I Congreso educación emocional Autor: Josep Toll 11-13 diciembre 2015 LA TRISTEZA Como buenos mamíferos que somos, ante las circunstancias de la vida, nuestro cerebro altera químicamente nuestro cuerpo para motivarnos a reaccionar de maneras determinadas según las situaciones. Son las emociones. Cada emoción tiene su propia química y cada emoción tiene su función. Las emociones no son ni buenas ni malas, sencillamente hacen o intentan hacer su trabajo según las circunstancias. La naturaleza es sabia, dicen, y el cuerpo y el cerebro, también. En todo caso, el problema no está en las emociones, sinó en el uso, adecuado o no, que hagamos de ellas. Y el uso que hagamos de las emociones dependerá de qué modelos, adecuados o no, hayamos subconscientemente utilizado a la hora de elaborar, también subconscientemente, nuestras respuestas ante ellas. ¿Qué pasa, pues, con la tristeza?, una de las emociones básicas, juntamente con otras como la alegría, la rabia o el miedo. A veces, quizás a menudo, sufrimos una pérdida, una carencia, una desgracia: alguna cosa que teníamos, hemos dejado de tenerla; alguna cosa que queríamos, no la podemos conseguir; alguna cosa que iba bién, ahora va mal. Cuando esto pasa, se nos crea un vacío, un agujero. Y es entonces cuando aparece la tristeza. A pesar de todo, aquello que hace daño, que nos duele, aquello que nos hace sufrir es el vacío, es el agujero, es la herida, y no la tristeza. La química de la tristeza nos recoje, hacia nosotros mismos, como si nos quisiéramos enroscar en nuestro sí: nos dejamos caer, nos abatimos, la mirada se nos apaga, la cara se inclina hacia abajo, la barbilla quiere descansar en nuestro pecho, los brazos y las piernas se aflojan, suspiramos, sollozamos y lloramos. ¿Para qué todo este desbarajuste corporal? Pues precisamente para no malgastar la energía, ya que ahora la necesitamos toda para nosotros, para reposar y destinarla a empezar a llenar el vacío y a curar la herida. Es la pérdida lo que nos hace sufrir. La tristeza aparece para ayudarnos a superar este sufrimiento. Es como un estado de convalescencia, es como cuando a 39 de fiebre y con los virus de la gripe bailando sevillanas en nuestro cuerpo, preferimos estar bien acurrucados dentro de la cama con dos mantas encima. En lugar de esta situación, sin duda preferiría estar saltando libremente por el campo. Pero en esta situación, ahora toca cama y patata herbida, como diría mi abuela. En este sentido, la misma química que nos recoje, que nos pone dentro de nosotros mismos, también expresa, ante los demás, nuestra debilidad y nuestra necesidad de ayuda. Esta expresión facilita la actitud empática de los que están a nuestro alrededor y así podemos obtener su compañía y su apoyo. ¿Qué podemos hacer, pues, cuando nos embarga la tristeza? En primer lugar, aceptarla: saber que nos quiere ayudar y no hacernos más daño. Si rechazamos la tristeza, al no hacerle caso, puede persistir o, incluso, augmentar, hacerse más presente, en su noble intención de apoyarnos. También puede pasar que, frustrada y decepcionada, se esconda agazapada en el I Congreso educación emocional Autor: Josep Toll 11-13 diciembre 2015 fondo de nuestro corazón y permanezca en nuestra subconsciencia. De esta manera, de vez en cuando o a menudo, por cualquier motivo, intentará expresarse de nuevo. En segundo lugar, podemos aprovechar el recogimiento, desde la inacción y el reposo, para trabajarnos a nosotros mismos hacia dentro y desde dentro. Este trabajo, que puede representar una enriquecedora fuente de autoconocimiento, nos puede facilitar la tarea de ir llenando el vacío e ir curando la herida. En esta situación, también podemos aprovechar el apoyo que podamos recibir de quienes generosamente nos lo ofrecen. Asimismo, esta experiencia también puede representar una enriquecedora fuente de creatividad. ¡Cuántos bellos poemas se han escrito a partir de la tristeza! La vida no suele ser un camino de rosas. Hay altos y bajos, como una montaña rusa. La experiencia de la tristeza no es agradable, si bien su vivencia, con aceptación y trabajo, puede aportarnos un aprendizaje, un crecimiento y una revitalización que nos hará ser más efectivos en tiempos mejores. ¿Qué podemos hacer cuando vemos o estamos con una persona triste? En primer lugar, empatizar con ella: saber que está triste y que tiene todo el derecho a estarlo, aceptarle su estado emocional. En segundo lugar, acompañarla, estar a su lado, si ella realmente así lo desea, dándole afecto, contacto, calor. Que nuestra empatía se exprese de manera natural. Que sea el lenguaje de nuestro cuerpo quien se exprese. Quizás no haran falta palabras. Y, por encima de todo, dejar que sea ella quien vaya marcando el ritmo del acompañamiento, dejando fluir: que se exprese, que llore, que quiera estar sola. También la podemos acompañar desde la distancia. Por otro lado, la tristeza tiene sus variantes, que pueden ser tratadas de una manera similar: la frustración, la culpa, el arrepentimiento, la decepción. La frustación nos viene a apoyar cuando la pérdida toma forma de fracaso, de no consecución de algún objetivo o propósito. La culpa hace lo mismo cuando la pérdida toma forma de equivocación o de haber ocasionado algún perjuicio. Cuando la culpa se vive con una cierta aceptación se convierte en arrepentimiento, que representa el inicio de la fase de replanteamiento, como veremos a continuación. La decepción nos quiere socorrer cuando la pérdida es algo que esperábamos y no ha sucedido. En cualquier caso, la frustración, la culpa, el arrepentimiento y la decepción son alteraciones químicas de recojimiento, a veces mezcladas con dosis de ira más o menos intensas. Tal como ya se ha indicado anteriormente, este recojimiento desea aportarnos un estado recuperación ante el dolor de la pérdida. Y es precisamente en este estado de interiorización cuando estamos en mejores condiciones para afrontar la tarea de valorar lo ocurrido en el pasado y replantearnos nuestro futuro. Los fracasos y los errores del pasado, analizados y valorados, con humildad, honestidad y coraje, nos permiten nuevos planteamientos para el futuro, nos facilitan el aprendizaje. En resumen, vivir las tristezas, cuando acaecen, con aceptación, recogimiento, profundización y aprendizaje es una eficiente manera de facilitar que se vayan diluyendo. Y acompañar una persona triste desde la empatía, el respeto, la libertad y la esperanza también facilitará su disolución. I Congreso educación emocional Autor: Josep Toll 11-13 diciembre 2015 Como buenos mamíferos que somos, procuremos vivir desde el corazón y hacia el corazón, y dejemos que la mente racional sea un simple instrumento a nuestro servicio. Y, si tenemos ganas de llorar, lloremos. Y, si tenemos ganas de reir, riamos. Y, en cualquier caso, amémonos y amemos. Josep Toll Bibliografia: Goleman, Daniel. Inteligencia emocional. Kairós. Covey, Stephen R. Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Paidós. Branden, Nathaniel. Los seis pilares de la autoestima. Paidós. Frankl, Víctor. El hombre en busca de sentido. Herder.