Domingo 17.07.16 EL DIARIO VASCO OPINIÓN 25 ZULET GIPUTXIRENE JUAN AGUIRRE Un futuro en zapatillas Si ha de llegar en pantuflas dudo que sea en las aterciopeladas del gran casino neoliberal y sí en las de quienes gastan suela por construir un mundo alternativo EN PRIMER PLANO JUAN IGNACIO CIRAC Mirada hacia el futuro. Juan Ignacio Cirac ha participado en Donostia en una DIPC School a la que han acudido físicos jóvenes de todo el mundo. Desde su atalaya como uno de los mayores expertos del mundo en computación cuántica, está convencido de que la naturaleza «es más distinta de lo que nos imaginamos». Y esta observación le permite asegurar que estos años que estamos viviendo serán contemplados con el tiempo como muy relevantes para el desarrollo de las tecnologías del futuro. IÑIGO UCÍN Nueva hoja de ruta. La Corporación Mondragón aprobará el miércoles en el Kursaal su nueva hoja de ruta hasta 2020. Iñigo Ucín tomará el relevo de Javier Sotil al frente de la presidencia y asumirá la responsabilidad de conducir al grupo coo- perativo a un escenario futuro basado en la solidaridad responsable y el objetivo de la búsqueda de la rentabilidad como garantía de la sostenibilidad del proyecto cooperativo. Un desafío exigente para una coyuntura de renovación y adaptación a los nuevos tiempos. FÍSICO CUÁNTICO NUEVO PRESIDENTE DE LA CORPORACIÓN MONDRAGON ENTRE LÍNEAS Sangre, sudor y lágrimas ALBERTO SURIO El yihadismo se ha convertido en una ideología del odio y el terror que da cobertura a fanáticos y desequilibrados de todo el mundo N iza es todo un símbolo. El Paseo de los Ingleses, junto a la playa, es un mito de la Costa Azul, el escenario de numerosas películas. La masacre de la noche del 14 de julio ha transformado el relato veraniego de una ciudad apacible del Mediterráneo en una pesadilla de vidas truncadas de una forma salvaje. Un terrorista, un repartidor de origen tunecino, ha arrebatado la vida a 84 víctimas inocentes. La Niza de la ‘dolce vita’ –con su ‘Belle Epoque’ tan similar a San Sebastián– se ha convertido en el decorado siniestro de una tragedia descomunal. La presumible autoría apunta al yihadismo, una ideología de destrucción que ofrece una cobertura fácil y eficaz a fanáticos y desequilibrados del mundo entero. Nadie se lo esperaba. Francia había celebrado la Eurocopa en unas condiciones excepcionales de seguridad. Y el Tour, el amable emblema del Tour, el mejor embajador de Francia, proyectaba una sensación de relativa normalidad bajo un estado de emergencia nacional. El ciclismo es capaz de transmitir esta liturgia tan hermosa de rivalidad y de hacerlo todos los veranos. La poderosa fuerza de la costumbre. La matanza en el paseo marítimo rompe el espejismo y agranda el ritual del dolor y de la solidaridad. Inclu- so el de las palabras gastadas por la impotencia. «Francia es fuerte, responderá al ataque y no se doblegará», Sostiene el presidente Hollande. «Francia está en guerra», afirma el ministro del Interior. El expresidente Sarkozy reclama la máxima firmeza: «Esto va a para largo y nada será como antes». Francia, con una clase política dividida como nunca, anuncia que va a reforzar sus acciones militares en Siria y en Oriente Próximo. El Estado Islámico la ha convertido, bien de forma organizada o mediante ‘lobos solitarios’, en la trinchera alternativa de una guerra que va perdiendo en los campos tradicionales de batalla. Afloran los lamentos y las proclamas entre lágrimas por un dolor tan injusto. Y salen a la superficie preguntas que siguen sin respuesta: ¿hasta qué punto el terrorismo puede envenenar los valores democráticos?, ¿hasta dónde puede llegar el pánico?, ¿qué medidas policiales concretas pueden adoptarse para prevenir estos hechos? ¿cómo ha sido posible que esta simiente de maldad haya arraigado en el corazón de Europa? Nos guste o no, la sociedad europea va camino de ‘israelizarse’ con la coartada de la evidente necesidad de una seguridad mas eficaz ante un terrorismo indiscriminado. Una radicalización que puede desgastar algunos de los principios que for- man parte del ADN de la cultura europea, con una extrema derecha que está al acecho, embruteciendo las conciencias, aprovechando el miedo, chapoteando en nuestra vulnerabilidad. El fundamentalismo es el resultado, también, de la