
responder la pregunta acerca de la manera en que experimentamos la conciencia y el vivenciar ajenos, es
decir: “¿cómo se realiza en un individuo psicofísico la
experiencia de otros individuos semejantes?”. A los modos del darse en la propia conciencia las vivencias de
otro sujeto, a ese acto de aprehensión del vivenciar ajeno, Stein lo denomina empatía. Por su parte, teniendo
como fondo la preocupación por la ética y el estudio de
los valores, Max Scheler explora los procesos mediante
los cuales se nos hacen comprensibles las vivencias de
otros. A diferencia de la mera “imitación”, el “contagio
afectivo” o la “empatía proyectiva”, distingue el fenómeno de la “simpatía” que consiste en comprender al
otro sintiendo lo mismo que el otro. La simpatía implica
la intención de sentir pena o alegría por la vivencia del
otro, está dirigida a ella en cuanto sentir y no solo como
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un juicio acerca del estado emocional ajeno; en otras
palabras, la simpatía representa el sentir de otro como
función afectiva misma. Y allí radica también su capacidad terapéutica. De hecho, según Scheler, “Lo que el
«psicoanálisis» puede albergar en sí de fuerza curativa
no descansa en la mera restauración del recuerdo de lo
reprimido, ni tampoco en la reacción desviadora, sino
en este vivir lo mismo que otro”.
En nuestro oficio como psiquiatras y psicoterapeutas se nos impone la tarea de conocer a otras personas: sus deseos, sus temores, sus intenciones. “Nos
están dados –afirmará Stein– sujetos ajenos y sus vivencias”… “Pero el cometido próximo es considerarlo
en sí mismo e investigar su esencia”. ¿Y de qué manera? Mediante la “reducción fenomenológica”. Nuestra
primera responsabilidad, por lo tanto, es partir desde
la experiencia subjetiva que alguien nos comunica. Y
desde allí elaborar aquello que posteriormente llegará a constituir un diagnóstico y, desde luego, también
un tratamiento. Conocer a otro es conocer su historia,
una historia narrada cuyo relato podrá ser fuente de
múltiples interpretaciones. Sin embargo, para hacerlo se requiere tiempo, dedicación y método. Eso, en
parte, es lo que nos enseña la fenomenología. Por lo
mismo, parafraseando la tantas veces citada exclamación de Husserl, no podemos olvidar que nuestro
trabajo clínico consistirá siempre en ir (y volver) ¡a los
sujetos mismos!
REFERENCIAS
1.
2.
3.
Fonagy P, Bateman A, Luyten P. (2012) Introduction and overview. En: A Bateman, P Fonagy (Eds.), Handbook of Mentalizing
in Mental Health Practice (First ed., pp. 3-42). Washington, D.C.:
American Psychiatric Publishing Inc.
Scheler M. (2005) Esencia y formas de la simpatía. Salamanca:
Sígueme. [Edición original de 1923]
Stein E. (2004) Sobre el problema de la empatía. Madrid: Trotta.
[Edición original de 1917]
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