catastrófica destrucción del rompecabezas geopolítico propiciada durante años desde algunos países occidentales. El yihadismo vuelve a plantear por sorpresa un combate muy desigual y difícil. «O ellos o nosotros, no nos van a ganar», señala el ministro García Margallo. Evocamos a Churchill, cuando, frente a los primeros bombardeos nazis a Reino Unido, prometió resistir hasta el final y no rendirse nunca. «Sangre, sudor y lágrimas». ¿Está la sociedad europea fuerte y con nervio suficiente para afrontar esta dura batalla entre la vida y la muerte que va a exigir inteligencia, coraje y paciencia? Esa es la cuestión. El Paseo de los Ingleses ha sido el plató de muchos directores de cine. En 1939, Jean Vigo, una institución en la historia del cine francés, dirigió ‘A propos de Nice’, un documental de culto que retrataba las dos ciudades, la Niza burguesa, pero también la de la miseria. Esta vez, la crudeza del horror se superpone a aquella realidad y recuerda la persistencia de otra dualidad, entre la dignidad humana y las ideas del odio. Un odio que ha crecido en la misma Niza entre algunos de los hijos y los nietos de la ira y la frustración. Podemos creer que no los vemos, pero están ahí, mecidos en su locura y en su resentimiento, ávidos de venganza. Ahora nos toca emocionarnos con ‘La Marsellesa’, con lo que supone de homenaje a la libertad y a la fraternidad amenazadas. Son nuestros valores, los que queremos dejar a las futuras generaciones. Los yihadistas, instalados en el siglo XV y en la desesperación, responden con el horror indiscriminado, entre otras cosas, porque no tienen nada que perder. Pero nosotros sí. Esa es la diferencia. 6 / 14 Y qué podría hacer yo?, nos preguntamos frente al aluvión: guerras y terrorismo, el planeta enfermo y con recursos menguantes, migraciones masivas, torbellinos especulativos, crisis política universal, desigualdades en aumento, resurgimiento de los fanatismos... ¿Cedemos al pesimismo cronificado?, ¿nos apuntamos al discurso de la ‘declinología’ de Occidente? En situaciones así, reacción tópica es el repliegue. «Hay que cultivar nuestro jardín», concluye el Cándido volteriano al final de un viaje que le ha dejado huérfano de optimismo en la naturaleza humana, la bondad divina y la justicia poética. Muchos siglos antes, Diocleciano fue el primer césar que abdicó para dedicarse al cultivo de la tierra. Roma se abismó en la anarquía y el Senado acudió en súplica de que regresara, pero en vano: para el viejo caudillo todo el poder imperial no valía lo que una sola de las coles de su huerta. Pero los ‘Dioclecianos’ de hoy no se conforman con berzas: ahí está Durao Barroso, durante diez años primer ciudadano de la Unión Europea, que a su retiro ha ido a acogerse en el ubérrimo huerto de Goldman Sachs, un banco de negocios con «los más altos principios éticos». Cínica forma de maquillar la puerta giratoria o el ‘pantouflage’, como dicen al otro lado de los Pirineos por la comodidad del que se calza un mullido cargo en el sector privado a cambio de su agenda y conocimientos del sector público. Pero si el futuro ha de llegar en pantuflas dudo que sea en las aterciopeladas del gran casino neoliberal y sí en las de quienes gastan suela por construir un mundo alternativo al del crecimiento desaforado y el pillaje del medio. A ese grupo pertenecen los del movimiento ‘Redémarrer la Suisse’ que promueve una respuesta desde la proximidad al problema global de la insostenibilidad de nuestro modo de vida. Partiendo del diagnóstico de que es en el ámbito doméstico donde la huella humana tiene mayor impacto (por el gasto cotidiano de alimentos, energía y vivienda), aquellos suizos estiman que la comunidad, el vecindario, la manzana, el barrio serán escalas básicas para diseñar hábitats humanamente satisfactorios y ecológicamente viables para ciudadanos con mente globalizada y pies en zapatillas. Guiados por un principio de la sabiduría antigua: «Nada en exceso». Puede que la respuesta realmente eficaz al ‘¿qué podría hacer yo?’ se encuentre más cerca que lejos: en nuestro propio espacio de convivencia, en la revalorización de lo común en tanto que conjunto de bienes que una comunidad determinada administra para beneficio de todos. En cultivar nuestro jardín, siempre abierto a los demás jardines.